Britania
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Britania. Es el término que designaba a la isla de Gran Bretaña antes de que se produjeran las invasiones germanas. El nombre de Britania procede de la denominación latina Britannia que se dio en el Imperio romano a la isla. El nombre Britannia en latín proviene de la denominación griega estas (Pretanniká Nesiá) que le dio Piteas de Marsella a las islas exploradas al norte de la Galia Comata (o Galia Cabelluda) por él en el 330 y 320 A. C. El término esta (Pretanniká) o (Pretanniké), proviene quizás de la designación en dialecto celta britano (galés antiguo) para ese territorio que Piteas escuchó nombrar: Ynys Prydein. Ynys significa isla y Prydein proviene de prydyn, que significa tatuaje. Fueron nombradas así por los tatuajes pintorescos que llevaban sus habitantes.
Sumario
La edad oscura en la céltica britana: tres culturas
Fuera Roma de Britania, es inevitable hacer una reflexión. ¿Hasta qué punto la isla fue romanizada? Los analistas presentan posturas enfrentadas en muchos casos y aunque no es el objetivo presentarlas todas, se puede decir que la historiografía británica tradicional siempre vio la romanización como un factor positivo, que les sacó del caos y la anarquía de las sociedades célticas previas. No hay más que decir, sobre todo si se tiene en cuenta que la sociedad británica decimonónica y de gran parte del Siglo XX poseía una larga tradición imperial y los historiadores necesitaban de algún modo justificar la política expansionista de su patria. Otras corrientes se preguntan que cómo es posible que nada más irse las legiones y tras casi cuatro Siglos de dominación, las costumbres célticas volvieran a aflorar de un modo tan natural y espontáneo. Sólo la lengua latina y la religión cristiana pudo sobrevivir a duras penas al abandono y aún estos dos elementos desaparecieron en cuanto los germanos pusieron un pie en la isla. Así Britania, sería un islote pagano en el océano durante los primeros Siglos de la Edad Media.
Efectivamente, la romanización de Britania no fue tan profunda como en la Galia o en Hispania. Las lenguas célticas de ambas provincias habían desaparecido completamente, mientras que el britano se siguió hablando en buena parte del territorio. Sólo los nobles celtas de la isla adoptaron parte de las costumbres de los conquistadores y hasta cierto punto dejaron de lado su identidad. En cuanto a las ciudades romanas, estas son menos importantes que las de otras provincias del imperio y acogían principalmente a las legiones. Por último no hubo en la isla nada parecido a una administración civil hasta finales del Siglo III. Sólo el gobierno militar tenía cabida allí, con presencia especial en las fronteras de Caledonia y Gales, bajo supervisión del dux britanniarum.
Sea como fuere, actualmente existe una numerosa población britana, romanizada o no, a merced de pictos e irlandeses, sin un poder central o un ejército poderoso, capaz de contener los embates de unos bárbaros que desde el principio, aún antes de la llegada de Roma, ansiaban la riqueza de las tierras bajas. Abandonados a su suerte, el caos parecía cernirse sobre la isla. Así britanos, pictos e irlandeses, tres pueblos enfrentados, convivían en aquel escenario convulso, mientras los germanos, al otro lado del mar del Norte, esperaban su oportunidad. No queda más que conocer de alguna manera la reacción de estos tres pueblos tras la marcha de Roma.
Escotos de Irlanda
Los habitantes de Irlanda han estado casi al margen de la historia, sin embargo ahora empiezan a cobrar cierto protagonismo, que sin duda irá en aumento con el paso de los siglos. Tanto es así que su particular cultura contribuyó no solo a salvaguardar el legado de las islas, sino que hizo lo propio con el resto de Europa durante los Siglos oscuros. A pesar de que Roma nunca había llegado hasta allí, no es menos cierto que la isla tuvo contactos de todo tipo con el imperio, hasta el punto de recibir una romanización indirecta, tal como les había sucedido a los britanos entes de la conquista. Así el tráfico comercial y de ideas era constante entre Irlanda y Britania e incluso la Galia, siendo el vino de estos últimos muy requerido por la nobleza goidélica.
