Diferencia entre revisiones de «Céspedes y Agramonte (artículo escrito por José Martí)»
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− | == | + | '''Céspedes y Agramonte'''. Texto patriótico escrito por [[José Martí]] y publicado en el periódico [[El Avisador Cubano]] en [[Nueva York]], el [[10 de octubre]] de [[1888]]. En el mismo, el autor sintetiza las cualidades físicas y morales de dos grandes revolucionarios cubanos: [[Carlos Manuel de Céspedes]] e [[Ignacio Agramonte y Loynaz]] haciendo un recuento épico de sus vidas como defensores de la libertad cubana. El texto también muestra un equilibrio en el análisis histórico, un reconocimiento a la figura de aquellos que, a pesar de las grandes riquezas que poseían, lo echaron todo a un lado para forjar la patria nueva. |
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+ | El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o elambicioso: el buen cubano, no. De Céspedes el ímpetu, y deAgramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo eimperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacioazul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte lapurificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerzacomo de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones yjusticias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aúnquedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto parala epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar delos hombres sublimes. Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta delos yerros, que nunca será tanta como la de las grandezas. Hoy esfiesta, y lo que queremos es volverlos a ver al uno en pie, audaz ymagnífico, dictando de un ademán, al disiparse la noche, la creaciónde un pueblo libre, y al otro tendido en sus últimas ropas, cruzado dellátigo el rostro angélico, vencedor aun en la muerte. ¡Aún se puedevivir, puesto que vivieron a nuestros ojos hombres tales!Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, parasaber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón decarey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacablequitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita auna tigre su último cachorro. ¡Tal majestad debe inundar cl almaentonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella! ¿Quiénno conoce nuestros días de cuna? Nuestra espalda era llagas, ynuestro rostro recreo favorito de la mano del tirano. Ya no habíapaciencia para más tributo, ni mejillas para más bofetones. Hervía laIsla. Vacilaba la Habana. Las Villas volvían los ojos a Occidente.Piafaba Santiago indeciso. "¡Lacayos, lacayos!'" escribe al CamagüeyIgnacio Agramonte desconsolado. Pero en Bayamo rebosaba la ira. Lalogia bayamesa juntaba en su círculo secreto, reconocido comoautoridad por Manzanillo y Holguín, y Jiguaní y las Tunas, a losabogados y propietarios de la comarca, a Maceos y Figueredo, aMilaneses y Céspedes, a Palmas y Estradas, a Aguilera, presidente porsu caudal y su bondad, y a un moreno albañil, al noble García. En lapiedra en bruto trabajan a la vez las dos manos, la blanca y la negra:¡seque Dios la primera mano que se levante contra la otra! No cabíaduda, no; era preciso alzarse en guerra. Y no se sabía cómo, ni conqué ayuda, ni cuándo se decidiría la Habana, de donde volviódescorazonado Pedro Figueredo cuando por Manzanillo, en cuyosconsejos dominaba Céspedes, lo buscan por guía los que le vencentellear los ojos. ¡La tierra se alza en montañas, y en estoshombres los pueblos! Tal vez Bayamo desea más tiempo; afín no sedecide la junta de la logia; ¡acaso esperen a decidirse cuando tenganal cuello al enemigo vigilante! ¿Que un alzamiento es como un encaje,que se borda a la luz hasta que no queda una hebra suelta? ¡Si no los arrastramos, jamás se determinarán! Y tras unos instantes de silencio,en que los héroes bajaron la cabeza para ocultar sus lágrimassolemnes, aquel pleitista, aquel amo de hombres, aquel negocianterevoltoso, se levantó como por increíble claridad transfigurado. Y nofue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunióa sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos.La voz cunde: acuden con sus siervos libres y con sus amigos losconspiradores, que, admirados por su atrevimiento, aclaman jefe aCéspedes en el potrero de Mabay; caen bajo Mármol Jiguaní y Holguín;con Céspedes a la cabeza adelanta Marcano sobre Bayamo; las armasson machetes de buen filo, rifles de cazoleta, y pistolones comidos deherrumbre, atados al cabo por tiras de majagua. Ya ciñen a Bayamo,donde vacila el Gobernador, que los cree levantados en apoyo de suamigo Prim. Y era el diecinueve por la mañana, en todo el brillo delsol, cuando la cabalgata libertadora pasa en orden el río que pareciómás ancho. ¡No es batalla, sino fiesta! Los más pacíficos salen aunírseles, y sus esclavos con ellos; viene a su encuentro la caballeríaespañola, y de un machetazo desbarban al jefe; llévanselo en brazosal refugio del cuartel sus soldados despavoridos. Con piedras cubiertasde algodón encendido prenden los cubanos el techo del cuartelempapado en petróleo, a falta de bombas. La guarnición se rinde, ycon la espada a la cintura pasa por las calles entre las filas delvencedor respetuoso. Céspedes ha organizado el Ayuntamiento, se hatitulado Capitán General, ha decidido con su empeño que el préstamoinevitable sea voluntario y no forzoso, ha arreglado en cuatronegociados la administración, escribe a los pueblos que acaba denacer la República de Cuba, escoge para miembros del Municipio avarios españoles. Pone en paz a los ceo ¡osos; con los indiferentes esmagnánimo; confirma su mando por la serenidad con que lo ejerce. Eshumano y conciliador. Es firme y suave.Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en obrar, se vecomo con derechos propios y personales, como con derechos de padre,sobre su obra. Asistió en lo interior de su mente al misterio divino delnacimiento de un pueblo en la voluntad de un hombre, y no se vecomo mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de lalibertad, que ha entrado vivo en el cielo de los redentores. No leparece que tengan derecho a aconsejarle los que no tuvieron decisiónpara precederle. Se mira como sagrado, y no duda de que debaimperar su juicio. Tal vez no atiende a que él es como el árbol másalto del monte, pero que sin el monte no puede erguirse el árbol.Jamás se le vuelve a ver como en aquellos días de autoridad plena;porque los hombres de fuerza original sólo la enseñan íntegra cuandola pueden ejercer sin trabas. Cuando el monte se le echa encima;cuando comienza a ver que la revolución es algo más que elalzamiento de las ideas patriarcales; cuando la juventud apostólica lesale con las tablas de la ley al paso; cuando inclina la cabeza, con | ||
+ | penas de martirio, ante los inesperados colaboradores, es acaso tangrande, dado el concepto que tenia de si, como cuando decide, en lasoledad épica, guiar a su pueblo informe a la libertad por métodosrudimentarios, como cuando en el júbilo del triunfo no venga la sangrecubana vertida por España en la cabeza de los españoles, sino que lossienta a su lado en el gobierno, con el genio del hombre de Estado.Luego se obscurece: se considera como desposeído de lo que lepareció suyo por fuerza de conquista; se reserva arrogante la energíaque no le dejan ejercer sin más ley que la de su fe ciega en la uniónimpuesta por obra sobrenatural entre su persona y la República; perojamás, en su choza de guano, deja de ser el hombre majestuoso quesiente e impone la dignidad de la patria. Baja de la presidenciacuando se lo manda el país, y muere disparando sus últimas balascontra el enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una mesarústica versos de tema sublime.¡Mañana, mañana sabremos si por sus vías bruscas y originaleshubiéramos llegado a la libertad antes que por las de sus émulos; silos medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no hansido los que pusieron a la patria, creada por el héroe, a la merced delos generales de Alejandro; si no fue Céspedes, de sueños heroicos ytrágicas lecturas, el hombre a la vez refinado y primario, imitador ycreador, personal y nacional, augusto por la benignidad y elacontecimiento, en quien chocaron, como en una peña,despedazándola en su primer com bate, las fuerzas rudas de un paísnuevo, y las aspiraciones que encienden en la sagrada juventud elconocimiento del mundo libre y la pasión de la República! En tanto, ¡sébendito, hombre de mármol!¿Y aquél del Camagüey, aquel diamante con alma de beso? Ama a suAmalia locamente; pero no la invita a levantar casa sino cuandovuelve de sus triunfos de estudiante en la Habana, convencido de quetienen todavía mejilla aquellos señores para años: "no valen paranada ¡para nada!" Y a los pocos días de llegar al Camagüey, la Au-diencia lo visita, pasmada de tanta autoridad y moderación enabogado tan joven; y por las calles dicen: "¡ése!"; y se siente lapresencia de una majestad, pero ¡no él, no él! que hasta que su mujerno le cosió con sus manos la guajira azul para irse a la guerra, nocreyó que habían comenzado sus bodas.Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabello negroencajaba como en un casco, era de seda, blanca y tersa, como paraque la besase la gloria: oía más que hablaba, aunque tenía la únicaelocuencia estimable, que es la que arranca de la limpieza delcorazón; se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito; se lehumedecían los ojos cuando pensaba en el heroísmo, o cuando sabiade una desventura, o cuando el amor le besaba la mano: "¡le tengomiedo a tanta felicidad!" Leía des pacio obras serias. Era un ángel para | ||
