Mahmud Darwish
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Mahmud Darwish: Al-Birwa, antigua Palestina, 13 de marzo de 1941 ― Houston, EE.UU., 9 de agosto de 2008. Considerado el poeta nacional palestino y uno de los más célebres literatos árabes contemporáneos. En su obra, Palestina se convirtió en una metáfora de la pérdida del Edén, el nacimiento y la resurrección, así como la angustia por el despojo y el exilio.
Sumario
Vida y obra
Cuando se implantó el Estado de Israel, en 1948, una vez que las tropas británicas se retiraron de Palestina, la familia del poeta, como tantas otras, tuvieron que abandonar su tierra. Un año vivieron en el Líbano. Al regresar a Birwa, aquella aldea de su infancia, había sido destruida. Vivían clandestinos en su propio territorio. Allí comienza la angustia de un pueblo heroico, defensor de sus días y sus noches, de sus soles y de sus lunas, de sus realidades y sus mitos. Muy joven Darwish encuentra en los libros un refugio de amor y de esperanza. Influido por la poesía árabe clásica, escribe a los veinte años sus primeros versos Pájaros sin alas, un poemario tan lírico como la propia alma del poeta. Después más de doce poemarios donde se concentra toda la fuerza vital del creador, sufre, se refugia en Mahyar y en los románticos, cuando al definir su ideología impregnada del sufrimiento de su pueblo maltratado, sometido al más cruel genocidio, coincide y admira a Al Magut, a Hikmet, a Luis Aragón, a Pablo Neruda y al que todos reconocían TT.S. Elliot. Y así fue desarrollándose su poesía, y fue madurando, y fue ganando en abstracción y en universalidad simbólica. Los poemas se hacían más complejos en la medida que la vida iba siendo aún más difícil. La humillación a su país había llegado demasiado lejos. Cómo expresar poéticamente tanto dolor sostenido, tanta pena: / Mi corazón era en otro tiempo un pajarito azul/ en el nido de mi amor/ y tus pañuelos eran, en mi mano, amor, todos blancos/ ¿quién los ha manchado esta noche?/. Los títulos de sus más importantes poemarios, tienen una profunda carga poética. Pájaros sin alas, Hojas de Olivo, Enamorado de Palestina, Fin de la Noche, Los pájaros mueren en Galilea, Mi amada se despierta, Amarte o no amarte, Elogio de la alta sombra, Menos rosas, Once astros, ¿Por qué has dejado el caballo solo?, El lecho de una extraña y Mural, entre otros trabajos. Todos, todos los títulos son reflejos del alma del poeta, son señales vivenciales de emociones secretas, son estados psicológicos prendidos a su tiempo, a sus dolores y a los de su pueblo.
Vuelve al Líbano a comienzos de 1970. En Beirut, ciudad que considera el poeta, como su segunda Haifa, dirige un Centro de Investigación de Estudios palestinos y dos importantes revistas árabes. Cuando Israel invade el Líbano, tiene que salir del territorio. Para él, Beirut fue la imagen del alma en el espejo, decía es nuestro jaima, es nuestra estrella. / Mi alma se ha roto. Lanzaré mi cadáver para que los invasores me vuelvan a matar y los invasores me entreguen el poema/.
Vive en París con estancias breves en Túnez. Va llegando Darwish a su verdadera madurez poética. Hay una altura poética excepcional. Juega con las formas y el ritmo, canto intenso de una sinceridad rayando en símbolo para el mundo. La palabra cobra fuerza. Se desprende del momento que vive y crece como para alcanzar en la eternidad literaria lo que en la tierra le está vedado a su nación. Y cuando llega a ese nivel, en su poemario Once Astros, vuelve de nuevo como redondeando su melodía, a aquellos inicios rítmicos, de hermosa cotidianeidad. / ¿Acaso he ofendido a alguien/ cuando he dicho que he visto once astros, el sol, la luna y que los he visto/ prosternados ante mí?/.
