Trastornos afectivos conductuales.

Trastornos afectivos conductuales.
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Concepto:Desviaciones que se presentan en el desarrollo de la personalidad de los menores, cuyas manifestaciones conductuales son variables y estables, esencialmente en las relaciones familiares, escolares y en la comunidad. Estas desviaciones tienen como base fundamental las influencias externas asociadas o no a las condiciones internas desfavorables

Los trastornos afectivo-conductuales, a partir de que: tienen una dinámica por la cual se reflejan en la conducta afectaciones importantes en la esfera psicoafectiva, con una conservación primaria de las potencialidades cognitivas, aun cuando se revelan dificultades en el aprendizaje escolar y de conductas adaptativas en las relaciones interpersonales y en la actividad social; la relación dinámica entre lo biológico y lo social es compleja, aunque existe predominio de la influencia de lo social, el funcionamiento de las condiciones biológicas puede tornar al sujeto más vulnerable a dichas influencias sociales desfavorables, fundamentalmente las relaciones comunicativas desde las primeras etapas del desarrollo.

Generalidades

En el análisis de la problemática se precisan por la autora, los aspectos siguientes:

  • Son desviaciones en el desarrollo de la personalidad por su frecuencia, intensidad y relativa estabilidad.
  • La esfera psicológica más dañada es la afectivo-volitiva.
  • Existe una conservación de las potencialidades intelectuales, aun cuando se produzca rechazo y pobre rendimiento en el aprendizaje escolar.
  • Las variadas formas de manifestaciones conductuales tienen el carácter de relativa estabilidad (la gran plasticidad del sistema nervioso y la capacidad de aprendizaje que le es inherente, posibilita que cuando se reestructure oportunamente la situación social de desarrollo, la recuperación sea educativa y favorable).
  • Se produce fundamentalmente por dificultades en las relaciones de comunicación.

Hiperquinesis

Su característica principal es la hiperactividad. No son sinónimos, sino que la hiperactividad es una manifestación, el síntoma principal de la hiperquinesia. La hiperactividad consiste en un aumento de la sensibilidad a todos los estímulos exteriores, provoca múltiples respuestas motoras de la persona, sin un objetivo determinado. La hiperquinesia es una forma caracterizada por una marcada hiperactividad, pero además, por falta de autocontrol, por abundante excitabilidad, por torpeza motriz, actividad voluntaria disminuida, trastornos del sueño, umbral bajo de tolerancia a las frustraciones, impulsividad, distractibilidad, negativismo y labilidad emocional, que hace que la conducta de los sujetos presente una marcada disarmonía. La presencia de hiperactividad en un niño no implica que presente un trastorno de la conducta en forma de hiperquinesia, en cambio el diagnóstico de hiperquinesia como forma de los trastornos de la conducta sí implica una marcada hiperactividad como su característica fundamental junto con el déficit de atención. Los niños con hiperquinesia generalmente son muy impulsivos y desobedientes, negativistas, obstinados; insisten en lograr lo que desean, pero cuando no lo logran se afectan mucho. Son muy distráctiles, con marcadas afectaciones en la atención activa y en especial en la concentración; también presentan muchas dificultades en la memoria, especialmente en los procesos de fijación y reproducción; tienen muy pobre desarrollo volitivo y torpeza motora. Presentan trastornos del sueño, específicamente insomnio. Hay que tener en cuenta que algunos de estos síntomas están directamente relacionados con la educación, fundamentalmente los vinculados con los procesos volitivos; tienen mayor dificultad para concentrar la atención y por ende en los procesos de la memoria se tornan más vulnerables, pero directamente no implica que desarrollen un trastorno de conducta.

