Jean-François Marmontel

Marmontel
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Nombre completoJean-François Marmontel
Nacimiento11 de julio de 1723
Bort-les-Orgues (Corrèze, región de Limousin), Bandera de Francia Francia
Defunción31 de diciembre de 1799
OcupaciónEscritor, novelista, filósofo, libretista, periodista, enciclopedista, dramaturgo, crítico literario, historiador, político, poeta
Lengua de producción literariafrancés
Lengua maternafrancés
GéneroEnciclopedia, poesía
Obras notablesMemorias de un padre para la instrucción de sus hijos, 1807

Jean-François Marmontel. Fue un escritor francés. Poeta, narrador, dramaturgo, gramático, filósofo y traductor. Figura destacada de la Ilustración, contribuyó notablemente a la redacción de la Enciclopedia (en la que publicó cerca de doscientos artículos sobre literatura, lingüística y filosofía) y cultivó casi todos los géneros literarios que estuvieron en boga en su tiempo, por lo que es recordado actualmente como uno de los más ilustres polígrafos de las Letras francesas. Fue discípulo de Voltaire (1694-1778) y miembro de la Academia Francesa, y dejó un vasto legado impreso en el que abundan las noticias sobre las ideas y los hombres de la Francia del Siglo de las Luces. En la actualidad, tal vez la obra más valiosa de Marmontel -por la cantidad de información que contiene acerca de la notable época que le tocó vivir- sea la que recoge la suma de sus recuerdos bajo un epígrafe tan representativo de la mentalidad ilustrada como Mémoires d'un père pour servir l'instruction de ses enfants (Memorias de un padre para la instrucción de sus hijos, 1807).


Síntesis biográfica

Nace en Bort-les-Orgues (Corrèze, en la región de Limousin) el 11 de julio de 1723, en el seno de una familia humilde que se dedicaba a la fabricación de prendas de vestir, tuvo dificultades para acceder a la formación humanística que, desde niño, deseaba recibir, pues su padre veía con malos ojos su interés por la lengua latina. Sin embargo, su madre le apoyó tenazmente en su propósito de instruirse, por lo que, a los doce años de edad, ingresó en un colegio de Mauriac regentado por padres jesuitas. Tres años después, su progenitor, empeñado en que abandonase la idea de estudiar, le colocó de aprendiz en Clermont; pero él dejó enseguida este trabajo y regresó al colegio, donde, debido a su escasez de recursos económicos, fue readmitido a cambio de que empezase a colaborar con los maestros en calidad de profesor ayudante. Así las cosas, si sintió influido por la espiritualidad de sus preceptores y formuló su deseo de ingresar en la Compañía de Jesús, por lo que pasó por la ceremonia de la tonsura en Limoges, en febrero de 1741. Pero su vocación religiosa no era demasiado acusada, por lo que redujo su paso por la Compañía a este mero grado preparatorio, sin llegar siquiera a recibir las órdenes menores.

Afincado poco después en Toulouse, siguió completando su formación humanística al tiempo que ejercía como inspector de estudios, ocupación que no sólo le permitía sobrevivir con dignidad, sino incluso ayudar al sostenimiento de su familia. Aficionado, ya por aquellos años, al cultivo de la creación poética, presentó una oda titulada "L'invention de la poudre à canon" a un certamen convocado por la Académie des Arts Floraux de Toulouse, en el que no resultó premiado. Indignado, el joven Marmontel escribió entonces a Voltaire y le envió su poema; fruto de esta misiva y de la subsiguiente respuesta del filósofo fue una fecunda relación entre discípulo y maestro que benefició mucho la incipiente trayectoria literaria de Marmontel. Así, tras haber ganado un premio de poesía en 1744, el joven poeta de Bort-les-Orgues fue incitado por Voltaire a que abandonara el entorno provinciano en el que se desenvolvía y buscase mayores oportunidades de triunfo en París, en donde se comprometió a proporcionarle un empleo. Sin embargo, cuando en noviembre de 1745 Jean-François Marmontel, ilusionado, se presentó en la residencia parisina de Voltaire, el ministro Orry -con quien contaba el filósofo para proporcionarle una ventajosa colocación en París- acababa de caer en desgracia, por lo que el joven poeta provinciano se encontró de repente en la gran urbe, con tan solo veintidós años de edad, sin un trabajo con el que mantenerse y desprovisto de cualquier peculio que le pudiera garantizar la supervivencia en una ciudad tan cara como la capital gala.

