Agustín Goytisolo

Agustín Goytisolo
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Hacendado y comerciante español.
NombreAgustín Goytisolo Lezarzaburu
Nacimiento1812
región de Vizcaya,
País Vasco,
Reino de España Bandera de España
Fallecimientomarzo de 1886
ciudad de Barcelona,
región de Cataluña,
Reino de España Bandera de España
CónyugeEstanislá Digat Irarramendi.
HijosAgustín Fabián, Antonio, Flora, Fermina, Trinidad, Josefa y Luisa

Agustín Goytisolo Lezarzaburu (Vizcaya, 1812 - Barcelona, marzo de 1886) fue un hacendado y comerciante español afincado en Cuba. De origen vizcaíno, vino a Cuba en busca de capital. Fue dueño de varios ingenios y fincas entre los que se encuentran Ingenio San Agustín (hoy Central Ramón Balboa) y Leiqueitio.

Síntesis biográfica

Nacido en la costa vizcaína en 1812, arribó a Cuba alrededor de 1830. Allí trabó relación con Estanislá Digat Irarramendi, oriunda de Trinidad (Cuba) aunque de origen vasco-francés, con quién se casó en Cienfuegos el 23 de febrero de 1844. Agustín tenía entonces 32 años mientras que su esposa contaba solamente 22. En sus primeros años, la economía del matrimonio Goytisolo-Digat no debió ser especialmente boyante; así, en la última etapa de su vida, el viejo Agustín tenía a gala recordar sus dificultades de entonces, resaltando la capacidad de la pareja para vivir con 600 pesos anuales.

No obstante, tres años después de su enlace, en 1847, Agustín pudo comprar un solar en la villa de Cienfuegos. Sito en la calle Santa Elena esquina con la de D’ Clouet, en él mandó construir un edificio para albergar tanto el domicilio familiar como el escritorio desde el cual administraba sus negocios. Fue en Cienfuegos donde vieron la luz los siete hijos del matrimonio Goytisolo-Digat: los dos varones (Agustín Fabián, nacido en 1850, y Antonio, en 1857) y las cinco féminas (Flora, Fermina, Trinidad, Josefa y Luisa). En esos años Goytisolo compró, en unos terrenos de baja calidad, la que fuera su primera finca rústica, la hacienda Simpatía, en la que fomentó el cultivo de la caña. Años después su hijo mayor asentía: "como Vd. bien dice [D. Agustín], si Vd. hubiese poseído en un tiempo una finca de buenos terrenos, su capital hubiera llegado a ser mucho más grande que el que hizo, pues Simpatía únicamente en manos de Vd. y a fuerza de economías y trabajo ha podido ser la base de su capital".

Asociado a Antonio Arce (el marido de su hermana Uterina Trinidad Arruebarrena) Agustín compró en marzo de 1850 una segunda finca: el ingenio Lequeitio, sito en el hato de San Felipe, partido de Cartagena, también en la jurisdicción de Cienfuegos. Años después, su cuñado Antonio vendió a Agustín su participación en el Lequeitio, mientras Goytisolo fue añadiendo más terreno en compras sucesivas. Según el conocido libro de Carlos Rebello, en 1860 el Lequeitio ocupaba 60 caballerías, de las que 25 estaban sembradas de caña; en la misma fecha, el Simpatía sumaba otras 40 caballerías, de las que la mitad se dedicaban a la producción de azúcar. La misma fuente revela que Goytisolo se había dedicado a incorporar la tecnología más moderna a sus fincas, siendo así que ambas utilizaban entonces la fuerza del vapor en el primer proceso de transformación industrial de la caña. Con posterioridad el propio Agustín compró al Conde de Casa Brunet un tercer ingenio, al que bautizó como San Agustín, sito en las haciendas de Cruces y Ciego Montero, término municipal de Santa Isabel de las Lajas, en la jurisdicción de Cienfuegos. Con la adquisición del San Agustín, Goytisolo dejó de comprar más fincas azucareras, centrándose entonces en su explotación. No limitó sus intereses, sin embargo, al cultivo y transformación del azúcar: si bien debemos considerarle básicamente un hacendado, cabe señalar que Goytisolo tuvo la capacidad de embarcar sus propios azúcares con destino, principalmente, a los Estados Unidos, amén de diversificar sus inversiones: se interesó en varias compañías mercantiles de Cienfuegos (desde 1858 en la casa Solozabal Campo y Cía, transformada en 1869 en Campo Plana y Cía; y desde 1871 en Iruretagoyena Lanza y Cía), fletó su propia corbeta, a la que llamó Flora (en honor de la mayor de sus hijas), y participó, además, como socio capitalista de una sociedad naviera: la Línea de Vapores por la Costa del Sur de Cuba. De hecho, a la altura de 1870, Agustín Goytisolo había acumulado una notable fortuna; cimentada en actividades económicas de origen diverso que tenían, no obstante, un denominador común: todas giraban alrededor del cultivo y comercialización del azúcar de caña y sus derivados, es decir, de la explotación del trabajo esclavo en el centro de la isla de Cuba.

