La Aljafería

La Aljafería
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Otros nombresPalacio de la Aljafería

La Aljafería es un palacio fortificado construido en Zaragoza en la segunda mitad del siglo XI por iniciativa de al-Muqtadir como residencia de los reyes hudíes de Saraqusta. Este palacio de recreo refleja el esplendor alcanzado por el reino taifa en el periodo de su máximo apogeo político y cultural.

Enciclopédico

Construida en el siglo XI por Abu-Jafar Ahmed Almoctádir bilah (1049-1081) sobre unos restos anteriores, y situada extramuros de Zaragoza, se levantó al producirse la disgregación del califato Califa quedando como centro de la vida cortesana. Los poetas la denominaron «palacio de la alegría» o «casa de regocijo». Fue asaltada por las tropas de Alfonso I (11-VI-1118), quien la visitó el 18 de diciembre, según consta en la documentación. Fue donada este mismo año a los benedictinos del monasterio crassense y al abad Berengario para que erigiese una iglesia, y tenía derecho a percibir los diezmos y primicias de las tierras correspondientes al castillo. En la práctica la orden no debió establecerse nunca.

El palacio fue remodelado en diversas ocasiones. Los gastos de mantenimiento de las obras debieron ser cuantiosos y para sufragarlos se utilizaron diversos sistemas como la incautación de los bienes de los condenados a muerte. Tenía una capilla real dedicada a Santa María. Pedro IV reformó considerablemente el palacio, prosiguiéndose las obras en los posteriores reinados.

Con frecuencia se celebraron en ella grandes fiestas, especialmente con motivo de las coronaciones reales. Además los reyes recibían allí a las personas de calidad. Con todo, pocos fueron los reyes aragoneses que vivieron en el palacio con cierta regularidad. Entre otras curiosidades cabe destacar que había allí unos leones, símbolo heráldico de Zaragoza. Fue renovado posteriormente por los Reyes Católicos.

Arte

Fue palacio fortificado primero de los walíes y después de los reyes moros y cristianos de Zaragoza, con muchos ejemplos análogos en la España musulmana, siempre fuera de la capital: Medina az-Zahara, en Córdoba, y las alcazabas de Granada, Málaga y Almería, entre las de mayor empaque llegadas hasta nosotros. Intramuros estaba el palacio administrativo, la Zuda, o Azuda, sin resto alguno musulmán conservado. Pero si es normal esta situación extramuros del palacio cortesano, son excepcionales el emplazamiento en llano, único en el occidente islámico y repetido en Sevilla poco después, así como las torres de su recinto lo son por su planta ultrasemicircular y por el diámetro, que va disminuyendo conforme se alza la torre.

Por ambas rarezas de forma se le han buscado modelos en las llanuras de Siria y Mesopotamia, donde sí los encontramos: pero sus analogías no son claras, pues ni se parecen las disposiciones internas, ni los torreones son ultrasemicirculares, ni varía su diámetro en toda su altura. Modelo de mayor precisión y claridad nos ofrece la muralla romana de Zaragoza provista de torres exactamente iguales. Con variantes pequeñas fueron copiadas en el recinto exterior del Castillo de Loarre (H.), construido por Pedro I (1094-1104) seguramente utilizando canteros de Zaragoza, e igualmente singular en lo cristiano de su tiempo. El emplazamiento en llano pudo provenir de una villa importante romana, usada por los gobernadores imperiales y visigodos. Abundaron en las cercanías de Zaragoza y conservan aun ahora el nombre de torres, a causa de la típica defensiva de toda villa. Algunos sillares aparecidos en las exploraciones, dejados a la vista, pueden ser romanos, pero no bastan para demostración, ni siquiera remota.

Hemos de partir de lo islámico, y la muerte de Muhammad ibn Hasim, visir y general, el año 950, «en su almunia del arrabal», puede ser dato muy orientador hacia las preferencias, ya desde tan lejanos años, por el emplazamiento extramuros para residencia de los gobernadores.