Se dio entonces a la vida bohemia, a caballo entre Toulouse y París, mientras traducía algunos textos que, como La boucle de cheveaux enlevée (El rizo robado), del autor inglés Alexander Pope (1688-1744), le proporcionaban algo de dinero tras arduas disputas con los editores y libreros parisinos. Con estos exiguos beneficios, solía emprender peregrinas operaciones de compra y venta en las que intentaba sacar partido como intermediario (llegó a comerciar con azúcar, adquiriéndolo al por mayor y revendiéndolo a los tenderos minoristas), y así iba subsistiendo hasta que llegaba la época en que se fallaban los premios literarios, con la certeza de que la dotación de alguno de ellos iría a parar a su maltrecho bolsillo. Asesorado nuevamente por Voltaire, se enfrascó por aquel tiempo en la escritura dramática, actividad que solía granjear suculentos estipendios a los autores que contaban sus estrenos por éxitos. Merced a la siempre generosa ayuda de su maestro, consiguió entradas para frecuentar los teatros de París y releyó con fruición a los dramaturgos de la Antigüedad clásica grecolatina, hasta que la obtención en 1746 de un nuevo galardón literario (otorgado por la Académie Française y dotado con la nada despreciable cantidad de quinientas libras) le permitió consagrarse de lleno a la redacción de una tragedia que tituló Denys le Tyran (1748). Estrenada el 5 de febrero de 1748, esta opera prima teatral de Jean-François Marmontel cosechó un triunfo clamoroso entre la crítica y el público, con lo que el joven escritor de Bort-les-Orgues se vio, de repente, convertido en un hombre rico, respetado y famoso (según cuentan las crónicas de la época, se embolsó cerca de tres mil libras procedentes de las recaudaciones de las dieciséis representaciones ofrecidas, cifra ciertamente elevada en la cartelera parisina de mediados del siglo XVIII).

Pero la súbita llegada del dinero y la fama le causó algunos problemas de cierta consideración, relacionados sobre todo con la intensa vida amorosa que, gracias al éxito, había comenzado a llevar. Tras haber "robado" dos amantes al mariscal de Saxe, éste le tildó de poetastro insolente y amenazó con publicar sus escandalosos devaneos amorosos por toda la corte, sin omitir sus quejas ante el propio monarca. En vista del cariz que estaban tomando los acontecimientos, Marmontel optó por alejarse durante algún tiempo del teatro de sus conquista y se refugió en la villa campestre de Monsieur de la Poplinière, uno de sus mecenas, en donde redactó su segunda tragedia, Aristomène, que, estrenada el día 30 de abril de 1749, fue objeto durante dicho año de diecisiete representaciones, en medio de otro rotundo éxito comparable al obtenido por Denys le Tyran. Sin embargo, su tercera incursión en el género teatral, la tragedia Cléopâtre (1750), no pasó de las once representaciones, y fue motivo de la rechifla generalizada entre buena parte del público que asistió a su puesta en escena, ya que la aparición, al final de la obra, de un autómata que encarnaba el papel de una serpiente provocaba más risa que miedo o respeto, con lo que se anulaba el efecto catártico requerido por el género.

Este primer traspiés en su trayectoria como dramaturgo se vio acentuado al cabo de dos años con el estreno de su cuarta tragedia, Les Héraclides (1752), que solo fue llevada a escena en ocho ocasiones. El grueso de la crítica teatral, espoleado por los rivales que Marmontel se había ido ganando a pulso en la corte, se cebó en este fracaso, al que respondieron los partidarios del dramaturgo animándole a que estrenara una nueva tragedia que acallara cuanto antes las opiniones negativas lanzadas contra su obra. Así las cosas, el 5 de febrero de 1753 Marmontel estrenó su quinta tragedia, Egyptus, retirada inmediatamente de los escenarios por el propio escritor, ante los abucheos inmisericordes que cosechó el día de su presentación. Este estrepitoso fracaso le aconsejó abandonar el cultivo del teatro para buscar fortuna en otras ocupaciones menos sujetas a los caprichos del público y de la crítica; requirió, pues, el auxilio de sus protectores y pronto se vio honrado con el cargo de Secretario de las Edificaciones del Rey, bajo las órdenes del marqués de Marigny, hermano de la marquesa de Pompadour (1722-1764), por mediación de la cual había conseguido esta ventajosa colocación en la corte.

