Diferencia entre revisiones de «Fatalismo»

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'''Fatalismo'''. (del latín «fatális»: funesto). Concepción  filosófica según la cual en el mundo y en la vida humana todo se halla  sujeto a la predeterminación del hado, del destino. Ya en la mitología  antigua se encontraba difundida la idea de que los hados imperan sobre  los hombres e incluso sobre los dioses. En la historia de la filosofía,  la concepción del fatalismo recibió distintas interpretaciones en  dependencia de cómo se resolvía el problema del libre albedrío. En la  teoría de la predeterminación (ocasionalismo, armonía preestablecida,  &c.), el hombre era concebido como un abúlico juguete de [[Dios]] o de  la naturaleza, creado en cierta ocasión e incapaz de modificar el curso  preestablecido de los acontecimientos. A esta variedad de fatalismo, que  niega por completo el libre albedrío, se contrapone otra posición  extrema: el voluntarismo. El fatalismo religioso (Islamismo,  Agustín, Lutero, Calvino y otros) admitía con ciertas salvedades el  libre albedrío del hombre, mas nunca pudo reconciliar la «buena»  voluntad de Dios con la «mala» voluntad humana.
 
  
El fatalismo alcanza su  expresión acabada en las teorías filosóficas que preconizan la  repetición absoluta de todos los acontecimientos en cada ciclo del  devenir del cosmos («eterno retorno» de los pitagóricos, Nietzsche y  otros). Esta concepción concibe la casualidad y la libertad del hombre  como instrumento y premisa del destino, con lo cual reconoce que el  hombre es el creador de su vida. Por ejemplo, en la filosofía de  Nietzsche, fatalista hasta la médula y, al mismo tiempo, voluntarista,  del «amor al destino» se desprendía la «voluntad de poder».  Históricamente, el fatalismo ha desempeñado un papel reaccionario. Por  una parte, el considerar el destino como un «plan» de la vida del hombre  establecido desde arriba incitaba a la pasividad, a subordinarse  servilmente a las circunstancias. Por otra parte, la seguridad en la  omnipotencia de la voluntad suprema que conducía a los «elegidos del  d
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'''Fatalismo'''. (del latín «fatális»: funesto). Concepción  filosófica según la cual en el mundo y en la vida humana todo se halla  sujeto a la predeterminación del hado, del destino. Ya en la [[mitología]]  antigua se encontraba difundida la idea de que los hados imperan sobre  los hombres e incluso sobre los dioses. En la historia de la [[filosofía]],  la concepción del fatalismo recibió distintas interpretaciones en  dependencia de cómo se resolvía el problema del libre albedrío. En la  teoría de la predeterminación ([[ocasionalismo]], armonía preestablecida,  &c.), el hombre era concebido como un abúlico juguete de [[Dios]] o de  la naturaleza, creado en cierta ocasión e incapaz de modificar el curso  preestablecido de los acontecimientos. A esta variedad de fatalismo, que  niega por completo el libre albedrío, se contrapone otra posición  extrema: el voluntarismo. El fatalismo religioso ([[Islamismo]],  Agustín, Lutero, Calvino y otros) admitía con ciertas salvedades el  libre albedrío del hombre, mas nunca pudo reconciliar la «buena»  voluntad de Dios con la «mala» voluntad humana.
estino» a la victoria inevitable y al dominio favorecía el fanatismo  religioso.
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El fatalismo alcanza su  expresión acabada en las teorías filosóficas que preconizan la  repetición absoluta de todos los acontecimientos en cada ciclo del  devenir del cosmos («eterno retorno» de los pitagóricos, [[Friedrich Nietzsche|Nietzsche]] y  otros). Esta concepción concibe la casualidad y la libertad del hombre  como instrumento y premisa del destino, con lo cual reconoce que el  hombre es el creador de su vida. Por ejemplo, en la filosofía de  Nietzsche, fatalista hasta la médula y, al mismo [[tiempo]], voluntarista,  del «[[amor]] al destino» se desprendía la «voluntad de poder».  Históricamente, el fatalismo ha desempeñado un papel reaccionario. Por  una parte, el considerar el destino como un «plan» de la [[vida]] del [[hombre]] establecido desde arriba incitaba a la [[pasividad]], a subordinarse  servilmente a las circunstancias. Por otra parte, la seguridad en la  omnipotencia de la voluntad suprema que conducía a los «elegidos del  destino» a la victoria inevitable y al dominio favorecía el [[fanatismo]] religioso.
  