Musa ocupa Zaragoza sin resistencia en el año 714, y la situación estratégica de la ciudad la convierte pronto en capital de la marca o frontera superior e impone que se nombre, ya desde 750, gobernador o walí permanente. Las luchas internas de las familias, tribus y demás grupos, mal aglomerados para la invasión, continuaron, sin apenas paces ni treguas, cuando logró afianzarse Abd al-Rahmán I como emir independiente de Bagdad. La designación de nuevo walí (759-760), a disgusto de los muchos yemeníes que llegaron procedentes del sur de Arabia, les hizo llamar en su auxilio a Carlomagno (777), dando lugar a la derrota de Roncesvalles y a los cantares de gesta en ella inspirados. En el de Roldán, el rey Marsilio de Zaragoza celebra consejo en un vergel sobre una grada de mármoles azules, mientras «en la torre más alta de su palacio yerguen la enseña de Mahoma»: lo asalta la hueste cristiana y se lleva prisionera a la reina; el poema Roldán a Saragosa distingue los dos palacios, el situado intramuros y el exterior. Son ambas tal vez las primeras menciones literarias del palacio (si no se refiere al mismo el fallecimiento consignado del walí Muhammad «en su almunia»). Desde luego ambos cantares fueron escritos con mucha posterioridad al siglo VIII, pero nos indican la gran fama del palacio en regiones de ultrapuertos y desde fechas muy remotas.

Fracasado el nuevo walí, obligando a Abd al-Rahmán a arremeter contra la ciudad (782 y 784), continuaron las alteraciones y revueltas hasta el triunfo indiscutible de Musa ibn Qasi, walí desde 852 con Abd al-Rahmán II y Muhammad I. Él se decía nieto de un Casio, hispanorromano y conde de Tarazona; parece que se hacía llamar «tercer rey de España» y, por primera vez, consigue acabar con las revueltas en forma duradera, y continuada por sus descendientes; ello propicia las grandes construcciones, muy de acuerdo con sus manías de grandeza, no obstante las diversas fracasadas expediciones de castigo, seis entre 873 y 882; la última logró acampar sobre la fortaleza situada extramuros, todavía sin el nombre de Aljafería.

El último de los Banu Qasi, agotado su poder por continuas luchas con sus parientes, vende su cargo y semi-reino al emir de Córdoba y se retira en el año 890. A este período de unos cuarenta años tranquilos en Zaragoza pertenecen los restos más antiguos del palacio, edificado en piedra y concorde con la manera de los Omeyas de Córdoba, pero aquí empleando alabastro, usual por lo menos desde la reconstrucción de la muralla romana en el s. III d.C.

Lo de mayor claridad está en la torre del Trovador, en realidad la torre del homenaje cantada en la leyenda de Roldán, y corresponde a la primera planta entera, la escalera de acceso a la segunda (labrada en el interior del muro), parte de la misma segunda y la puerta de ingreso a la torre, como es normal en alto respecto del suelo. También puede serlo la parte central de la gran alberca situada delante de una galería del patio, por ser de Alabastro y ampliada con ladrillo todavia en años de posesión islámica.

El parecido con las construcciones de Abd al-Rahmán II es indiscutible, sobre todo en la puerta de ingreso, armada por un falso dintel adovelado y arco en herradura enjarjado y con trasdós irregular, como los del patio de la mezquita por él reformados. Los demás arcos del interior pertenecen todos al mismo tipo en su despiezo, están muy calcinados y alguno fue reparado con dovelas de alabastro sin calcinar y cortadas de cualquier modo, para rellenar zonas en peligro a causa del incendio. Dichos arcos apean sobre pilares y parten la estancia en dos naves de tres cuadrados tramos, más largos los de un extremo, por lo cual el arco de división es rebajado, cosa inusitada entre lo cordobés, y primera novedad, que se repetirá después; se hizo así para incluir una escalera, que baja y abre a un doble pasadizo hasta un inmenso pozo, de unos cinco metros de diámetro, cerrado por una bóveda entonces bajo el suelo. Lo asentaron sobre una tupida malla de troncos de sabina y el nivel del agua debe ser el mismo del Ebro y varía en sus crecidas. Los muros del pasadizo son de sillares largos y estrechos (como se ven dentro del aljibe del castillo de Gormaz, de por aquellos años), así como el aparejo externo de los muros se hizo, como en el citado castillo, mediante sillares colocados a tizón y con juntas perfectas en toda su longitud, de hasta casi dos metros, sin junta horizontal continua y con almohadillados sin correspondencia respecto de las juntas, a la manera de algún alminar cordobés. En el interior los muros son de tosca mampostería, hecha para enlucir. Esta primera estancia debió tener techo de madera y pudo destinarse a baños, mediante un desagüe muy empinado hacia una gran alcantarilla en dirección al próximo Ebro.

La planta segunda conserva sólo, de la primera etapa constructiva, pequeñas zonas de bóveda, forjada con mal aparejo, para cubrirlo con enlucido.

