Joaquín Jovellar y Soler

Joaquín Jovellar y Soler
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Gobernador de Cuba (1873-1874; 1876-1878)
NombreJoaquín Jovellar y Soler
Nacimiento1819
Palma de Mallorca Bandera de España España
Fallecimiento1892
Madrid Bandera de España España
Joaquín Jovellar y Soler. Militar y político español. Se adhirió a la Revolución de septiembre de 1868 y fue ascendido a teniente general en 1871. Nombrado capitán general de Cuba en (1873-1874; 1876-1878). Presidente del gobierno de España en 1875.

Síntesis biográfica

Nació en Palma de Mallorca, España, en 1819. Inició su carrera militar durante la Primera Guerra Carlista, la mayor parte de la década de 1840 estuvo asignado en Cuba. Durante las décadas de los 50 y 60, participó en diferentes campañas militares, recibiendo ascensos y nombramientos. En el año 1873 el presidente de la I República, Emilio Castelar, le nombró capitán general de Cuba. De regreso a España en 1874, obtuvo nuevas designaciones y ascensos. En 1876, fue nombrado otra vez capitán general de Cuba, puesto en el que permanecería hasta 1878. Murió en el año 1892.

Trayectoria y nombramientos

Durante la Primera Guerra Carlistala inició su carrera militar y en década de 1840 estuvo destinado en Cuba. En 1859 fue secretario de campaña del general Leopoldo O'Donnell en la guerra de Marruecos, participando en algunas operaciones militares, entre ellas la batalla de Wad-Ras, donde fue herido el 23 de marzo de 1860. En 1863 recibió el ascenso a brigadier y al año siguiente se le nombró subsecretario del Ministerio de la Guerra. En junio de 1866 resultó nuevamente herido al combatir a la sublevación progresista de los sargentos del cuartel madrileño de San Gil, promovida por el general Juan Prim. No obstante, el hecho de que el gobierno le relegara a continuación incidió notablemente en su ánimo, adhiriéndose a la revolución de 1868, que destronó a Isabel II.

Seis años más tarde fue ascendido a teniente general y en el transcurso del año 1873 el presidente de la I República, Emilio Castelar, le nombró capitán general de Cuba. Desde ese puesto tuvo que hacer frente a la delicada crisis del denominado asunto del Virginius, que provocó un incidente internacional cuando apresó el buque Virginus, por su supuesto auxilio a los insurrectos, y ordenó el fusilamiento de miembros de la tripulación sin tomar en cuenta que entre ellos había británicos y estadounidenses. El conflicto estuvo a punto de causar una guerra con Estados Unidos.

A su regreso a España en 1874 fue designado general en jefe del Ejército del Centro, con el que se sumó a los preparativos del pronunciamiento encabezado por el general Arsenio Martínez Campos en Sagunto para restablecer en el trono a la Casa de Borbón.

Desempeñó por primera vez el cargo de ministro de la Guerra en el primer gobierno presidido por el conservador Antonio Cánovas del Castillo, entre diciembre de 1874 y septiembre de 1875, y además recibió el ascenso a capitán general. Posteriormente fue designado presidente del gobierno que, desde septiembre hasta diciembre de 1875, debía gestionar la celebración de las elecciones para formar las Cortes Constituyentes de la Restauración, y en el cual de nuevo desempeñó el cargo de ministro de la Guerra. Cánovas le conservó como ministro del mismo ramo en el siguiente gobierno y pocos días después fue nombrado otra vez capitán general de Cuba, puesto en el que permanecería entre 1876 y 1878. Años después fue designado capitán general de Filipinas en 1883. A su vuelta a la península en 1885, ocupó una vez más la cartera de Guerra (1885-1886), bajo el primer gobierno de la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, encabezado por el liberal Práxedes Mateo Sagasta.

Capitán general de Cuba

En condiciones desastrosas asumió el 18 de enero de 1876 por segunda vez el mando supremo de Cuba el general Joaquín Jovellar y Soler. El triste privilegio de tomar las riendas del poder colonial en pésima situación no podía, sin embargo, sorprender al Gobernador General. Su período anterior, tan infausto como breve, se inició al desarrollarse los sucesos, tintos de ignominia y de sangre, del Virginius. Las excepcionales prendas de Jovellar no brillaron entonces, a pesar del juicio del panegirista suyo que lo llamó hombre de acrisolada honradez, militar distinguido, el más dulce y justiciero de todos los gobernantes. Tamaña alabanza rebasó los límites de la verdad. Fuera por debilidad de carácter, fuera por natural inclinación a la práctica de procedimientos violentísimos, Jovellar estuvo muy lejos de resultar justo con motivo de las ocurrencias a que dio lugar la captura del Virginius.

Al tomar de nuevo el mando de la Isla, Jovellar se encontró frente a un tenebroso cuadro político, económico y moral. El conde de Valmaseda, fracasado en sus planes y anuncios de exterminar a los soldados de la Revolución, fue separado de la Capitanía General. Lo sucedió interinamente el Segundo Cabo, Buenaventura Carbó, de quien Jovellar recibió el gobierno superior de Cuba. Se creyó en la Metrópoli que, ante la ineficaz labor de Valmaseda, debía venir a la Isla un militar precedido de fama entre los peninsulares, y se escogió a Jovellar. Además de conocer, siquiera a su modo, las cosas y los hombres de Cuba, Jovellar había formado parte del Consejo de Ministros y era personaje influyente en la situación alfonsina, como que en Valencia había proclamado soberano de España al hijo de Isabel II.

El desorden administrativo reinante en la Isla y el cúmulo de evidentes inmoralidades realizadas por elevadas autoridades de la administración pública, antecedentes denunciados y comentados por la prensa periódica de Madrid, habían dado motivo para nombrar un Comisario Regio, dotado con treinta mil pesos, a fin de buscar la manera de poner coto a tanto desmán. Recayó la designación en un exministro de Ultramar, en Tomás Rodríguez Rubí. Estas determinaciones molestaron al conde de Valmaseda, que hasta llegó, tan airado como de costumbre, a formular quejas y protestas. Pero, entablada la lucha entre el Capitán General y el Comisario Regio, bien respaldado en Madrid, la caída del Conde resultó inevitable.

Al posesionarse Jovellar del mando de la Isla se hallaba Rodríguez Rubí enfrascado en la instrucción de más de tres mil expedientes. Aunque uno y otro, Jovellar y Rodríguez Rubí, pretendieron sinceramente arrancar de raíz los graves males observados, todo, al cabo, siguió a merced de peculados y dilapidaciones.

El problema económico demandó de Jovellar atención preferentísima. Pudo consagrársela porque también había venido Arsenio Martínez de Campos, para asumir las funciones de General en jefe. Jovellar, desembarazado de la dirección de las operaciones militares, se entregó al estudio de la solución requerida por la hacienda pública. De acuerdo con el Comisario Regio, expuso en seguida ante la Metrópoli el mal grave y alarmante y señaló los remedios que debían usarse para conjurar la crisis. Los apuros rentísticos de Jovellar no desaparecieron, y momentos hubo en que pareció imposible su sostenimiento. Mas logró que su mando sobreviviese al imperio de la guerra, y desde la Capitanía General, que dejó el 18 de junio de 1878, fue testigo del desastre cubano de el Pacto del Zanjón, principio, después de todo, no de una paz duradera, sino de una nueva tregua para los animadores de la libertad.

Muerte

Murió en Madrid en 1892.

Fuente

/gobernadores_de_cuba.htm]