El poeta siente la soledad acompañada de todos sus delirios. El destierro, la lejanía, la muerte, esa que se hace parte de la vida. El amor siempre hace renacer lo deshecho. El amor salva. El amor defiende la vida. /He escrito mi testamento con mi sangre/ Confiado en el agua, moradores de mis canciones/ He dormido ensangrentado y coronado con mi mañana/ He soñado que el corazón de la tierra es mayor que su mapa./ y más claro que sus espejos y mi cadalso/.
Vive en Ramalla en el 1996. Dirige la Revista literaria Al-Karmel. Un día del 2002, el ejército israelí, cuando el asedió a la ciudad, destruyó los archivos de la publicación. Nada de esto lo amilanó: " tengo la sabiduría del condenado a muerte", frase con lo que titula un poema publicado en el 2003 en el periódico Al-Hayat. Siempre mantuvo el coraje de los grandes, de los decididos a defender los mejores ideales: /Marchaos de nuestra tierra/De nuestros suelo, de nuestro mar/ de nuestro trigo/ de vuestro sol, de nuestros heridos/ de todo marchaos/ de los recuerdos, de las memorias,/Pasajeros entre palabras fugaces/.
Se sentía el poeta prisionero de su tiempo, encontrado siempre en la propia sangre de su pueblo, de sus niños, siente que ha venido como dice en uno de sus versos, de una fatiga, sabía también que la guerra comienza en la sangre y se acaba en el aire. /El olivar estaba siempre verde, amor mío, cincuenta víctimas al caer el sol/ lo han convertido en un pantano rojo/ Cincuenta víctimas, amor mío, no me riñas/ me mataron/ me mataron/ me mataron/. Y sabía, que su corazón había nacido para amar, y entregaba sus canciones y sus sorpresas, y un día se propuso pintar para las golondrinas, pintar el mapa de la primavera.
Y sin embargo, sentía tan fuerte la soledad, a pesar de que fue un hombre de gran prestigio, rodeado siempre, por los que vieron en él esa profunda austeridad poética, esa sinceridad a toda prueba, ese amor a la palabra justa, libre, imperecedera que le reconoció el mérito de importantes premios, como el Gran Premio Lannan Cultural Fredom Price en el 2001 y el Príncipe Claus de Holanda en el 2004.
Opiniones sobre él de otros poetas.
El también poeta Naomi Shihat Nye ha dicho: “Darwish es el respiro esencial del pueblo palestino, el testigo elocuente del exilio y la pertenencia”. Sufrió tanto el gran poeta... Encarcelado, condenado, daños que hicieron renacer en él, con más fuerza, esa necesidad de eterna libertad. Viaja por países europeos con una delegación comunista. Decide vivir en Egipto. La distancia refuerza aún más su sentimiento a la tierra y a su pueblo. En la poética encuentra un amplio campo de experimentación. Allí podía ser totalmente libre. La creatividad se convierte en una especie de aventura literaria que lo hace crecer en hermosas imágenes, frutos de sus más entrañables emociones, cada día, cada poema era una madre decía, que busca a su hijo en las nubes, Cada poema para este hombre excepcional, era un sueño. Algunos críticos refieren que en la obra de Darwish, “Palestina es metáfora de la pérdida del Edén, el nacimiento y la resurrección, así como la angustia por el despojo y el exilio”.
Reconocimiento de los cubanos.
Hoy Cuba, que siempre ha defendido las causas justas y admira la gran resistencia y valor del pueblo palestino, dedica al gran Mahmud Darwish todo su reconocimiento, porque él no es sólo el poeta nacional palestino, ni el más célebre poeta del mundo árabe, Darwish es un poeta de la Humanidad toda, un hombre que traspasó fronteras, que llevó su sentimiento patriótico a la conciencia universal, y que nació para amar, que sintió que la vida era hermosa y había que luchar por ella: /Bendita sea la vida/ Benditos sean los vivos/sobre la tierra, no sobre el yugo de los tiranos/¡Viva la vida!/ ¡Viva la vida!. Y dio hasta su último aliento por ella, con su maestría lírica, con sus marmóreas estructuras poéticas, con su intimismo y su universalidad, con su palabra prodigiosa, imperecedera, inmortal.
