Los paraguas de Cherburgo (película)
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Los paraguas de Cherburgo. Este filme francés de 1964, significó toda una nueva visión del cine musical. Dirigido por Jacques Demy y con el debut en el cine de una actriz que tenía entonces solamente 20 años: Catherine Deneuve. La música novedosa y extraordinaria es de Michel Legrand que también sería una leyenda del cine y de la música en Francia, en Europa y después en todo el mundo.
Del filme
Jacques Demy se empeñó en hacer este musical a todo color, donde la belleza del ambiente se corresponde con la música en una historia de amor. En este filme Demy incursiona en un género que transita por una delgada línea donde se separa el arte un poco ingenuo o naif del tono melodramático.
La película introduce en el cine la inmensa novedad de hacer los diálogos “cantados”. Fue la primera experiencia en el cine de esta especie de ópera popular. Hoy en día este filme se considera un clásico indiscutible, para muchos críticos es también un filme de “culto”. Su diferencia con el gran musical norteamericano es que aquí no hay presencia del baile o de la coreografía, que hicieron clásicos como “Cantando bajo la lluvia”.
Sinopsis
La historia de este filme se corresponde con un tema universal: la juventud y el amor, las angustias del amor, la separación, el olvido, y cómo la vida cambia las relaciones sentimentales.
El filme comienza mostrando una pequeña tienda de paraguas cuya propietaria era Madame Emery, una viuda que atiende el negocio con su hija Geneviève , que interpreta Catherine Denueve, quien con su aire angelical y su genuina belleza juvenil conduce el filme y le imprime un tono sentimental.
Geneviève tiene un novio mecánico, con quien se pasea por las calles de Cherburgo, un puerto marítimo en el norte de Francia, donde abundan las lluvias, los días grises y el frío. En el apartamento del mecánico los novios se reúnen y se aman. De esta relación queda un embarazo que juega un gran papel en la trama. El novio es llamado al servicio militar y debe acudir. Las escenas de despedida en que ambos se cantan, son muy logradas hasta el final de esta parte en que el joven parte en un tren a su nuevo destino.
La joven queda desconcertada, pero confiando en el reencuentro. Pasa el tiempo sin que tenga noticias de su amado. Desesperada comenta: “¿Por qué yo vivo si él está muriendo por mi?”. La música no se aparta ni un solo momento. No vemos más al novio y un nuevo elemento llega a esta historia.
Un hombre joven y con muchos recursos económicos, joyero de profesión, se enamora de Geneviève, quien ya no puede ocultar el embarazo. La madre con una lógica muy francesa, le dice que acepte esta proposición y todos los problemas desaparecerán.
Está claro, y el permanente contrapunto musical lo acentúa, que Geneviève hace un matrimonio de interés. Su amor se sabe a quién pertenece. Se mudan a París, cambian su vida provinciana por una nueva existencia acomodada.
Pero ahora el filme da un nuevo giro. El tiempo ha pasado y ahora es Guy (Nino Castelnuovo), el novio que regresa a los escenarios del amor con nostalgia y tristeza, se encuentra con que su amor ha desaparecido. Descubre un consuelo en la joven que cuidaba su tía en su ausencia. La tía fallece y con la herencia se produce otro matrimonio de interés entre ambos jóvenes. El destino parece sellado, es la música una vez más la que anuncia nuevos acontecimientos.
Es invierno, Navidad, cae la nieve y en la nueva estación de servicios a autos que abrió el joven Guy, arriba un auto caro, de último modelo. Bajo la nieve acude a atender el cliente, y al bajar la ventanilla del auto se reencuentran los dos enamorados: Guy y Geneive, en una nueva circunstancia que la música subraya mientras todo se conjuga para el gran final. La cámara inicia un lento movimiento de grúa que la hace descubrir los elementos del final: Geneviève con una niña quien es evidentemente la hija de Guy, y al acudiendo al llamado de su esposa y su hijo se protege de la nieve y se reúne con su familia.
La música del final entona el mejor tema en una despedida que lo debe todo al encanto de la actuación, a la magia del diálogo cantado y al desde entonces indiscutible talento de Michel Legrand.