 
==Antiguo Fatalismo Clásico==
 
==Antiguo Fatalismo Clásico==
Las tragedias clásicas  con frecuencia representan al hombre como una    criatura desvalida llevada por el destino. A veces este destino es una  Némesis    que le persigue por algún crimen cometido por sus antepasados o por él    mismo; otras veces es para compensarle por su exceso de buena fortuna y  así    educarle y hacerle más humilde. Con Escilo el destino tiene una  naturaleza    inmisericorde; con Sófocles en cambio gobierna la voluntad personal.    No obstante, la característica más importante es que la vida futura    de cada individuo está tan rigurosamente predeterminada en todos sus    detalles por un agente antecedente externo que sus propias voluntades o  deseos    carecen de cualquier poder para alterar el curso de los  acontecimientos. La    acción del destino es ciega, arbitraria, implacable. Avanza  inexorablemente,    efectuando las más terribles catástrofes, estampándonos    con un sentimiento de desvalida consternación y saeteando nuestro  sentido    moral si es que nos atrevemos a aventurar un juicio moral tan  siquiera.  
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Las tragedias clásicas  con frecuencia representan al hombre como una    criatura desvalida llevada por el destino. A veces este destino es una  Némesis    que le persigue por algún crimen cometido por sus antepasados o por él    mismo; otras veces es para compensarle por su exceso de buena fortuna y  así    educarle y hacerle más humilde. Con [[Escilo]] el destino tiene una  [[naturaleza]]   inmisericorde; con [[Sófocles]] en cambio gobierna la voluntad personal.    No obstante, la característica más importante es que la vida futura    de cada individuo está tan rigurosamente predeterminada en todos sus    detalles por un agente antecedente externo que sus propias voluntades o  deseos    carecen de cualquier poder para alterar el curso de los  acontecimientos. La    acción del destino es ciega, arbitraria, implacable. Avanza  inexorablemente,    efectuando las más terribles catástrofes, estampándonos    con un sentimiento de desvalida consternación y saeteando nuestro  sentido    moral si es que nos atrevemos a aventurar un [[juicio]] moral tan  siquiera.  
  
El Fatalismo    en general se ha inclinado a obviar los antecedentes inmediatos y  explayarse    en cambio sobre remotas y externas causas como los agentes que de  alguna manera,    moldean el curso de los acontecimientos. Sócrates y Platón sostenían    que la voluntad humana estaba necesariamente determinada por el  intelecto. A    pesar de que este planteamiento parece incompatible con la doctrina  del libre    albedrío, no es necesariamente fatalismo. La teoría mecánica    de Demócrito, que define el universo como el resultado de la colisión    de átomos materiales, lógicamente impone un fatalismo sobre la    voluntad humana. El clinamen o aptitud para la desviación fortuita que    Epicúreo introdujo dentro de la teoría atómica, a pesar    de ser esencialmente un factor de probabilidad, parece haber sido  considerado    por algunos como una forma de destino. Los estoicos que eran a su vez  panteístas    y materialistas, se
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El Fatalismo    en general se ha inclinado a obviar los antecedentes inmediatos y  explayarse    en cambio sobre remotas y externas causas como los agentes que de  alguna manera,    moldean el curso de los acontecimientos. [[Sócrates]] y [[Platón]] sostenían    que la voluntad humana estaba necesariamente determinada por el  intelecto. A    pesar de que este planteamiento parece incompatible con la doctrina  del libre    albedrío, no es necesariamente fatalismo. La teoría mecánica    de Demócrito, que define el universo como el resultado de la colisión    de átomos materiales, lógicamente impone un fatalismo sobre la    voluntad humana. El clinamen o aptitud para la desviación fortuita que    [[Epicúreo]] introdujo dentro de la teoría atómica, a pesar    de ser esencialmente un factor de probabilidad, parece haber sido  considerado    por algunos como una forma de destino. Los estoicos que eran a su vez  panteístas    y materialistas, se
 
