Micerino

Micerino
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Faraón de la Dinastía IV de Egipto
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Reinado c.2514 a.n.e. -2486 a.n.e.
Sucesor Shepseskaf

Micerino. En egipcio Menkaura, hijo de Kefrén (Baefra) y nieto de Jufu (Keops). Gracias al escaso material artístico conservado, sabemos que tenía rasgos poco majestuosos.

Historia

Micerino y su esposa

Leyes y pirámides

Su política social quedó patente en el siguiente decreto real: «Su Majestad quiere que ningún hombre sea obligado al trabajo forzado, sino que cada cual labore a su gusto». Dicha orden, redactada y rubricada por un escriba, se refería a la construcción de una necrópolis y a la contratación de 50 obreros, e incluye el salario que debían percibir los trabajadores.

Piramide de Micerino

En el Egipto de la IV Dinastía (2500 a.n.e.), esa medida fue profundamente innovadora. Por consiguiente, a nadie debería extrañarle que las relaciones entre «El eterno como las almas de Ra» (significado literal de su nombre) y la nobleza resultaran algo tensas. Su reinado empezó con muy mal pie, en virtud de una maldición divina dada a conocer por el Oráculo de Buto. Con mucha malicia, algunos sacerdotes hostiles le advirtieron que tan sólo ocuparía el trono durante seis años, tras los cuales perecería a fin de purgar sus faltas. Según algunas fuentes, Micerino habría ordenado encender a diario las antorchas del palacio apenas anochecía, alargando así la jornada para burlar la profecía. Se supone que lo consiguió, pues de acuerdo con la bibliografía especializada su reinado se prolongó entre 25 y 60 años. ¿Cuál fue la tónica de su peculiar mandato? Aparte de anular numerosas leyes represivas, dictadas por sus antecesores, Micerino impulsó inusitadas medidas sociales.

Los biógrafos de este faraón, empezando por el griego Herodoto, no escatimaron elogios a la hora de alabar su gobierno. «Si las pirámides eran la prueba perpetua de que en Egipto reinaban los dioses, la libertad que él dio a su pueblo era la prueba perpetua de su amor hacia ellos» dejó escrito el historiador griego. No obstante, es necesario matizar que éste recogió su versión de los sacerdotes egipcios, quienes habían declarado malditos a sus predecesores y que tenían sobradas razones para sentir mayor simpatía por Micerino, debido a su decisión de reabrir los templos y financiar sus actividades con cargo al tesoro real. La pirámide de Micerino completó el famosísimo conjunto de Giza y, al margen de sus connotaciones funerarias y astronómicas, sorprende su modesto tamaño si se compara con las de Keops y Kefrén. El diseño original estipulaba una altura de 30 metros, según se ha descubierto recientemente, pero al final este monumento alcanzó los setenta (hoy degradados a 62), incluyendo el recubrimiento de granito rojo, actualmente desaparecido. Sin entrar en la polémica referida a la particular ubicación y finalidad de las pirámides o al esfuerzo que costó levantarlas, la aportación de Micerino queda sumida en el misterio. Cerca de la suya se completaron monumentos funerarios para su primera mujer y una concubina real llamada Rodopis. A esta mujer le había sido concedido un privilegio sólo reservado a los dirigentes religiosos y militares de máximo rango.

El conjunto de Giza

La influencia de Rodopis parece haber sido considerable. Plinio el Viejo sostuvo en sus Anales que fue ella quien «sugirió» al faraón el emplazamiento de su pirámide personal. Sin embargo, algunos autores contemporáneos, entre ellos Nigel Blundell, consideran que el emplazamiento fue decidido por los sumos sacerdotes. Esta opinión parece más coherente con el hecho de que las tres pirámides de Guiza recrean en la Tierra la configuración estelar de las tres estrellas del Cinturón de Orión, como ha señalado el investigador Robert Bauval.

Una fuente, procedente de las memorias del rey bactriano Diodoto I, respalda la hipótesis de una función astronómica y no simplemente mortuoria de las pirámides. Diodoto recorrió Egipto a mediados del año 250 a.n.e., adelantándose en un par de milenios a los actuales arqueólogos. De acuerdo con su testimonio, Micerino habría pactado con los sacerdotes, asegurándose un nicho en esta obra a cambio de transigir en su diseño y de permitir que se guardaran allí algunos extraños objetos. ¿Cuál fue el legado de este faraón? Su sucesor, Shepseskaf, llegó al trono hacia el 2503 a.n.e. y, saltándose los ceremoniales, se dedicó a abolir la totalidad de sus edictos. El cambio de mandatario facilitó el regreso al régimen tiránico habitual, pero en absoluto logró borrar la impronta de Micerino, que se plasmaría incluso en una nueva concepción artística.