Las murallas de perímetro del castillo presentan problemas complicados de datación. Son de cortinas de tapial y torreones, antes aludidos, de alabastro; macizos en la parte baja, con una estancia en la intermedia y otra con suelo a nivel del adarve de las cortinas. Corre un pasadizo al nivel de las primeras y el acceso a todas fue realizado mediante puertas partidas por un mainel desaparecido, encargado de soportar el doble arco en herradura impuesto por esta forma; tan bien conservada en alguno, que aun presenta la decoración de yeso de su intradós. No se hallaron restos de las almenas primitivas.

La gran puerta de ingreso fue destrozada en fecha remota, reparada y oculta por otra lisa de ladrillo con el escudo en piedra de los Reyes Católicos, sin la granada. Ha podido rehacerse con certeza la primitiva, reconstruyendo con ladrillo cuanto faltaba: únicamente son un poco hipotéticos los arcos entrelazados del friso, definidos por el espacio hundido de su emplazamiento y por la deteriorada basa del costado derecho. No es mucho, pero así las tienen todas las puertas de la mezquita de Córdoba (siglos VIII a comienzos del XI) y fue continuada como forma tradicional constante musulmana y mudéjar hasta el s. XV (muralla de Niebla, del XII; la del Sol, en Toledo, del XIII, y la de Serranos, de Valencia, del XV). La puerta propiamente dicha es en herradura, con doble rosca de dovelas, forma que sólo conocemos en la zona de ampliación de la mezquita realizada por Abd al-Rahmán III. Su aparejo está muy cuidado y son los almohadillados más discretos que los citados de la torre del Trovador, tanto en la portada como en los torreones, y su atizonado en el muro mucho más corto. Todo pudo ser contemporáneo de la reconstrucción general del s. XI, pero sus herraduras purísimas cordobesas no se repiten por ninguna parte, ni aun en la puerta de acceso a la mezquita con arranques originales, que preludian lo Almorávide africano, con la excepción del arco del mihrab, copia del cordobés de Abd al-Rahmán II, también allí repetido en la gran ampliación de al-Hakam II. Sabemos que Abd al-Rahmán III se preocupó personalmente de las crónicas revueltas y sublevaciones, manteniendo la ciudad como un protectorado desde 912 hasta 933; vuelve y asedia la ciudad (935) permaneciendo tres meses y otra vez de mayo a noviembre del 937; ordenó desmantelar la muralla romana y bien puede serle adjudicada la del palacio exterior por todo lo expuesto. No hallamos rastros de incendio en lo conservado de los torreones, pero el destrozo tan primitivo de la puerta parece confirmación suficiente de que la fecha propuesta para la elevación, o reconstrucción, de la muralla en el s. X es acertada.

No dejaron rastro ni los años que siguen hasta la caída del califato cordobés ni los correspondientes a los primeros reyes de la familia tuyibí, descendientes de los impuestos como walíes por los califas Omeyas. Quizá fuese punto de reunión de Sancho el Mayor y Mundir I (antes de 1023), amistosa y con regalos mutuos «en las afueras de Zaragoza», pero nada precisan los documentos.

El asesinato de Mundir II (1039) en el palacio por Abd Allah fue decisivo, pues en él se hace fuerte y allí es atacado por Suleymán ibn Hud, rey de Lérida. El asesino escapa y hubo incendio, saqueo y destrozos, precisamente los hallados con huellas claras de incendio y acaso la destrucción comentada de la puerta. Así comienza la brillantísima dinastía de los Banu Hud, correspondiendo la gloria de la reconstrucción del palacio al famoso Abu Chafar Ahmed ibn Sulaymán ibn Hud Al-Muqtadir billah (1044-1082), comenzada en alabastro por la torre del Trovador, bien definida en arcos y bóvedas no quemados, pero allí mismo continuada con yeso y ladrillo en la bóveda rebajada del piso bajo y los arcos en herradura, también rebajados, y con bóvedas carpaneles del piso segundo y gran parte del tercero, variando la planta en forma de patio central y dependencias en derredor, aun con arcos en herradura. Los techos pintados y con letreros: Amor, Venus, Eneas, pertenecen a una reforma del s. XIV, a pesar de la leyenda en caracteres árabes, que repite: «El Imperio es de Allah». Las otras plantas ya son cristianas y góticas.