nos presentan con una minuciosa forma de  fatalismo. Para    ellos el curso del universo es una necesidad atada férreamente. No hay    cabida para la casualidad o la contingencia. Todos los cambios o  variaciones    no son sino la expresión de una ley inalterable.  
 
nos presentan con una minuciosa forma de  fatalismo. Para    ellos el curso del universo es una necesidad atada férreamente. No hay    cabida para la casualidad o la contingencia. Todos los cambios o  variaciones    no son sino la expresión de una ley inalterable.  
  
Hay una providencia    establecida eternamente que dirige el mundo pero que es, en cada uno  de sus    aspectos, inmutable. La naturaleza es una cadena irrompible de causa y  efecto.    La providencia es la razón oculta contenida en la cadena. El destino    o sino, es la expresión externa de esta providencia o el instrumento    mediante el cual es llevado a cabo. Es por esto que los dioses pueden  predecir    el futuro. Cicerón que escribió largo y tendido sobre el arte    de la adivinación, insiste en que si hay dioses, deben ser seres que    puedan predecir el futuro, por lo tanto el futuro debe ser cierto y si  cierto,    necesario. Pero entonces surge la dificultad: ¿de qué sirve la    adivinación si los sacrificios expiatorios y las oraciones no pueden    prevenir los males pronosticados? Cicerón se dio cuenta de la fuerza    de la lógica y a pesar de que dice que las oraciones y sacrificios  puede    que hayan sido previamente vistos por los dioses e incluidos como  condiciones    esenciales de sus decretos, no lo pronuncia como la solución  definitiva.    La importancia que le dieron a este problema del fatalismo en el mundo  antiguo    está evidenciado por el gran número de autores que escribieron    tratados “De Fato”, ej. Crisipo, Cicerón, Plutarco, Alejandro   de Afrodisias y varios escritores cristianos hasta la Edad Media.
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Hay una providencia    establecida eternamente que dirige el mundo pero que es, en cada uno  de sus    aspectos, inmutable. La naturaleza es una cadena irrompible de causa y  efecto.    La providencia es la razón oculta contenida en la cadena. El destino    o sino, es la expresión externa de esta providencia o el instrumento    mediante el cual es llevado a cabo. Es por esto que los dioses pueden  predecir    el futuro. [[Cicerón]] que escribió largo y tendido sobre el arte    de la adivinación, insiste en que si hay dioses, deben ser seres que    puedan predecir el futuro, por lo tanto el futuro debe ser cierto y si  cierto,    necesario. Pero entonces surge la dificultad: ¿de qué sirve la    adivinación si los sacrificios expiatorios y las oraciones no pueden    prevenir los males pronosticados? Cicerón se dio cuenta de la fuerza    de la lógica y a pesar de que dice que las oraciones y sacrificios  puede    que hayan sido previamente vistos por los dioses e incluidos como  condiciones    esenciales de sus decretos, no lo pronuncia como la solución  definitiva.    La importancia que le dieron a este problema del fatalismo en el mundo  antiguo    está evidenciado por el gran número de autores que escribieron    tratados “De Fato”, ej. [[Crisipo]], [[Cicerón]], [[Plutarco]], [[Alejandro de Afrodisias]] y varios escritores cristianos hasta la [[Edad Media]].
  