Comoquiera que las obligaciones de su nuevo cargo apenas le ocupaban dos días por semana, aprovechó su privilegiada ubicación en Versalles para visitar asiduamente la Biblioteca del Rey, en la que amplió notablemente sus saberes literarios y adquirió nuevos conocimientos sobre música, pintura y escultura. Por aquel tiempo, conoció en el parisino salón del barón de Holback (1723-1789) a Diderot (1713-1784), Rousseau (1712-1778), Buffon (1707-1788), Helvetius (1715-1771), Grimm (1723-1807) y otros conspicuos promotores de la Enciclopedia, y, por deseo expreso del propio Diderot, quedó encargado de la redacción de varios artículos literarios destinados a engrosar el monumental proyecto cultural que entre todos estaban poniendo en pie.

En 1754, el poeta y erudito Louis Boissy (1694-1758), miembro de la Académie Française y amigo de Marmontel, accedió a la dirección del Mercure de France merced a las gestiones realizadas por el dramaturgo ante su poderosa protectora, la marquesa de Pompadour. Agradecido por esta recomendación, Boissy invitó a Marmontel a colaborar en las páginas de la publicación, en la que, a partir de 1755, fueron apareciendo las narraciones que el escritor agrupó luego bajo el título genérico de Contes moraux (Cuentos morales, 1763). A la muerte de Boissy, sobrevenida en 1758, Marmontel pasó a dirigir el Mercure de France, consagrado ya como uno de los más influyentes publicistas -o, como diríamos actualmente, periodistas- de su tiempo.

Apremiado por sus actividades periodísticas, el escritor de Bort-les-Orgues abandonó Versalles y se afincó nuevamente en París, en casa de Madame Geoffrin, cuyo salón literario era considerado como una especie de antesala por la que pasaban quienes estaban destinados a acabar entre los "inmortales" de la Académie Française. Al frente del Mercure, Marmontel desplegó una brillantísima labor de agitación ideológica y animación cultural: consiguió la colaboración de Voltaire, que había dejado de leer la publicación ante la animadversión mostrada en sus páginas contra los nuevos filósofos; reunió las firmas de los principales académicos de París y de provincias; publicó excelentes artículos de crítica literaria, económica y científica, redactados por grandes especialistas; y defendió ardorosamente algunas ideas ilustradas de marcado carácter pre-revolucionario (fundamentalmente, el concepto de igualdad, que le llevó incluso a denunciar los privilegios de la nobleza y a censurar a algunos intelectuales que, como Rousseau, eran incapaces de admitir la equidad entre los sexos masculino y femenino). Además, Marmontel fue un excelente gestor empresarial al frente del Mercure, como queda patente en el hecho de que, en el breve período que estuvo bajo su dirección (que no alcanzó los dos años), los beneficios obtenidos por la publicación se elevaran a cuarenta mil libras.

Pero una nueva fatalidad, a medio camino entre la torpeza y la mala suerte, se cruzó otra vez en la oscilante progresión social de Marmontel. A finales de 1759, el otrora afamado dramaturgo fue acusado de haber escrito una parodia de Cinna (1641) -la célebre tragedia de Pierre Corneille (1606-1684)- en la que se ridiculizaba despiadadamente al duque de Aumont. Aunque nunca llegó a aclararse si Marmontel había sido el autor o el mero difusor de esta sátira, lo cierto es que se le imputó su propagación y fue condenado a once días de privación de libertad en la Bastilla (desde el 28 de diciembre de 1759 hasta el 7 de enero del año siguiente); pero este breve período de encarcelamiento no le dolió tanto como su destitución al frente del Mercure, decretada personalmente por Luis XV (1710-1774).