La influencia del ejército romano también llegó desde muy pronto, lo cual es comprensible, pues un pueblo que había pasado casi toda su historia inmerso en guerras civiles, necesitaba de algún modo inspirarse en la organización militar más efectiva y poderosa. Así se dice, por ejemplo, que el rey Cormac mac Airt, a parte de enfrentarse con los fennianos, fundó en Tara escuelas para el estudio de diversas ciencias, entre ellas la militar. Pero sin duda, el mayor contacto que los romanos tuvieron con los estos pueblos se produce a partir de principios del Siglo III, cuando empiezan las incursiones de saqueo sobre las costas occidentales de Britania. Los romanos les llaman de varias maneras, hibernii, nombre que ya usó Aristóteles para referirse a la isla, scotti, un nombre de raíz céltica que significa saqueador, pirata o bandido y por último attecotti, nombre cuya morfología recuerda bastante a la de scotti, con lo cual suponemos que viene a significar lo mismo.
Para responder a la pregunta de por qué los scotti empezaron a saquear las costas de Britania, e incluso de algunos puntos de la Galia es necesario hablar de la propia constitución política de la isla. Dividida desde tiempos inmemoriales en diferentes reinos e inmersa en guerras fratricidas, es de creer que la sociedad irlandesa fuera una de las más belicosas de Europa, sobre todo si se compara con la pacífica vida, que parecían disfrutar los habitantes de las provincias más romanizadas. Es de esperar que en aquella guerra perpetua se forjaran guerreros increíbles y ejércitos poderosos. No sólo fue así, sino que las tribus y clanes derrotados a manos los reinos expansionistas de Irlanda, tuvieron que empezar a buscarse la vida en otro lado. Se habla también de un virtual exceso de población. Tan seguro como este hecho es del empobrecimiento latente de ciertos grupos sociales – una cosa lleva siempre a la otra - , que hubieron de hacer algo para remediar la situación. Así por ejemplo Cairbre Riada, hijo del rey Conaire II de Munster, tuvo que salir de su reino a causa del hambre, estableciéndose en el norte, Ulster, mientras que otros pasaron más tarde a Escocia.
Dos consecuencias se derivan de este contexto, a saber, el alistamiento de los magníficos guerreros irlandeses en el ejército romano y las primeras razzias sobre las costas de Britania. Lo de los mercenarios irlandeses no ofrece género de duda, tanto es así que se habla de expediciones de guerra dirigidas por reyes, así bandas de combatientes bajo un caudillo pactarían de alguna manera con Roma, que necesitaría su ayuda contra otros bárbaros. Se puede afirmar que si en el continente se usaba a los godos contra los hunos, bien podría utilizarse a los fieros irlandeses contra los pictos, así mantenían ocupados a sus molestos vecinos del oeste y de paso se quitaban de encima a los del norte. Se sabe que Teodosio el Viejo se sirvió de los servicios del rey Crimthann en su lucha contra los caledonios. Así mismo el rey Niall de los Nueve Rehenes luchó en la Galia contra los godos de Alarico, junto al vándalo romanizado Estilicón. También Niall llevó a cabo toda una serie de correrías por buena parte de Britania, capturando infinidad de prisioneros.
En cuanto a las incursiones de saqueo de las costas occidentales, empezaron en la segunda mitad del Siglo III, convirtiéndose muchas en ocupaciones de territorios enteros, así gentes de Munster se establecen en Cornualles y los Dal Riada del Ulster ocupan parte de la costa occidental de Escocia como ya vimos. Así mismo en Gales ocupan prácticamente todo el norte, la zona de Gwyned y la gran isla de Anglesey – Mon en lengua céltica y tierra sagrada del druidismo -. Esta situación se mantendría hasta bien entrado el Siglo V, cuando los britanos independientes ya de Roma, reconquistaron Cornualles y Gales, e incluso llevaron a cabo incursiones en la propia Irlanda. Sea como fuere, los asentamientos gaélicos en Britania no tuvieron demasiado éxito, excepto los del norte, en Escocia.