 
==Fatalismo y Cristianismo==
 
==Fatalismo y Cristianismo==
Con la aparición del  cristianismo la cuestión del fatalismo necesariamente    adoptó una nueva forma. La visión pagana de una fuerza externa    e inevitable coercitiva y controladora de toda acción, ya fuese humana    o divina, entró en conflicto con la concepción de un Dios libre,    personal e infinito. Consecuentemente, muchos de los primeros  escritores cristianos    se ocuparon de oponerse y refutar la teoría de la fatalidad, pero por    otro lado, la doctrina de un Dios personal poseedor de un conocimiento  infalible    del futuro y una omnipotencia reguladora de todos los acontecimientos  del universo    intensificaba algunas fases de la dificultad. Además, una  característica    de la nueva religión era la importancia del principio de la libertad    moral del hombre y su responsabilidad.  
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Con la aparición del  cristianismo la cuestión del fatalismo necesariamente    adoptó una nueva forma. La visión pagana de una fuerza externa    e inevitable coercitiva y controladora de toda acción, ya fuese humana    o divina, entró en conflicto con la concepción de un Dios libre,    personal e infinito. Consecuentemente, muchos de los primeros  escritores cristianos    se ocuparon de oponerse y refutar la teoría de la [[fatalidad]], pero por    otro lado, la doctrina de un Dios personal poseedor de un conocimiento  infalible    del futuro y una omnipotencia reguladora de todos los acontecimientos  del universo    intensificaba algunas fases de la dificultad. Además, una  característica    de la nueva [[religión]] era la importancia del principio de la [[libertad]]   moral del hombre y su responsabilidad.  
  
Ya no se nos presenta nunca más    la Moralidad cómo un bien deseable a conseguir, nos llega bajo una  forma    imperativa, como un código de leyes provenientes del Soberano del  universo    y de cumplida obediencia bajo las más serias sanciones. El pecado es    el peor de todos los males. El hombre está obligado a obedecer la ley    moral y recibirá merecido castigo o recompensa dependiendo de sí    viola u observa la ley, pero aún así, el hombre debe tener en    su poder el romper o mantener la ley. Mas aún, el pecado no pude ser    atribuido a un todo-poderoso Dios. Consecuentemente el libre albedrío    es un hecho central en la concepción cristiana de la vida humana y  todo    aquello que parezca entrar en conflicto debe ser reconciliado con  éste.    El problema pagano del fatalismo se convierte de este modo en la  teología    cristiana en predestinación Divina y la armonización de la Divina    presciencia y providencia, con la libertad humana.
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Ya no se nos presenta nunca más    la Moralidad cómo un bien deseable a conseguir, nos llega bajo una  forma    imperativa, como un código de leyes provenientes del Soberano del  [[universo]]   y de cumplida obediencia bajo las más serias sanciones. El pecado es    el peor de todos los males. El hombre está obligado a obedecer la ley    moral y recibirá merecido castigo o recompensa dependiendo de sí    viola u observa la ley, pero aún así, el hombre debe tener en    su poder el romper o mantener la ley. Mas aún, el pecado no pude ser    atribuido a un todo-poderoso Dios. Consecuentemente el libre albedrío    es un hecho central en la concepción cristiana de la vida humana y  todo    aquello que parezca entrar en conflicto debe ser reconciliado con  éste.    El problema pagano del fatalismo se convierte de este modo en la  [[teología]]   cristiana en predestinación Divina y la armonización de la Divina    presciencia y providencia, con la libertad humana.
  
