Monumento al Perro Gaucho

Monumento al Perro Gaucho
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Escultura creada en honor a la fidelidad y el amor.
Datos Generales
Año:1999
País:Uruguay

Monumento al Perro Gaucho. Monumento ubicado frente a la necrópolis local en la ciudad de Durazno en Uruguay, que fue inaugurado en 1999 y que es aun fotografiado por los turistas.

Historia

El pueblo de Durazno le ha rendido un merecido homenaje al perro Gaucho labrando un monumento en bronce y una placa para que jamás sea olvidado, el que se encuentra al frente del cementerio local, donde descansa su querido dueño.

Leyenda

Corría la década del 60 cuando comenzó esta inolvidable historia. Un hombre de campo, don Facundo Ferro, con su perro, llamado Gaucho, residían en Villa del Carmen (localidad del departamento de Durazno, Uruguay), y los dos conformaban el ensamble perfecto del hombre y el animal. . Facundo era ya mayor, de salud delicada, solitario, sin parentela conocida, y consideraba al Gaucho su único familiar. El Gaucho correspondía a esa deferencia con su incondicional compañía.

Placa en el Monumento al Perro Gaucho

. Pero, un día, una enfermedad vino a interferir en tan sincera amistad. De repente, Facundo, se sintió mal y necesitó urgente atención médica. En un viejo jeep un vecino lo llevó al Hospital Doctor Emilio Penza, de Durazno (capital del departamento del mismo nombre). El diagnóstico, crudo y directo, no dejó margen a la duda: – ¡Es grave! -dijo el médico con total certeza. . Entretanto, el Gaucho, presintiendo el manotazo de la desgracia, escuchó el llamado de la fidelidad y salió detrás del jeep que transportaba a Facundo. Sin miedo se enfrentó a la distancia: atravesó terrenos ariscos, intratables breñas, pinchudos pajonales y severos bañados. Desoyendo la tentación del cansancio recorrió 52 kilómetros, hasta que el olfato lo plantó en el lugar donde estaba su amigo del alma. . Con la ansiedad galopando en el pecho, merodeó vacilante por los alrededores. Aunque, la misma ansiedad lo apeó de la indecisión, y un arranque de urgencia lo impulsó a adentrarse en lo desconocido. Guiado por su infalible olfato, desembarcó directamente en la sala dónde Facundo luchaba contra la muerte. Debajo de la cama del amigo, el Gaucho instaló su angustia.

Poco tardó el personal del hospital en descubrirlo. No obstante, conmovidos por la mansedumbre, la soledad y el amor a su dueño, decidieron aceptarlo cual un familiar que acompañaba a su enfermo. Sin embargo, eso no lo libró de algunas expulsiones. Pero él siempre volvía con la cabeza gacha, andando sin ruido. Y otra vez su mirada apacible y los movimientos mesurados, derretían la rigurosidad de enfermeras, médicos y demás pacientes. Y, contra toda lógica sanitaria, lo dejaban ocupar su sitio favorito; abajo del lecho de Facundo.

Todo iba bien; el personal disimulaba y el perro se hacía querer. . Hasta que la muerte desconsiderada entró en la sala, ¡y con certero guadañazo le cortó a Facundo el hilo de la vida! Facundo murió casi pidiendo disculpas, discretamente; sin exhalar un sólo quejido.

El Gaucho lanzó un aullido y saltó a la cama a lamer la cara de su dueño. Llorando desconsolado, el pobre se apretó al pecho del difunto, como si le rogara que lo llevara con él. Impactados por la aflicción del can, los presentes lagrimearon con el corazón tiritando entre las manos. . Durante el velatorio, los ojos tristes del Gaucho, agradecieron en silencio la presencia de quienes se arrimaron a compartir su dolor. . Con las orejas caídas, mirada somnolienta y andar cansino, el Gaucho acompañó a Facundo hasta su destino final. Cabizbajo presenció el enterramiento. Después, entre lastimeros sollozos se echó sobre la sepultura, y ahí se quedó; junto al hombre que tanto lo amó y que él tanto amara. Pasaron las horas y pasaron las jornadas, y el Gaucho seguía allí; sin comer ni beber, nutriéndose de su interminable lealtad. . Unos años antes de su desaparición contaba Don Zoilo Martínez :

Al Gaucho lo conocí. Por aquel entonces yo había enviudado y roto por la pena iba al cementerio todos los días. Desde la tumba de mi finada esposa, lo veía acostado encima de la sepultura, como si estuviera escuchando la voz del muerto. Con el paso de los días se fue quedando muy flaco, caminaba encorvado, sin ganas. Los trabajadores del cementerio le daban agua y comida, pero él no aceptaba. Un tiempo después cambió, y sólo se bebía el agua.

Esa imagen del Gaucho se unió a mi tristeza, y lo sentí igual que un compañero compartiendo el infortunio. Creo que de tanto mirarnos se estableció un diálogo escrito en el aire, que solamente él y yo entendíamos. . Una mañana, cuando la resignación se afianzó, el Gaucho salió a buscar alimento. Entonces, todo Durazno conoció el callejear de aquel perro de pelaje casi oscuro, de tamaño mediano, y claramente emparentado con el ovejero alemán. . Continuó don Zoilo:

La resignación nos llegó casi al mismo tiempo. Yo comencé a espaciar mis visitas al cementerio, y el Gaucho se adueñó de la ciudad. Me alegré por él. . El pueblo le abrió sus brazos y lo acogió cual un hijo. A partir de ese momento, al Gaucho no le faltó comida, agua, ni cariño. Inclusive, algunas personas de buenos sentimientos trataron de adoptarlo, pero él no se dejaba; tras comer y mirar agradecido, se iba al cementerio a tumbarse en la sepultura de Facundo. . Por extraña paradoja, el Gaucho, al no ser de nadie, pertenecía a todos. Y así vivió varios años; rodeado del amor de la gente. Un amor que fue creciendo y acabó por convertirlo en personaje público. Incluso, aquellos que visitaban la ciudad, al conocer su dramática historia, también le otorgaban su amor. Mas, tanto cariño no lo acorazaba ante las incidencias que acechan a los perros callejeros. . Un día la ciudad se estremeció con el arribo de un desgraciado suceso: en la Plaza Sainz, en el Barrio Varona, encontraron al Gaucho muerto. La noticia corrió de boca en boca mojando los ojos y anudando las gargantas. Los vecinos se miraban confundidos; negándose a admitir lo ocurrido. El perro de todos había fallecido, dejándolos sumergidos en la tristeza. Las lágrimas que surcaron los rostros, fueron el espontáneo homenaje al animal que supo hacer de la soledad y de la fidelidad, el faro de su vida.

Por su fidelidad y ejemplar comportamiento, el Gaucho fue conocido y admirado en el Uruguay entero. Y de esta manera, sin quererlo, el humilde perro de Facundo derivó en mito, para satisfacción de todos los habitantes de Durazno.

Fuentes