Como ya va dicho, Cairbre Riada salió de su reino en busca de tierras para establecerse y poder alimentar a su pueblo. Parte de su gente se quedó en el Ulster, en el condado de Antrim, muy cerca de la actual Belfast. El resto cruzó el Canal del Norte, que separa Irlanda de Britania, dirección a Caledonia, la tierra de los pictos. De este modo se establece el reino de Dal Riada. Allí, una dinastía de reyes irlandeses irá anexionando los territorios circundantes lentamente. Así pasa de ser una modesta colonia en la región de Argyll, rodeada por los pictos y britanos, a un poderoso reino que arrinconará a los primeros a las regiones más marginales de Caledonia. Después estos scotti acabarán dando su nombre a la región, que en el futuro llamaremos Escocia.
Los Pictos
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A pesar del misterio que rodea a este pueblo, étnicamente parece que procede de los llamados Cruithng, nombre del que deriva la palabra Britania. Para explicar la evolución del término, se puede tan solo que la C equivale también a la Q, en su pronunciación. Los irlandeses hablaban una rama de la lengua celta insular llamada q – celta, mientras que los bretones hablaban el p – celta. Si se coloca la P britana sobre la Q irlandesa, se obtiene una palabra que en la evolución propia de las lenguas daría algo así como Pruithng y de ahí a Prydain en Galés. Piteas de Massalia habló ya de Prettania, de donde los romanos adoptaron Britania.
Cuando Roma llegó a la isla y viendo que los pueblos que habitaban al norte del río Firh, o sea Escocia, tenían costumbre de tatuarse el cuerpo, hablaron de pictii, los pintados. Lo cierto es que los conquistadores jamás se preguntaron si estos pictos formaban un solo pueblo, si su cultura era homogénea o si por el contrario era una amalgama de ellas, con diversas lenguas y costumbres muy diferentes entre sí. Ellos hablaron también de Caledonii y aún a día de hoy, no se sabe muy bien si caledonios y pictos son la misma gente. Con tal galimatías terminológico y cultural es normal que nadie se ponga de acuerdo.
Algunos historiadores pretenden ver en ellos a los pueblos supervivientes de la cultura megalítica previa a los celtas, la ya mencionada Cultura del Campaniforme, debido entre otras cosas a que hablaban una lengua no indoeuropea, a saber, un dialecto que los celtas de uno u otro lado no eran capaces de entender. Esto parece corroborarlo el hecho de que el héroe misionero Columba, fundador del monasterio de Iona, al intentar cristianizar a este pueblo debía hacerlo por medio de intérpretes.
Otros analistas por el contrario, hablan de que la ininteligible lengua de los pictos, bien pudo ser celta. También hablan de la importancia que en éstos tenía la línea de sucesión femenina, semejante a la mayoría de las tribus celtas insulares. Así mismo el análisis de los topónimos desvela que éstos parecen tener raíz céltica, así como los nombres de las diferentes tribus (lugi, caerani, o cornavii). Nada dice sin embargo que estos topónimos y nombres de tribus no hayan sido dados después por los invasores irlandeses. En cuanto a la importancia de la línea femenina, no era nada que no se diera en las culturas megalíticas, poseedoras ellas de un culto muy arraigado a la fertilidad y a la madre tierra. De lo que no cabe duda, es que, celtas o no, el sustrato indígena previo es fundamental en estas tribus.