 
==Fatalismo Musulmán==
 
==Fatalismo Musulmán==
La concepción musulmana  de Dios y Su gobierno del mundo, la insistencia    en Su unidad y la falta absoluta de método de esta regla, al igual que    la tendencia Oriental de minimizar la individualidad del hombre,  fueron todos    favorables al desarrollo de una teoría de predestinación cercana    al fatalismo. Consecuentemente, a pesar de que ha habido defensores  del libre    albedrío entre los maestros musulmanes, el punto de vista ortodoxo que    ha prevalecido más ampliamente entre los seguidores del Profeta ha  sido    que todas las acciones, buenas y malas, así cómo los acontecimientos    tienen lugar mediante los eternos decretos de Dios, los cuales han  sido escritos    desde toda eternidad en una tabla prescrita. La fe del creyente y  todas sus    buenas acciones han sido todas decretadas y aprobadas, mientras que  las malas    acciones de los perversos, aunque similarmente decretadas, no han sido  aprobadas. Algunos de los doctores Musulmanes trataron de armonizar esta teoría    fatalista con la responsabilidad humana, pero el temperamento  oriental, en general,    aceptaba con facilidad la presentación fatalista del credo y alguno de    sus escritores han apelado a este largo pasado de predestinación y  privación    del libre albedrío cómo una justificación para la negación    de responsabilidad personal. Mientras, la creencia en la  predestinación    ha tendido a convertir en letárgicas e indolentes a las naciones  musulmanas    con respecto a los afanes de la vida diaria, ha desarrollado que la  mente no    puede actuar sobre la materia y enseña que el hombre es un “autómata    consciente”.  
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La concepción musulmana  de Dios y Su gobierno del mundo, la insistencia    en Su unidad y la falta absoluta de método de esta regla, al igual que    la tendencia Oriental de minimizar la individualidad del hombre,  fueron todos    favorables al desarrollo de una teoría de [[predestinación]] cercana    al fatalismo. Consecuentemente, a pesar de que ha habido defensores  del libre    albedrío entre los maestros musulmanes, el punto de vista ortodoxo que    ha prevalecido más ampliamente entre los seguidores del Profeta ha  sido    que todas las acciones, buenas y malas, así cómo los acontecimientos    tienen lugar mediante los eternos decretos de Dios, los cuales han  sido escritos    desde toda eternidad en una tabla prescrita. La fe del creyente y  todas sus    buenas acciones han sido todas decretadas y aprobadas, mientras que  las malas    acciones de los perversos, aunque similarmente decretadas, no han sido  aprobadas. Algunos de los doctores Musulmanes trataron de armonizar esta teoría    fatalista con la [[responsabilidad]] humana, pero el temperamento  oriental, en general,    aceptaba con facilidad la presentación fatalista del credo y alguno de    sus escritores han apelado a este largo pasado de predestinación y  privación    del libre albedrío cómo una justificación para la negación    de responsabilidad personal. Mientras, la creencia en la  predestinación    ha tendido a convertir en letárgicas e indolentes a las naciones  musulmanas    con respecto a los afanes de la vida diaria, ha desarrollado que la  mente no    puede actuar sobre la materia y enseña que el hombre es un “autómata    consciente”.  
  
 
Los pensamientos y el ejercicio de la voluntad carecen de    influencia real en los movimientos de objetos materiales en el mundo  actual.    Los estados mentales son meros productos añadidos de los cambios  materiales,    pero de ningún modo modifican estos últimos. Son descritos por    los discípulos de las escuelas materialistas, como aspectos subjetivos
 
