Teresa de la Parra

Teresa Parra Sanojo
Información sobre la plantilla
Teresa de la Parra Sanojo.jpeg
Escritora venezolana
NombreAna Teresa Parra Sanojo
Nacimiento5 de octubre de 1889
París Bandera de Francia Francia
Fallecimiento23 de abril de 1936
Madrid Bandera de España España
Otros nombresTeresa de la Parra

Teresa de la Parra Sanojo. Escritora venezolana considerada, junto a Rómulo Gallegos, la novelista más importante de la primera mitad del siglo XX en su país.

A pesar de que gran parte de su vida transcurrió en el extranjero, supo expresar en su obra literaria el ambiente íntimo y familiar de Venezuela. Incursionó en el mundo de las letras de la mano del periodismo y escribió dos novelas que la inmortalizaron en toda América: Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca.

Síntesis biográfica

Inicios

Nació el 5 de octubre de 1889 en París hija de Rafael Parra Hernáiz, diplomático venezolano y de Isabel Sanojo Ezpelosín de Parra. Descendía de una rancia familia de la sociedad caraqueña. Escribía Teresa de la Parra en 1931, en una breve reseña autobiográfica.

"Tanto mi madre como mi abuela pertenecían por su mentalidad y sus costumbres a los restos de la vieja sociedad colonial de Caracas".

En esa misma reseña declaraba haber nacido en Venezuela, y aunque París dista nueve mil kilómetros de Caracas, apenas puede decirse que mintiera, ya que la infancia de Ana Teresa transcurrió cerca de la capital venezolana, en la hacienda familiar de Tazón.

Poco después de morir su padre, en 1900, cuando solo contaba con 11 años, se trasladó con su madre y hermanos a España, y en 1902 ingresó en el valenciano internado del Colegio del Sagrado Corazón de Godella.

Vocación de escritora

Estos años formativos, los de su infancia y adolescencia, dejaron una profunda huella en la escritora: los recuerdos de Tazón darían vida a la hacienda Piedra Azul de Las memorias de Mamá Blanca (1929), y el internado se convertiría en el marco formativo de María Eugenia Alonso, la heroína de Ifigenia.

La carrera literaria de Teresa de la Parra presenta tres momentos claramente diferenciados. Sus primeras incursiones fueron unos breves cuentos, de tema fantasioso más que fantástico y tintes vagamente orientalizantes, y el diario apócrifo "de una caraqueña por el Lejano Oriente", publicado en la revista Actualidades, que dirigía Rómulo Gallegos.

El relato MamáX, que le valió en 1922 el premio literario de un diario de Ciudad Bolívar, pasó luego a formar parte de una narración más extensa, el Diario de una señorita que se fastidiaba (matriz narrativa de Ifigenia) publicado ese mismo año en revista La lectura semanal, que dirigía por José Rafael Pocaterra. Posteriormente, Teresa de la Parra recordaría ese año de 1922 como el del inicio de su verdadera vocación de escritora.

Esta vocación dio sus frutos en París, ciudad donde fijó su residencia en 1923. Allí verían la luz sus dos novelas: en 1924 Ifigenia, traducida al francés por Francis Marmande y elogiada por Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez. En ella se narran las vicisitudes de la heredera de una familia acomodada caraqueña venida a menos y se explora, por primera vez en la narrativa venezolana, el mundo y la sensibilidad de una mujer.

En la segunda, Las memorias de Mamá Blanca (1929), se encuentra una crónica familiar que rescata y recrea, con una sencillez que no elude la maestría narrativa, las voces y el habla venezolanas de su época, a la vez que evoca con lucidez un mundo para siempre perdido: el de la aristocracia criolla.

En París llevó el género de vida que convenía a una señorita de la buena sociedad caraqueña: asistir a recepciones en embajadas y frecuentar a escritores hispanoamericanos. Inició entonces con el diplomático y escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide una amistad, amorosa primero, después entrañable y fraternal, que ha quedado documentada en un nutrido epistolario.

Esta segunda etapa, la de la asunción plena de su vocación, fue también la de su otra gran amistad, amorosa y sororal, con la escritora cubana Lidya Cabrera, a quien conoció en 1927 durante un viaje a Cuba en el que representó a Venezuela en la Conferencia Interamericana de Periodistas y disertó sobre "La influencia oculta de las mujeres en el Continente y en la vida de Bolívar".

Última etapa. Enfermedad

Su amiga íntima, la cubana Lidia Cabrera la acompañó hasta el último momento durante su dolorosa peregrinación por sanatorios suizos y españoles, en busca de la imposible curación de su tuberculosis. La enfermedad, cuyos primeros síntomas se manifestaron en 1931, modificó de raíz su personalidad y su vida. Con respecto a su obra, sería más acertado decir que la enfermedad agravó cierto giro que la autora había comenzado a dar desde su ciclo de conferencias del año anterior.