Tanto es así, que se habla también de la existencia de dos lenguas pictas diferentes, una céltica, semejante a la hablada por los britanos (p – celta) y otra más antigua, una lengua pre -indoeuropea hablada residualmente tan solo por los pictos más septentrionales, a saber, los que habitaban más al norte del estuario del Moray, al norte de la actual Inverness, así como en las islas Hébridas y Orcadas. Quizá fuera con estos pueblos con las que Columba no conseguía entenderse. Así se puede suponer que los pueblos celtas de la región de Escocia se fundieron con el sustrato indígena ya existente, dando lugar a una población original, en la que poco a poco se fue imponiendo la lengua indoeuropea de los recién llegados excepto en los rincones más septentrionales, en donde la lengua indígena sobrevivió algún tiempo, algo nada raro pues existen ejemplos aún vivos en Europa de este fenómeno, como es el caso de la lengua vascuence, pre - indoeuropea a todas luces.
Reacción de los britanos
La Historia muestra que cuando un pueblo está amenazado por otro, o cuando hay guerras civiles entre ellos, la costumbre más socorrida es llamar a otro pueblo, el más fuerte que se pueda encontrar para que reestablezca el orden. Normalmente cuando esto se ha conseguido, el pueblo recién llegado suele hacerse amo de la situación, con lo cual las cosas suelen acabar peor que antes. En la Hispania visigoda una de las facciones que pugnaba por hacerse con la corona del rey Rodrigo llamó a los musulmanes del norte de África y el resultado final es el conocido por todos. En la Galia los secuanos llamaron los suevos de Ariovisto contra sus enemigos los eduos, que a su vez llamaron a César. Así germanos y romanos los estrujaron como a un limón maduro, fue el fin de la Céltica en la Galia.
Lo más llamativo en este tipo de situaciones es que suele haber un traidor, o al menos una circunstancia deshonrosa, por la cual los pueblos justifican su derrota. Si en el caso de los godos la culpa fue de los vitizianos, o de la lujuria de Rodrigo enamoriscado entonces de la Cava; en el caso de Britania se tiene también un célebre traidor. Así, a la lista deshonrosa de judas británicos, junto a Avarwy y Cartismandua, se debe incluir a Vortiguern.
Vortiguern
Era personaje histórico y legendario a un tiempo, fue dux britanniarum cuando Roma ya se había ido, lo cual da prueba de que los britanos intentaron, en la medida de lo posible, continuar el legado romano, sus instituciones y su civilización, aunque con reservas debemos decir que esto afectaba más a los nobles que al pueblo. Más a las urbes que a las áreas rurales. Sea como fuere, Vortiguern debía ser un gran jefe de los britanos, que como se vio, aguantaban a duras penas los embates de pictos e irlandeses.
Además de intentar repeler los ataques de ambos pueblos y de intentar que sajones y anglos no tomaran demasiado protagonismo – pues ya estaban desembarcado en la isla – Vortiguern luchó también contra lo suyos. En su desmedida ambición, el caudillo britano debió de enfrentarse a los hijos de Constantino el Bendito, a saber, Constantino el Menor, llamado también Constante, a quien mandó asesinar y de quien pudo ser su senescal, Ambrosius Aurelius (figura histórica reconocida que al parecer fue dux britanniarum) y Uther Pendragon (personaje legendario y padre de Arturo). Muerto Constante, los dos hermanos que quedaban se exiliaron en Armórica, la futura Bretaña, mientras Vortiguern se hacía con el poder en la isla.
Tradicionalmente a Constante se le ha considerado algo más que dux britanniarum, es decir, algo de mayor categoría que un caudillo y se habla de rex britanniarum, el primer rey de los britanos, fundador a la vez de una monarquía que acabaría heredando el propio Arturo. Así Vortiguern es visto como un usurpador del trono, que rompió la natural sucesión dinástica. Sea como fuere, Vortiguern tuvo que enfrentarse a los herederos legítimos, en este caso a Ambrosius Aurelius, una figura cuyo nombre indica su grado de romanización y que seguramente tendría algo de sangre romana, si no toda. Ante esta situación y ante los ataques bárbaros, el usurpador decidió llamar a los germanos que habitaban allende el mar del Norte, para que le ayudaran a conservar el trono. Les llamara en realidad o no, el caso es que los primeros desembarcos estables de sajones, anglos y jutos se produjeron entre los años 40 y 50 del Siglo V, estableciéndose en la antigua tierra de los cantios, actual Kent.