+ | defender, y un niño para aca riciar. De cuerpo era delgado, y más finoque recio, aunque de mucha esbeltez. Pero vino la guerra, domó de laprimera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza delcuerpo, la exaltación de la virtud. Era como si por donde los hombrestienen corazón tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan losastros; y al recordarlo, suelen sus amigos hablar de él con unción,como se habla en las noches claras, y como si llevasen descubierta lacabeza.¡Acaso no hay otro hombre que en grado semejante haya sometido enhoras de tumulto su autoridad natural a la de la patria! ¡Acaso no hayaromance más bello que el de aquel guerrero, que volvía de sus gloriasa descansar, en la casa de palmas, junto a su novia y su hijo! "¡jamás,Amalia, jamás seré militar cuando acabe la guerra! Hoy es grandeza, ymañana será crimen. ¡Yo te lo juro por él, que ha nacido libre! Mira,Amalia: aquí colgaré mi rifle, y allí, en aquel rincón donde le di elprimer beso a mi hijo, colgaré mi sable". Y se inclinaba el héroe, sinmás tocador que los ojos de su esposa, a que con las tijeras decoserle las dos mudas de dril en que lucía tan pulcro y hermoso, lecortase, para estar de gala en el santo de su hijo, los cabellos largos.¿Y aquél era el que a paso de gloria mandaba el ejercicio de su gente,virgen y gigantesco como el monte donde escondía la casa de palmasde su compañera, donde escondía "El Idilio"? ¿Aquél el que arengaba asus tropas con voz desconocida, e inflamaba su patriotismo conarranques y gestos soberanos? ¿Aquél el que tenía porentretenimiento saltar tan alto con su alazán Mambí la cerca, que sele veía perder el cuerpo en la copa de los árboles? ¿Aquél el quejamás permite que en la pelea se le adelante nadie, y cuando le vieneen un encuentro el Tigre al frente, el Tigre jamás vencido brazo abrazo, pica hondo al Mambí para que no se lo sujeten, y con la espadade Mayor, y la que le relampaguea en los ojos, tiene el machete delTigre a raya? ¿Aquél que cuando le profana el español su casa nupcial,se va solo, sin más ejército que Elpidio Mola, a rondar, mano al cinto,el campamento en que le tienen cautivos sus amores? ¿Aquél quecuando mil españoles le llevan preso al amigo, da sobre ellos contreinta caballos, se les mete por entre las ancas, y saca al amigolibre? ¿Aquél que, sin más ciencia militar que el genio, organiza lacaballería, rehace el Camagüey deshecho, mantiene en los bosquestalleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos, y se vale desu renombre para servir con él al prestigio de la ley, cuando era elúnico que, acaso con beneplácito popular, pudo siempre desafiarla?¡Aquél era; el amigo de su mulato Ramón Agüero; el que enseñó a leera su mulato con la punta del cuchillo en las hojas de los árboles, elque despedía en sigilo decoroso sus palabras austeras, y parecía quecuraba como médico cuando censuraba como general; el que cuandono podía repartir, por ser pocos, los buniatos o la miel. hacía cubalibre | ||
+ | non la miel para que alcanzase a sus oficiales, o le daba los buniatosa su caballo, antes que comérselos él solo; el que ni en sí ni en losdemás humilló nunca al hombre! Pero jamás fue tan grande, ni auncuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír lacensura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlorey por el poder como lo era por la virtud, se puso en pie, alarmado ysoberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras: | ||
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+ | El Avisador Cubano, Nueva York, 10 de octubre de 1888. | ||
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*[[José Martí]] | *[[José Martí]] | ||
*[[Carlos Manuel de Céspedes]] | *[[Carlos Manuel de Céspedes]] | ||
*[[Ignacio Agramonte]] | *[[Ignacio Agramonte]] | ||
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==Fuentes== | ==Fuentes== | ||
+ | *Céspedes y Agramonte. Disponible en:[http://www.josemarti.cu/wp-content/uploads/2014/06/Cespedes_y_Agramonte.pdf Josemarti]. Consultado el 3 de septiembre de 2020. | ||
*Toledo Sande, L. [[1996]]. Cesto de llamas. Biografía de José Martí. La Habana: Editorial Ciencias Sociales. | *Toledo Sande, L. [[1996]]. Cesto de llamas. Biografía de José Martí. La Habana: Editorial Ciencias Sociales. | ||
*Vitier, C. [[1995]]. Cuadernos Martianos II. La Habana: Editorial Pueblo y Educación. | *Vitier, C. [[1995]]. Cuadernos Martianos II. La Habana: Editorial Pueblo y Educación. | ||
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Revisión del 10:29 3 sep 2020
Céspedes y Agramonte | |
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Artículo | |
Autores | José Martí |
Céspedes y Agramonte. Texto patriótico escrito por José Martí y publicado en el periódico El Avisador Cubano en Nueva York, el 10 de octubre de 1888. En el mismo, el autor sintetiza las cualidades físicas y morales de dos grandes revolucionarios cubanos: Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte y Loynaz haciendo un recuento épico de sus vidas como defensores de la libertad cubana. El texto también muestra un equilibrio en el análisis histórico, un reconocimiento a la figura de aquellos que, a pesar de las grandes riquezas que poseían, lo echaron todo a un lado para forjar la patria nueva.