Timidez

Presentan muchas dificultades en el proceso docente educativo: estos niños participan en ocasiones con lo primero que les viene a la mente, levantan constantemente la mano aunque no sepan que decir, si se frustran prefieren quedarse con dudas o recibir una mala evaluación, se les puede crear angustias si no se atempera la atención a sus características. En la práctica pedagógica se aprecia que la educadora en el círculo infantil y el maestro en la escuela, erróneamente, se preocupan más por el niño hiperactivo, por el indisciplinado, el desobediente que anda de un lugar para otro sin ningún autocontrol, que por el que es excesivamente tranquilo y “no molesta”, apenas habla, en los primeros momentos pasa inadvertido. Pero, detrás de esa aparente tranquilidad pueden refugiarse problemas emocionales que pueden ser la causa de que este niño presente dificultades en su aprendizaje y en su desarrollo general. Muy pronto empieza a tener lagunas en los conocimientos, a quedar rezagado con relación a los demás; si en estos momentos, el educador no detecta sus dificultades, él no vencerá los objetivos del grado, lo que puede conducir a que pierda el interés por aprender y por la escuela. El niño tímido puede ser detectado oportunamente desde las primeras edades, ya que empieza dando señales que no escapan a la observación de los adultos. Una de las primeras señales se relaciona con su pobre socialización: tendencia a querer estar solo, a apartarse del grupo que está jugando, falta de comunicación oral, porque no se queja ni pide nada, temor a las personas y cosas que le son desconocidas; porque no se defiende de las agresiones de los demás niños; se le ofrece cariño, se “pega” mucho al adulto y prefiere estar más con él que con los niños de su propia edad.

Agresividad

La agresividad es una de las formas que con mayor frecuencia se observa en los niños y adolescentes con trastornos de la conducta; son rebeldes ante las exigencias de los adultos y del medio social en que viven; se sienten “lastimados” con mucha frecuencia, incomprendidos y carentes de ayuda, por lo que reaccionan inadecuadamente ante un medio que consideran hostil. En su origen y desarrollo es posible encontrar la interacción de múltiples factores educativos y es fundamentalmente el resultado de un aprendizaje que hace el sujeto desde sus edades más tempranas. El autor René Vega Vega afirma que “el mejor argumento para dejar de considerar a la agresividad como un instinto es que se aprende con mucha facilidad”. La tendencia de algunos padres a educar a sus hijos mediante diferentes formas de agresión física y/o verbal es tan frecuente, que pudiera considerarse una de las causas principales. Un niño o adolescente con trastornos de la conducta en forma de agresividad suele ser agresivo frente a prácticamente todo: con las personas, los animales, los objetos, e incluso a veces hacia sí mismo. La agresividad se convierte para él en una forma habitual de relacionarse con el medio, lo que en ocasiones lo hace destructivo, y hasta cruel con aquellos que valora como más débiles. Cuando la agresividad se constituye en una forma de los trastornos de la conducta, se manifiesta en todas las direcciones de la actuación del menor: son agresivos en la familia, en el barrio, en la escuela y aun solos, suelen autoagredirse. Esta agresividad se puede expresar, tanto en forma verbal, como física, incluso con gestos, mímica. La agresividad tiene varios niveles de complejidad, desde un mecanismo de defensa de la persona frente a la hostilidad del medio, hasta la agresividad que produce satisfacción o disfrute de la personalidad, como suele ocurrir con la personalidad sádica, aunque esta característica se revela más tarde en el desarrollo. Para poder establecer la agresividad como una forma de los trastornos de la conducta, es necesario que esta se instaure con determinada estabilidad en el comportamiento del menor, que se manifieste con cierta regularidad y frecuencia. Un niño puede reaccionar con agresividad frente a uno de los miembros de la familia que no le comprenda o que lo agreda sistemáticamente y sin embargo, ser un niño dócil, afectivo y cariñoso con los compañeros del aula, maestros, etc. En este caso no se trata de untrastorno de la conducta propiamente dicho. Los menores con trastornos de conducta, donde la agresividad es su principal característica, tienen una historia que se remonta a la más temprana infancia; generalmente padecen desde muy pequeños de frecuentes “perretas”, son niños muy irritables, con un bajo nivel de tolerancia a las frustraciones, con una baja autoestima, muy sensibles frente a las relaciones sociales, con tendencias a querer ser el centro de la atención y pretender ser favoritos dentro de su grupo. Estos menores tienen una expresión exaltada de sus emociones, con movimientos del cuerpo y gestos faciales muy marcados, una mímica muy expresiva, son muy negativistas, con tendencias a ignorar las solicitudes del adulto, muchas veces disfrutan con la molestia que producen, aunque generalmente existe una manifestación de disforia, con irritabilidad y angustia por el hecho de haber sido agredidos con anterioridad. Se enfatiza la idea de que estas manifestaciones se forman, se gestan desde edades tempranas debidas, básicamente, a una deficiente conducción educativa.