""Acomodar las palabras a la vida, renunciando a sí mismo, sin moda, sin pretensiones de éxito personales, es lo único que me atrae por el momento"
Vicente Lecuna, en 1930

En esta última etapa de su vida surgió el proyecto, que no alcanzó a realizar, de escribir una "biografía íntima" de Simón Bolívar que evitara las facilidades de la novela histórica, que Teresa decía detestar. Teresa de la Parra fue la primera en concebir una idea que ejecutarían, en muy distintos registros, Álvaro Mutis en su cuento El último rostro y García Márquez en El general en su laberinto.

Hasta su muerte en 1936, Teresa de la Parra no dio nada más a la imprenta. Sus escritos inéditos, sin embargo, tienen el peso y la importancia de su obra editada. Su epistolario, sobre todo, es un monumento de madurez reflexiva y un impecable ejercicio de diálogo amoroso y amistoso. En 1947 sus restos fueron trasladados a Caracas e inhumados en el Cementerio General del Sur.

El 7 de noviembre de 1989 fueron sepultados en el Panteón Nacional, convirtiéndose en la primera mujer venezolana en penetrar en este mausoleo.

Su obra

Teresa de la Parra fue la primera escritora venezolana que obtuvo reconocimiento crítico fuera de su país. Sus dos novelas tuvieron una amplia difusión en Francia, España e Hispanoamérica inmediatamente después de su publicación en los años veinte, y la autora recibió el homenaje de Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez. El filósofo vasco le envió una serie de pormenorizadas anotaciones a su novela Ifigenia, y uno de sus agudos comentarios hace referencia al tema del espejo, recurrente en esta obra:

""Como uno se olvida de sí mismo, Teresa, desdoblándose y vaciándose, es a fuerza de mirarse en el espejo".

El poeta de Moguer redactó una honda nota obituaria, que publicó El Sol de Madrid un mes después de la muerte de la escritora, acaecida en 1936 en el sanatorio de Fuenfría, en la sierra de Guadarrama, tres meses antes de estallar la Guerra civil española.

Cuando el mundo literario español comenzó a levantar cabeza, tras el largo túnel del franquismo, los españoles que admiraron a la venezolana habían desaparecido de escena. Además, el estruendoso boom latinoamericano impuso rápidamente otros nombres y novedades.

En Venezuela, la suerte póstuma de su obra no fue más propicia. El año de la muerte de Teresa de la Parra fue también el de la liquidación del gomecismo en Venezuela. El país despertaba de casi tres décadas de una dictadura que lo había mantenido en un aislamiento casi total del resto del mundo. En pocos años Venezuela dejaría de ser "la enorme hacienda" de Gómez para iniciar una frenética transformación de sus instituciones políticas y estructuras económicas y sociales.

Para los venezolanos que repudiaron el gomecismo, la figura y la obra de Teresa de la Parra poco o nada se avenían a las exigencias del momento. Sus dos novelas, así como el ciclo de conferencias que sobre "La importancia de la mujer americana durante la Colonia, la Conquista y la Independencia" dictó en Bogotá y Barranquilla en 1931, dejaban la imagen de una escritora que miraba hacia atrás y recreaba en su obra comportamientos y códigos sociales que muchos venezolanos de entonces asociaban con el provincianismo y atraso que querían superar.

A estas circunstancias, y al hecho de que fuera considerada durante largos años como la afrancesada autora de obritas menores, se sumó la lluvia de anatemas que desató entre los críticos venezolanos más conservadores su primera novela, Ifigenia (1924), la cual, según contaba la misma autora, fue calificada de "volteriana, pérfida y peligrosísima en manos de las señoritas contemporáneas".

Si algo caracteriza a la escritura de Teresa de la Parra es su limpidez y transparencia. Su narrativa, que nace en el momento álgido de la modernidad literaria, se señala por su rechazo de la experimentación formal y lingüística. Ella misma admitía, sin trazo de pudor o arrogancia, que el arte de su época (el cubismo o el dadaísmo, que había conocido en sus años parisinos) no le decía absolutamente nada.

Ajena a la modernidad, su obra es una puerta abierta hacia el pasado. Pero no al pasado de los historiadores, cargado de heroicidades sangrientas, sino a su cuerpo y voz vivos, a los relatos, anécdotas y cuentos familiares. Su bisabuela había sido realista; su tía, Teresa Soublette, descendía de uno de los próceres de la Independencia; su mejor amiga, Emilia Ibarra, de un edecán de Bolívar.

La historia de Venezuela no era para Teresa de la Parra la descarnada relación de los manuales sino una memoria viva; si aquélla era asunto de hombres, ésta vivía y se transmitía de abuela a madre y de madre a hija. Su feminismo, que ella misma calificaba de "moderado", se nutría de estas fuentes.

Fuentes