Resistencia de los esclavos en Cuba

Resistencia de los esclavos en Cuba
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Concepto:Manifestaciones del descontento de los esclavos contra el trato inhumano de los amos, que se traducía en acciones pasivas y a veces estallidos armados.

Resistencia de los esclavos en Cuba. El trato inhumano que los amos daban generalmente a sus esclavos hacía que estos se manifestaran mediante resistencia pasiva o fugas, pero también por medio de insurrecciones armadas.

Causas del descontento

En Cuba, como en otros países de América los colonialistas españoles esclavizaron primero a los indígenas, y cuando éstos fueron prácticamente exterminados introdujeron esclavos negros, que constituyeron la gran mayoría, aunque también trajeron centenares de nativos procedentes de Yucatán y de culíes chinos. Algunos amos trataban relativamente bien a sus esclavos, sobre todos los domésticos, pero la enorme mayoría los sometía a una explotación despiadada y ausencia total de derechos, que hacía que éstos mostraran diversas formas de resistencia como las huidas convirtiéndose en cimarrones y la creación de palenques, o incluso diversos casos de insurrecciones armadas y ataques a las plantaciones.

Primeras manifestaciones de rebeldía

La colonización española de América se inició en las Antillas con la creación por Cristóbal Colón en 1492 del primer enclave, el fuerte Navidad, en La Española, donde quedaron 39 hombres que posteriormente fueron muertos por los indígenas debido al mal trato que les estaban infligiendo. En los años siguientes comenzó la colonización, que en realidad era la explotación de los recursos mineros y naturales, para lo cual la mano de obra eran los indios esclavizados, que solo escasa resistencia podían ofrecer.

El mal trato, el trabajo explotador y las enfermedades hizo que en Cuba y otros países antillanos los indígenas optaran en muchos casos por una resistencia pasiva que incluía los suicidios en solitario y en masa. Ya en 1533, Manuel de Rojas apresó y descuartizó a cuatro cimarrones evadidos de las minas de Jobabo que deambulaban por la región de Cueibá (sur de Las Tunas). También se conoce de insurrecciones de indígenas en 1538.

Pronto los nativos prácticamente desaparecieron, por lo que los colonialistas optaron por la introducción de esclavos africanos. El primer documento que autorizó la introducción de esclavos africanos en Cuba data de 1513, y la primera entrada masiva, unos 300, se remonta a 1523. Por esa fecha el monarca español reconoció que “algunos negros habían comenzado a tener inquietudes”, y recomendaba medidas “para poderlos sujetar en cualquier movimiento”. La brutal explotación provocó su resistencia en formas tales como la pasividad y la ineficiencia en el trabajo, la rotura y pérdida de los instrumentos de labor, el suicidio, y también el cimarronaje, el apalencamiento y las insurrecciones.

Entre 1790 y 1800, la importación media anual de negros esclavos alcanzó los 12 472 y entre 1821 y 1851 ascendió a 22 300. Se calcula que se introdujeron en Cuba casi un millón de yelofes, mandingas, fulas, ararás, congos, bambaras, carabalíes y de otras etnias.

Los chinos y yucatecos esclavos

En los inicios del siglo XIX los ingleses comenzaron a presionar a España para que eliminara la introducción de esclavos, como una medida para proteger su propia industria azucarera en las Antillas. Por ello comenzaron a introducirse peones chinos. Entre 1848 y 1874, fueron embarcados hacia Cuba un total de 141 391 chinos en calidad de contratados, pero en realidad las condiciones de trabajo eran prácticamente de esclavitud, lo que provocó su resistencia, que no fue menor que la de los africanos.

A fines de 1849 llegaron a La Habana los primeros 140 nativos yucatecos contratados por 10 años y, con algunas interrupciones, este inicuo comercio prosiguió hasta que alrededor de 800 de ellos fueron vendidos en la capital cubana.

Muchos de los chinos y yucatecos se suicidaban por el maltrato, pero también se convertían en cimarrones, apalencados y participaban en las insurrecciones

Cimarronaje y apalencamiento

Se consideraba cimarrón simple al esclavo que se fugaba de su hacienda, pernoctaba fuera de la casa del amo o de la negrada y al que deambulaba a una distancia no mayor de 3 leguas de la hacienda de criar o legua y media de la de labor, en grupos menores de siete y que no se había asentado en ninguna región.

Cuando siete o más esclavos prófugos se refugiaban con cierta permanencia en algún paraje, recibían el nombre de apalencados, nombre tomado del palenque o empalizada que solían construir para protegerse. Generalmente los palenques se ubicaban en lo más abrupto e intrincado de las montañas o en ciénagas inaccesibles, donde los fugitivos levantaban rústicas viviendas, cultivaban pequeñas parcelas de tierra o conucos, criaban animales, constituían familias y organizaban la autodefensa armada.

Los negros africanos no eran muy hábiles en el cimarronaje, pero sus descendientes nativos eran mucho más conocedores del terreno, de las costumbres y de las posibilidades en el monte. Por lo regular en los palenques se unían fugados indios, negros y chinos. También hubo cimarrones urbanos.

Entre 1796 y 1815, solo en la jurisdicción de La Habana se registraron 14 982 casos de cimarronaje, pero esto duró hasta el fin de la esclavitud.

En las rancherías levantadas en el monte los cimarrones subsistían en una elemental economía de cooperación y las necesidades eran cubiertas mediante la recolección e incursiones a cafetales, ingenios y haciendas donde se abastecían, y en ocasiones liberaban a sus compañeros de infortunio, entre ellos a mujeres con las cuales formaban familia. En esos golpes de mano muchas veces ajusticiaban a mayorales y rancheadores.