Fugas

Pueden presentarse en cualquier niño. En aquellos que presentan trastornos de la conducta, las fugas tienen un motivo bien determinado, no son el resultado de un simple arrebato o necesidad de vagabundear. Un niño puede fugarse ocasionalmente de la escuela o simplemente no asistir y quedarse en otro lugar esperando que llegue la hora de regresar a su casa; sin embargo, no siente la misma necesidad de fugarse de su casa, por lo que en este caso no se trata de un trastorno de conducta, hay que encontrar la razón específica por la cual decidió fugarse del centro escolar. Cuando hay un trastorno de la conducta asociado a las fugas, estas se manifiestan en cualquier contexto donde el menor tenga que responder ante determinadas reglas, porque la conducta de fuga llega de por sí a convertirse en un hábito, en una necesidad que casi siempre resulta placentera para el menor. ¿De qué se fugan? Puede ser de los malos tratos y de la falta de independencia a que generalmente están sometidos desde pequeños, de la incomprensión, de la falta de realización como personalidades, de la constante insatisfacción de sus deseos infantiles o juveniles; en otras palabras, de un ambiente frustrante. Las regularidades de la personalidad de estos menores son disímiles. Pueden manifestar desacato ante la autoridad y contradecir lo que se les orienta, tienen una marcada tendencia a deambular, muchas veces sin un rumbo definido, gustan de las aventuras, disfrutan con la evasión, se sienten bien cuando se fugan, no siempre experimentan sentimientos de culpa o de arrepentimiento; se aprecian sentimientos de superioridad en relación con otros; sin embargo, les caracteriza una marcada inmadurez de la personalidad, son ansiosos, obstinados, descuidados en su aseo personal, tienen tendencia a la soledad, a la depresión, son muy inestables emocionalmente y rechazan las instituciones. Estos menores pasan mucho tiempo fuera de la casa deambulando hasta tarde, con otros mayores que tienen experiencias.

Inadaptaciones neuróticas

Cualquiera que sea la forma del trastorno, la inadaptación aparece como uno de sus síntomas; sin embargo, hay menores donde las variadas formas de inadaptación constituyen el síntoma fundamental, por lo que algunos autores lo tratan como una forma. Realmente se evidencian síntomas variados y no estructurados que se integran en la manifestación de inadaptación. Es necesario que los especialistas realicen un adecuado diagnóstico diferencial entre la inadaptación neurótica como forma de los trastornos de la conducta y: (a) la neurosis totalmente estructurada en que el cuadro tiene una mayor delimitación sintomática y que generalmente puede aparecer desde los finales de la edad adolescente y juventud; (b) los trastornos situacionales transitorios, teniendo en cuenta para ello su mayor estabilidad y menor dependencia de factores específicos desencadenantes, como suele ocurrir en los últimos. Es necesario hacer un análisis del desarrollo para poder diagnosticarla. La inadaptación en su forma neurótica debe considerarse como una forma de los trastornos de la conducta, donde la ansiedad es una de las características más relevantes. La ansiedad como síntoma ha recibido siempre diferentes tratamientos en dependencia de las diferentes concepciones autorales. Algunos autores la describen como un síntoma independiente, otros formando parte de la angustia, otros la hacen equivalente a la propia angustia. La angustia es, en sí misma, una manifestación de la ansiedad en la cual aparece una sintomatología somática. La ansiedad ha sido descrita como una intranquilidad penosa de la mente, como un estado de tensión que puede acompañarse de un terror inexpresable, o como una sensación de expectación aprehensiva ante cualquier situación de “amenaza” para la personalidad. También la ansiedad puede caracterizarse por la indecisión al actuar, es decir, como una conducta de fracaso. La ansiedad es la vivencia psicológica, emocional, de amenaza o de inminente peligro, experimentada por un sujeto que desconoce sus causas; cuando deriva en angustia se acompaña de vivencias somáticas (alteraciones del sueño, terrores nocturnos, pesadillas); en la alimentación anorexia, bulimia; en los hábitos enuresis El miedo también es una vivencia emocional, pero a diferencia de la ansiedad, el sujeto conoce el peligro y es capaz de representárselo. En los niños, muchas veces son abundantes las experiencias negativas capaces de originar reacciones de ansiedad, de angustia y de miedo. Entre los problemas de inadaptación neurótica como una forma de los trastornos de la conducta, se destaca el referido a la inadaptación escolar; problema este que solo debe ser considerado un trastorno de la conducta cuando la inadaptación alcanza la condición de reacciones fóbicas. Las causas de estas reacciones pueden ser los métodos inadecuados (permisividad, sobreprotección) antes del inicio de la vida escolar. De manera general se presentan como regularidades de su personalidad: marcada dependencia familiar, rasgos de agresividad, de ansiedad, evidente rechazo al maestro, al grupo escolar y a la escuela. Esta forma tiene una lenta evolución y su pronóstico es de positivo a reserva do, en dependencia de un diagnóstico precoz y del adecuado tratamiento psicoterapéutico.

