Porcelana japonesa

Porcelana japonesa
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Luchadores en porcelana polícroma Arita. Las figuras humanas, como estos luchadores, eran muy raras.

Porcelana japonesa. La primera porcelana que se fabricó en Japón data probablemente de la segunda década del siglo XVII, y se debió a los ceramistas de Arita, una pequeña ciudad de la isla de Kyushu. Su desarrollo estuvo fuertemente influenciado por los chinos y los coreanos.

Historia

En la década de 1590, Japón recibió un contingente de alfareros coreanos después de la fracasada campaña en Corea del emperador Hideyoshi. Estos alfareros practicaron y enseñaron su arte en Japón, con el resultado de que las primeras cerámicas japonesas son reflejo del estilo coreano. Pasaron muchos años antes de que la porcelana japonesa desarrollara un estilo propio.

Jarrón azul y blanco de Fukugawa,
realizado a finales del siglo XIX

La colorida porcelana de Imari y Kakiemon empezó a aparecer a finales del siglo XVII, pero estas piezas resultaban muy costosas y escasas en comparación con la porcelana china. El atrevido y dinámico estilo Imari impulsó vistosas manifestaciones, mientras que el de Kakiemon proporcionó un contrapunto más sutil e intimista. Estas cerámicas fueron coleccionadas con avidez en Occidente, y ambas, especialmente las de Kakiemon, tuvieron una influencia considerable en las primeras fábricas de porcelana europeas: muchas de las producciones de las factorías de Meissen, Chantily, y Chelsea copiaron y adaptaron sus diseños.

La porcelana japonesa es famosa por estas piezas polícromas, aunque también se hicieron cerámicas en azul y blanco. No obstante, estas estaban en su mayoría destinadas a la exportación y raramente alcanzaban la misma calidad que las piezas chinas. La porcelana japonesa no está datada, lo que dificulta la elaboración de una historia de la cerámica, si bien se conservan algunos inventarios europeos antiguos que sirven de ayuda para este proceso.[1]

Primitiva cerámica japonesa de la exportación

Gran plato arita, de finales del siglo XVII,
fabricado para el mercado europeo

La extinción de la dinastía Ming a mediados del siglo XVII y el cese de la producción de Jingdezhen, cuna de la porcelana china, supusieron un inesperado estímulo para los ceramistas de Arita. Los holandeses recurrieron a la recién nacida industria japonesa de la porcelana para poder cumplir sus encargos, y, dado que el mercado euroepo estaba acostumbrado a la porcelana china azul y blanca, resultaba evidente que había que copiar esta clase de cerámicas.

La decadencia del comercio de porcelanas establecido por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales a partir de 1750, y su posterior desaparición, hizo que las fábricas japonesas tuvieran que limitarse al mercado doméstico. Pero la ausencia de registros a causa del incendio que devastó Arita en 1828 hace muy difícil la adscripción de piezas al período de 100 años anterior a 1854, fecha en que el comodoro Perry obligó a los japoneses a reabrir el comercio con el exterior.

A mediados del siglo XIX existía ya un gran número de factorías no solo en Kyushu, sede tradicional de la porcelana japonesa, sino también en Honshu. Muchos artesanos habían empezado asimismo a marcar sus producciones, lo que hace posible la identificación de la mayoría de las piezas de este período.

Además de continuar con los estilos clásicos de Arita e Imari en azul y blanco, surgieron entonces otros tipos de cerámica innovadores, especialmente en torno a fines del siglo XIX. Esto sucedió probablemente como respuesta a la creciente demanda de los cada vez más sofisticados mercados de América y Europa, aunque los exponentes del Movimiento Estético y del estilo japonés fueron también parcialmente responsables de ello. Unos pocos coleccionistas conocedores y expertos fueron quienes establecieron el modo de distinguir el escaso número de cerámicas refinadas y bellas de aquellos objetos de peor calidad que inundaban el mercado.[1]

Referencias

  1. 1,0 1,1 Atterbury, Paul y Lars Thap. Enciclopedia de las antigüedades. Editorial LIBSA, 2001. Madrid, España. ISBN: 84-7630-740-3.

Fuentes

  • Atterbury, Paul y Lars Thap. Enciclopedia de las antigüedades. Editorial LIBSA, 2001. Madrid, España. ISBN: 84-7630-740-3.‏‎