Privado de ese poderoso instrumento de poder e influencia que era el Mercure, así como de los pingües beneficios procedentes de su gestión, Marmontel volvió a aceptar el amparo de sus protectores y se retiró durante algún tiempo a las fincas rurales de éstos, mientras subsistía gracias al éxito en las ventas de sus cuentos morales, ahora publicados en diferentes recopilaciones. Aprovechó también el ostracismo al que, tácitamente, había sido condenado en París para visitar numerosas ciudades del sur de Francia (Burdeos, Toulouse, Montpellier, Aix, Marsella, Toulon...), y en Ginebra se reunió con su viejo maestro Voltaire, ya sexagenario, quien le felicitó por su valiente defensa de la igualdad desplegada en las páginas del Mercure. Pasada la tormenta, regresó a París y volvió a vivir del producto de sus escritos, ahora encauzados a través de los géneros más variados: ganó, con su "Épître au poète" ("Epístola al poeta") un relevante certamen poético convocado por la Academia, trabajó afanosamente en su traducción de la Farsalia (Pharsale) de Lucano (39-65) -que había iniciado durante su reclusión en la Bastilla-, y redactó un ensayo literario titulado Poétique Française (Poética francesa), que dedicó a Luis XV con el deseo de recuperar su confianza. Fruto del renombre que fue adquiriendo con estas obras fue su elección, en 1763, como miembro de número de la Académie Française.

En el otoño de 1765, afectado por una virulenta gripe que le hizo pensar que había contraído la tuberculosis (enfermedad que había acabado con sus padres y con otros muchos miembros de su familia), Jean-François Marmontel se creyó a las puertas de la muerte y decidió escribir una ambiciosa obra que pudiera pasar a la posteridad como su gran testamento literario. Fue así como concibió su extensa narración filosófica Bélisaire (Belisario, 1767), una especie de guía para la educación de príncipes sostenida por las ideas de la Ilustración. En su opinión, la libertad, la igualdad, el progreso y la justicia social no dependían tanto del sistema de gobierno implantado como de la buena educación que hubiera recibido el soberano, educación que sólo habría de ser provechosa para el pueblo si venía anclada en los criterios racionalistas y pragmáticos propios del Siglo de las Luces. Para curarse en salud ante las críticas que pudiera levantar esta obra, Marmontel se procuró el privilegio real de Luis XV y envió originales a los gobernantes de las naciones más relevantes de Europa (Suecia, Prusia, Polonia y Rusia), con la esperanza de obtener el beneplácito de todas las monarquías; aun así, Bélisaire fue condenado por la Sorbona de París, lo que no impidió que se convirtiera en un auténtico éxito de ventas.

La densidad y gravedad de esta novela filosófica no le llevó a desatender otros géneros literarios más populares y ligeros. En el primer lustro de los años sesenta, Marmontel había entablado amistad con el compositor de origen valón André Grétry (1741-1813), quien a la sazón andaba buscando un autor dramático capaz de surtirle de libretos para las óperas cómicas que proyectaba crear. El escritor de Bort-les-Orgues, que ya en 1751 había trabajado con Rameau (1683-1764) en la composición de libretos para piezas musicales (como la ópera Acanthe et Céphise, que fue llevada a escena en catorce ocasiones), aceptó gustoso la propuesta de Grétry y escribió para él varias comedias-ballets y óperas cómicas que, en muchos casos, alcanzaron grandes éxitos entre el público parisino de la segunda mitad del siglo XVIII. Unos años después, cuando el gran compositor italiano Niccolò Piccinni (1728-1800) se instaló en París (1776) requerido por la reina María Antonieta (1755-1793), Marmontel, apasionado entusiasta de la música italiana, escribió para él otro libreto, y llegó a convertirse en el cabecilla de sus partidarios durante la polémica que le enfrentó con otro gran músico afincado en la Ciudad del Sena, el alemán Christoph Glück (1714-1787).

Entretanto, ya repuesto de su hipocondríaco temor a la tuberculosis, Marmontel había iniciado, tras la publicación de Bélisaire, la redacción de otra gran proyecto filosófico-literario: el "poema en prosa" -según la propia definición de su autor- Les Incas (Los Incas, 1777), una extensa narración, trufada de reflexiones filosóficas y de abundantes datos históricos que delataban un minucioso trabajo de documentación, sobre la conquista y colonización del Perú y el genocidio de su población indígena. Del cuidado que puso Marmontel en la elaboración de esta obra dan fe la numerosas redacciones que ensayó hasta obtener la versión que dio por definitiva: en 1771, el rey Gustavo III de Suecia (1746-1792), a quien iba dedicada Les Incas, recibió el manuscrito con un primer esbozo de la obra; seis años después, cuando por fin pasó por la imprenta la versión que dio por válida Marmontel, el escrupuloso autor había trabajado en una docena de redacciones distintas. La crítica se dividió a la hora de valorar esta obra, pero no así los lectores, que acogieron con entusiasmo su publicación y la convirtieron en un texto paradigmático de la denuncia de la esclavitud, la intolerancia racial y el fanatismo religioso. Se trata, sin lugar a dudas, de la obra de Marmontel que gozó de mayor fortuna tras la desaparición de su autor, como queda patente en las reediciones que se hicieron de ella durante los siglos XIX y XX.