Regreso a España

En abril de 1870, Agustín Goytisolo y Estanisláa Digat zarpaban de La Habana con destino a Barcelona, acompañados de sus hijas Flora, Trinidad, Josefa y Luisa; uno de sus hijos varones, Antonio, -que sumaba entonces 13 años- residía ya en Cataluña, concretamente en un internado de Mataró, donde estudiaba para alcanzar el grado de bachiller. Su hermano mayor, Agustín Fabián Goytisolo Digat (al que llamaré Fabián para evitar confusiones) había regresado poco antes a Cienfuegos, concretamente en 1869, tras completar sus estudios también en Europa. El joven Fabián –que contaba 19 años- pasó a encargarse, junto a su cuñado Miguel Plana Iradi (primer yerno de Agustín Goytisolo) de la gestión de los intereses de su familia en Cienfuegos. No en vano, sus padres habían decidido instalarse en Barcelona, ciudad que acabaron convirtiendo en el epicentro de sus negocios y a la que fueron trasladando, poco a poco, su capital. La rica documentación conservada por la familia Goytisolo (especialmente su fondo epistolar) permite, entre otros análisis, abordar un estudio de caso, de modestas pretensiones, sobre la rentabilidad del negocio azucarero a partir del análisis de la explotación de sus dos ingenios, el Lequeitio y el San Agustín, especialmente entre 1870 (fecha en que se aprueba la Ley Moret o Ley de Vientres Libres y que coincide con el año de llegada de los Goytisolo a la capital catalana) y 1886 (año de la abolición definitiva de la esclavitud en la isla que coincide con la defunción del patriarca de la familia, Agustín Goytisolo Lezarzaburu).

Agustín Fabián a cargo de sus negocios en Cuba

Su marcha de Cienfuegos en ningún caso significó el deseo de Agustín Goytisolo de deshacerse de su patrimonio en la isla, al menos en el corto plazo. Al contrario, a pesar de librarse en Cuba la Guerra de los Diez Años, los Goytisolo se dedicaron a comprar más esclavos y a adquirir nuevas fincas. Así, por ejemplo, en diciembre de 1870 Miguel Plana y su cuñado Fabián Goytisolo fueron a Santiago de Cuba, donde cerraron “la compra de la dotación del Ingenio demolido San Rafael que consistía en 120 brazos por 38.000 $ saliendo estos en Cienfuegos por 42.201 $ a causa de los muchos gastos que se originaron... [según Fabián] aunque hay bastantes viejos y chicos no deja de ser bueno el negocio pues salen a $ 351 cada negro y se evita tanto cuadrillero y alquilado en el Lequeitio”; para el mismo ingenio compraron en 1872 “unos 200 toros a 45 $ oro”. Antes, en diciembre de 1871, Fabián y Miguel habían adquirido, en parte con el dinero de su respectivo padre y suegro, “el Ingenio Lola [o Providencia] por 130.000 pesos”. Cuatro meses después, en marzo de 1872, compraron además otras 26 caballerías de tierra “que lindan con el citado ingenio [las cuales] aumentan considerablemente el valor de su finca”.