Conductas delictivas

Son variadas las definiciones y las consideraciones a partir de las características de la personalidad de los menores comisores de delitos; hay autores que los ubican dentro de lo que ellos llaman franco trastorno de la personalidad, otros argumentan que aún la personalidad de un menor no se encuentra totalmente desarrollada. Las conductas delictivas o disociales no constituyen en sí mismas una forma de los trastornos de la conducta, sino que resultan de la combinación de varias características de los trastornos de la conducta que, sobre la base de un marco social negativo, de un ambiente de influencias educativas deformantes, conducen paulatinamente al desarrollo de formas de comportamientos que pueden desembocar en conductas que llegan a representar un peligro social. Las conductas delictivas deben ser consideradas como una forma especial de los trastornos de la conducta que abarcan las características principales de cualquiera de las formas estudiadas. Las conductas delictivas en niños y adolescentes tienen en su génesis una evidente influencia negativa de adultos. No siempre se puede establecer una relación directa entre el menor que delinque y un familiar cercano con conductas o antecedentes delictivos, pero lo que sí siempre se puede establecer es una estrecha relación entre estas conductas y una educación deficiente con errores que van desde la nociva sobreprotección hasta la ausencia total de atención al menor. Generalmente son niños que se desarrollan desde edades tempranas en un medio deficiente. Estos menores por lo general, son educados desde edades muy tempranas faltos de afecto, de atención psicológica y material, carentes de hábitos; en cuanto tienen 3 o 4 años comienzan a pasar demasiado tiempo en la calle, se acuestan tarde; por lo general la mayoría de ellos no fue nunca a un círculo infantil, algunos abandonaron la escuela en los primeros grados de la enseñanza media. Existen niños disociales que provienen de hogares cuyos padres poseen un elevado nivel económico y hasta cultural; el menor no carece de nada material y por el contrario lo tiene “todo”, a diferencia del que se educa en un total abandono, es objeto de una desmedida sobreprotección, o permisividad, donde no se establecen límites entre lo que merece, lo que le corresponde y lo que aún no ha alcanzado, generalmente le proporcionan más lo material que los afectos. Tampoco aprenden a conocer las reglas, a distinguir las normas más elementales de convivencia social. La futura personalidad de los menores con conductas disociales muestra signos de inadaptación emocional desde las edades más tempranas. Suelen ser desde pequeños: hipersensibles, tercos, muy dados a las “perretas”, dominantes; una vez que alcanzan la edad escolar tienden a fugarse con determinada frecuencia del hogar y a deambular por las calles. Hasta los 7 u 8 años, e incluso hasta la adolescencia, son bastante destructivos, malhumorados, mentirosos, desafiantes frente a la autoridad de los adultos, avariciosos y en ocasiones se aprecia en ellos algunas conductas sádicas con animales indefensos y conductas muy agresivas con otros niños menores que ellos. Otras características encontradas en estos menores son: una persistente despreocupación por los derechos y el bienestar de los demás, por lo general exigen mucho y pocas veces ofrecen algo, suelen ser precoces en la actividad sexual, tienen baja tolerancia a las frustraciones, se deprimen fácilmente, no son autocríticos, son provocativos, suelen utilizar mucho las conductas manipuladoras, son muy rebeldes; cuando asisten a la escuela tienen muy bajo rendimiento escolar y suelen crear dentro del aula serios problemas al educador y a los demás niños; tienen una baja autoestima y una pobre autovaloración.

Fuentes