Diferencia entre revisiones de «Enrique Labrador Ruiz»
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Revisión del 16:11 20 feb 2012
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Enrique Labrador Ruiz. Narrador, ensayista y periodista, uno de los más prolíficos y reconocidos escritores cubanos del Siglo XX.
Sumario
Biografía
Nació en Sagua la Grande, en la provincia de Las Villas, el 11 de mayo de 1902. Su formación fue autodidacta. Se inició en el periodismo desde los 16 años, cuando comenzó a trabajar como corresponsal de periódicos de La Habana en el pueblo de Cruces y, en 1919, como corresponsal de El Sol de Cienfuegos, donde atendió la sección "Pasavolantas". A los 21 años, se trasladó a La Habana como parte de la redacción de este periódico, donde continuó trabajando hasta 1924. A su llegada a la capital, comenzó una colaboración sistemática que se mantendría durante toda su vida con otros diarios y revistas como Mundial, Chic, Noticias de Arte, Social, Revista Cubana, La Gaceta de Cuba, Espuela de Plata, Orígenes, Bohemia, Habana, Carteles, Gaceta del Caribe, Información, Diario de la Marina, El País, Hoy, El Mundo. También colaboró con periódicos y revistas internacionales como Américas, de los Estados Unidos; Atenea, de Chile; El Imparcial, de Guatemala; y Fábula, de Argentina.
Trayectoria Artística
Labrador Ruiz fue uno de los fundadores del Pen Club en Cuba. Alternó su trabajo periodístico y literario con el oficio de comisionista de comercio, lo cual le permitió recorrer todo el país. Además, viajó por América, Europa y Asia. Al triunfo de la Revolución, en 1959, pasó a ser redactor de la Imprenta Nacional, después Editora Nacional de Cuba. Los últimos años de su vida transcurrieron en los Estados Unidos, donde, aunque continuó escribiendo y disfrutando de la fama alcanzada hasta entonces, sólo publicó un libro más para el conjunto de su obra, hasta su fallecimiento en 1991.
Instalado rápidamente en el mundo intelectual de su época, Enrique Labrador Ruiz contribuyó con su prolífica obra narrativa a la renovación de las letras cubanas a partir de la década de 1930. Al igual que en el caso de Lino Novás Calvo, en la narrativa de Enrique_Labrador_Ruiz se percibe el influjo de escritores como William Faulkner, John Dos Passos y Aldous Huxley, así como de otros como James Joyce, Virginia Woolf, Marcel Proust, y Franz Kafka. Por otra parte, es también evidente la impronta de la literatura de los Siglos de Oro españoles, sobre todo de Góngora, Quevedo, Cervantes y Calderón de la Barca, así como de los escritores de la Generación del 98, en especial de Unamuno, Valle-Inclán y Azorín.
Motivado por una voluntad de experimentación acorde con el espíritu de las vanguardias europeas y latinoamericanas, publicó narraciones que llamó "novelas gaseiformes": El laberinto de sí mismo 1933, Cresival 1937 y Anteo 1940. El calificativo de estas novelas se debió justamente a su condición “gaseosa”, es decir, inaprensible y onírica, puesto que se trataban de historias desarticuladas, neblinosas, apenas esbozadas, como si fueran esqueletos narrativos. En la primera de estas tres novelas, por ejemplo, la disposición tradicional por capítulos desaparece para dar lugar a segmentos independientes agrupados en tres secciones tituladas con vaguedad como “Un tiempo”, “Otro tiempo” y “Después”. Es por esto que la imprecisión es una de las características estilísticas de Labrador Ruiz, lo cual se manifiesta en la descripción desdibujada de los personajes, en la confusión entre los discursos del narrador y los protagonistas, en los vacíos de la historia y en los misterios que quedan sin resolverse, entre otros aspectos. En general, la inversión de valores que implica la fantasía desbordante de los personajes y su desesperación, estará reflejada y soportada, desde el punto de vista estructural, mediante el desorden cronológico del discurso en muchas obras, las atmósferas oníricas, ambiguas e irreales y la interacción de sus protagonistas con los diferentes espacios. Por su carácter elíptico y fragmentado, estas tres primeras novelas exigen un lector inteligente y activo que complete sus vacíos y ambigüedades.
Labrador Ruiz hizo de los prólogos de Cresival y Anteo, así como de muchos de sus artículos y ensayos, verdaderos programas de renovación, donde puntualizó importantes aspectos de la novela moderna. En su artículo "Notas en torno a una personal estética", por ejemplo, Labrador Ruiz esclarece lo siguiente: "podría decirles que para crear de esta forma me he apoyado tan sólo en las aristas de una realidad profundamente táctil a mis sentidos; aristas ocultas y vibrátiles, apenas sensibles a la mordedura de una pluma lerda o esquiva, ya que me inclino por lo común hacia lo que ha sido menos fácil de registrarse en un pulso que se gobierna bajo el acicate de lo transitorio, lo huidizo y lo desatado... Y todo ello en razón de que me es muy caro el mundo que me rodea; que amo ese mundo contradecido y fatalista cuya apretada urdimbre nos envuelve en una perpetua atmósfera de angustia; que soy parte de esa atmósfera, y que estoy siempre en vena de analizar en él hasta aquello más difícil de ser ocultado de su destino colectivo". Las ideas contenidas en este fragmento permitían explicarnos por qué Labrador Ruiz también calificó al conjunto de sus tres primeras novelas como de una “triagonía” –un término que extrajo de “El lapicerito de oro”, primer capítulo del libro Superrealismo (1929), de Azorín.