Los pensamientos y el ejercicio de la voluntad carecen de    influencia real en los movimientos de objetos materiales en el mundo  actual.    Los estados mentales son meros productos añadidos de los cambios  materiales,    pero de ningún modo modifican estos últimos. Son descritos por    los discípulos de las escuelas materialistas, como aspectos subjetivos
de procesos nerviosos y como fenómenos, pero sean como sean  concebidos,    son incapaces de interferir con los movimientos de materia o entrar de  ninguna    manera como causas eficaces dentro de la cadena de acontecimientos que  constituye    la histórica física del mundo. La posición es en algunos    casos más extrema que el viejo fatalismo pagano, ya que mientras los    primeros escritores enseñaron que los incidentes de la vida y la  fortuna    humanas estaban inexorablemente regulados por un abrumador poder en  contra del    cual era inútil, además de imposible luchar, generalmente mantenían    el sensato punto de vista de que nuestras voluntades dirigen nuestras  acciones    inmediatas, a pesar de que en ningún caso nuestro destino pueda ser  realizado.    Pero el científico materialista está lógicamente abocado    a la conclusión de que mientras todas las series de nuestros estados    mentales están rígidamente sujetos a los cambios nerviosos del    organismo, los cuales estaban inexorablemente predeterminados en la  colocación    original de las partículas materiales del universo. Estos estados  mentales    por sí mismos, no pueden alterar de ningún modo el curso de los    acontecimientos o afectar a los movimientos de ni una sola molécula de    materia.
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de procesos nerviosos y como fenómenos, pero sean como sean  concebidos,    son incapaces de interferir con los movimientos de materia o entrar de  ninguna    manera como causas eficaces dentro de la cadena de acontecimientos que  constituye    la histórica [[física]] del mundo. La posición es en algunos    casos más extrema que el viejo [[fatalismo pagano]], ya que mientras los    primeros escritores enseñaron que los incidentes de la vida y la  fortuna    humanas estaban inexorablemente regulados por un abrumador poder en  contra del    cual era inútil, además de imposible luchar, generalmente mantenían    el sensato punto de vista de que nuestras voluntades dirigen nuestras  acciones    inmediatas, a pesar de que en ningún caso nuestro destino pueda ser  realizado.    Pero el científico materialista está lógicamente abocado    a la conclusión de que mientras todas las series de nuestros estados    mentales están rígidamente sujetos a los cambios nerviosos del    [[organismo]], los cuales estaban inexorablemente predeterminados en la  colocación    original de las partículas materiales del universo. Estos estados  mentales    por sí mismos, no pueden alterar de ningún modo el curso de los    acontecimientos o afectar a los movimientos de ni una sola [[molécula]] de    materia.
 
   
 
   
 
 
==Fuentes==
 
==Fuentes==
 
*[http://www.filosofia.org/enc/ros/fat.htm/ Fatalismo]
 
*[http://www.filosofia.org/enc/ros/fat.htm/ Fatalismo]

última versión al 20:29 18 ago 2019

Fatalismo
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Concepto:Doctrina que propugna que todo lo que sucede está motivado por las determinaciones ineludibles de un destino que hace inútil cualquier oposición.

Fatalismo. (del latín «fatális»: funesto). Concepción filosófica según la cual en el mundo y en la vida humana todo se halla sujeto a la predeterminación del hado, del destino. Ya en la mitología antigua se encontraba difundida la idea de que los hados imperan sobre los hombres e incluso sobre los dioses. En la historia de la filosofía, la concepción del fatalismo recibió distintas interpretaciones en dependencia de cómo se resolvía el problema del libre albedrío. En la teoría de la predeterminación (ocasionalismo, armonía preestablecida, &c.), el hombre era concebido como un abúlico juguete de Dios o de la naturaleza, creado en cierta ocasión e incapaz de modificar el curso preestablecido de los acontecimientos. A esta variedad de fatalismo, que niega por completo el libre albedrío, se contrapone otra posición extrema: el voluntarismo. El fatalismo religioso (Islamismo, Agustín, Lutero, Calvino y otros) admitía con ciertas salvedades el libre albedrío del hombre, mas nunca pudo reconciliar la «buena» voluntad de Dios con la «mala» voluntad humana.

El fatalismo alcanza su expresión acabada en las teorías filosóficas que preconizan la repetición absoluta de todos los acontecimientos en cada ciclo del devenir del cosmos («eterno retorno» de los pitagóricos, Nietzsche y otros). Esta concepción concibe la casualidad y la libertad del hombre como instrumento y premisa del destino, con lo cual reconoce que el hombre es el creador de su vida. Por ejemplo, en la filosofía de Nietzsche, fatalista hasta la médula y, al mismo tiempo, voluntarista, del «amor al destino» se desprendía la «voluntad de poder». Históricamente, el fatalismo ha desempeñado un papel reaccionario. Por una parte, el considerar el destino como un «plan» de la vida del hombre establecido desde arriba incitaba a la pasividad, a subordinarse servilmente a las circunstancias. Por otra parte, la seguridad en la omnipotencia de la voluntad suprema que conducía a los «elegidos del destino» a la victoria inevitable y al dominio favorecía el fanatismo religioso.