En el otoño de 1872 parece apreciarse un cambio en la estrategia inversora de Agustín Goytisolo. El veterano hacendado había empezado a estudiar diferentes proyectos desde Barcelona, como la compra de unas fincas en Jaén –por las que ofreció 700.000 pesetas- e, incluso, se planteó la posibilidad de adquirir alguna hacienda en México. En consecuencia, a Agustín le urgía recibir fondos en la península, por lo que ordenó entonces a su hijo que pusiese en venta el Lequeitio por 800.000 pesos, cantidad que otros hacendados juzgaban exagerada. Su hijo Fabián le escribía a finales de noviembre, diciéndole: “veo insiste Vd. en la venta del Lequeitio por cuyo motivo escribí a Mena (de la casa San Pelayo Torre y Cía) lo proponga en La Habana. Pedí $ 800.000, $ 400.000 al contado y el resto en dos o tres plazos cuando más, pero después de varias cartas y de pedirme todos los detalles de la finca, me dice que se asombran de lo que pido por el ingenio Lequeitio y sobre todo del contado. Hoy lo que quieren es comprar las fincas y pagarle a uno con las mismas zafras lo cual es por demás ruinoso”. Medio año después, en junio de 1873, volvía a informarle: “acerca de la venta del Lequeitio he hecho las diligencias necesarias pero no consigo aún hacer el negocio”; y, en septiembre, remataba afirmando “la venta del Lequeitio por ahora es irrealizable”. Desde Barcelona, Agustín insistía en la necesaria enajenación de alguna de sus haciendas, o incluso del palacete familiar, que valoró entonces en 45.000 pesos. Ante la insistencia de su padre, en octubre de 1873, Fabián seguía “tratando de ver si vendemos alguna de las fincas, principalmente Lequeitio, como Vd. desea, pero dudo poder realizarlo para así mandarles alguna cantidad crecida”. Como apuntaba Fabián, el objetivo principal que se había marcado su padre era recibir en Barcelona alguna cantidad crecida, para encarar con éxito alguna de las diferentes inversiones que estaba entonces estudiando en la capital catalana. A principios de 1874, Agustín rebajó sus pretensiones por el Lequeitio y pasó a pedir “75 mil pesos oro al contado después de la zafra, 75 mil en un año, que hacen 150.000 y el resto hasta 450.000 oro a 75.000 anuales”; aunque Fabián le insistía entonces que “hoy no hay compradores a ningún precio y el que compra quiere pagar con las zafras”; en parte, atribuía la renuencia de los posibles compradores (es decir, su falta de confianza en el futuro) a un elemento básicamente político: “hasta que no haiga (cita textual) un gobierno estable no podremos hacer nada”. En octubre de ese año, los Goytisolo estuvieron a punto de ver completado su deseo: Fabián había comprometido la venta del Lequeitio por 400.000 pesos oro (es decir, por la mitad de su precio de salida), “pero en el intermedio una partida de insurrectos sorprendió a los Abreus (poblado) matando a uno, hiriendo gravemente a otro y dos más levemente”; como concluía Fabián, con marcada pesadumbre, “esto enseguida enfrió el negocio”.

Regreso a Cienfuegos

Para entonces, hacía más de un año que había muerto en Cienfuegos Miguel Plana Iradi, yerno y apoderado de Agustín Goytisolo. Al recibir la noticia, Agustín decidió volver a Cuba. Corría el mes de marzo de 1873, si bien un inoportuno accidente le retuvo en Cádiz, impidiéndole cruzar el Atlántico y obligándole a retornar a Barcelona y a dejar para más adelante su regreso a la isla. Desde la distancia, el veterano hacendado combinó el estudio de nuevos negocios en Europa con los deseos de ampliar sus actividades en la isla; en mayo de 1873, por ejemplo, fracasó en su intento de “tomar una acción en la compañía importadora de chinos” gestionada por el todopoderoso hacendado cubano -también de origen vasco- Julián Zulueta.

Sin el aliento de su padre ni el apoyo de su cuñado, el joven Fabián, que sumaba entonces apenas 23 años, acabó por poner a la venta el ingenio Lola, adquirido sólo dos años antes. En octubre de 1874 encontró comprador en la persona del también vasco Joaquín Illarreta, quien adquirió la finca “en 160.000 $ oro, 22.500 $ ahora, 22.500 $ entre marzo y junio, y el resto a razón de 23.000 $ anuales en igual forma”; como reconocía Fabián, “es una mala venta, pero hoy no se puede hacer otra cosa”. Ese mismo mes Agustín Goytisolo embarcaba en Barcelona con destino a Cienfuegos. Contaba entonces 62 años y, al deseo de arreglar sus asuntos tras la muerte de su yerno, se había añadido un pleito desencadenado por un tal Vicente Luis Ferrer que aspiraba a hacerse con una de sus fincas, concretamente con el ingenio Lequeitio. De hecho, Agustín estuvo en Cienfuegos durante cuatro años, hasta que en el otoño de 1878 pudo recuperar la propiedad y la posesión del Lequeitio, y volver definitivamente a Barcelona. Su nueva estancia en Cienfuegos transformó a Agustín en un hombre pesimista con respecto al presente y futuro de la isla, en buena medida merced a la negativa impresión que le produjo la guerra. En abril de 1876 afirmaba: “ha dado la fatal casualidad de que este año y el anterior han sido los más difíciles por [los] que ha atravesado este país en muchos años”. Sin duda, sus palabras estaban motivadas por los ataques que él mismo recibió, directamente, de los cubanos alzados en armas, quienes destruyeron buena parte de sus fincas. En enero de 1876 le “quemaron los dos muelles de Simpatía, en uno de los cuales se había puesto el alambique y el almacén del Lechuzo (del Ing. Lequeitio) con unos 150 bocoyes azúcar dentro y el material completo para 200 Bocoyes envases. Estas pérdidas las calculo yo [apostillaba entonces Agustín] en más de 40.000 $ oro”; unas semanas después añadía “nos han pegado candela y han ardido sobre 8 caballerías de caña en el Ingenio San Agustín... calculándose la pérdida de este campo en unos 550 bocoyes de azúcar”; su hijo Fabián completaba la imagen añadiendo entonces “que [los rebeldes] han quemado 52 cañaverales y desjarretado 70 yuntas de bueyes del Ingenio Lequeitio. Ya ve [le decía a su madre] que esto está de lo malo lo peor”.Ni siquiera el fin de la guerra acabó con el escepticismo del veterano hacendado sobre el futuro del país. De hecho, las condiciones del Zanjón le parecieron excesivas, especialmente la promesa de “libertad para los negros actualmente en armas contra España si es que se presentan. Esto para mí [decía Agustín] es de muy mal efecto porque los esclavos que han cumplido fielmente con sus amos y con el gobierno, viéndose en peor condición que los que están en armas, más o menos tarde se amotinarán reclamando libertad”. Pacificada la isla, en septiembre de 1879, Agustín insistía a su socio Juan del Campo: “entrando a ocuparme de las cosas de ese país y de esos intereses le manifestaré que tengo el espíritu cansado de esperar mejoría que Dios quiera venga alguna vez”; en consecuencia le decía, “continúo y aún deseo más el sacar fuera de la isla mucho más cuando no sé lo que nos depararán las reformas sociales en particular”. Según sus propias palabras, expresadas al poco de su vuelta a Barcelona: “ese país está perdido”. Su pesimismo se agravó con la defenestración política de Martínez Campos, así, en la última semana de 1879 confesaba a su hijo “respecto a la situación de la isla... la veo muy mala pues la verdadera salvación de la isla está en resolver bien las cuestiones económicas, sociales y arancelarias. Habiendo perdido a Martínez Campos ignoro lo que nos dará Cánovas y eso me tiene muy preocupado”. Además, las informaciones que recibía desde la isla no le ayudaban a tranquilizar su estado de ánimo. Así, por ejemplo, desde la casa habanera de Gassol Avendaño y Cía, también en 1879, le insistían en que había “circunstancias mil para suponer que todo en esta Isla irá de mal en peor”, dándole asimismo noticias de “la desmoralización social que cunde por los centros productores del interior” de Cuba.

