Elvira Ceballos

Elvira Ceballos
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Elvira Ceballos (1949-2019), pianista en silla de ruedas, tomando mate, poné la pava.jpg
Pianista, guitarrista, compositora y cantante popular argentina
Datos generales
Nombre real:Ceballos, Elvira del Valle[2]
Fecha de nacimiento:16 de marzo de 1949
pueblo de La Falda,
provincia de Córdoba,
República Argentina Bandera de Argentina
Fecha de fallecimiento:6 de septiembre de 2019 (70 años)
ciudad de Córdoba,
provincia de Córdoba,
República Argentina Bandera de Argentina
Ocupación:pianista, guitarrista, compositora, cantante lírica (soprano), cantante popular de folclor y tango, profesora de piano, guitarra y canto lírico[1]
Información artística
Tipo de voz:soprano[1]
Instrumento(s):piano, guitarra, voz

Elvira del Valle Ceballos (provincia de Córdoba, 16 de marzo de 1949 - Córdoba, 6 de septiembre de 2019) fue una pianista, cantante lírica y folclórica, profesora de piano, guitarra y canto lírico, y compositora argentina de música folclórica.[3]

Participó en grabaciones y giras de importantes músicos argentinos, entre ellos León Gieco y Raly Barrionuevo, y brindó conciertos en distintos escenarios de Latinoamérica y España. Tradujo gran cantidad de partituras al sistema braille, y enseñó música a alumnos no videntes.

Síntesis biográfica

Elvira Ceballos nació en el pueblo serrano de La Falda, a 71 km al noroeste de la ciudad de Córdoba Nació con una enfermedad llamada «osteogénesis imperfecta», que provoca que los huesos fueran extremadamente frágiles, por lo que tuvo que utilizar toda la vida una silla de ruedas.[3]

Dice mi mamá que de chiquita yo cantaba. Cuenta que cuando tenía 7 meses, me llevaba a misa con mi abuela y yo seguía el canto de la gente, balbuceando afinadito. Quedé ciega y ella le decía a la Virgen que si me devolvía la vista me iba a mandar al coro de la iglesia. Le hubiera prometido que me iba a mandar a pintar, ¡si para cantar no hace falta ver!
Elvira Ceballos[4]

En la ciudad de La Falda, la familia Ceballos-Bustos gozaba de un buen pasar gracias a la rentabilidad de una panadería, un corralón, algunas hectáreas de campo, las habilidades textiles de la madre y una pista de baile.

A los nueve meses de edad, una de sus hermanas estaba haciéndola jugar con una etiqueta de cigarrillos y su madre pudo constatar que la beba no reaccionaba frente al estímulo: había perdido la vista.[2] A partir de allí, la familia encaró un largo peregrinaje por consultorios médicos, curanderos y «manosantas».[1]

Hicieron una junta grande de 48 médicos en Córdoba y consideraron que no teníamos vida. Ni mi hermana, ni yo. Le dijeron a mis padres: no se molesten, ni las molesten, porque se van a morir las dos. Yo tenía 6 años y sabía que me esperaba la muerte, porque lo decían en voz alta. En mi casa no se escondía nada, así nos enseñaron a vivir.
Elvira Ceballos[4]

En 1954 Elvira ―de cinco años de edad― y sus padres se mudaron al barrio Alto Alberdi[4] de la ciudad de Córdoba (apenas a 20 cuadras al noroeste del centro de la ciudad), que por entonces se caracterizaba por sus peñas y sus guitarreros.[3]

Ellos creían que nos íbamos a curar y en esa esperanza se fundieron el «imperio», hasta que decidieron hacerle caso al intendente de La Falda, y torcieron rumbo hacia la capital [la ciudad de Córdoba] para inscribirnos a mi hermana y a mí en el colegio de ciegos. Cuando llegamos a la escuela, no nos querían recibir, porque no solamente teníamos ceguera, sino que nos habíamos accidentado: yo me había caído de una cama muy alta y a mi hermana la aplastó una carretilla gigante.
Elvira Ceballos[4]

La resistencia quedó vencida cuando el director de la institución comprometió a la mamá de las niñas a colaborar con la movilidad de las mismas. Su compromiso con la educación de las chicas no acabó en la procuración del traslado, siguió por la interiorización de los contenidos y el aprendizaje del sistema Braille, a partir del cual, en un futuro no lejano, madre e hija traducirían las partituras de los 18 conciertos que Elvira conserva y ofrece como legado. En los pasillos del Colegio Provincial de Ciegos, el cochecito que trasladaba a las dos hermanas (tracción a sangre materna) clavó frenos frente al profesor Carlos Valdés:
―Cuál de estas dos va a aprender guitarra conmigo?
―Yo, no ―respondió Elvira en actitud defensiva.