Antiguo Fatalismo Clásico

Las tragedias clásicas con frecuencia representan al hombre como una criatura desvalida llevada por el destino. A veces este destino es una Némesis que le persigue por algún crimen cometido por sus antepasados o por él mismo; otras veces es para compensarle por su exceso de buena fortuna y así educarle y hacerle más humilde. Con Escilo el destino tiene una naturaleza inmisericorde; con Sófocles en cambio gobierna la voluntad personal. No obstante, la característica más importante es que la vida futura de cada individuo está tan rigurosamente predeterminada en todos sus detalles por un agente antecedente externo que sus propias voluntades o deseos carecen de cualquier poder para alterar el curso de los acontecimientos. La acción del destino es ciega, arbitraria, implacable. Avanza inexorablemente, efectuando las más terribles catástrofes, estampándonos con un sentimiento de desvalida consternación y saeteando nuestro sentido moral si es que nos atrevemos a aventurar un juicio moral tan siquiera.

El Fatalismo en general se ha inclinado a obviar los antecedentes inmediatos y explayarse en cambio sobre remotas y externas causas como los agentes que de alguna manera, moldean el curso de los acontecimientos. Sócrates y Platón sostenían que la voluntad humana estaba necesariamente determinada por el intelecto. A pesar de que este planteamiento parece incompatible con la doctrina del libre albedrío, no es necesariamente fatalismo. La teoría mecánica de Demócrito, que define el universo como el resultado de la colisión de átomos materiales, lógicamente impone un fatalismo sobre la voluntad humana. El clinamen o aptitud para la desviación fortuita que Epicúreo introdujo dentro de la teoría atómica, a pesar de ser esencialmente un factor de probabilidad, parece haber sido considerado por algunos como una forma de destino. Los estoicos que eran a su vez panteístas y materialistas, se nos presentan con una minuciosa forma de fatalismo. Para ellos el curso del universo es una necesidad atada férreamente. No hay cabida para la casualidad o la contingencia. Todos los cambios o variaciones no son sino la expresión de una ley inalterable.

Hay una providencia establecida eternamente que dirige el mundo pero que es, en cada uno de sus aspectos, inmutable. La naturaleza es una cadena irrompible de causa y efecto. La providencia es la razón oculta contenida en la cadena. El destino o sino, es la expresión externa de esta providencia o el instrumento mediante el cual es llevado a cabo. Es por esto que los dioses pueden predecir el futuro. Cicerón que escribió largo y tendido sobre el arte de la adivinación, insiste en que si hay dioses, deben ser seres que puedan predecir el futuro, por lo tanto el futuro debe ser cierto y si cierto, necesario. Pero entonces surge la dificultad: ¿de qué sirve la adivinación si los sacrificios expiatorios y las oraciones no pueden prevenir los males pronosticados? Cicerón se dio cuenta de la fuerza de la lógica y a pesar de que dice que las oraciones y sacrificios puede que hayan sido previamente vistos por los dioses e incluidos como condiciones esenciales de sus decretos, no lo pronuncia como la solución definitiva. La importancia que le dieron a este problema del fatalismo en el mundo antiguo está evidenciado por el gran número de autores que escribieron tratados “De Fato”, ej. Crisipo, Cicerón, Plutarco, Alejandro de Afrodisias y varios escritores cristianos hasta la Edad Media.

Fatalismo y Cristianismo

Con la aparición del cristianismo la cuestión del fatalismo necesariamente adoptó una nueva forma. La visión pagana de una fuerza externa e inevitable coercitiva y controladora de toda acción, ya fuese humana o divina, entró en conflicto con la concepción de un Dios libre, personal e infinito. Consecuentemente, muchos de los primeros escritores cristianos se ocuparon de oponerse y refutar la teoría de la fatalidad, pero por otro lado, la doctrina de un Dios personal poseedor de un conocimiento infalible del futuro y una omnipotencia reguladora de todos los acontecimientos del universo intensificaba algunas fases de la dificultad. Además, una característica de la nueva religión era la importancia del principio de la libertad moral del hombre y su responsabilidad.

