Fiebre catarral maligna de los bóvidos

Fiebre catarral maligna de los bóvidos
Información sobre la plantilla

Fiebre catarral maligna de los bóvidos. La fiebre catarral maligna infecciosa aguda de los bóvidos y búfalos, caracterizada especialmente por inflamación crupal de las mucosas de la cabeza con alteraciones en los ojos y síntomas nerviosos graves. Su agente patógeno es un virus.

Historia

La enfermedad fue observada y descrita repetidamente desde fines del siglo XVIII. Anker (1832) la describió con el nombre de tifus de los bóvidos. Tanto él como luego Spinola, creían que el catarro nasal benigno, en ciertas circunstancias, podía degenerar en maligno. Haubner y Roll, y después Lucet, concedieron importancia principal al proceso difteroideo de las mucosas, pero la enfermedad sólo fue considerada como un padecimiento infeccioso específico de los bóvidos por Bugnion (1877). Más tarde se intentó averiguar su naturaleza mediante investigaciones bacteriológicas y, durante algún tiempo, tuvo muchos adeptos especialmente la teoría de Leclainche, que conceptuó el padecimiento como una intoxicación bacterial. Recientemente lo ha relacionado Ernst y Hahn (1922) así como Zwick y Witte (1931) con la enfermedad de Borna de caballo, y Mettan (1923) y Gotze (1929) han demostrado su misibilidad mediante sangre de animales enfermos.

Ubicación

La coriza gangrenosa se observa de cuando en cuando en todas partes, ora esporádicamente, ora como epizootia estabular, pero parece menudear más en las comarcas montañosas, en particular en primavera y otoño (en Noruega, también en verano). En algunas granjas arraiga de tal modo que, año tras año, causa más o menos víctimas.

Etiología

La enfermedad es producida por un virus. Gotze y Liess (1929) lograron trasmitir la enfermedad por inoculación subcutánea e intravenosa de sangre de bóvidos enfermos libre de bacterias, produciendo la forma típica en 13 de un total de 34 casos (40%), con un período de incubación entre 16 días y 10 meses (por lo general, de 30 a 90 días) . Resultados parecidos han sido comunicados por Rinjard (1935) y Magnusson (1939), así como, antes, por Metann (1924) en la Snotziekle de los bóvidos sadafricanos, considerada por Theiler y Gotze y Liess y Wyssmann (1934) como fiebre catarral maligna, contra la opinión de Mettan. Estos resultados fueron ampliados por Zanzucchi (1934), el cual pudo demostrar la transmisibilidad d ela enfermedad con sangre filtrada y emulsiones de órganos a carneros y de éstos a otros carneros y a cabras y luego, nuevamente, a bóvidos. En sus investigaciones, el plazo de incubación osciló entre 4 y 12 días. Stenius (1947) ha llegado a conclusiones parecidas. Piercy (1953) logró transmitir también la enfermedad con extracto de ganglio linfático.

Síntomas

El período de incubación todavía no se conoce bien. Autores antiguos (Bugnion, Franck), fundados en observaciones prácticas, lo consideraban de 3 a 4 semanas. Los nuevos experimentos de infección parecen confirmar esta idea, pues en ellos el período de incubación también suele ser de varias semanas. Más no parece imposible que, tras contagios naturales, dure sólo algunos días, ni que puedan presentarse, por otra parte, casos de plazo de incubación mucho más largo, hasta de meses. Después de introducir en boyadas reses lanares portadoras de virus, la mayoría de los casos de enfermedad se presentan en los bóvidos en el término de uno a varios meses, pero todavía pueden acontecer casos aislados de 8 a 10 meses más tarde (Gotze). Según Magnusson las ovejas pueden no ser peligrosas durante 2 ½ años, contagiando luego a las reses vacunas.

Curso y pronóstico

La enfermedad es aguda siempre. Aparte los casos leves, que curan en 1 ó 2 días, y los sobreagudos, mortales en el término de 1 a 3 días, el cuadro morboso suele acabar su desenvolvimiento del tercero al cuarto días y, las más veces, entre los 4 y 14, acontece la muerte, con relativa rapidez (entre los días 4.° y 9°.) cuando predominan los síntomas intestinales; en cambio, la enfermedad puede durar unas dos semanas cuando se desarrollan en forma típica las alteraciones oculares y la inflamación de las mucosas de la cabeza. En tales casos pueden, excepcionalmente, disminuir mucho en pocos días los fenómenos nerviosos, y las reses vuelven a tomar el pienso, más, a pesar de ello, siguen febriles y enflaqueciendo; entretanto, su estado vuelve a empeorar y acaban por sucumbir.