A los pocos meses, Elvira estaba debutando con su maestro en Radio Splendid, ofreciendo conciertos en LV2, LV3, la Sociedad Española y Radio Municipal.

Como siempre fui petisa, en los estudios bajaban un micrófono para mí y, si no, me hacían subir a la mesa para que pudiera cantar. [...]
Yo no tuve niñez, siempre me creí grande. Al punto tal que en una oportunidad fuimos a una procesión, en donde les daban alfajores a los chicos y yo no los quise recibir. Mi mamá me decía: «Te está ofreciendo, estirá la mano y agarralo». Y yo: «No, no: déjelo para los chicos». Así crecí, creyéndome grande. Pero porque ya era madura, salí a tocar desde los 7 años, a trabajar de noche. A los 15 ya era independiente, hacía rato que andaba sola, pero todavía sin pintarme. Recién a los 15 me compré un lapicito y empecé a maquillarme.
Elvira Ceballos[4]

Con tan sólo 10 años compuso sus dos primeras zambas y un vals, que su padre registró en Sadaíc (Sociedad Argentina de Autores y Compositores).[3]

A los 15 años se recibió de maestra de piano en el Conservatorio Provincial de La Falda.[5] Comenzó en ese momento su camino en la docencia: fue profesora de piano, guitarra y canto lírico, y compositora.[3]

Ahora la silla de ruedas cambió un poco mi historia, pero yo antes siempre fui muy callejera. Antes me tomaba casi todos los días un colectivo a Cruz del Eje, sólo para ir y venir, ni siquiera me bajaba. «No puedo dejarla acá adentro sola», me decía el colectivero, pero yo seguía haciendo lo mismo. Siempre anduve de acá para allá y, sobre todo, con hombres. Para mi cumpleaños de 15 no vino ninguna mujer: todos los invitados eran muchachos. Recuerdo cuando escuchábamos el boxeo con papá, los dos con una ginebra en la mano, como verdaderos amigos y aficionados.
Elvira Ceballos, en 2009[4]

Los primeros años con el piano fueron muy experimentales. A menudo hacía pequeñas composiciones basadas en su estado de ánimo.[6] A los 16 años (1963) compuso el vals Picnic.[7]

La música es una fuente de serenidad en horas de confusión. Me aporta alegría en las horas de masa inquietud y me aporta calma en las horas de mucha efusividad. El piano consigue liberarme en el momento en que empiezo a tocarlo. Es igual que una cámara de aire que me sostiene, que me eleva y me hace volar hasta el etéreo. He nadado, he volado y durante un rato he descubierto la plena libertad.
Elvira Ceballos[6]

Elvira Ceballos se convirtió en una referente en la docencia y la música cordobesa. Durante todos esos años de formación estuvo rodeada de una intensa actividad musical.

Mis padres me permitieron ser independiente desde bien pequeña, y apoyaron mi interés hacia la música en todo momento. Esto me hizo crecer fuerte y segura de mí misma.
Elvira Ceballos[6]

En El Ranchito Criollo de sus padres, Elvira comenzó a tocar en público la guitarra ―que sería su primer instrumento, y después llegaría el piano a su vida―. «Yo tocaba porque leía mucha música».[5]

Mis padres tenían una pista de baile, El Ranchito Criollo, donde se escuchaba tango, pasodoble y folclor. [...] A los cinco años ya podía escribir música. No hice otra cosa en mi vida que estudiar y aprender. Mis juegos predilectos eran los libros.
Elvira Ceballos[5]

Elvira y su hermana ingresaron al Instituto Provincial para Ciegos (hoy Helen Keller) para estudiar la primaria y la secundaria, mientras su padre atendía un almacén, donde siempre algún músico se acercaba. Y uno de los que se arrimó fue el Chango Rodríguez.

Lindo tipo, decía cosas muy lindas, muy romántico, muy lírico. Conocí a su mamá y a su señora. En la cárcel me enseñó la Zamba de Alberdi. El Chango Rodríguez puso un estilo en el canto folclórico de Alberdi y solía conversar conmigo. [...] Él sabía de mi formación clásica, y me decía: «Mire, m’hija, esa música guárdela pa’ usted y su almohada: hay música que usted va a estudiar, pero que no va a “pegar”. Es bueno para la gente joven que usted empiece a crear otras cosas». Era un gran tipo el Chango.
Elvira Ceballos[5]

A la casa de su padre también solía ir Atahualpa Yupanqui (1908-1992). En la primera oportunidad que tuvo, Elvira le dio algunas de sus partituras, y Don Ata le espetó: «Las voy a ver: si me gustan las cantaré, sino, no»[5].