Ya no se nos presenta nunca más la Moralidad cómo un bien deseable a conseguir, nos llega bajo una forma imperativa, como un código de leyes provenientes del Soberano del universo y de cumplida obediencia bajo las más serias sanciones. El pecado es el peor de todos los males. El hombre está obligado a obedecer la ley moral y recibirá merecido castigo o recompensa dependiendo de sí viola u observa la ley, pero aún así, el hombre debe tener en su poder el romper o mantener la ley. Mas aún, el pecado no pude ser atribuido a un todo-poderoso Dios. Consecuentemente el libre albedrío es un hecho central en la concepción cristiana de la vida humana y todo aquello que parezca entrar en conflicto debe ser reconciliado con éste. El problema pagano del fatalismo se convierte de este modo en la teología cristiana en predestinación Divina y la armonización de la Divina presciencia y providencia, con la libertad humana.

Fatalismo Musulmán

La concepción musulmana de Dios y Su gobierno del mundo, la insistencia en Su unidad y la falta absoluta de método de esta regla, al igual que la tendencia Oriental de minimizar la individualidad del hombre, fueron todos favorables al desarrollo de una teoría de predestinación cercana al fatalismo. Consecuentemente, a pesar de que ha habido defensores del libre albedrío entre los maestros musulmanes, el punto de vista ortodoxo que ha prevalecido más ampliamente entre los seguidores del Profeta ha sido que todas las acciones, buenas y malas, así cómo los acontecimientos tienen lugar mediante los eternos decretos de Dios, los cuales han sido escritos desde toda eternidad en una tabla prescrita. La fe del creyente y todas sus buenas acciones han sido todas decretadas y aprobadas, mientras que las malas acciones de los perversos, aunque similarmente decretadas, no han sido aprobadas. Algunos de los doctores Musulmanes trataron de armonizar esta teoría fatalista con la responsabilidad humana, pero el temperamento oriental, en general, aceptaba con facilidad la presentación fatalista del credo y alguno de sus escritores han apelado a este largo pasado de predestinación y privación del libre albedrío cómo una justificación para la negación de responsabilidad personal. Mientras, la creencia en la predestinación ha tendido a convertir en letárgicas e indolentes a las naciones musulmanas con respecto a los afanes de la vida diaria, ha desarrollado que la mente no puede actuar sobre la materia y enseña que el hombre es un “autómata consciente”.

Los pensamientos y el ejercicio de la voluntad carecen de influencia real en los movimientos de objetos materiales en el mundo actual. Los estados mentales son meros productos añadidos de los cambios materiales, pero de ningún modo modifican estos últimos. Son descritos por los discípulos de las escuelas materialistas, como aspectos subjetivos de procesos nerviosos y como fenómenos, pero sean como sean concebidos, son incapaces de interferir con los movimientos de materia o entrar de ninguna manera como causas eficaces dentro de la cadena de acontecimientos que constituye la histórica física del mundo. La posición es en algunos casos más extrema que el viejo fatalismo pagano, ya que mientras los primeros escritores enseñaron que los incidentes de la vida y la fortuna humanas estaban inexorablemente regulados por un abrumador poder en contra del cual era inútil, además de imposible luchar, generalmente mantenían el sensato punto de vista de que nuestras voluntades dirigen nuestras acciones inmediatas, a pesar de que en ningún caso nuestro destino pueda ser realizado. Pero el científico materialista está lógicamente abocado a la conclusión de que mientras todas las series de nuestros estados mentales están rígidamente sujetos a los cambios nerviosos del organismo, los cuales estaban inexorablemente predeterminados en la colocación original de las partículas materiales del universo. Estos estados mentales por sí mismos, no pueden alterar de ningún modo el curso de los acontecimientos o afectar a los movimientos de ni una sola molécula de materia.

Fuentes