Mientras trabajaba arduamente en las diferentes versiones de Les Incas, Marmontel había vuelto a gozar del aprecio social e intelectual del pueblo y las instituciones francesas. Rehabilitado en la corte, en 1772 había sido nombrado Historiador de Francia, y tres años después fue invitado a la consagración del nuevo monarca, Luis XVI (1754-1793). Sorprendentemente, ya cincuentón decidió poner coto a sus escarceos galantes y, en octubre de 1777, contrajo matrimonio con la joven Marie Adélaïde de Montigny, nieta de otro escritor, el abad Morellet (1727-1819). En el momento de celebrarse el enlace, Marmontel contaba cincuenta y cuatro años de edad, mientras que su joven esposa sólo sumaba dieciocho; a pesar de esta abrupta diferencia, formaron un matrimonio feliz y bien avenido, del que nacieron tres hijos.

En noviembre de 1783, fue nombrado Secretario Perpetuo de la Académie Française, en sustitución de otro ilustre enciclopedista recién fallecido, su amigo D'Alembert (1717-1783). Los honores y distinciones se siguieron sucediendo por aquellos años de la década de los ochenta, en los que, asegurada su posición económica merced a los derechos devengados por sus posesiones y cargos honoríficos, solía vérsele paseando en su flamante coche de caballos entre su casa de campo (sita en Grignon, a una hora y media de París) y el Palacio del Louvre. En 1785 fue honrado con un nuevo título: "Historiador de las Edificaciones Reales".

Cómodamente instalado en esta dulce molicie, no fue capaz de advertir las grandes transformaciones políticas y sociales que se estaban gestando a su alrededor, por lo que el estallido de la Revolución Francesa le sumió en una honda confusión. Después de haber defendido en sus obras mayores la bondad natural del ser humano, quedó turbado al comprobar la ira sanguinaria que alentaba al pueblo revolucionario; de ahí que, asustado por la violencia que se había enseñoreado de las calles de París, en agosto de 1792 se trasladara con toda su familia a una humilde vivienda que acababa de adquirir en la pequeña aldea de Abloville, cuna del preceptor de sus hijos. Sólo unos días después, sus peores temores se vieron confirmados con el arresto y encarcelamiento de la Familia Real en la prisión del Temple. Pero su firme propósito de mantenerse alejado del epicentro de la revolución quedó frustrado en abril de 1797, cuando, en contra de su voluntad, fue designado representante de los electores del departamento de Eure en el Consejo de Ancianos; su prestigio era tan elevado que su nombre había salido a relucir en las votaciones sin que él hubiera presentado candidatura alguna.

Obligado, pues, a incorporarse a esa especie de cámara senatorial de la Revolución, Marmontel no tuvo miedo a la hora de defender con ahínco, entre sus muros, la causa de la religión católica, demostrando con ello que no guardaba ningún rencor hacia quienes, años atrás, le habían convertido en víctima de su intransigencia religiosa. Por fortuna para él, su vinculación al Consejo de Ancianos apenas duró unos meses, ya que el golpe de estado del 4 de septiembre de 1797 disolvió dicha cámara y le permitió retirarse de nuevo a sus dominios rurales, en los que se enfrascó en la redacción de sus valiosísimas Mémoires (Memorias), al tiempo que ponía todos sus vastos saberes enciclopédicos al servicio de la educación de sus tres vástagos (para los que escribió varios tratados sobre diversas materias).

Muerte

En la medianoche del 31 de diciembre de 1799, a los setenta y seis años de edad, Jean-François Marmontel perdía la vida en su modesta casa de Abloville, en cuyo pequeño jardín recibieron sepultura sus restos mortales. Durante muchos años, su esposa Marie Adélaïde y los tres hijos del matrimonio sobrevivieron gracias a los derechos de autor devengados por la edición de sus escritos inéditos -como sus recién citadas Memorias- y de sus Obras Completas, que dejó preparadas antes de su muerte.