La tradición dice que Vortiguern mandó llamar a los sajones, cuyos caudillos se llamaban Hengist y Horsa y que les ofreció tierra a cambio de librarle de la molestia que suponían tanto los bárbaros pictos e irlandeses como sus enemigos políticos. La lujuria también juega un papel preponderante, como no y si el godo Rodrigo perdió su reino por su atracción desmedida hacia la Cava, hija de un conde que avisó al moro como venganza, o si Uther desperdició la conseguida unión de los britanos por lujuria hacia la esposa de Gorlois, duque de Cornualles, aquí el bueno de Vortiguern se enamoró de una princesa juta, llamada Rowana, a la sazón hija de Hengist, que permitió los esponsales a cambio de más tierras y el lascivo caudillo le entregó Kent y algunos territorios en la frontera con los pictos.
Más tierras consiguieron aún después de que Hengist invitara a Vortiguern y a varios jefes britanos a un festín. Allí los caudillos locales bebieron a placer ante la atenta mirada de los germanos, que a la orden de su jefe, atacaron por sorpresa a sus sorprendidos invitados, muriendo casi todos. Vortiguern, para salvar la vida, tuvo que ceder aún más tierras. Así los germanos, envalentonados y con la posibilidad real que tenían de hacerse con todo el país, siguieron presionando al rey, que pronto hubo de retirarse a las zonas más inaccesibles, las menos romanizadas de Britania, en este caso a Gales, en donde la leyenda cuenta que se hizo construir un castillo. Aprovechando quizá este momento de debilidad del rey Vortiguern, los exiliados de Armórica vuelven, quizá ya convertidos en hombres y atacan al usurpador, por cuya culpa la Britania que ellos conocieron se estaba derrumbando. Casi todas las fuentes coinciden en que Vortiguern murió en el ataque a la fortaleza, la cual se incendió con él dentro.
Es fácil suponer que ante la escasez de agudeza política del usurpador, las cosas debieron ir a mejor, al menos por un tiempo ya que a peor era imposible. Muerto el tirano se suceden algunas décadas de resistencia organizada y hasta cierto punto eficaz. Como todos los pueblos celtas, el sueño de la unidad política estaba en el aire. Pero pocas veces se consiguió. Los galos tuvieron varias tentativas, ninguna con éxito. Lo mismo se puede decir de la Céltica hispana, que salvo caudillos puntuales más o menos carismáticos, el resto era división y guerras locales que Roma supo aprovechar convenientemente. En el caso de Britania pasaba lo mismo. Sólo hubo figuras puntuales, que a lo sumo pudieron englobar a un número determinado de tribus y pueblos, así se pueden enumerar ejemplos que van desde Baudica hasta Ambrosius Aurelius, pasando por el mismo Vortiguern y otros muchos.
Pero la unidad completa jamás, sobre todo cuando más se la necesitaba, es decir, frente a las invasiones ya sean de romanos o de sajones. Se puede decir que ese espíritu indómito y libre que las fuentes atribuyen a los celtas, fue en este caso la piedra de toque para la desaparición de su cultura. Su escasa capacidad de sumisión, la incapacidad de aceptar un poder superior, las rencillas sin importancia por el orgullo de poseer una piedra más o menos, les hizo perecer frente a los invasores. Su capacidad guerrera individual era indudable, pero el alma colectiva de un pueblo unido, en armas, nunca se dio.
Arturo ¿Leyenda o realidad?