Una vez dijo: “he soñado que soñaba.” Debió haber sido un maravilloso sueño, quizás el que expresó como sólo lo saben hacer los grandes artistas, en aquellos versos inolvidables: /Eran niños,/jugaban e inventaban un cuento para la rosa roja/. Bajo la nieve, detrás de dos largos relatos/ de bravura y sufrimiento/. Luego escapaban con los ángeles pequeños/ hacia un cielo límpido/. Para Darwish, “los niños nacieron, crecieron y los mataron, pero nacerán, nacerán y nacerán.”
Algunas de sus obras.
- Vendrán otros bárbaros
Vendrán otros bárbaros. Raptarán a la mujer del emperador.
Sonarán los tambores.
Suenan los tambores para que del Egeo a los Dardanelos los caballos
se alcen sobre los cadáveres.
¿Y a nosotros qué? ¿Qué tienen que ver nuestras esposas
con una carrera de caballos?
Será raptada la mujer del emperador. Sonarán los tambores.
Ya llegan otros bárbaros.
Bárbaros que llenan las ciudades vacías, apenas altas sobre el mar,
más fuertes que la espada en tiempos de locura.
¿Y a nosotros qué? ¿Qué tienen que ver nuestros hijos
con esta estirpe de impudicia?
Sonarán los tambores. Ya llegan otros bárbaros.
Es raptada de su casa la mujer del emperador.
Y en la casa se gesta la expedición militar que devuelva
a la favorita a la cama de su señor.
¿Y a nosotros qué? ¿Qué tienen que ver cincuenta mil muertos
con este casamiento atropellado?
¿Nacerá un Homero después de nosotros?...
¿Abrirán las epopeyas sus puertas a todos?
- Tenemos el viento en contra
Tenemos el viento en contra, el viento del sur se alía
con nuestros enemigos. Y el paso
se estrecha. Alzamos los estandartes de victoria
ante las tinieblas, ojalá las tinieblas alumbraran. Andamos de noche
sobre el árbol de los sueños. ¡Oh tierra final, difícil sueño!
¿Aún existes?
Y escribimos por milésima vez sobre el último aire:
morimos, pero no pasarán.
Y seguimos nuestras voces para hallar una luna entre ellas,
y cantamos para asustar a las piedras.
Y marcamos nuestros cuerpos con el hierro... los marcamos
con hierro... y brota un río.
Tenemos el viento en contra, el viento del norte se alía
con el viento del sur y gritamos: ¿dónde nos quedamos?
Y pedimos a las hadas de los cuentos que alguien cuando muertos
nos quiera. Y el águila se lanza en picado
sobre nosotros. Y seguimos a nuestros sueños para verlos,
y nos siguen de cerca para vernos aquí. Es inevitable.
Y nosotros perseveramos en lo que parece la muerte en vida.
Y esto que parece la muerte es la victoria.
- El viajero le dijo al viajero: No volveremos como...
No conozco el desierto,
pero en sus márgenes broté como palabra...
La palabra fue, y en mí se cumplió,
como en una mujer repudiada o en su roto marido,
y no aprendí sino el ritmo:
lo escucho,
lo sigo,
lo levanto triunfante
de camino hacia el cielo,
el cielo de mi canción:
soy hijo de la llanura siria,
en ella vivo aunque viaje o me acomode
entre gente de mar;
por Oriente el espejismo me ata
a los antiguos beduinos,
por mí abrevan los más bellos corceles,
le tomo el pulso al alfabeto en el eco,
y como una ventana, miro a dos latitudes...
olvido quién soy para ser
todos en uno, coetáneo
de los cantos de los marineros extranjeros bajo mi ventana
y de la carta de los combatientes a los suyos:
no volveremos como nos fuimos,
no... por nada en el mundo.
No conozco el desierto,
aunque he frecuentado su mundo,
y fue en el desierto donde me dijo el arcano:
¡Escribe!
Y yo le dije: en el espejismo hay otro texto.
―Escribe para que verdee el espejismo.
―Sí, pero me falta lo invisible,
no he podido reducirlo a palabras.
Me dijo: escribe para llegar a decirlas
y saber dónde has estado, dónde estás,
cómo has llegado y quién serás mañana;
pon tu nombre en mi mano y escribe
para que sepas quién soy, y luego parte como una nube
por el horizonte...