Además de los presupuestos existencialistas apoyados en el determinismo de Taine, y de la atención al carácter absurdo de la realidad, en la narrativa de Labrador Ruiz se manifiesta la llamada “estética del laberinto”, ya que insiste en personajes, situaciones, decisiones y motivaciones confusas, embrolladas, donde se prefiere mostrar la realidad en toda su complejidad, es decir, absurda, inaprensible y agónica.
Por otra parte, la ideoestética de Labrador Ruiz también se define por la ruptura de las fronteras genéricas y porque su prosa, a semejanza de la de Miguel de Unamuno, prefirió un trabajo lingüístico declaradamente renovador, que se nutría en las fuentes del idioma y en la riqueza del léxico popular y local.
Con La sangre hambrienta 1950, que es la última de sus novelas publicadas, Labrador Ruiz recibió el Premio Nacional de Novela de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación de Cuba. En esta obra se manifiesta una nueva modalidad dentro del conjunto de su narrativa, puesto que el propio Labrador Ruiz, en su afán sistemático de bautizar sus narraciones con neologismos que a su vez las definan, la llamó novela “caudiforme”. Sin embargo, aunque en apariencia se aparta del anterior estilo “gaseiforme” y se acerca más a lo que fueron las novelas de la tierra, vuelve a insistir en motivos como el laberinto, y en temas como la agonía, la ansiedad y la desesperación de sus personajes, muchas veces atormentados por disquisiciones metafísicas o vencidos por la degeneración del medio en el que viven. En La sangre hambrienta se narran los acontecimientos de una casa de huéspedes habanera durante los meses más agitados de 1933. El autor se interesa por la realidad nacional sin hacer de su obra una denuncia explícita y encauza su estilo por los derroteros de la literatura contemporánea internacional más transgresora.
El intenso aliento experimental, la ambigüedad entre realidad y fantasía, el habilidoso trabajo con el lenguaje en todos sus registros, la maestría de los diálogos, así como las sutilezas que aportan el humor trágico y la ironía, son algunos de los rasgos que caracterizan la producción cuentística de Labrador Ruiz, conformada por volúmenes como Carne de quimera 1947 y Trailer de sueños 1949 –a los que definió como “novelines neblinosos”-; así como por El gallo en el espejo 1953, al que consideró un libro de “cuentería cubiche”. Caracterizan a estos relatos las situaciones oníricas y el desdoblamiento de los personajes, que se nos ofrecen como dispersos o fragmentados en sus laberintos psicológicos, casi siempre abocados a estados de locura o de feroz ansiedad.
Publicaciones
En 1937, Labrador Ruiz publicó su libro de poemas Grimpolario (saldo lírico), el cual antecede las inquietudes y estrategias de sus novelas y delata los lados oscuros de una realidad reivindicada en su sordidez existencial (o "agonística", según palabras del propio autor). En 1951, recibió el premio periodístico “Juan Gualberto Gómez”. Más tarde figuró en la directiva de la Asociación de Reporters de La Habana (Círculo Nacional de Periodistas) y del Colegio Nacional de Periodistas. Como delegado de la Asociación Nacional de Reporters, fue miembro del Consejo de Gobierno de la Caja de Maternidad.
Cuentos
Su cuento más antologado es "Conejito Ulán", con el cual obtuvo el Premio Nacional de Cuento Alfonso Hernández Catá. En este caso, como ocurre con la María Bidó de “El gallo en el espejo”, con la Estefanía de La sangre hambrienta, o con la protagonista de “Reparada”, aparece también un personaje femenino “agonista”, la campesina Maité, que es víctima de la hostilidad social y que enriquece su mundo interior para escapar de la represión y la desesperación. En el caso de la solterona Maité, esta se alimenta ilimitadamente de su fantasía a partir de la relación afectiva que establece con un conejito que comienza por llamarse Ulán, y luego se transforma en Julián, una vez que va incorporando, según lo imagina Maite, determinados rasgos antropomórficos. Para hacer escapar de la angustia a muchos de sus personajes, Labrador Ruiz consideraba que los animales eran una solución efectiva. Así, también en “El gallo en el espejo” el animal suplanta la figura del hijo ausente; como mismo en “Conejito Ulán” este se convierte en una posibilidad que aprovecha la protagonista para sumergirse en el mundo de su subjetividad y para desatar sus instintos reprimidos. “Conejito Ulán” es también un cuento que evidencia el interés de Labrador Ruiz por los espacios interiores como lugares de protección frente a la hostilidad del entorno, y donde se proyecta el universo imaginativo y las energías físicas y espirituales de los personajes.
Otros Géneros
Otros géneros que Labrador Ruiz cultivó con frecuencia y maestría fueron el ensayo y la crónica, en libros como Manera de vivir (pequeño expediente literario) 1941 y Papel de fumar (cenizas de conversación) 1945, en los que critica el ambiente literario de su país; El pan de los muertos 1950, conformado por crónicas y semblanzas sobre personajes nacionales e internacionales; y Cartas a la carte 1991, calificado por el propio autor como de “prosas prepóstumas” y que fue publicado en Miami a manera de epístolas enviadas a destinatarios anónimos, y en las que se siente el peso de la memoria y la nostalgia por el país perdido.
Muerte
Los últimos años de su vida transcurrieron en los Estados Unidos, donde, aunque continuó escribiendo y disfrutando de la fama alcanzada hasta entonces, sólo publicó un libro más para el conjunto de su obra, hasta su fallecimiento en 1991.