El nuevo palacio fue construido en hormigón de yeso para los cimientos y encofrado en las zonas altas de la torre del Trovador; tapial, para los muros; ladrillo pequeño, fino y bien cortado, para los arcos y zonas de mayor carga; alabastro, en los zócalos de pórticos y mezquita, capiteles y basas de columna; mármol de Carrara, en los pavimentos en general, incluidos los paseos del jardín, en el patio; por fin el yeso tallado, para toda la decoración geométrica o de atauriques, animados por algún animal, finísimos y de muy varia y rica policromía, siempre a base de fondos rojos y azules, decoraciones variadísimas en el intradós de los arcos y detalles menudos, hasta culminar en los paños lisos situados en lo alto de la mezquita, pintados a la manera de los tapices persas. Los atauriques iban todos en oro.

Fue admirado, y el propio Al-Muqtadir lo cantó: «¡Oh Qasr al-Surur (palacio de la alegría), oh Salón de Oro! Gracias a vosotros he alcanzado la culminación de mis deseos. Aunque no tuviera mi reino ninguna otra cosa, serían para mí todo lo que yo pudiese anhelar». La posteridad le hizo justicia y cambió el nombre primitivo por el de Aljafaría, del primer nombre del monarca, Chafar, pronunciado Jafar, como es bien sabido.

Debió de ser deslumbrante, y las restauraciones y reparaciones realizadas sólo pueden proporcionarnos una levísima idea, necesitada de gran imaginación, para suplir tanto como falta. Destacan las complicadísimas tracerías geométricas, a base de arcos lobulados y otros mixtilíneos, constructivos o decorativos, de novedad plena, sólo con sencillos precedentes persas, no parecidos en nada. Han de añadirse las leyendas, invadidas por los atauriques, todas coránicas a excepción de una histórica ilegible. Hay que destacar las abundantes yeserías caladas, de las cuales sólo hay una en Córdoba (seguramente posterior, por su emplazamiento en las enjutas de un arco apuntado, también único en la mezquita). En la Aljafería culminaron en las bóvedas, sólo con restos insuficientes para definir formas. Por eso fue imprescindible cerrar en alto la mezquita con una bóveda esquemática e inocua, forjada en escayola, que puede, si apareciesen datos nuevos, ser quitada y fácilmente sustituida.

Hasta el momento no hay otros posibles precedentes que unos fragmentos hallados en lo que fue alcazaba de Balaguer (Lérida), publicados por Ch. Ewert.

Los capiteles y basas, algunos aprovechados del palacio de los Banu Qasi, van desde los del tipo «de avispero», de Medina az-Zahara hasta otros completamente nuevos, de proporción alargada y tallas de una gran fantasía y finura; dos llevan el nombre de Al-Muqtadir, repetido en un fragmento de pilón de fuente, hallado en el jardín.

Pero si desconocemos los precedentes directos, en cambio sabemos bastante de sus consecuencias en los períodos almorávide y almohade (ss. XI-XIII), siendo la Aljafería el único enlace conocido entre lo califal y los imperios africanos, realizados los más primitivos de Marruecos incluso por el mismo taller de Zaragoza; allí lucen bien las bóvedas caladas que hubo aquí, sin haber podido aún definir ninguna, como tampoco de los baños —y quedan ya pocas esperanzas.

Sobre la fecha no podemos dudar; pero si no bastasen los capiteles y la pila del jardín, lo último que se termina en toda construcción, tenemos un cántico en alabanza de la gran maravilla escrito por un primer ministro de Al-Muqtádir, Mozárabes y de nombre Abu Umar ibn Gundisalvo; por tanto fue construido íntegro entre los años 1044 y 1082.

La planta no varía de la normal de todo palacio medieval musulmán, con poquísimas excepciones, desde nuestro país hasta la India: patio central rectangular orientado casi exactamente de norte a sur, con un paseo en derredor y otro a lo largo del eje, con dos albercas ocupando los lados pequeños del rectángulo y ante los dos pórticos primitivos del patio; el de sur asombrosamente complicado, como buscando ex profeso acumular dificultades por el gusto de resolverlas. El del costado norte prolonga sus cuerpos extremos hacia el jardín, mediante pabellones muy abiertos, que repiten las tracerías complicadas y los arcos en herradura rebajados. En sentido perpendicular a los pabellones y prolongando el pórtico está la deliciosa mezquita, con el mihrab hacia el SE. como es normal, exceptuada Córdoba. Los pilones del jardín fueron estrellados, de ocho puntas, como en el patio de los Naranjos de la desaparecida mezquita sevillana.