A grandes rasgos, el «pecado» de Micerino consistió en divulgar el concepto de que la inmortalidad no era patrimonio exclusivo del rey, sino de todos los hombres. Los rituales sacerdotales para entrar en la vida eterna representaban hasta entonces un privilegio real y de las clases pudientes. A falta de una adecuada momificación ritual, el camino al Más Allá estaba cerrado para los más humildes. También fue notorio el interés de Micerino por la ciencia. Este faraón tuvo por amigo y mentor al arquitecto Hermón, un constructor de pirámides formado en la tradición del legendario Imhotep, sabio muy versado en medicina, ingeniería, astronomía, arquitectura y magia, a quien se atribuye el diseño de la pirámide escalonada de Saqqara y que sería deificado en la época del Imperio Nuevo.

Dejando de lado los hipotéticos conocimientos que llegara a obtener de Hermón, su fama benevolente generó leyendas que perduraron durante milenios. La famosa reina Cleopatra VII, con un imperio casi extinto, escondió parte de sus tesoros en la pirámide de Micerino, junto con algunos enseres de otros faraones. La idea no le sirvió de mucho, puesto que el califa árabe Al Mammun desvalijó la zona en el 800 d.n.e., aunque al parecer no obtuvo un gran botín.

Al Mammun explicó a sus allegados que en el interior de la pirámide, lejos de hallar las esperadas riquezas, encontró mapas astronómicos, cartas de navegación, extraños metales y un «cristal que no se rompía» (sic). Tal vez mirara en la dirección equivocada, porque en 1830 el arqueólogo inglés Richard Howard-Vyse recuperó un bello sarcófago y diversas piezas que fueron embarcadas rumbo al Reino Unido en la goleta Beatrice. Por desgracia, este navío se hundió justo delante de Cartagena (Murcia), perdiéndose la nave y su cargamento. O, al menos, eso se dictaminó oficialmente por parte de las autoridades.

La tríada de Micerino

Durante las excavaciones de George Reisner en Guiza se localizaron diversas obras escultóricas de magnífica factura y varias que muestran al faraón Micerino entre dos divinidades conocidas como las Tríadas de Micerino. Una de estas obras (JE 40678), ha destacado por su calidad y austera belleza, convirtiéndose en una de las obras más emblemáticas del Museo de El Cairo.

La antigüedad muestra a tres personajes (el monarca flanqueado por dos diosas), de ahí que reciba el nombre de "tríada". Dichas figuras se encuentran adosadas a una amplia pilastra dorsal (de extensión basal), que sirve como elemento unificador y sustentador, pero que también indica que la pieza fue diseñada para ser observada frontalmente. De hecho, la mayor parte de los recursos utilizados en el diseño de dicha obra sólo pueden ser apreciados adecuadamente desde la posición de espectador frontal.

La Triada de Micerinos

Micerino fue representado en actitud de energía contenida, con los brazos a los lados del cuerpo y en una especie de palpitante tensión que, sin embargo, contrasta con la expresión relajada del rostro. La imagen plasma la fortaleza de la juventud del rey, que luce la Corona Blanca, la barba postiza y un faldellín plisado. El monarca ocupa el eje central en un diseño de carácter simétrico y, además, se sitúa en un plano avanzado hacia el espectador; efecto que se subraya aún más con el gesto de colocar avanzado el pie izquierdo (tan avanzado que los dedos de esta extremidad se acercan ajustadamente al borde de la base). Así, el tratamiento técnico permite acentuar la posición del faraón por delante de las figuras femeninas; es decir, Micerino se sitúa por delante de las diosas. De modo que el conjunto de la composición muestra al rey como el máximo protagonista, quedando las figuras femeninas en segundo y hasta en tercer plano. Incluso con detalles como la magnitud y volumen de la corona del Alto Egipto, elevándose en altura, se enfatiza visualmente aún más la relevancia del soberano.

Siguiendo al faraón, y adelantando tímidamente el pie izquierdo, se encuentra Hathor. Esta deidad, cuyo nombre significa "Mansión de Horus", se identificó tradicionalmente con la madre del soberano y, de forma aún más reiterada, como su esposa. En la tríada, Hathor porta su tradicional corona integrada por el disco solar enmarcado entre cuernos de vaca y se presenta en los jeroglíficos con su habitual identificación como “Dama del Sicomoro”. También luce un vestido que se ajusta a lo largo del cuerpo, modelando una figura llena y con curvas, extendiéndose casi hasta los robustos tobillos (detalle estilístico que resulta una característica habitual entre las creaciones del Reino Antiguo). Y aunque desde la perspectiva frontal es imperceptible, en la mano derecha sostiene (casi esconde) el shen, símbolo de la eternidad.