Escrito entero
CÉSPEDES Y AGRAMONTE El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o elambicioso: el buen cubano, no. De Céspedes el ímpetu, y deAgramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo eimperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacioazul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte lapurificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerzacomo de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones yjusticias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aúnquedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto parala epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar delos hombres sublimes. Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta delos yerros, que nunca será tanta como la de las grandezas. Hoy esfiesta, y lo que queremos es volverlos a ver al uno en pie, audaz ymagnífico, dictando de un ademán, al disiparse la noche, la creaciónde un pueblo libre, y al otro tendido en sus últimas ropas, cruzado dellátigo el rostro angélico, vencedor aun en la muerte. ¡Aún se puedevivir, puesto que vivieron a nuestros ojos hombres tales!Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, parasaber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón decarey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacablequitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita auna tigre su último cachorro. ¡Tal majestad debe inundar cl almaentonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella! ¿Quiénno conoce nuestros días de cuna? Nuestra espalda era llagas, ynuestro rostro recreo favorito de la mano del tirano. Ya no habíapaciencia para más tributo, ni mejillas para más bofetones. Hervía laIsla. Vacilaba la Habana. Las Villas volvían los ojos a Occidente.Piafaba Santiago indeciso. "¡Lacayos, lacayos!'" escribe al CamagüeyIgnacio Agramonte desconsolado. Pero en Bayamo rebosaba la ira. Lalogia bayamesa juntaba en su círculo secreto, reconocido comoautoridad por Manzanillo y Holguín, y Jiguaní y las Tunas, a losabogados y propietarios de la comarca, a Maceos y Figueredo, aMilaneses y Céspedes, a Palmas y Estradas, a Aguilera, presidente porsu caudal y su bondad, y a un moreno albañil, al noble García. En lapiedra en bruto trabajan a la vez las dos manos, la blanca y la negra:¡seque Dios la primera mano que se levante contra la otra! No cabíaduda, no; era preciso alzarse en guerra. Y no se sabía cómo, ni conqué ayuda, ni cuándo se decidiría la Habana, de donde volviódescorazonado Pedro Figueredo cuando por Manzanillo, en cuyosconsejos dominaba Céspedes, lo buscan por guía los que le vencentellear los ojos. ¡La tierra se alza en montañas, y en estoshombres los pueblos! Tal vez Bayamo desea más tiempo; afín no sedecide la junta de la logia; ¡acaso esperen a decidirse cuando tenganal cuello al enemigo vigilante! ¿Que un alzamiento es como un encaje,que se borda a la luz hasta que no queda una hebra suelta? ¡Si no los arrastramos, jamás se determinarán! Y tras unos instantes de silencio,en que los héroes bajaron la cabeza para ocultar sus lágrimassolemnes, aquel pleitista, aquel amo de hombres, aquel negocianterevoltoso, se levantó como por increíble claridad transfigurado. Y nofue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunióa sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos.La voz cunde: acuden con sus siervos libres y con sus amigos losconspiradores, que, admirados por su atrevimiento, aclaman jefe aCéspedes en el potrero de Mabay; caen bajo Mármol Jiguaní y Holguín;con Céspedes a la cabeza adelanta Marcano sobre Bayamo; las armasson machetes de buen filo, rifles de cazoleta, y pistolones comidos deherrumbre, atados al cabo por tiras de majagua. Ya ciñen a Bayamo,donde vacila el Gobernador, que los cree levantados en apoyo de suamigo Prim. Y era el diecinueve por la mañana, en todo el brillo delsol, cuando la cabalgata libertadora pasa en orden el río que pareciómás ancho. ¡No es batalla, sino fiesta! Los más pacíficos salen aunírseles, y sus esclavos con ellos; viene a su encuentro la caballeríaespañola, y de un machetazo desbarban al jefe; llévanselo