Boquita pintada

Boquitas pintadas
Información sobre la plantilla
Boquitamanuelp.jpg
Título originalBoquitas pintadas
Autor(a)(es)(as)Manuel Puig
Editorial:Editor digital lazer
Géneronovela rosa
ImprentaBarcelona
Sitio web
www.elortiba.org

Boquitas pintadas. Es una obra maestra de Manuel Puig, la crónica sentimental de un país y una época, y la crítica más clarividente y feroz de una vida social sordamente cruel.

Sinopsis

Ha muerto Juan Carlos Etchepare. Era un seductor: amó, fue amado. Ha muerto un galán de los años cuarenta. Y hay una mujer que guarda unas cartas de amor. Veinte años más tarde, también ella habrá muerto, y el fuego devorara, con esas cartas, el último eco, lejano y desvaído ya, de una historia dolorosa y fugaz. Es la otra cara del tango, la sordidez al acecho tras los colores pálidos de la novela rosa o el papel satinado de las revistas del corazón.

La galería fotográfica de la literatura Argentina no es demasiado pródiga en sonrisas. Abundan sí gestos reconcentrados, miradas aviesas y hasta algún rictus trágico. De ahí que entre tanta pose severa o incómoda ante la cámara, resalte sin proponérselo la risa desembozada de Manuel Puig. La fotografía no lleva créditos y a juzgar por el pelo al viento, la tez bronceada y el mar desenfocado en el fondo, bien podría ser una instantánea de verano. Puig tendrá unos treinta y cinco años en la foto pero la imagen se reproduce en muchas contratapas de sus libros, como si desde el éxito fulgurante de Boquitas pintadas, él mismo hubiese decidido perdurar en el recuerdo sonriendo así. Motivos para el desenfado y la alegría no le faltan. Como ningún otro escritor argentino de las últimas décadas, Puig consiguió reunir el interés de la crítica, el éxito de público y el reconocimiento internacional, resolviendo a su modo, único e inimitable, la tensión entre novela experimental y novela popular. Méritos más que suficientes para el desparpajo festivo de la foto y sin embargo, si se observa bien, hay algo más en la sonrisa desafiante, una especie de modesta superioridad, como la del ilusionista que hace gala de un truco que nadie en el público podrá desentrañar. Puig sonríe, se diría, celebrando el pase de magia más aclamado del prestidigitador: la propia desaparición. Basta recorrer las críticas de sus primeras novelas para comprobar la eficacia inmediata de su astucia: «La novela no está escrita en realidad por Puig, dicen los críticos, sino por sus personajes»; «Después de leer dos libros de Puig, dice Juan Carlos Onetti, sé cómo hablan sus personajes, pero no sé cómo escribe Puig, no conozco su estilo». Los comentarios son metafóricos pero rozan una verdad. Porque, ¿cuánto hay de Puig en esas voces ajenas que sus novelas simulan apenas «copiar»? ¿Qué toma y qué deja de los lugares comunes del lenguaje, los clisés del folletín, el tango o el bolero, los cientos de películas que colecciona en su videoteca, las divas que venera en la pantalla? ¿Quién habla en las novelas de Puig? A su modo, elíptico y ficcional, sus dos primeras novelas explican el pase de magia. Si La traición de Rita Hayworth (1968) es el relato coral de la iniciación de un escritor en las matinés de cine de un pueblo de provincia. Boquitas pintadas 1969 es la vuelta triunfal del escritor al mismo pueblo, oculto detrás de la mirada sin cuerpo de una cámara. Heredero de la transparencia narrativa del relato clásico de Hollywood, su arte radica en esconder la propia voz hasta que la historia parezca contarse sola, deslizándose por la superficie de las cosas, registrando las texturas de las voces, montando fragmentos inconexos de letra impresa, cartas, páginas de revistas femeninas, fotos, conversaciones. Son los años del pop en Nueva York y, en sintonía con las libertades de Andy Warhol y Roy Liechtenstein que hicieron de la copia un arte de vanguardia, Puig descubrió en la cultura de masas y sobre todo en el cine un material inagotable pero renovar la ficción. Entendió que la vitalidad del medio cinematográfico derivaba de su origen popular y su comunicabilidad, y encontró allí un modelo eficaz para restablecer el diálogo interrumpido entre literatura y público masivo. Discípulo fervoroso de los grandes directores europeos que hicieron arte en la industria, demostró que también en la literatura era posible experimentar con las formas populares y practicar con los géneros formas sutiles del contrabando. «Quiero combinar vanguardia con Popular appeal», le escribe a su amigo Emir Rodríguez Monegal a poco de comenzar Boquitas Pintadas y, en efecto, la novela arma una trama perfecta de enigmas y secretos folletinescos de gran atractivo popular, pero se reserva una distancia ambigua más propia de las vanguardias. Puig recupera los tipos convencionales de la novela sentimental —la mujer malcasada, el inescrupuloso donjuán, la casquivana de familia bien, la solterón a resentida, la sirvienta engañada—, pero mediante un arsenal de recursos experimentales que lo alejan del puro sentimentalismo, revela los dobleces estéticos, morales e ideológicos que los estereotipos suelen ocultar

Datos del autor

Juan Manuel Puig nació en General Villegas, provincia de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1932, día de los Santos Inocentes. Su madre, María Elena Delledonne, farmacéutica de La Plata, lo inició en el rito diario del cine a los cuatro años. La infinita novela espectacular de Hollywood cubrió desde entonces el hastío de la vida pueblerina y el joven Puig quedó prendado para siempre de los plateados ídolos de la pantalla. Cuenta una amiga suya de la infancia a que después de ver El gran vals de Duvivier con final delirante de von Sternberg, bailaba por las calles del pueblo tarareando El vals del emperador, en la puerta del Club Social de Villegas, transportado todavía a la calles de Viena, se topó con la mirada severa de su padre. Una beca de la Dante Alighieri lo llevó a Roma en 1956. Creía que su vocación era el cine, pero su sensibilidad y su libertad extraordinarias desbordaban el dogma neorrealista del Centro Sperimentale di Cinematografía, dirigido por Cesare Zavattini. Intentaba escribir un guión cuando se le impuso el recuerdo de la voz de una tía, un monólogo de treinta páginas lleno de habladurías

Fuente