A lo largo de los años, Elvira transcribió a un sistema de «musicografía braille» de lectura y escritura para ciegos más de 400 partituras, incluyendo músicas que van desde el Renacimiento hasta el jazz, el tango, la música popular y decenas de otros estilos.[5]

Hacia 2004 viajó a Ecuador, invitada para crear allí un proyecto de «musicografía braille». Trabajó con niños y jóvenes músicos con discapacidad visual, con los que formó coros, y enseñó música mediante partituras Braille.

Hay que alfabetizarse. Se puede tocar de oído, cómo no, es muy lindo y hasta es menos esfuerzo, es más improvisativo y es buenísimo. Pero el papel permite leer obras sin tener que escucharlas.
Elvira Ceballos[3]

La musicografía Braille no tuvo mucho éxito en Argentina. Ceballos propuso enseñarlo en el Instituto Provincial Helen Keller, pero no se lo permitieron, porque a las personas con discapacidad visual se les enseña a tocar instrumentos «de oído» y no mediante partituras (que la persona ciega debe tocar alternativamente, una y otra vez, mientras toca el instrumento, lo que lo vuelve un método engorroso).

Durante varias décadas participó en actuaciones con grupos folclóricos de la provincia de Córdoba, como Brisas del Norte y otros.[6] Por sugerencia de la propia Elvira, se invitó a un músico «normal» para acompañar en el escenario a los «difíciles», a los «fallados». El susodicho acabó siendo Raly Barrionuevo, el folklorista santiagueño con el que la cordobesa compartiría shows, grabaciones y giras. Gracias a él, le llegó la oportunidad de conocer a otro paladín de la música popular: León Gieco, quien se rindió a los encantos de la pequeñísima pianista y le hizo un lugar en uno de sus discos y en un capítulo de Mundo alas.[4]

Los tres artistas compartieron muchísimos escenarios en toda la Argentina, de Ushuaia (en el sur de la Patagonia) hasta La Quiaca (en el noroeste argentino)

El ciego que es músico no es un cieguito que hace música: es un músico que además es ciego.
Elvira Ceballos[4]

Las travesías junto a Walter Pereyra, Jorge Olmos, Ariel Borda, José Palacios y el cantante Jairo son otras de las escenas de una vida andariega y muchachera. Y si de hombres se trata, esta pícara aventurera le concede un párrafo aparte a Eduardo, el amante violinista que le hizo vivir un amor prohibido y de novela.

Tengo que decir que soy una mimada de Dios, aun con muchas dificultades, soy lo más independiente que puedo. Procuro ser equitativa y guardar silencio en cuanto a las faltas que la gente comete frente a mí. Si estoy tranquila, ni los huevos fritos con mate me caen mal. Soy creyente. Quiero mucho a las personas e intento ayudarlas si me lo piden. Yo no invado y me defiendo de la invasión.
Elvira Ceballos[4]

Desde los 14 años Elvira realiza una labor pedagógica muy importante como profesora de piano, guitarra y profesora superior de canto. Entre sus alumnos, hay que son videntes y también no videntes que provienen de diversas ciudades de Argentina como San Francisco, Villa Dolores y del sur del país. Gracias a su conocimiento de la musicografía y en cierto modo, la escritura convencional en tinta; es capaz de enseñar lecciones de solfeo mientras realiza los acompañamientos con el piano. Durante muchos años, compaginó esta tarea con los estudios superiores en el conservatorio.[6]

El maestro que enseña no es que sepa ... seamos jóvenes como adultos, nunca se acaba de aprender del todo y además cada uno de los alumnos te deja una serie de valores que te suman como docente. Se deben aprovechar los talentos, multiplicarlos y ayudar a que otros los multipliquen.
Elvira Ceballos[6]

En 1999, UCORCI y la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Ciegos editaron su primer CD, El séptimo sentido. En este disco, Elvira tuvo una destacada participación como pianista.

Su segundo trabajo discográfico fue Entre ángeles y duendes, en el que acompañó a la cantante María Teresa Olmos.