Tras los pórticos se tendían sendos salones, con alcobas a sus extremos; desaparecido todo en el sur, por la capilla de S. Jorge, construida allí por Jaime I (h. 1260, según A. Canellas), de la cual tan sólo queda una pequeña puerta rompiendo la muralla y, hacia el patio, que fue posible restaurar, la gran puerta calada del salón musulmán.

Mejor suerte corrió el otro frente, pues aunque se perdió su alcoba de hacia el este, tuvo su bóveda en pie hasta el s. XIX (según P. Savirón, quien la menciona, pero no se molestó ni en dibujarla ni siquiera en describirla). El salón central pudo ser bastante bien reparado, incluyendo sus cuatro puertas pequeñas, dos al patio y las otras para las alcobas, además de la enorme portada central, calada y única in situ, con un loro africano entre los atauriques. La restante alcoba conserva los muros hasta el arranque de la bóveda y las ventanas, que la iluminaron por encima. Esperemos que la exploración, aún no realizada, de una escombrera contigua, nos dé más datos y de mayor claridad que los proporcionados por el opuesto costado.

Los muros largos del rectángulo fueron reconstruidos por entero ya en fechas añejas.

El salón de sur no parece haber tenido arriba estancias íntimas y Jaime I tuvo que construir un pórtico y galería encima ocupando en toda su longitud el muro de oeste, para enlazar los cuartos situados encima de la capilla de San Jorge con los otros, construidos por el mismo rey encima del pórtico del norte, de los cuales sólo restan una puerta y la pequeña estancia sobre la mezquita (en la cual según añeja tradición, nació Sta. Isabel de Aragón, reina de Portugal), con su preciosa portadita del s. XIII, y las ventanas que iluminaron por encima la bóveda calada del oratorio.

Encima del salón del norte sí hubo estancias íntimas, y su escalera empinadísima de acceso se ha reconstruido, para poder llegar a los salones de Pedro III y Pedro IV, ambos con alfarjes pintados al temple sobre papeles pegados a la madera, y uno con yeserías, todavía por estudiar; son importantes, como también lo es el nombrado «de la Chimenea», bajo uno de los anteriores y también sin reparar.

Gracias al Cid, recibido en Zaragoza por Al-Muqtadir el año 1081, no llegan a ocupar la ciudad los Almorávides hasta 1110, parece que sin violencia. El año 1118 lo hizo Alfonso el Batallador, previo asalto a nuestro castillo; sin destrozos, al parecer, pues allí se alojó al día siguiente de su cabalgata primera por las calles. La iglesia, con título de S. Martín, pasó a depender del abad Berenguer de Lagrasse (1129) pero no se construyó hasta finales del siglo, de tipo cisterciense y curiosamente abierta. Y así continuó como residencia de honor de los reyes cristianos, sobre todo a partir de la bula de Inocencio III en la cual concedió a los sucesores de Pedro II, así como a sus esposas, que se coronaran en Zaragoza, deparándonos una serie de relatos de sus festejos: juegos de gineta, toros y gran banquete de Alfonso IV (1328), el último en el patio, ya perdido el jardín hundido; las tan solemnes de Pedro IV, precedidas de grandes obras consistentes en los dos salones altos citados (el «de la Chimenea» debe ser de Pedro III), arranque de pavimento de mármol y colocación de otro nuevo de «rajola» (1336) en la sala donde se halla pintada la historia de Jofre, hoy patinejo; las de Juan I (1388), que vivió en el palacio mucho tiempo; y quizá la más sonada de Martín I (1399). Por ellas, así como por el traslado a su capilla del Santo Grial desde San Juan de la Peña, conocemos las variantes del viejo palacio y los nombres de sus diversos salones, hasta llegar a la última reforma importante, la de los Reyes Católicos; que, si bien trastornó la disposición general rebajando el nivel de los techos de la primera planta, nos dejó la más valiosa colección de techos y alfarjes: fechados todos el año 1492, pero iniciados anteriormente, porque hay escudos abundantes sin la Granada, se puso en otros como fue posible, y no se terminaron hasta dos años después de la fecha citada, según el citado estudio de A. Canellas. De lo posterior sólo hay desgracias: el asesinato de S. Pedro de Arbués llevó las oficinas y prisión inquisitoriales a una parte del castillo, aunque sigue valiendo como de compromiso y por muy pocos días a doña Juana la Loca (1502); al papa electo Adriano VI (1522); a la emperatriz Isabel (1533), y a Felipe II como príncipe (1542); el mismo que, con motivo de la fuga de Antonio Pérez, su traidor secretario, encargó a su maestro Spanocchi (o Espanoqui, como firma) el proyecto y construcción de una muralla y baluarte cercando por fuera el recinto a manera de ciudadela. Se conservan sus bien trazados planos en Simancas y gracias a ellos y a varias plantas y algunos alzados del Museo y Biblioteca del Museo del Ejército, anteriores a la terrible reforma del s. XVIII, pudieron acometerse tanto su estudio como la reparación.