Desde Oriente hasta Vuelta Abajo hubo palenques famosos, algunos de los cuales supervivieron durante varias décadas a pesar de repetidos ataques de las autoridades coloniales. Alcanzaron notoriedad El Frijol, Sigua, Bumba y Maluala en Oriente; El Espinal, en la loma del Palenque, entre Ceiba Mocha y Matanzas; los de la Siguanea, cerca de Manicaragua y los de loma del Cuzco, en Pinar del Río.

Durante la Guerra de los Diez Años, los palenques prestaron una valiosa cooperación al Ejército Libertador en lo tocante al cuidado de heridos y enfermos, el abastecimiento con víveres y el descanso seguro de las tropas.

Rancheadores

Un rancheador eran un individuo que, por su cuenta, con la ayuda de las autoridades, buscaban y perseguían a los cimarrones para devolverlos a sus amos a cambio del pago del rescate. Para prevenir la sorpresiva irrupción de estos últimos en sus predios, los apalencados organizaban la exploración y el aviso, contando con la cooperación de aquellos que aún permanecían en la esclavitud y de negros libres. Además, construían obstáculos rústicos y se proveían de machetes, chuzos, lanzas, arcos y flechas e incluso de armas de fuego y municiones, adquiridas de contrabando a comerciantes del país y a extranjeros que arribaban subrepticiamente a las costas de Cuba. Cueros, cera y miel eran el medio de pago más común en dichas transacciones.

También las autoridades coloniales realizaron verdaderas campañas militares contra los palenques, con el apoyo de cuadrillas capitaneadas por rancheadores.

Insurrecciones de los esclavos

Las insurrecciones, levantamientos o motines eran súbitos alzamientos armados en los que dotaciones enteras de ingenios, cafetales, fincas o potreros ajusticiaban a sus victimarios y destruían sus propiedades, después de lo cual marchaban sin dirección fija tratando de atraer a otras dotaciones vecinas hasta que el enfrentamiento con tropas coloniales les traía la derrota y la muerte. No hay evidencia de casos en que estas manifestaciones de rebeldía obedecieran a un plan general.

Una de las primeras sublevaciones de esclavos de que se tiene noticias se produjo en las minas de Jobabo, en 1553, y fue reprimida violentamente por los españoles. Hacia fines del siglo XVII estallaron rebeliones de esclavos en Tínima, Mariel, Güines y Bayamo, pero el más significativo de estos hechos en aquella época fue el protagonizado por los obreros de las minas de cobre de Santiago del Prado en 1677, cuando un centenar de hombres y mujeres se opusieron con las armas en la mano a ser separados de las tierras que ocupaban y a verse reducidos nuevamente a la condición de esclavos. Más de cien años duró la insurrección de los cobreros, con períodos de relativa paz y repetidas tentativas de las autoridades coloniales por volverlos a la sumisión.

Otras insurrecciones y levantamientos de esclavos fueron: Santa Cruz del Sur y Guatao (1795); Puerto Príncipe (1798); Trinidad (1798 y 1799), Puerto Príncipe y La Habana (1809); Holguín, Bayamo, Trinidad y La Habana (1812); Matanzas (1825); Güira (1826); Wajay (1830); Juraguá (1833); Jaruco, Matanzas y La Habana (1835); Manzanillo (1837); Güira de Macurijes, Trinidad y Cienfuegos (1840); Güira de Macurijes (1841) y otros.

Pero el punto más descollante y cruento de las sublevaciones de esclavos se produjo en marzo y noviembre de 1843, cuando las dotaciones de los ingenios Alcancía, de Cárdenas y Triunvirato, de Matanzas, respectivamente, se levantaron en armas, aniquilaron a sus amos, destruyeron sus propiedades y trataron de arrastrar tras de sí a los esclavos de ingenios y cafetales próximos. Sin embargo, los encuentros armados contra tropas regulares fueron desastrosos para los rebeldes a pesar del valor que desplegaron, incluyendo a mujeres que se destacaron como líderes, entre otras las lucumíes Fermina, Carlota y Lucía, la gangá Filomena; y las criollas Camila y Juliana.

En el caso del ingenio Alcancía cayeron 67 esclavos en combate y 132 asesinados en los barracones, más otros muchos que resultaron víctimas de la implacable persecución de los rancheadores y de las tropas.

Un nivel superior de coherencia y organización tuvo la conspiración de José Antonio Aponte y Ulabarra (1811-1812) ver). También fue muy efectivo el capitán de cimarrones, José Dolores, quien al frente de una partida de alrededor de 20 hombres y mujeres operó desde marzo de 1843 hasta enero de 1844 en las regiones de Camarioca, Sabanilla, Guamacaro, Guanábana y Ceiba Mocha, sin que se haya reportado su captura o muerte.

Una atroz carnicería fue desatada por Leopoldo O’Donnell en 1844, quien, bajo el pretexto de haber descubierto un vasto complot de esclavos en Matanzas, conocido como conspiración de La Escalera, llevó a 78 encartados al patíbulo, 600 a presidio, 400 al destierro y 300 a la muerte por torturas durante la sustanciación del proceso.

Fuentes

  • Arcadio Ríos. Hechos y personajes de la Historia de Cuba. Recopilación Bibliográfica. La Habana, 2015. 320 p.
  • FAR. Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). Tomo III. Centro de Historia Militar de las FAR. La Habana, 2006.