Regreso nuevamente a Barcelona

A partir de la definitiva vuelta de Agustín Goytisolo a Barcelona, a finales de 1878, su voluntad de desinvertir en Cuba para invertir en Cataluña se tornó una idea obsesiva. Tuvo que arrostrar una lógica diferente (y difícilmente conciliable), encarnada en los intereses de su primogénito, quien intentó (en la medida de sus posibilidades) hacer caso omiso a las órdenes de su padre, preocupado como estaba en hacerse con su propio patrimonio a costa del de su familia.

Estaba claro que Fabián había decidido quedarse en Cuba para labrarse, poco a poco, su propia fortuna. Lejos de realizar los deseos de su padre, Fabián se dedicó a reinvertir en las fincas de la familia el capital necesario para modernizarlas. Al año de su marcha, en octubre de 1879, el viejo Agustín llegó a amenazar a su hijo con su probable vuelta a Cienfuegos: “hasta me haces pensar en mi marcha a esa si es que los deseos de economía, grande economía que te encargo no se realizan”; meses después le seguía increpando: "contra mis deseos menudeas las partes que no me gustan, menudeas los proyectos que tienen igual aceptación, menudeas los gastos que me producen deuda... dime como te pregunto yo si ese es mi sistema, si es eso lo que he querido siempre, cuando por el contrario siempre te digo que quiero más uno aquí que diez allí"; y como insistía en mayo de 1880: "no admito esos gastos extraordinarios; no los quiero porque parece que crees que esos bienes los tengo para que se gaste todo el producto en esa y no mandarme nada, cuando yo quiero más uno aquí que cuatro allí... para concluir te repito que no quiero que hagas nada de eso... [no quiero] que por tu imprevisión te falte dinero cualquier día y me enredes... en verdad no parece sino que dejas correr mis palabras como quien oye llover... y hasta te ruego que no pienses en nuevos gastos por ahora, que mucho habría de cambiar el país para que los quisiese y también habría de sobrar mucho dinero porque ese lo quiero ir colocando aquí”. Finalmente, meses después, en julio de 1881, Agustín llegaba a reprochar a su hijo mayor el deseo de éste de heredarle en vida, a lo que Fabián contestaba “yo no deseo semejante cosa. Lo que si desearía es ir formándome alguna cosa... pues mis 10.000 pesos heredados de tía con su premio del 3 % que tenía, hoy el 6 %, no dan para sostener una familia decentemente”. En efecto, para entonces, Fabián Goytisolo había tomado la decisión de casarse. Lo hizo ese mismo año, 1881, con Dolores Fowler, hija del norteamericano asentado en Cienfuegos, Jorge Fowler.