Intentaron a pesar de todo, plantar cara a sus enemigos. Y la situación pareció mejorar al menos un tiempo. Así, en este contexto de cierta organización, de toma de conciencia y de mejores resultados, nace la leyenda del Rey Arturo). Todas las menciones al gran rey de los britanos son muy posteriores a la época que nos ocupa. La obra atribuida a Nennius, Historia Brittonum, es del Siglo IX. Geoffrey de Monmouth es ya del Siglo XII. Sea como fuere, la etapa en la que pudo vivir Arturo no excede el Siglo VI. Estos y otros autores se basan en leyendas de tradición oral que circulaban desde hacía siglos. Muchas fueron puestas por escrito por monjes y bardos y lo que contaban se fue transmitiendo hasta traspasar las fronteras de Britania.
Las pocas conclusiones que se pueden sacar de tal conglomerado de fuentes, la mayoría legendarias, es que hubo un caudillo – Nennius le llama dux bellorum – que consiguió mantener a raya a los invasores – germanos, pictos e irlandeses – durante algunas décadas. Este personaje fue capaz de convencer a los diferentes jefes de las tribus de que dejaran sus rivalidades a un lado, para hacer un frente común contra un poder mucho mayor. Así puede que Arturo sea tan sólo un nombre simbólico. La raíz céltica art designa al oso. También Arcturus es la estrella más brillante de la constelación Boyero. Esta constelación boreal se representa a veces como un hombre que arrea a un oso, en este caso la Osa Mayor. Siendo así, Arturo podría simbolizar un guía, un pastor, que dirige al gran oso britano hacia la victoria.
Quizá el éxito militar más significativo de Arturo fue el de Monte Badón. Nennius habla de un gran triunfo de Arturo sobre los sajones. También Gildas cita la batalla en su Exidio Britanniae, aunque aquí el victorioso caudillo es cierto Aurelius Ambrosius. Tras ésta vendrán otras batallas – 12 en total según Nennius -, todas resueltas triunfalmente. Datos de caudillos y posibles reyes tenemos muchos en las fuentes y es imposible elegir alguno que cumpla los requisitos exactos para ser el Arturo histórico ya que en realidad, es una figura simbólica, mezcla de los atributos de muchos grandes jefes y reyes, todos reunidos en el crisol de la leyenda, forjada por monjes, bardos y druidas. Es decir, fruto de la creación de los sabios del mundo celta. Si militarmente los guerreros no fueron capaces de sobreponerse a sus rencillas, ni mucho menos de expulsar a los invasores, tuvieron que ser entonces los sabios quienes tomaran el relevo de la defensa.
Sin entrar en discusiones de si la pluma es más poderosa que la espada, el caso es que los cálamos de los monjes empezaron a deslizarse por el pergamino como caballos de guerra por las praderas, las voces de los bardos empezaron a narrar a voz en cuello gestas y hazañas y todos los mitos, quimeras y sueños de un pueblo fueron conformando una venganza literaria en donde en el devenir de los siglos Arturo surge como caudillo, como rey e incluso emperador. El tamiz cristiano convertirá a sus caballeros en los buscadores incansables del Grial y en ejemplo para todo guerrero que se precie de ser justo. Camelot es la corte ideal, que impera sobre un país en paz, sobre la tierra libre de guerras, de plagas y hambrunas. Todos bajo el gran rey, el gran protector, el glorioso Arturo. Así del círculo de Stonehege se transita a la Mesa Redonda y esta venganza literaria convierte la derrota militar britana en la última gran victoria de la Céltica, la más hermosa de todas.
Interacciones entre especies
La calzada es una especie muy sociable con sus congéneres siendo muy frecuente los vuelos nupciales y territoriales participando miembros de parejas vecinas. En cuanto a la relación de la calzada con otras especies de rapaces, habría que diferenciar a aquellas rapaces que mantienen una buena relación con la Calzada (Culebrera Europea Circaetus gallicus, Milano Negro Milvus migrans y Real Milvus milvus) y a aquellas con las que entra en competencia ya sea por los nidos (Busardo Ratonero, Buteo buteo y Azor Común, Accipiter gentilis) y por los territorios (Azor Común). El único depredador de individuos adultos de calzada es el Búho Real (Bubo bubo). Los pollos pueden ser predados por el azor común durante su estancia en el nido.