Rafaela Herrera y Sotomayor

Rafaela Herrera Uriarte
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NombreRafaela de Herrera y Sotomayor
Nacimiento6 de agosto de 1742
Cartagena de Indias, Virreinato de Nueva Granada
Fallecimiento30 de mayo de [1805]]
Granada, Capitanía General de Guatemala
NacionalidadEspañola

Rafaela Herrera Uriarte. Heroína hispano-nicaragüense. Primera mujer que recoge la historia nicaraguense, como símbolo de valentía considerada un referente nacional por su hazaña el 29 de julio de 1762. Protagonizó uno de los episodios más heroicos sostenidas entre españoles e ingleses, por el control de Centroamérica: la defensa armada del Castillo de la Inmaculada Concepción de María, estratégicamente ubicado en una de las márgenes del Río San Juan, como baluarte defensivo de dicha población de Granada.

Síntesis biográfica

Nació en Cartagena de Indias (perteneciente en la actualidad al territorio de Colombia) el 6 de agosto de 1742, en el seno familiar de militares conformado por el comandante castellano José de Herrera y Sotomayor, Teniente y Capitán del Batallón de la Plaza de Cartagena, que se había destacado como artillero en acciones contra los ingleses en 1740 y 1741.

Su abuelo, el brigadier Juan de Herrera, que había sido soldado destacado en la Guerra de Sucesión (1700-1713) librada en la Península Ibérica, consagró al ejército más de sesenta años de su vida, en la que fue pasando por todos los grados de la milicia (alférez, teniente, capitán, sargento mayor, coronel y brigadier), para alcanzar a la postre el cargo de Director General de Ingenieros. Sirvió en numerosos emplazamientos españoles en América (La Habana, Panamá, Cartagena de Indias, Montevideo, Buenos Aires, Chile, etc.), y luchó contra los tres principales enemigos de la Corona española en América: los ingleses, los portugueses y los piratas. Entre las numerosas hazañas que protagonizó, sobresale su heroica defensa del Castillo de San Luis de Boca Chica, asediado por fuerzas de la Corona británica.

Don Juan de Herrera legó su espíritu militar a su hijo, el comandante y capitán de Artillería don José de Herrera y Sotomayor, padre a su vez de la heroína Rafaela. Éste también pasó por los grados de alférez, teniente y capitán de batallón a lo largo de los veintiocho años que sirvió al Rey como militar. Encargado de la defensa artillera de la plaza de Cartagena, protagonizó también gestas heroicas que atestiguaron su valor y abnegación, como cuando montó sus cañones en el Cerro de San Lázaro (en la guerra del año 1740), o cuando volvió a instalar su artillería en el Castillo Grande (en 1747). Al igual que había hecho su padre, impidió heroicamente que los ingleses se apoderasen del Castillo de San Luis de Boca Chica, con lo que acumuló méritos sobrados para que don Sebastián de Eslava le nombrara comandante y castellano del Castillo de San Sebastián; poco después, pasó con idénticos cargos al Castillo de la Inmaculada Concepción de María, ubicado en una de las orillas del río San Juan (al que los españoles denominaban "El desaguadero"), donde perdió la vida en 1762, sólo unos días antes de que tuviera lugar el asedio que propició la acción heroica de su hija.

Rafaela contrajo matrimonio con el ciudadano granadino don Pablo Mora con quien procreó cinco hijos. Enviudó y la familia vivió en la pobreza en un vecindario pobre de la ciudad de Granada hasta 1781, el Rey le concedió una pensión vitalicia recibió unas tierras y pensión de 600 pesos en pago de sus merecimientos.

Enfrentamiento con las tropas militares

El 29 de julio de 1762 la guarnición apostada en el Castillo de la Inmaculada Concepción se vio sorprendida por la presencia de una poderosa armada enviada por el gobernador inglés de Jamaica. La provincia de Nicaragua, por su estratégica ubicación en medio de Centroamérica, entre el Pacífico y el Atlántico, era una pieza codiciada por todas las grandes potencias de la época, ya que su posesión aseguraba el dominio de la comunicación interoceánica.

Desde 1748 planeaba sobre la zona una relativa calma, asegurada en parte por los acuerdos de paz firmados por España e Inglaterra. Pero este armisticio entre las dos colosales potencias coloniales no garantizaba el sosiego de los zambo-misquitos que poblaban la región oriental de la provincia, a orillas del Caribe. Éstos, incentivados por los colonos ingleses del Caribe y por los traficantes de esclavos jamaicanos (que tenían, unos y otros, gran interés en el control político, económico y militar de esa región), protagonizaron varias revueltas contra las autoridades españolas, en las que incluyeron diferentes acciones de hostigamiento al Castillo defendido por don José de Herrera.

El valeroso castellano había logrado reprimir con éxito estos asaltos hasta que, en 1762, una nutrida hueste de indios zambo-misquitos atacó las plantaciones de cacao explotadas por los españoles en el valle de Matina. Un mes más tarde, otra partida de indígenas cayó sobre las poblaciones de Lóvago, Lovigüisca y la misión de Apompuá, cerca de Juigalpa, que fueron violentamente saqueadas e incendiadas. Los zambo-misquitos, envalentonados por la buena fortuna que habían tenido en estas correrías, se atrevieron incluso a tomar prisioneros españoles, lo que excitó la codicia de los ingleses afincados en Jamaica, que creyeron detectar indudables señales de debilidad en los baluartes defensivos de sus poderosos enemigos seculares.