Últimos años de Agustín Goytisolo

Para esa fecha, no obstante, el viejo Goytisolo había sido capaz de transferir parte de su capital a Cataluña. Así, a los diez años de su arribada a Barcelona, en enero de 1880, pudo tomar "inventario de los bienes en Europa de Don Agustín Goytisolo" para constatar que su fortuna -sólamente en el viejo continente- ascendía entonces a 3.838.260 pesetas. Esos cálculos coinciden con los de su propio hijo, Fabián, quién cifraba en 2 millones de pesetas (más exactamente, en 400.000 pesos cubanos) el capital neto que su padre había extraído de Cuba entre 1868 y 1882.

Negocios de Fabián Goytisolo

No obstante, a partir de 1878 empezó a disminuir el flujo financiero organizado por la familia Goytisolo desde Cienfuegos a Barcelona, hasta el punto que, desde 1882, los Goytisolo dejaron de recibir fondos de Cuba. En marzo de 1880, Agustín reprochaba a su primogénito “lo que dices de que no puedes mandarme nuevos créditos y sobre ese particular te diré lo que ya te dije antes, que hasta ahora puedo decir que [desde mi marcha de Cienfuegos en octubre de 1878] no me has mandado nada”. Fabián, por el contrario, informaba en diciembre de 1882 a su hermano, con marcado enfado, que “parece que a papá se le olvida que ha girado desde que se fue $ 35.000 [175.000 pesetas] sin contar los grandes pagos que se han hecho aquí y adelantos en las fincas”. De cualquier forma, está claro que a partir de 1878, los grandes pagos que se han hecho aquí (y que se siguieron haciendo) obligaron a los Goytisolo a invertir la práctica totalidad de los beneficios de las sucesivas zafras en sus propias fincas. Al marchar de Cienfuegos, Agustín autorizó a su hijo Fabián para que instalase sendos ferrocarriles en sus ingenios San Agustín y Lequeitio; “me decidí por establecer el ferro-carril portátil en San Agustín [decía Fabián] para este año 1878. Para fines de noviembre a más tardar quedará establecido el carril en toda su extensión. Yo creo que es una instalación muy útil en una finca de terrenos bajos como Maguaraya por más que naturalmente exige su instalación gastos considerables... creo que no le pesará a Vd. el haberse decidido por el ferrocarril para San Agustín”. Apenas unas semanas después podía escribir que “después de un viaje de un mes ha llegado el ferrocarril portátil a este puerto juntamente con los materiales para el Lequeitio”. Fabián decidió ir más allá de lo que le habían autorizado en materia de inversiones en las fincas; en abril de 1880 su padre se asombraba por su “nuevo proyecto de ferrocarril que ahora quieres que sea al Lechuzo bajo” y meses después intentaba, sin éxito, prohibirle andar ese camino: “no quiero gastos, no quiero adelantos, aunque las fincas no me den sino muy poco, porque no quiero seguir el camino de ruina de otros”.

Fabián, desde luego, era mucho más optimista que su padre, y en julio de 1881 se confesaba a su hermano: “si bien es verdad que esto está bien malo no hay que darlo tampoco por perdido y lo que te puedo decir es que si se pierde (por la cuestión económica si acaso, porque hoy le cuestan a uno tanto los esclavos como libres y son muchas las contribuciones que directa o indirectamente se pagan) no seré yo el que vaya a esa pues creo [que] papá estaría molesto constantemente conmigo y yo no podría ver esto”. No tenía ningún problema en sugerir a su padre, también en 1881, que “este año si usted se limita a llevar para allá lo que le deja [en herencia] tía [Telesfora] a mamá, Fermina e hijos de Fermina y mis hermanos creo que... podré manejarme con algún desahogo el año entrante... quedando en mi poder suficiente efectivo para hacer frente a una instalación de tachos si Vd. quiere llevarla a efecto para el otro año”. Estaba claro que el mayor de los hermanos Goytisolo-Digat ligaba su porvenir al futuro de la isla; no en vano, al poco de su boda, en febrero de 1882, decía “pienso meterme en una colonia de caña con los Sres. Fowler y Cía o séase mi suegro en el Ingenio Parque Alto. Pienso emplear allí los diez mil pesos que me dejó tía Telesfora, q.d.g. pues aunque esta clase de negocio no carece de riesgos es el que dá mayores utilidades”; en junio de 1882 informaba de nuevos planes, que condicionaba al volumen que alcanzase la remuneración que su padre le había marcado por su matrimonio (una cuarta parte del beneficio de las remesas de azúcares y derivados): “lo que si me hubiese agradado es con mi sobrante del año que viene (mi 25 %) formar una colonia en Lequeitio”.