La tremenda reforma de Felipe V se llevó por delante toda la fortificación medieval, a excepción de la torre del Trovador, que fue alterada en mucha parte.

La final de Isabel II, transformando el palacio en cuartel, descuajó de los muros todas las yeserías al descubierto, dejándonos tan sólo algunas en la mezquita, para enriquecer los Museos de Zaragoza y Madrid, entonces en formación. Quedaron solamente los ocultos, ahora sacados a luz.

Bibliografía

Savirón y Esteban, P.: Fragmento de estilo árabe procedente de la Aljafería; en Mus. Esp. de Antigüedades, Madrid, 1872, pp. 145-748. Id.: Detalles del palacio de la Aljafería en Zaragoza, id., II Madrid, 1873, pp. 507-512. Terrasse, M.: L´art hispano-mauresque des origines au XIII siècle; París, 1932. Albareda, H.: La Aljafería A.; 1935. Íñiguez, F.: Así fue la Aljafería; Zaragoza, 1952. Id.: La Aljafería. Presentación de los nuevos hallazgos; en las Actas del I Congreso de Est. Árabes e Islámicos, Córdoba, 1962, pp. 357-370. Historia de Zaragoza; capítulos de J. M. Lacarra en el vol. I, y de A. Canellas López en el II, Zaragoza, 1976. Ewert, Ch.: Islamische Funde in Balaguer und die Aljafería in Zaragoza; Berlín, 1971. Id.: Spanisch-Islamische Systeme sich Kreuzender Börgen; 2 vols., Berlín, 1978.

Arqueología

El tradicional monumento zaragozano ha experimentado en los últimos años importantes cambios que facilitan un más amplio conocimiento de buena parte de su historia a través de la investigación arqueológica. El desarrollo del proyecto de adaptación, en una parte de los edificios cuartelarios, de la sede de las Cortes aragonesas ha constituido una ocasión única para conocer un poco más sobre la evolución del conjunto al haber podido actuar en profundidad previamente a la nueva edificación realizada. La actuación arqueológica afectó a diversos sectores del conjunto, sobre todo a: patio de San Martín, patio de San Jorge, capilla o iglesia de San Martín, espacio donde se ubicó la capilla de San Jorge (desaparecida de antiguo), patio occidental, estancias del patio occidental, naves del cuartel del siglo XVIII, así como otros sondeos de menor importancia y, sobre todo, el seguimiento del proyecto arquitectónico desde su fase inicial hasta su culminación, ha constituido un hito en la actuación arqueológica preventiva y durante la ejecución de una obra civil, tendente en todo punto a preservar el monumento, datar la estructura, salvar el dato histórico o documentar aquello que era insuficientemente conocido.

Junto a los trabajos habituales de excavación estratigráfica han surgido sorpresas que han facilitado documentar una necrópolis de los siglos XVIII-XIX, con un conjunto de enterramientos de la época de la guerra de la Independencia contra Napoleón. Se hallaba oculta bajo el pavimento de la iglesia de San Martín, incluida una cripta de la que no se tenía noticia, que ha facilitado unos interesantes ajuares militares de la época de los Sitios de Zaragoza.

Se recuperaron también elementos arquitectónicos descontextualizados pero de indudable valor, arrojados como simples escombros en las reformas con fines militares que sufrió el monumento en anteriores centurias. Procedían de las estructuras antiguas del palacio musulmán, como un capitel de alabastro, un friso fragmentado con decoración de caracteres cúficos pertenecientes a la zona religiosa del palacio; estructuras arquitectónicas de diversos momentos y algunos materiales, entre ellos cerámicas de «cuerda seca» parcial que pueden corresponder al siglo XI, aunque se hallaran en una canalización de desagüe hacia el exterior de la muralla en un contexto de hacia el siglo XIII.

De gran importancia los conjuntos materiales, sobre todo cerámicos, de los siglos XVII, XVIII e incluso XIX, junto con producciones de procedencia foránea que empiezan a permitir un mejor conocimiento de tipología y decoraciones. También cerámicas de producciones comunes como una variada ollería, vidriada y sin vidriar.