en brazosal refugio del cuartel sus soldados despavoridos. Con piedras cubiertasde algodón encendido prenden los cubanos el techo del cuartelempapado en petróleo, a falta de bombas. La guarnición se rinde, ycon la espada a la cintura pasa por las calles entre las filas delvencedor respetuoso. Céspedes ha organizado el Ayuntamiento, se hatitulado Capitán General, ha decidido con su empeño que el préstamoinevitable sea voluntario y no forzoso, ha arreglado en cuatronegociados la administración, escribe a los pueblos que acaba denacer la República de Cuba, escoge para miembros del Municipio avarios españoles. Pone en paz a los ceo ¡osos; con los indiferentes esmagnánimo; confirma su mando por la serenidad con que lo ejerce. Eshumano y conciliador. Es firme y suave.Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en obrar, se vecomo con derechos propios y personales, como con derechos de padre,sobre su obra. Asistió en lo interior de su mente al misterio divino delnacimiento de un pueblo en la voluntad de un hombre, y no se vecomo mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de lalibertad, que ha entrado vivo en el cielo de los redentores. No leparece que tengan derecho a aconsejarle los que no tuvieron decisiónpara precederle. Se mira como sagrado, y no duda de que debaimperar su juicio. Tal vez no atiende a que él es como el árbol másalto del monte, pero que sin el monte no puede erguirse el árbol.Jamás se le vuelve a ver como en aquellos días de autoridad plena;porque los hombres de fuerza original sólo la enseñan íntegra cuandola pueden ejercer sin trabas. Cuando el monte se le echa encima;cuando comienza a ver que la revolución es algo más que elalzamiento de las ideas patriarcales; cuando la juventud apostólica lesale con las tablas de la ley al paso; cuando inclina la cabeza, con penas de martirio, ante los inesperados colaboradores, es acaso tangrande, dado el concepto que tenia de si, como cuando decide, en lasoledad épica, guiar a su pueblo informe a la libertad por métodosrudimentarios, como cuando en el júbilo del triunfo no venga la sangrecubana vertida por España en la cabeza de los españoles, sino que lossienta a su lado en el gobierno, con el genio del hombre de Estado.Luego se obscurece: se considera como desposeído de lo que lepareció suyo por fuerza de conquista; se reserva arrogante la energíaque no le dejan ejercer sin más ley que la de su fe ciega en la uniónimpuesta por obra sobrenatural entre su persona y la República; perojamás, en su choza de guano, deja de ser el hombre majestuoso quesiente e impone la dignidad de la patria. Baja de la presidenciacuando se lo manda el país, y muere disparando sus últimas balascontra el enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una mesarústica versos de tema sublime.¡Mañana, mañana sabremos si por sus vías bruscas y originaleshubiéramos llegado a la libertad antes que por las de sus émulos; silos medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no hansido los que pusieron a la patria, creada por el héroe, a la merced delos generales de Alejandro; si no fue Céspedes, de sueños heroicos ytrágicas lecturas, el hombre a la vez refinado y primario, imitador ycreador, personal y nacional, augusto por la benignidad y elacontecimiento, en quien chocaron, como en una peña,despedazándola en su primer com bate, las fuerzas rudas de un paísnuevo, y las aspiraciones que encienden en la sagrada juventud elconocimiento del mundo libre y la pasión de la República! En tanto, ¡sébendito, hombre de mármol!¿Y aquél del Camagüey, aquel diamante con alma de beso? Ama a suAmalia locamente; pero no la invita a levantar casa sino cuandovuelve de sus triunfos de estudiante en la Habana, convencido de quetienen todavía mejilla aquellos señores para años: "no valen paranada ¡para nada!" Y a los pocos días de llegar al Camagüey, la Au-diencia lo visita, pasmada de tanta autoridad y moderación enabogado tan joven; y por las calles dicen: "¡ése!"; y se siente lapresencia de una majestad, pero ¡no él, no él! que hasta que su mujerno le cosió con sus manos la guajira azul para irse a la guerra, nocreyó que habían comenzado sus bodas.Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabello negroencajaba como en un casco, era de seda, blanca y tersa, como paraque la besase la gloria: oía más que hablaba, aunque tenía la únicaelocuencia estimable, que es la que arranca de la limpieza delcorazón; se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito; se lehumedecían los ojos cuando pensaba en el heroísmo, o cuando sabiade una desventura, o cuando el amor le besaba la mano: "¡le tengomiedo a tanta felicidad!" Leía des pacio obras serias. Era un ángel para defender, y un niño para aca riciar. De cuerpo era delgado, y más finoque recio, aunque de mucha esbeltez. Pero vino la guerra, domó de laprimera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza delcuerpo, la exaltación de la virtud. Era como si por donde los hombrestienen corazón tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan losastros; y al recordarlo, suelen sus amigos hablar de él con unción,como se habla en las noches claras, y como si llevasen descubierta lacabeza.¡Acaso no hay otro hombre que en grado semejante haya sometido enhoras de tumulto su autoridad natural a la de la patria! ¡Acaso no hayaromance más bello que el de aquel guerrero, que volvía de sus gloriasa descansar, en la casa de palmas, junto a su novia y su hijo! "¡jamás,Amalia, jamás seré militar cuando acabe la guerra! Hoy es grandeza, ymañana será crimen. ¡Yo te lo juro por él, que ha nacido libre! Mira,Amalia: aquí colgaré mi rifle, y allí, en aquel rincón donde le di elprimer beso a mi hijo, colgaré mi sable". Y se inclinaba el héroe, sinmás tocador que los ojos de su esposa, a que con las tijeras decoserle las dos mudas de dril en que lucía tan pulcro y hermoso, lecortase, para estar de gala en el santo de su hijo, los cabellos largos.¿Y aquél era el que a paso de gloria mandaba el ejercicio de su gente,virgen y gigantesco como el monte donde escondía la casa de palmasde su compañera, donde escondía "El Idilio"? ¿Aquél el que arengaba asus tropas con voz desconocida, e inflamaba su patriotismo conarranques y gestos soberanos? ¿Aquél el que tenía porentretenimiento saltar tan alto con su alazán Mambí la cerca, que sele veía perder el cuerpo en la copa de los árboles? ¿Aquél el quejamás permite que en la pelea se le adelante nadie, y cuando le vieneen un encuentro el Tigre al frente, el Tigre jamás vencido brazo abrazo, pica hondo al Mambí para que no se lo sujeten, y con la espadade Mayor, y la que le relampaguea en los ojos, tiene el machete delTigre a raya? ¿Aquél que cuando le profana el español su casa nupcial,se va solo, sin más ejército que Elpidio Mola, a rondar, mano al cinto,el campamento en que le tienen cautivos sus amores? ¿Aquél quecuando mil españoles le llevan preso al amigo, da sobre ellos contreinta caballos, se les mete por entre las ancas, y saca al amigolibre? ¿Aquél que, sin más ciencia militar que el genio, organiza lacaballería, rehace el Camagüey deshecho, mantiene en los bosquestalleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos, y se vale desu renombre para servir con él al prestigio de la ley, cuando era elúnico que, acaso con beneplácito popular, pudo siempre desafiarla?¡Aquél era; el amigo de su mulato Ramón Agüero; el que enseñó a leera su mulato con la punta del cuchillo en las hojas de los árboles, elque despedía en sigilo decoroso sus palabras austeras, y parecía quecuraba como médico cuando censuraba como general; el que cuandono podía repartir, por ser pocos, los buniatos o la miel. hacía cubalibre non la miel para que alcanzase a sus oficiales, o le daba los buniatosa su caballo, antes que comérselos él solo; el que ni en sí ni en losdemás humilló nunca al hombre! Pero jamás fue tan grande, ni auncuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír lacensura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlorey por el poder como lo era por la virtud, se puso en pie, alarmado ysoberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras:
El Avisador Cubano, Nueva York, 10 de octubre de 1888.
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