Padre Mario

Padre Mario
Información sobre la plantilla
Padre mario pantaleo.jpg
Nacimiento1 de agosto de 1915
Florencia, Bandera de Italia Italia
Fallecimiento19 de agosto de 1992
Buenos Aires, Bandera de Argentina Argentina
PadresIda Melani y Rafael Enrique Pantaleo
FamiliaresHermanos: Andrés, Inés y Salvador / Tía: Rubina

José Mario Pantaleo (Padre Mario). Sacerdote nacido en Italia quien junto a sus padres y debido a la pobreza que debieron enfrentar, luego de la Primera Guerra Mundial, emigran hacia la Argentina en busca de mejores oportunidades. A lo largo de su vida acudieron a él cientos de personas en busca de curación para sus enfermedades. De esta forma se convirtió en uno de los hombres que más fe y devoción suscitan en el seno de dicho país.

Síntesis biográfica

El pequeño Giuseppe Mario Pantaleo, tal su nombre completo, nació el 1 de agosto de 1915 en Pistoia, Florencia, Italia, hijo de Ida Melani y de Rafael Enrique Pantaleo.

Infancia

Siendo un pequeño de 3 años de edad, el pequeño Mariolo, como le decía su familiar, sufrió una crisis muy aguda de asma. Su madre Ida, desesperada, lo acompañó con sus plegarias rogando por la vida de su hijito. En un momento, uno de los rincones de la habitación comenzó a iluminarse y, según contó Ida más tarde a su familia, apareció ante ellos la imagen de Santa Teresita. El Padre Mario nunca tuvo un recuerdo muy claro de ese momento porque era muy pequeño. Lo único que quedó fijo en su memoria fue la sensación de una intensa luz, que bañó con su calidez, a él y a su madre. A partir de allí Mario no dejó de adorar y dedicar todas sus plegarias a Santa Teresita que, junto con la Virgen de la Inmaculada Concepción, fueron las únicas imágenes que años más tarde llevó a la Argentina desde su Italia natal.

Dio muestras de su vocación desde muy pequeño. En los jardines del Palazzo Pantaleo había una glorieta y a unos metros de ésta, una mesita de piedra donde el pequeño de sólo 4 años jugaba a ser cura. Su hermana mayor lo encontró una tarde en plena tarea y ocultándose entre los árboles espió la ceremonia. Con una fina y larga tela, el niño cubrió sus hombros alrededor del cuello. En la mesa acomodó minuciosamente un pedazo de pan y una copita con agua sobre una impecable servilleta blanca. Con sus pequeñas manos elevó el pan hacia el cielo, lo mojó en la copita y les dio las migas a las palomas que asistían inocentemente al juego. La hermana, sorprendida, le preguntó:

“¿Qué estas haciendo, Mariolo?”

Como respuesta recibió:

“Pero… Yo soy un Padre!! “

En Italia

Italia ya era parte de una guerra que había comenzado en Europa y que se extendía amenazante hacia el resto de los países del mundo. El panorama no era muy alentador para una joven familia que vivía en carne propia el derrumbe de todo un continente. Y con la llegada del rayón, que desplazó a la seda natural, el negocio familiar entró en crisis.

El horror de la guerra obligó a una gran cantidad de europeos a buscar una nueva vida en América. Los Pantaleo vendieron su casa a una Orden de Clarisas de Clausura y partieron rumbo a la Argentina.

En la década de 1920 llegaron al país, más precisamente a la ciudad de Alta Gracia en Córdoba. Sus padres internaron al pequeño Mario como alumno pupilo en un hogar salesiano. Cuando la paz volvió decidieron volver a Italia pero, por alguna razón que se desconoce, lo dejaron a cargo de los hermanos salesianos, Mario sólo tenía seis o siete años.

Luego de un tiempo, los salesianos no tuvieron más noticias de los padres y recurrieron a las autoridades italianas para solicitar la repatriación del pequeño. El único familiar que habían logrado localizar era una tía, quien se haría cargo de su destino. Así fue como el pequeño volvió solo a Italia en un barco lleno de extraños. Al llegar a Génova fue recibido por su tía Rubina y fue internado en un seminario en Arezzo a cargo de sacerdotes. Sin su ayuda podría haber terminado en cualquier orfanato.

Los recuerdos que el Padre Mario tenía de su infancia eran muy vagos, quizás porque la tristeza fue su única compañera. Este capítulo de su vida fue, quizás, el más doloroso, lo sabía bien porque vivió ese dolor en carne propia.

En Italia, siendo ya un adolescente, la luz de esperanza que guardaba en su corazón de poder reencontrarse con sus padres se fue apagando al ser internado en el seminario de Arezzo, bajo la tutela de su tía Rubina. A pesar de la corta distancia entre Arezzo y su Pistoia natal, el joven Mario no pudo volver a estar con sus padres. Por cuestiones económicas, luego de una corta estadía, fue internado en otro seminario en Viterbo, a pocos kilómetros de la imponente Roma. Más tarde, por la misma razón y siempre bajo la tutela de su madrina Rubina, pasó al seminario de Salerno, al sur de Nápoles, sobre el mar Tirreno, ese mar azul fue testigo y compañero de largas caminatas y atardeceres solitarios de un joven que quedaría mareado en el alma cuando tomó conciencia de que nunca pudo disfrutar de sus padres como lo habían hecho sus hermanos Andrés, Inés y Salvador, y también supo que ya no los vería nunca más.