Hathor, en la Tríada de Micerno, se muestran en posición preponderante, respondiendo la iconografía a la intensa vinculación que tuvo la diosa con la realeza. A su vez, por supuesto, hay que tener en cuenta que uno de los recursos legitimadores fundamentales de la divinidad del faraón es su identificación con el dios Horus. Es decir, si Horus es el faraón, entonces Hathor es su esposa. O dicho de otro modo: si el rey es esposo de Hathor, entonces el rey es Horus.

La otra deidad femenina que integra la tríada es portadora del tocado identificador de Bat. Esta diosa, cuya mitología asociada es muy desconocida, fue el emblema de Dióspolis Parva y se adoró en Egipto desde tiempos muy antiguos, aunque terminó siendo eclipsada y absorbida por Hathor. Para plasmar su localización en tercer plano, pero sin romper con el equilibrio del diseño, la diosa tiene las mismas dimensiones que Hathor, aunque sus pies se representaron juntos (lo que implica un alejamiento en contraposición con el avance mostrado más cautelosamente en Hathor y destacadamente en el faraón); es más, la corona de Bat se representó en suave relieve sobre la gran pilastra dorsal (en patente contraste con el elevado altorrelieve con el que se representa la corona de Hathor), diluyéndose así el protagonismo de su presencia.

Además de los estrechos vínculos que compartió con Hathor, también parece que Bat gozó de connotaciones que la asociaron con la legitimación del soberano como rey-dios y como Señor de las Dos Tierras. En los Textos de las Pirámides, entre las distintas entidades en las que se puede manifestar el rey, aparece la expresión: "Bat con sus dos rostros". Se trata de un contexto que alude a la complejidad de la naturaleza del rey-dios y a la territoriedad dual de Egipto.

En la Tríada de Micerino lo humano se funde y confunde con lo mitológico, aludiendo además a estrategias de imposición territorial. La representación de la pareja como gobernantes de los nomos de Egipto, idea destacada mediante la tercera figura, expresa la potencia de una autoridad que gobierna Egipto pero que va más allá de lo terrestre, que se impone más allá de lo humano, que perdura con plena fortaleza y que se extiende hacia la eternidad. La Tríada es, en definitiva, un elemento de propaganda publicitaria y de legitimación monárquica, diseñada para ser colocada (junto con otros grupos escultóricos de lectura similar) en un ámbito arquitectónico de culto al monarca y en un Conjunto Funerario espectacular que expresaba la máxima exaltación de su divinización.

Pero también hay en esta obra de arte un elemento sutil, que posiblemente sea el que ha motivado la predilección de esta tríada por encima de las otras: la complicidad entre Micerino y su esposa, como transposición de Horus y Hathor, se realza magistralmente con el gesto de unir sus manos. Un gesto sencillo que indica no sólo la armonía entre Horus y Hathor, sino también la proximidad afectuosa entre dos esposos. Lo cierto es que la consorte de Micerino gozó de un singular grado de protagonismo entre el conjunto de esculturas que ornamentaron el Templo del Valle. Es más, durante las excavaciones de G. Reisner en la zona se localizó una magnífica escultura que muestra al monarca acompañado únicamente de una figura identificada como su esposa (posiblemente Khamenerebty II). La actitud próxima y afectuosa entre ambos es uno de los elementos que ha hecho más célebre esta obra, que, por otra parte, es también una de las obras maestras del legado escultórico egipcio. Y los rasgos de la mujer que rodea con sus brazos a Micerinos, coinciden con los de la diosa Hathor a la que Micerino ofrece su mano en la tríada, uniéndose en un contacto físico que trasciende lo físico. Horus y Hathor, Micerino y Khamenerebty, condensan un extraordinario simbolismo e intención legitimadora. No obstante, el artista que creó la Tríada de Micerino consideró que en esa legitimación propagandística que enaltece al monarca sobre los territorios que domina, podría ser extraordinariamente comunicativa la intrusión de una concesión a la ternura y al amor. El espectador, aunque impresionado por la austera solemnidad y la potencia del conjunto, encuentra en las manos entrelazadas una especie de complicidad emotiva.

Pero todavía hay más: el propio territorio de Dióspolis Parva, a pesar de ser más distante, comparte también la faz de la esposa. El monarca, máximo protagonista de la representación, queda enaltecido al mostrarse junto a su divina esposa, pero también las tierras de Egipto (la más auténtica "Mansión de Horus"), son mostradas en confusión con ella y enaltecidas sobremanera, a su vez, por el contacto con el faraón. De modo que el hecho de que ambas diosas tengan idéntica cara podría posibilita una lectura que, por así decirlo, ascendería del tercer plano al primer plano: la tierra de Egipto (en este caso Dióspolis Parva), encarnada en la esposa del faraón y con su mismo rostro, también se hace capaz de palpar al aparentemente inalcanzable rey-dios.

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Fuentes

  • Reisner, G. Mycerinus. The Temples of the Third Pyramid at Giza, Cambridge, 1931.