Se armó, pues, un fuerte contingente de expedicionarios formado por ingleses, zambos y misquitos, hueste que tomó fácilmente posesión de la desembocadura del San Juan y marchó, río arriba, con el objetivo militar de tomar al asalto el castillo de la Inmaculada. Don José de Herrera, perdio la vida de forma fortuita el 17 de julio de aquel mismo año de 1762, sólo doce días antes de que esta tropa mandada por el gobernador de Jamaica llegara frente a los muros de dicha fortaleza. Los ingleses tuvieron noticias de que sus enemigos estaban acéfalos y exigieron de inmediato la rendición incondicional de la guarnición.

El teniente Juan de Aguilar y Santa Cruz, que había asumido la comandancia tras el repentino e inesperado fallecimiento de Herrera, apenas contaba con un pequeño contingente defensivo de poco más de cien hombres para hacer frente a la expedición de ingleses y zambo-misquitos. Se inclinó, pues, por aceptar las exigencias de sus enemigos y entregar las llaves de la fortificación. Pero entonces surgió la figura heroica de una joven Rafaela Herrera que, sin haber cumplido aún los veinte años de edad, se opuso firmemente a la claudicación y exigió a los suyos que murieran luchando antes de entregar el castillo a los ingleses, como hubiera hecho su difunto padre.

Los asaltantes procedieron, entonces, a lanzar un somero fuego de escaramuza sobre el castillo, con el convencimiento de que este ligero ataque habría de amilanar definitivamente a sus escasos pobladores (entre los que había un nutrido grupo de servidores indios y negros que, para empeorar la situación de los defensores, comenzaba a tomar partido por los zambos y misquitos asediadores). Pero, frente a estas andanadas de intimidación, Rafaela Herrera, lejos de amedrentarse, sacó a relucir el ardor guerrero heredado de sus mayores y, asiendo con su propia mano el botafuego, disparó varios cañones con tan buena puntería que arrasó la tienda donde se alojaba el oficial inglés que dirigía la expedición, quien resultó muerto en el acto. Además, la munición certeramente disparada por la heroína, que en este momento agradecía como nunca la instrucción artillera impartida por su propio padre, causó otros destrozos importantes, entre ellos el hundimiento de una de las tres balandras de que constaba la flota atacante.

Pero la acción heroica de la heroína hispano-nicaragüense no se redujo a este alarde de coraje y puntería. Convertida, merced a la eficacia de sus disparos y sus dotes de mando, en la improvisada comandante de la guarnición, hizo gala de un perfecto dominio del control psicológico de sus fuerzas al humillar a uno de los soldados partidarios de la rendición, al que motejó de afeminado ante el asombro de sus compañeros (que, antes de verse sometidos a tal escarnio por parte de una mujer, prefirieron ir de frente al combate y morir luchando).

Rafaela Herrera asumió también las directrices estratégicas de la batalla y, según cuentan los historiadores de la época, ideó una feliz estratagema para minar la moral de sus enemigos. Buena conocedora de la fragilidad psicológica de zambos y misquitos -siempre proclives a dejarse vencer por la superchería-, mandó botar sobre las aguas del San Juan unas improvisadas balsas fabricadas con ramas flotantes, sobre las que tendió sábanas y trapos empapados en alcohol. En la oscuridad de la noche, los defensores del castillo prendieron fuego a estas fantasmagóricas embarcaciones y las lanzaron, corriente abajo, hasta el emplazamiento donde se habían replegado los sitiadores tras la muerte del oficial que les dirigía, a una distancia prudencial de la precisa artillería disparada por Rafaela.

La espectral comitiva de barcazas en llamas sembró el pánico entre los zambos y misquitos que reforzaban las huestes inglesas, muchos de los cuales huyeron en desbandada. A la mañana siguiente, descubierto el engaño, los soldados de la Corona británica se sintieron muy humillados y decidieron tomar al asalto la fortaleza; pero, al no disponer de más armas de fuego que sus propios mosquetes, sufrieron grandes pérdidas y estragos antes de lograr alcanzar los muros del Castillo de la Inmaculada Concepción, defendidos eficazmente por la artillería que manejaban Rafaela y los guerreros a los que había enardecido con sus arengas.

Finalmente, los ingleses se dieron por derrotados y optaron por alejarse, río abajo, del firme baluarte que habían pretendido tomar. Durante algún tiempo, permanecieron asentados en la desembocadura del San Juan, causando mucho enojo y grandes preocupaciones a los españoles que pretendían entrar a Nicaragua o hacerse al océano Atlántico a través del "Desaguadero". Su presencia allí seguía siendo una amenaza terrible para los valerosos defensores del Castillo de la Inmaculada; pero, por fortuna para ellos, al cabo de unos meses España e Inglaterra firmaron una nueva paz que puso fin a esa delicada situación en que permanecían Rafaela y sus gentes. Se trata de la Paz de París (1763), por medio de la cual la Corona británica se comprometía a devolver a España las ciudades de Manila y La Habana, recientemente tomadas por sus fuerzas armadas, mientras que el gobierno de Carlos III (1716-1788) entregaba a los ingleses la península de La Florida.

Muerte

Muere el 30 de mayo de 1805.

Fuentes