Diagnóstico

Cuando, como en casos sobreagudos y en las formas leves, no aparecen las típicas alteraciones oculares ni los fenómenos morbosos de las mucosas cefálicas, el diagnóstico sólo es posible si, en el mismo establo, casos típicos de la enfermedad hacen pensar en la posibilidad de la fiebre catarral. En los demás casos tienen importancia diagnóstica la inflamación de los ojos y de las mucosas de la cabeza y el estupor profundo. La enfermedad se puede confundir muy fácilmente con la peste bovina sobre todo cuando el epitelio de la mucosa bucal y, eventualmente, de la vaginal, está necroso y coexiste una enteritis grave. Pero suelen evitar la confusión la presencia de las alteraciones oculares y la pre4sentación esporádica de los casos morbosos. Mas cuando falta la oftalmía y se presentan casos múltiples, el diagnóstico puede ser difícil y requiere gran circunspección con la debida consideración de las circunstancias accesorias. Además, en caso necesario puede recurrirse a la experimentación e4n bóvidos, pues cuando la enfermedad inocula es peste bovina, se suele desarrollar en un plazo de 3 a 9 días; si es fiebre catarral maligna la transmisión mediante sangre no es constante y únicamente suele producir la enfermedad semanas después. El crup de los bóvidos transcurre con síntomas parecidos pero suele observarse en vacas poco después de parir, y en ella faltan los fenómenos nerviosos y las más veces, los oculares. Se distingue por las lesiones de la nariz y de sus cavidades accesorias, así como por el estupor de las diversas formas de la enteritis, y por lo mismo y por la falta de ampollas en la boca y en los pies, de la glosopeda. Por el carácter cruposodifteroideo del proceso de las mucosas, difiere del catarro nasal no infeccioso simple, y por la localización exclusiva del mal en los ojos, de la queratitis infecciosa. Por último, a causa del estupor, pude confundirse con la meningitis tuberculosa, pero en ésta faltan los fenómenos inflamatorios en las mucosas.

Tratamiento

Como no se dispone actualmente de remedio específico alguno, el tratamiento se reduce al sintomático, cuando no se prefiere sacrificar las reses por necesidad. En primer término, hay que alojar a los enfermos en lugar tranquilo y procurarles agua de bebida fresca y pura y alimentación adecuada. Para mitigar la inflamación aguda de las mucosas cefálicas, convienen enérgicas aplicaciones o afusiones frías a la cabeza. Además, hay que procurar impedir la estancación de las secreciones, mediante frecuentes lavados de la conjuntiva y de las mucosas nasal y bucal con astringentes y antisépticos débiles y, además, con inhalaciones de vapor de agua y, en lo posible, practicando con cuidado el desprendimiento de los tejidos mortificados. Si hay peligro de asfixia se debe practicar la traqueotomía. Si se ha acumulado mucho exudado en los senos frontales o en las cavidades de los soportes de las astas, puede vaciarse artificialmente por medio de la trepanación o, si ésta no da resultado, aserrando una o ambas astas o ambas astas y lavando 2-3 veces cada día las cavidades correspondientes, mientras persista la secreción. El exudado acumulado en los senos del maxilar superior suele fluir por la nariz, siguiendo las vías naturales. Si el estupor es profundo, están indicadas las fricciones espirituosas y la adición de alcohol o de infusiones de café al agua de bebida. Contra la fiebre muy alta se usan antipiréticos.

Profilaxis

Con arreglo a lo que hoy sabemos de la enfermedad, hemos de procurar la conservación de la resistencia de los bóvidos mediante buena higiene, principalmente, albergándolos en establos limpios y convenientemente ventilados y dándoles piensos buenos y no alterados. Además, el posible contagio de los bóvidos por los óvidos aconseja tener aislados los unos de los otros, rigurosamente.

Fuentes

  • Dr. Sánchez-Garnica Montes, Clemente. Patología y terapeútica especiales de los animales domésticos. Editorial Labor, S.A. Calabria, 235-239. Barcelona-15 (1973).