Los restos arquitectónicos representativos han sido protegidos y conservados bajo las estructuras restauradas de épocas posteriores en unos casos; en otros, debidamente protegidos y resaltados, son visibles.

Una actuación complementaria uniría la Aljafería con un nuevo proyecto (no realizado), el de instalación allí de una parte del Museo Provincial de Zaragoza, que hubiera albergado una parte global del mismo, bien la Arqueológica o la de Bellas Artes. Las excavaciones previas presentan abundantes estructuras arquitectónicas bajo los pavimentos correspondientes a las últimas reformas del palacio, sobre todo en el ala norte del mismo, y sin duda suponen la exhumación de una parte de los elementos arquitectónicos de épocas islámica, medieval cristiana y de los Reyes Católicos. Aquí se han recuperado fragmentos notables de yeserías del palacio taifa arrojados como simple escombro en épocas posteriores.

Las labores de excavación y restauración realizadas en el palacio de la Aljafería desde 1991 han permitido recuperar en su práctica totalidad uno de los monumentos más emblemáticos de Aragón. El proyecto de restauración y rehabilitación dirigido por los arquitectos Luis Franco y Mariano Pemán, han contado con la supervisión arqueológica de Manuel Martín-Bueno. Fruto de estos trabajos ha sido la recuperación de la información sobre el recinto amurallado musulmán conservado bajo la remodelación del cuartel de época de Isabel II, en concreto de dos de sus cubos ultrasemicirculares situados en la fachada oeste del Palacio, así como de una serie de escaleras que recorrían la parte interna del lienzo de la muralla. Uno de los hallazgos más significativos ha sido la aparición de una torre de planta cuadrangular en la esquina suroeste del recinto, que corresponde sin duda alguna a la que mandó levantar Pedro IV en 1366 para reforzar las defensas del Palacio ante un inminente ataque enemigo tras la caída de Tarazona en manos de las tropas castellanas del rey Pedro I.

Los trabajos en el interior del Palacio han permitido atestiguar la práctica ausencia de niveles arqueológicos fértiles, pese a lo cual se pudo documentar resto del suelo original del patio árabe, actualmente de Santa Isabel, recubierto con losas de mármol, que se encuentra casi medio metro por debajo de la cota actual del pavimento. También se ha descubierto y conservado la alberca sur original, que se encontraba bajo otra construida en los años ochenta. Pero es el palacio medieval el que ha aportado mayores novedades. No sólo por la aparición de tres ricos alfarjes decorados, sino por el replanteamiento que ha sido necesario realizar sobre la distribución de sus salas respecto a las del palacio de los Reyes Católicos.

La sala conocida como del aljibe, a partir de ahora de recepción, ha conservado milagrosamente hasta hoy en día un alfarje de tema heráldico que por su riqueza y variedad es único en la Corona de Aragón. Realizado hacia 1365, según la documentación estudiada, presenta dos fases decorativas. La primera corresponde a Pedro IV en la que los escudos reales de Aragón, el de la cruz de Aínsa, del viejo Reino y el de los palos como señal real, alternan con los de tres de sus esposas: María de Navarra, Leonor de Portugal y Leonor de Sicilia, estando los canecillos decorados con leyendas cúficas. Posteriormente, hacia 1387, su hijo Juan I repinta sobre los escudos anteriores sus emblemas reales, introduciendo el de la Cruz de San Jorge con las cuatro cabezas de moros, conservando alguno de los de su madre, Leonor de Sicilia, e introduciendo los de su mujer Violante de Bar, aunque éstos son de pergamino pintado que se colocaron claveteados en los tirantes de unión de las vigas. Nos encontramos sin duda alguna con el gran salón de Recepción del Palacio, en el que el monarca mostraba a los visitantes sus poderes y alianzas matrimoniales de Reino.

Los otros dos salones del Palacio situados en el piso superior se encuentran cubiertos por alfarjes de cronología más tardía, por lo menos la decoración conservada actualmente en la que se aprecia una serie de temas mitológicos realizados mediante cartones a base de grifos y animales fantásticos que alternan con los escudos de los RR. CC. en los que la ausencia de las cadenas de Navarra y la presencia de la granada nos permite fecharlos entre 1492 y 1515. Bajo esta decoración se han conservado restos de otra muy simple consistente en barras o palos de gules sobre oro lo que induce a identificar estas salas con aquellas a las que se refieren los cronistas cuando describían el cielo de barras bajo el que se encontraba el visitante.