Fabián no sólo fue incapaz de mandar cantidad alguna a su familia, sino que acabó por endeudarse en Cienfuegos para hacer frente a sus precoces proyectos modernizadores. A partir de 1879 Fabián empezó a manejarse con dificultades financieras: en febrero de 1882 le decía a su padre “creo que no debía mandar sino muy poco o nada para andar holgado este año, ya que hasta ahora hace 3 años que no lo he estado”; por ese motivo –y para poder concluir su proyecto ferroviario- el joven Goytisolo debió asociarse a otro gran hacendado de la comarca, José Montalvo, a mediados de 1882. Pudo convencer, finalmente, a su padre de que enviar dinero a la península no era lo prioritario (sino acabar los carriles y, sobre todo, instalar la nueva maquinaria). Así, en noviembre de ese año le agradecía: “en su carta veo que no insiste Vd. mucho en que le mande todo lo que le prometí sino [sólo] lo que pueda mandarle, quedándome con recursos sobrantes para no pagar intereses aquí. En esto creo que Vd. obra con todo su buen criterio pues efectivamente no es negocio pagar el 12 por 100 aquí por mandarle dinero”. Antes, Fabián le había asustado sugiriéndole la posibilidad de buscar créditos para refaccionar ambos ingenios ante su escasa capacidad financiera; el viejo Agustín fue en eso tajante: “respecto a las proposiciones de Castaño te repito que me sorprende el que me hables y Dios te libre de hacer ningún negocio de esa clase porque tomaría resoluciones graves contra ti. Si en nuestras fincas se ha de hacer algo ha de ser con dinero nuestro”. Los proyectos de Fabián parecían ir bien, tanto en materia ferroviaria como en la transformación del Lequeitio y del San Agustín en modernos centrales. En noviembre de 1882 informaba a su familia: “el tacho del Lequeitio está adelantado. Gracias a esta línea [de ferrocarril] está todo en el batey que no es poca cosa pues son sobre 250 toneladas de hierro, y el fondo del tacho está con el anillo sobre sus columnas estando ya trabajando en la colocación de los serpentines. Las centrífugas con su mezclador están colocados faltando sólo los retoques”. Por ese motivo, pudo enviar con orgullo un recorte del habanero Diario de la Marina, de 31 de marzo de 1883, donde se afirmaba: “es probable que el ingenio Lequeitio siga las huellas del San Lino y que se convierta en un gran centro azucarero que ha de dar grandes resultados a su acaudalado dueño y a toda esta comarca. El sistema de división del trabajo en el cultivo de la caña y en la fabricación del azúcar va poniéndose en práctica rápidamente”. Siete años después la prensa recogía igualmente los profundos cambios registrados por el San Agustín. Así, El Palenque describía en noviembre de 1890 a dicho central como “una de las fincas mejor organizadas y la de mayor rendimiento de la presente zafra”. Sin embargo, la inversión requerida en ambas fincas convirtió en realidad los peores presagios apuntados años antes por Agustín Goytisolo, hasta el punto que, a partir de 1884, la situación financiera de Fabián empezó a ser realmente apurada. En abril de ese año se quejaba: “no sé quién me ayudará para costear la refacción de las fincas hasta la zafra entrante aunque cuento que el Banco Español me ayude y, en todo caso, apelaré a D. Tomás Terry”. Su padre decidió entonces, en julio de 1885, abrirle un crédito desde Barcelona, por valor de 50.000 pesos, que Fabián agradeció enormemente. En apenas tres años, la situación del eje Cienfuegos-Barcelona había dado un giro de 180 grados: si hasta 1882 fueron los beneficios de la actividad económica en la isla los que permitieron a los Goytisolo hacerse con un patrimonio en Europa superior a los tres millones y medio de pesetas, a partir de 1885, el caudal líquido disponible en el viejo continente debió acudir a Cuba para garantizar tanto la modernización productiva de sus haciendas azucareras como la refacción de las mismas. El capital familiar de los Goytisolo volvió a hacer el recorrido que describí más arriba, pero en sentido inverso.

Muerte de Agustín Goytisolo

En marzo de 1886, fallecía en Barcelona Agustín Goytisolo Lezarzaburu. Sus hijos y albaceas tomaron entonces inventario del monto total de su fortuna. En el momento de su muerte, el volumen de la fortuna de Agustín en el viejo continente tenía un valor prácticamente idéntico al que se le había otorgado seis años antes: 3.838.260 pesetas, en 1880; 3.827.378 pesetas, en 1886. O dicho de otra manera: no parece que en el período 1880-1886 las fincas de los Goytisolo en Cuba rindiesen lo suficiente como para situar ganancias en Barcelona.