Y escribí: quien escriba su historia heredará
la tierra del verbo, suyo será el significado total.
No conozco el desierto,
pero me despedí de él: adiós
cabila del Oriente de mi canción; adiós
plural estirpe de la espada; adiós
mu`allaqa que albergó nuestros planetas; adiós
hijo de mi madre a la sombra de la palmera; adiós
pueblos que dan memoria a mi memoria; adiós
a mis adioses entre dos poemas:
el poema escrito
y aquel en que de amor muere su poeta.
¿Soy el que soy?
¿Estoy allí... o estoy aquí?
En cada "tú" hay un yo,
yo soy el tú interpelado, no cabe exilio
si yo te soy. No cabe el exilio
si tú me eres. No cabe el exilio
si el mar y el desierto son
la canción del viajero al viajero:
no volveré como me fui,
no... por nada en el mundo.
- Muhammad
Muhammad,
acurrucado en brazos de su padre, es un pájaro temeroso
del infierno del cielo: papá, protégeme,
que salgo volando, y mis alas son
demasiado pequeñas para el viento… y está oscuro.
Muhammad,
quiere volver a casa, no tiene
bicicleta, tampoco una camisa nueva.
Quiere irse a hacer los deberes
del cuaderno de conjugación y gramática: llévame
a casa, papá, que quiero preparar la lección
y cumplir años uno a uno…
en la playa, bajo la palmera…
Que no se aleje todo, que no se aleje…
Muhammad,
se enfrenta a un ejército, sin piedras ni
metralla, no escribe en el muro: "Mi libertad
no morirá" ―aún no tiene libertad
que defender, ni un horizonte para la paloma
de Picasso. Nace eternamente el niño
con su nombre maldito.
¿Cuántas veces renacerá, criatura
sin país… sin tiempo para ser niño?
¿Dónde soñará si se queda dormido…
si la tierra es llaga… y templo?
Muhammad,
ve su muerte viniendo ineluctable, pero
se acuerda de una pantera que vio en la tele,
una gran pantera con una cría de gacela acorralada; mas al
oler de cerca la leche
no se abalanza,
como si la leche domara a la fiera de la estepa.
"Entonces ―dice el chico― me voy a salvar".
Y se echa a llorar: "mi vida es un escondite
en la alacena de mi madre, me voy a salvar… yo daré fe".
Muhammad,
ángel pobre a escasa distancia del
fusil de un cazador de sangre fría. Uno
a uno la cámara acecha los movimientos del niño,
que se funde con su imagen:
su rostro, como la mañana, está claro,
claro su corazón como una manzana,
claros sus diez dedos como cirios,
claro el rocío en sus pantalones.
Su cazador debería habérselo pensado
dos veces: le voy a dejar hasta que sepa deletrear
esa Palestina suya sin equivocarse…
me lo guardo en prenda
y ya le mataré mañana, ¡cuando se revuelva!
Muhammad,
un jesusito duerme y sueña en
el corazón de un icono
fabricado de cobre,
de madera de olivo,
y del espíritu de un pueblo renovado.
Muhammad,
hay más sangre de la que precisan los noticiarios
y a ellos les gusta: súbete ya
al séptimo cielo,
Muhammad.
- Naranja
Naranja, el sol se adentra en el mar /
y la naranja es candil de agua en árboles fríos.
Naranja, el sol pare al niño dios del ocaso /
y la naranja, una de sus doncellas, contempla al desconocido.
Naranja, el sol vierte su jugo en la boca del mar /
y la naranja teme la boca del hambriento.
Naranja, el sol se adentra en el turno de la eternidad /
y la naranja goza de la loa de su asesino:
Fruta como semilla del sol,
se pela con la mano y la boca, de sabor ronco,
de perfume locuaz, de jugo borracho...
Su color es único,
se lo presta al sol durmiente.
Su color es su sabor: agridulce,
rico en energía de luz y vitamina C.
¡No peligra la poesía
si balbucea, o porque yerre
magníficamente en los símiles!
Fuentes