Ya seminarista de 20 años, Giuseppe Mario decidió conocer a un Sacerdote capuchino muy especial: el Padre Pío de Pietrelcina. Este humilde hombre, recientemente beatificado por el Vaticano, se convirtió en confesor del joven Pantaleo. Entre ellos nació una relación fraternal. Mario encontró en él paz y consejo. Por esto, decidió verlo y consultarlo tantas veces como le fue posible.

El 3 de diciembre de 1944, etapa final de la Gran Guerra, Giuseppe Mario Pantaleo, de 29 años se ordenó sacerdote católico. Pocos días después, el 8 de diciembre, celebró su primera misa en Matera, pueblo cercano al Golfo de Táranto, y comenzó un corto peregrinaje por Italia, pues todavía no había sido designado para cubrir un puesto fijo.

En Argentina

En 1946, uno de sus superiores le habló a Mario sobre un pedido de sacerdotes que había llegado al Vaticano. Nada menos que Monseñor Caggiano, titular máximo de la iglesia argentina, le había solicitado al Papa Pío XII que le enviara ministros. El Padre Mario decidió que ése era su destino: sumarse a la tarea de la Iglesia en un país lejano que él ya conocía. No podía quedarse más tiempo deambulando sin rumbo en Italia. El sabía que debía cumplir con una tarea y el camino se abría en América. Mientras comenzaba a preparar su partida, decidió ver nuevamente al Padre Pío para ponerlo al tanto de su decisión. El capuchino, luego de confesarlo, le dijo: “...Ve, hijo mío, estás en tu camino… Tú también has sido elegido para una singular misión… Adiós, hijo, adiós...”

El 4 de marzo de 1948 regresa a la Argentina José Mario Pantaleo, pero en esta oportunidad como Sacerdote. Por pedido del Cardenal Primado Antonio Caggiano, el Vaticano tuvo que enviar varios ministros de la iglesia por falta de sacerdotes. El primer destino del Padre Mario fue la Iglesia de San Pedro, en Casilda.

El Padre sabía que su misión en estas tierras no iba a ser sencilla, luego de un corto período en este pueblito de Santa Fe, fue nombrado como capellán en el Hospital Provincial de Rosario, donde atendía a los enfermos, realizaba distintas tareas sociales y había tejido amistades muy profundas. Aunque esta situación duró poco, Mario fue destinado a Rufino un lugar lejano a sus inquietudes.

Dos años pasaron para que el Padre Mario se decidiera a pedir el traslado a una gran ciudad donde pudiera cumplir con su otra vocación, estudiar filosofía. El destino fue el Hospital Ferroviario en Buenos Aires.

De tanto transitar destinos el padre decide buscarse su lugar en el mundo y con los pocos ahorros que poseía y los muchos sueños que lo acompañaban, logra comprarse un terrenito en el olvidado y lejano pueblo de González Catán. El Padre quería afincarse en este pueblo, pero antes debía obtener el derecho a oficiar misa.

Los comentarios sobre sus facultades para realizar curaciones milagrosas le cerraban muchas puertas entre las autoridades eclesiásticas. Mario estaba envuelto en la disyuntiva. Por momentos pensaba si Argentina era su destino o debía marcharse. Eran tiempos de necesidades extremas. Durante nueve años, además de su trabajo en el Hospital Ferroviario y como Sacerdote asistente de la Iglesia Nuestra Señora del Pilar, Mario Pantaleo dormía en un baño del subsuelo del Hospital Santojanni; donde había logrado ser asistente del Capellán.

Muerte

El 19 de agosto de 1992 pocos días después de haber cumplido sus 77 años, José Mario Pantaleo muere en la Ciudad de Buenos Aires. Su velatorio en el predio de Gonzáles Catán se extendió por varios días, y se calcula que entre 15 000 y 20 000 personas acudieron a la capilla ardiente.

Escritos

Las Oraciones del Padre Mario

Oraciones padre mario.jpg
“...Yo no soy hombre de muchas palabras...”

Este libro recopila lo mejor de las proféticas enseñanzas de este sacerdote, ortodoxo pero vital y profundamente sensible como ser humano. Más de setecientas personas por día se reunían para escuchar las reflexiones intensas, profundas sobre las grandes angustias, dolores y conflictos que agobian a todo ser humano.

“...Sembrar la buena semilla… esa es la consigna que debería guiarnos permanentemente...”

Él sembraba la palabra. Era la palabra que conforta, que consuela almas e ilumina espíritus.

Ensayos filosóficos

Ensayos filosóficos padre mario.jpg

A decir de Aguerinos Lazaridis, Cónsul de Grecia- Mar del Plata:

“...Mario Pantaleo demuestra en la 1ª parte de sus Ensayos un especial ahínco en desentrañar el mensaje presocrático con su énfasis puesto en la explicación del Ser. E intenta, en la 2ª parte, que el denomina Sistenciología, dar una pauta para el nivel de muerte, con su esperanzado enfoque sobre el destino del hombre cuya sistencia libera un día al ex de origen, permitiéndole el retorno hacia el Ser Absoluto...”

Enlace relacionado


Fuentes