Después de la muerte de Agustín

El difunto Agustín había establecido en su testamento un deseo absolutamente explícito, al consignar: “encargo muy especialmente que no se adjudiquen a uno o dos de mis hijos las haciendas que tengo en la isla de Cuba, las cuales deseo que se vendan en cuanto se presente ocasión favorable, repartiéndose el producto entre todos mis herederos”. Con su disposición, quería evitar seguramente que Fabián se hiciese, subrepticiamente, con la propiedad de sus fincas en Cuba, un camino que éste había empezado a transitar. De hecho, la muerte de Agustín destapó las diferencias entre su primogénito y el resto de los herederos. Ya en agosto de 1886, estando en Vichy, camino de Barcelona para arreglar asuntos de la herencia, Fabián recibió una carta de Antonio en que le preguntaba ¿en qué se ha gastado tanto dinero en Lequeitio? Amen de las explicaciones verbales de que pudiese dar cuenta a su familia, a los pocos meses de su vuelta a Cienfuegos, Fabián presentó un balance que consignaba que las propiedades familiares en la isla habían producido en 1886 unos beneficios netos (en favor de la viuda, a quién el difunto había nombrado usufructuaria de la herencia) que sumaban 38.347 pesos; además, al dar cuenta de su situación, en julio de 1887, Fabián insistía a su hermano Antonio “por el balance general verás que mi situación no tiene nada de apurada”. De hecho, en los seis años siguientes a la muerte de Agustín, Fabián remitió a la península 207.000 pesos (es decir, más de un millón de pesetas). A pesar de los mensajes tranquilizadores de Fabián, su madre, hermano y cuñados habían perdido toda la confianza en su capacidad para gestionar las fincas. Así, Estanisláa Digat le planteó, en enero de 1887, la necesidad de que uno de sus yernos, José Oriol de Sentmenat y Despujol (el esposo en segundas nupcias de Fermina Goytisolo) acudiese a Cienfuegos en calidad de co-director de los centrales. Fabián respondió entonces, entre el sarcasmo y el enojo, diciendo: “en cuanto a Oriol puede venir y ganar seis mil pesos pues es lo que le asigna mamá... no creo que sea dinero botado si... se limita a seguir mi marcha establecida que el podrá mejorar andando el tiempo pues tiene más inteligencia que yo”. Oriol tardó unos años en verificar su marcha a Cienfuegos y, mientras tanto, fue abriéndose aún más el abismo familiar a la par que Fabián hacía y deshacía en los centrales sin apenas dar cuenta a su madre (usufructuaria de la herencia) o a sus hermanos, hermanas o cuñados. Así, por ejemplo, contestaba en abril de 1888 a su hermano Antonio diciéndole: “en tu grata me dices que mi deseo de poner tacho obedece a mi deseo de moler las cañas de mis colonias. Este deseo es natural pero creo que con esto no perjudico los intereses del Lequeitio... Esta es la vida de los ingenios modernos o séase Centrales”. Además, sin informar a su madre, fue pidiendo préstamos a diferentes comerciantes de la plaza, como los 200.000 pesos que pidió en mayo de 1889 a la razón Castaño e Intriago (de la que era socio el vizcaíno Nicolás Castaño y Capetillo, natural de Sopuerta), a devolver con un 10 por 100 de interés anual.

El diagnóstico que ofrece Juan Ferrer-Vidal Soler, otro de los cuñados de Fabián (casado entonces con María Luisa Goytisolo Digat) en un documento sin fecha, pero que parece de finales de 1892, es claro y transparente: para Juan, según el “inventario-balance de 30 de junio último, debía la casa $ 1.200.000 (sin incluir en esta deuda o pasivo los 207.000 $ remitidos en dinero de Europa desde la muerte de papá) y tenía en el activo aproximadamente 400.000 $ entre créditos y existencias. Faltábale pues unos 800.000 $ de capital necesario como capital circulante que ha venido obteniendo Agustín de una manera onerosísima pagando intereses de 12 por 100”, y añadía que todo cabía atribuirlo al “desarrollo extraordinario y poco meditado que Agustín [Fabián] ha dado a los hoy centrales de Cuba San Agustín y Lequeitio”. La familia de Barcelona decidió tomar cartas en el asunto: forzaron la constitución de “una sociedad anónima sobre la base de los ingenios y ferrocarriles” buscando el auxilio de capital ajeno a los Goytisolo; según Juan Ferrer-Vidal, “constituida la sociedad en la forma señalada, se emitirán obligaciones que hay probabilidades de colocar, tal vez en Europa mismo y se trazaría un plan a Agustín [Fabián] que tenemos en estudio para evitar en lo sucesivo el interminable y ruinoso fomento de aquellos bienes”. Al iniciarse 1893, Fabián había hecho suyo el proyecto; no en vano, estudiaba una oferta de los norteamericanos Welsh y negociaba con un tal Todd, financiero británico, sobre la base de domiciliar “el consejo en Londres, tu podrías formar parte de él [le decía a Antonio], siendo yo el Director Gerente con plenas facultades... me dijo que no podríamos vender las acciones por un tiempo dado o sease 10 años. Para concluir te diré que escribo dos líneas a Don Ernesto Ruffer. No tengo empeño en formar la compañía inglesa, pero creo es una solución. Tenemos también la de Welsh que satisface aunque me conformaría con la sociedad cubana levantando fondos aquí”.