El estudio de los muros y suelos, tras un minucioso decapado de yesos y morteros ha permitido constatar cómo el palacio de los RR. CC. apenas alteró el palacio medieval precedente ya que se limitó a compartimentar grandes salas como las tres de los Pasos Perdidos que en su origen debió ser una, o a eliminar muros en el salón conocido de los RR. CC. para crear ese gran espacio, pero conservando siempre la estructura perimetral medieval, como se ha comprobado por el hallazgo en los morteros del suelo de una serie de monedas fechadas en el siglo XIV, así como por la aparición de una puerta con yeserías mudéjares en la sala de los Pasos Perdidos I, desde la que se accedería al resto del Palacio, hoy desaparecido, situado en la zona ocupada por el actual hemiciclo de las Cortes.

En 1997 finaliza la restauración de los artesonados de época RR. CC. fruto de la cual ha sido la aparición, entre las vigas, de una serie de hojas en pergamino y papel, en perfecto estado de conservación; los pergaminos, pertenecientes a dos coranes, propiedad de alguno de los artesanos mudéjares que trabajaron en su ejecución. Finalmente en 1998 se inicia la restauración de la Torre del Trovador, con lo que se completará la de la totalidad del Palacio.

Bibliografía

Expósito Sebastián, M.; Pano Gracia, J. L. y Sepúlveda Sauras, M. I.: La Aljafería de Zaragoza. Guía histórico-artística y literaria; Zaragoza, 1986. Martín-Bueno, M.; Erice Lacabe, R. y Sáenz Preciado, M. P.: La Aljafería: Investigación Arqueológica; Zaragoza, 1987. Martín Bueno, M. y Sáenz Preciado, J. C. y Monforte Espallargas, A.: La Heráldica de Pedro IV y Juan I en el Palacio Real de la Aljajería, Zaragoza, 1996.

Restauración

El Palacio de la Aljafería abrió, de nuevo, sus puertas al público el 16 de mayo de 1998, una vez terminado un largo y complejo proceso de restauración que le ha devuelto el esplendor de épocas pasadas.

Transcurrido medio siglo desde que la recuperación del edificio fuera iniciada, en 1947, por el arquitecto Francisco Íñiguez, entonces comisario General del Patrimonio Histórico-Artístico, que dirigió los trabajos hasta su muerte en 1982. Éste impulsó la creación de un patronato al que el ejército transfirió la parte monumental. Con un presupuesto muy limitado (unos 200 millones de pesetas), realizó labores de consolidación e inicia la rehabilitación de las murallas y puertas primitivas, el palacio taifal, la escalera noble, los salones de los Reyes Católicos y el gran aljibe. Tras la muerte de Íñiguez, continuó los trabajos su colaborador Ángel Peropadre.

En la década de los ochenta, se producen dos acontecimientos que resultarán decisivos para el futuro del palacio. El primero es que, en 1980 y dentro de la denominada «operación cuarteles», el Ayuntamiento de Zaragoza adquiere el edificio por 24 millones. Dos años más tarde, firma un convenio con el Ministerio de Cultura por el que se establece el compromiso del Gobierno Central de restaurar la Aljafería, en un plazo de siete años, e impulsar el Museo de Bellas Artes, acuerdo que no llegó a materializarse. Pero en 1983, se produce el segundo hecho a que hacíamos referencia: las Cortes Aragonesas - Cortes del siglo XX deciden instalar su sede en la parte más moderna de la Aljafería, que es cedida por el Ayuntamiento.

En 1985, se inician las obras de acondicionamiento, bajo la dirección de Peropadre; sin embargo, las dificultades de ejecución llevan a las Cortes a encargar un nuevo proyecto a los arquitectos Luis Franco y Mariano Pemán, quienes, finalmente, dirigirán la rehabilitación de todo el conjunto, incluida la parte histórico-artística. En julio de 1987, el Parlamento celebra su primer pleno en la nueva sede. En 1994, tras realizar la ampliación de sus instalaciones y la cesión por parte del Ayuntamiento de todo el Palacio, se acomete la restauración de la zona histórica.

Desde 1986, las Cortes han invertido 2.573 millones de pesetas, 870 destinados al recinto histórico y 1.650 al parlamentario.

Bibliografía

Sobradiel, Pedro D.: La Aljafería entra en el siglo veintiuno totalmente renovada tras cinco décadas de restauración; Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1988.

Fuentes