De las manos se deben extraer y aprovechar todos los sentidos. ¿Discapacitada? Cuando una persona se capacita, deja de ser discapacitada. El ciego no debe dejar que prime su ceguera sobre su actividad. Si yo soy músico lo que tengo que ofrecer a mi público no es mi discapacidad sino mi arte.
Elvira Ceballos[6]

Desde el año 2008, debido a la progresión de la enfermedad ósea, quedó en silla de ruedas.[8]

La vida es una mezcla de muchas emociones. No siento la necesidad de sufrir cuando empiezo algo nuevo, lo hago con una humilde alegría y diversión. Incluso me divierte verme en la silla de ruedas, sobre todo por cómo lo vive el entorno que me rodea.
Elvira Ceballos[6]

Además participó como pianista invitada en varios discos como Ey, paisano, Mensaje de mi alma y Radio AM, de Raly Barrionuevo.[6]



En 2008, los cineastas Carlos Bobeda y Diego Piantoni dirigieron y realizaron el documental Elvira sobre la vida de Elvira Ceballos.[7]

Entre 2010 y 2012 grabó las músicas de su último álbum, Mi vida toda, donde se expresó como solista con obras propias y del cancionero folclórico argentino.[6]

Obras

  • «Suerte y adiós» (bolero), letra y música.[8]
  • 1963: «Picnic» (vals para piano), letra y música.

Fallecimiento

Y así hemos seguido con mi salud. Despacio. A veces tengo bajones fuertes… pero sigo. Espero que no se repita nunca más el problema en los huesos porque se hace pesada la cosa. Vamos a ver qué dice Dios. Yo quiero irme de este mundo rapidito, de un susto, a la ligera. Aunque algunos dicen que a la ligera no podrá ser porque tengo el tranco corto… Siempre dije que espero ese día como una fiesta. Creo que partir es tan importante como venir. El irse también es lindo. Y yo hace mucho tiempo que sueño con eso, lo sueño lindo, le pongo fantasía. Por supuesto que no sé cómo será. Posiblemente cuando me muera, o cuando esté cerca, me asuste, porque el ser humano es débil; pero aún así yo lo veo como una fiesta, porque ese paso debe ser el más trascendental del humano… dejar de ser humano para ser ese espíritu que uno tiene, para «entregar el envase», como dice Doña Jovita. Yo me pregunto cómo va a ser, cómo será, pero esa incertidumbre no es con pena, sino con alegría. Creo que es porque el mundo me choca desde muy joven. El mundo me choca y me quiero ir, pero no suicidándome sino cuando me vengan a buscar. Como debe ser. Aquí tengo parientes y familiares a los que quiero mucho, pero no tengo familia formada por mí, no sé quién se va a quedar conmigo cuando yo no pueda. Por eso quiero poder irme a la ligera, eso le pido a Dios. Él sabrá cómo y cuándo. Y cuando sea el día dispuesto me gustarían que recen y que canten, que me den santa sepultura y me dejen junto a mis padres. Me gustaría también que todo el material que tengo, la música, las partituras, sirva para alguien, ese es mi deseo: que no se pierda.
Elvira Ceballos[9]

La pianista Elvira Ceballos falleció en la madrugada del viernes 6 de septiembre de 2019 a la edad de 70 años en la Clínica Caraffa de la ciudad de Córdoba (a 700 km al noroeste de Buenos Aires), donde la artista había sido internada por un cuadro de neumonía.[3]

¿Morir? Yo soy una persona contenta de vivir..., contenta de vivir la vida que vivo. Y morir es parte de la vida. No hay más que vivir para morir.
Elvira Ceballos en su última entrevista en radio Estación Sur[3]

Premios y reconocimientos

Seis días después de su muerte, el Concejo Deliberante de la ciudad de La Falda (la ciudad natal de Ceballos) la declaró «ciudadana destacada de La Falda».[10]

En noviembre de 2019, la periodista Carolina Gómez publicó la biografía Elvira Ceballos: mitad mujer, mitad música (que utiliza una frase que había utilizado Ceballos para definirse).[2]

Recibió en Quito (Ecuador) la distinción Argentina Formidable, por su labor en bien de la comunidad de la República de Ecuador.[11]

El Concejo Provincial de la Mujer (de la provincia de Córdoba) la premió con un escenario que lleva su nombre.[11]

La Legislatura y el Gobierno de la provincia de Córdoba le otorgó el galardón «ciudadana destacada de la provincia», por su contribución a la cultura.[11]

La ciudad de Córdoba le otorgó el Premio Jerónimo Luis de Cabrera, como «cordobesa destacada».[11]

Fuentes