Las múltiples negociaciones para buscar financiación externa se demoraron con escaso éxito durante más de un año. Finalmente, en abril de 1894, los Goytisolo decidieron constituir la sociedad Ferrocarriles y Centrales Reunidos de San Agustín y Lequeitio, sin contar con más apoyo que el propio (y con la sombra de los acreedores e, incluso, de la suspensión de pagos). Según Oriol de Sentmenat, que acudió entonces a Cienfuegos para ejercer, al lado de Fabián, como uno de los dos directores de la nueva firma, “muy cerca de unos cuatrocientos mil duros era nuestro descubierto exigible... Que el buen deseo suele empezar al resultado resulta frecuente, pero no hasta el extremo de suponer que estamos peor hoy que un estado de suspensión de pagos”.

Oriol fue descubriendo, poco a poco, algunos motivos para explicar la deficiente situación financiera de la explotación familiar; en agosto de 1894 se confesaba a su cuñado Antonio: “sabes que la sociedad Goytisolo y Cía en la que tenía Agustín [Fabián] el 20 % sobre los beneficios, además de su participación social, exigía por los 15 kilos de vía estrecha 54 centavos por saco, cuando la vía ancha de Cruces a Cienfuegos sólo cobra a 41 1/3 por 31 kilos y sale también que a este injusto ingreso se agregaba que todas las locomotoras de las líneas o sea de Goytisolo y Cª se reparaban en Lequeitio a costas de la viuda, sin gasto alguno para la Compañía. Y como es natural resultaban pingües beneficios, haciendo pagar a la Viuda injustos ingresos para la Compañía e injustamente gastos de reparación de una cosa que no le pertenecía”. No obstante, al decir de Oriol de Sentmenat, la principal causa de los problemas provenía de la enfermedad mental que, desde hacía algunos años, padecía su cuñado Fabián. En la misma carta afirmaba: “la enfermedad de Agustín va tomando proporciones alarmantes... No ignoras que estando tú aquí [interpelaba a Antonio] se presentía en Agustín [Fabián] un principio de enfermedad medular o reblandecimiento cerebral que le inclinaba a un sueño irresistible... que lo ponía a veces indiferente a todo y hasta le llevaba a emitir ideas incoherentes. Todos estos efectos se han ido acentuando y más que en las ideas en los hechos... Te advierto que a proseguir administrando sus propios bienes muy pronto quedará arruinado”.

Su diagnóstico no fue desacertado, y solamente la guerra cubano-hispano-norteamericana retrasó la resolución definitiva de los problemas. En plena ocupación norteamericana, los diferentes acreedores empezaron a romper la cuerda al reclamar sus capitales. Así, en febrero de 1900 la sociedad no tuvo más remedio que enajenar parte de su activo (el ferrocarril de Rodas a Turquino y Cartagena), cediéndolo a los Terry para cancelar todas sus deudas. La situación empeoró tras la promulgación de un decreto, en mayo de 1901, que permitía a los acreedores reclamar deudas de propietarios de fincas no destruidas por la guerra, incluso por la vía judicial. Fue la puntilla que, en pocos meses, acabó con el patrimonio de los Goytisolo en Cuba. Así, la institucionalización de la República de Cuba coincidió con la ruina de Fabián Goytisolo y, finalmente, con su prematura muerte.

Muerte de Agustín Fabián Goytisolo Digat

El mayor de los hermanos Goytisolo-Digat falleció en Cienfuegos, el 7 de octubre de 1905, en la precariedad más absoluta. No en vano su viuda, Dolores Fowler, necesitaba de los alquileres de sus fincas de Barcelona para atender los gastos cotidianos. En abril de 1906 se lamentaba a su cuñado, “mucho siento no poder contar con los alquileres [de Barcelona] con motivo de tener que atender al pago de los derechos de la inscripción de la casa a nombre de mis hijos, pues la Colonia Lolita [lo único que le quedaba] no produce este año lo suficiente para atender a mis necesidades ni bien puede atender a sus mismas atenciones debido a los bajos precios del azúcar, a la subida de la plata y otras calamidades”. La trayectoria empresarial de Agustín Fabián Goytisolo Digat tuvo un final tan desastroso que, entre 1914 y 1915, sus hijos e hijas, uno por uno, hicieron constar que no les convenía “aceptar la herencia de su señor padre... repudiándola total y absolutamente”.

Fuentes

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