Obra

La vasta producción de Marmontel, que abarca la mayor parte de los géneros literarios, bien merece siquiera una apresurada recapitulación de los principales títulos que la conforman, aun a sabiendas de que la relación ofrecida a continuación no puede tener pretensiones de exhaustividad en una reseña bio-bibliográfica de esta naturaleza. Hay que tener presente, además, que el escritor de Bort-les-Orgues fue autor de centenares de artículos periodísticos y entradas para la Enciclopedia, y que, a pesar de la devoción con que se entregó a la escritura poética -que cultivó a lo largo de toda su vida-, no llegó a reunir en volúmenes impresos la totalidad de los poemas que compuso.

En efecto, Marmontel nunca publicó, en vida, una colección de versos, aunque reunió en sus Obras Completas aquellos poemas suyos que estimó más dignos de recuerdo. Poeta de raza, a lo largo de su azarosa existencia vivió en contacto permanente con las Musas, ora obligado por la necesidad de ganar premios literarios que le ayudasen a sobrevivir, ora ilusionado por componer -a la manera de sus admirados autores de la Antigüedad- ese magno poema épico que nunca llegó a escribir, ora impulsado por su constante inspiración (que le animó a escribir en verso, entre otras disertaciones públicas, su discurso de ingreso en la Académie Française).

En su faceta de dramaturgo, escribió las tragedias Denys le Tyran (1748), Aristomène (1749), Cléopâtre (1750), Les Héraclides (1752) y Egyptus (1753); y los libretos para las comedias-ballets Le Huron (1768) -compuesta de dos actos e inspirada en el cuento "L'Ingénu", de Voltaire-, Lucile (1769) y Silvain (1770) -ambas compuestas de un único acto- y L'ami de la maison (1772) -pieza en tres actos-. Todas estas comedias-ballets, conformadas por pequeñas arias operísticas, iban acompañadas por partituras musicales de Grétry. Además, fue autor de los libretos de dos óperas cómicas del citado compositor -Zémire et Azor (1771) y La Fausse Magie (1775)-, así como de la pieza operística de Piccinni titulada Didon (1783). Sus primeros trabajos como libretista de espectáculos musicales habían sido La guirlande ou Les fleurs enchantées (1751) y Acanthe et Céphise (1751), de Rameau.

Entre sus más de cuarenta narraciones breves, publicadas primero en Le Mercure de France, luego en diferentes colecciones y, finalmente, en el volumen recopilatorio titulado Contes Moraux (Cuentos morales, 1763), cabe destacar las tituladas "Alcibiade et le moi" -aparecida por vez primera en dicha publicación, aunque de forma anónima- y "Annette et Lubin" -que, adaptada al teatro, fue estrenada con gran éxito por la compañía La Chélidoine en la iglesia de Bort en 1999, en el transcurso de los actos conmemorativos del segundo centenario de la muerte de Marmontel.

En esta recapitulación sus dos grandes narraciones filosóficas Bélisaire (1767) -encaminada a la educación de los príncipes de acuerdo con las ideas de la Ilustración- y Les Incas (1777) -surtida de abundantes datos históricos y trepidantes aventuras que no eclipsan la severa condena de Marmontel a la explotación de los indígenas, en la línea iniciada en el siglo XVI por fray Bartolomé de las Casas (1474-1566).

Autor de una copiosa correspondencia compuesta por más de cuatrocientas cartas -algunas de las cuales permanecen inéditas en nuestros días-, de cerca de doscientos artículos de la Enciclopedia -sobre literatura, gramática y filosofía- y de una espléndida traducción de la Farsalia de Lucano, Marmontel escribió también algunos tratados y manuales de enorme valor para el estudioso de la cultura de su tiempo. Entre ellos, cabe recordar el texto historiográfico titulado La régence du duc d'Orléans (La regencia del duque de Orléans), redactado entre 1784 y 1788 en cumplimiento de sus funciones como "Historiador de Francia", en el que reconstruye el período comprendido desde la muerte de Luis XIV (1638-1715) hasta 1721. Y entre los tratados que escribió para educar a sus hijos, centrados en materias tan variadas como la gramática, la literatura, la metafísica, la lógica y la moral, gozó de gran difusión a finales del siglo XVIII y comienzos de la siguiente centuria el titulado Dictionnaire de grammaire et de littérature (Diccionario de gramática y literatura, 1789), reeditado al cabo de más de un cuarto de siglo bajo el título de Eléments de littérature (Elementos de literatura, 1822).

Fuente