Pacto del Zanjón

Pacto del Zanjón
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Foto de pacto zanjon.JPG
Fecha:10 de febrero de 1878
Lugar:Cuartel español de San Agustín del Zanjón, Puerto Príncipe, Camaguey
Descripción:
Manuscrito que recoge las bases para poner fin a la Guerra de los Diez Años
Consecuencias:
Capitulación por parte de dirigentes políticos y militares cubanos
País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba Cuba, Bandera el Imperio Español.png Reino de España (1833-1931).
Líderes:
Dirigentes políticos y militares cubanos


El Pacto de Zanjón, firmado el 10 de febrero de 1878, fue un tratado de capitulaciónrubricado por una parte de los dirigentes políticos y militares cubanos, que terminó con la Guerra de los Diez Años (1868-1878) sin garantizar el cumplimiento de ninguno de los dos principales objetivos de la contienda: alcanzar la independencia y eliminar la esclavitud. Por tal razón, constituyó una capitulación. Aceptado por la mayoría de los cubanos en armas, con excepción de unos pocos jefes y oficiales, entre los que sobresalió Antonio Maceo, quien transformó la capitulación del Zanjón en tregua fecunda con su inmortal Protesta de Baraguá.

Documento del Zanjón

El Convenio del Zanjón es el documento integrado por siete acuerdos o proposiciones de paz firmados el 10 de febrero de 1878, por el Comité del Centro, que en composición de siete miembros había sustituido a la Cámara de Representantes disuelta durante la Junta de San Agustín y que asumiendo ilegítimamente funciones del gobierno de la República en Armas, firmó dicho pacto con el general Arsenio Martínez Campos, capitán general de la isla de Cuba, en el cuartel español de San Agustín del Zanjón, Puerto Príncipe (actual Camagüey), del cual adoptó su denominación.

Durante el proceso de negociación entre las partes se fijaron las exigencias para la capitulación de las fuerzas cubanas y se franquearon las vías marítimas y terrestres para su libre movimiento en interés del pacto. Gracias a las hábiles maniobras políticas de Martínez Campos, en condiciones de total aislamiento de las unidades del Ejército Libertador entre sí y con el gobierno, y con el terreno abonado por una sucesión de indisciplinas y sediciones, el convenio del Zanjón fue aceptado por la mayoría de los cubanos en armas, con excepción de unos pocos jefes y oficiales, entre los que sobresalió el mayor general Antonio Maceo y Grajales, quien al frente de sus tropas no aceptó las bases y protagonizó la histórica Protesta de Baraguá. La rebeldía y rechazo al Pacto del Zanjón también se manifestaron en otras localidades, como fue el caso del comandante Ramón Leocadio Bonachea, quien continuó combatiendo en el territorio villareño hasta su protesta en Jarao.

Maceo calificó el Pacto del Zanjón como “una rendición vergonzosa y por su parte inaceptable”. No obstante, el pacto fue un reconocimiento tácito, por los españoles, de la existencia de la nacionalidad cubana y de su beligerancia.

Causas: Si bien las dificultades que había tenido que enfrentar el movimiento revolucionario a lo largo de la Guerra de los Diez Años no habían sido capaces de detenerlo, habían propiciado el desarrollo de situaciones que, primero, obstaculizaron el triunfo y con posterioridad lo hicieron poco probable. Se necesitaba un proceso político-militar que permitiera la unificación del movimiento independentista, la creación de una estrategia militar global y la profundización del proyecto político inicial, pero tampoco los cubanos, en esas condiciones, podían lograrlo.

Muchos de los males que aquejaban a la revolución, habían surgido con ella misma. Desde los inicios estuvieron presentes la falta de unidad revolucionaria, la imposibilidad de convertir la guerra regional en guerra nacional, la escasez crónica de recursos de guerra, el escaso apoyo a los combatientes en Cuba por parte de la emigración, la hostilidad permanente del gobierno de los Estados Unidos, la ausencia de un mando militar centralizado y la consecuente autonomía de los jefes militares, las pugnas de poderes entre la Cámara y el Ejecutivo, entre los jefes militares y entre estos y el aparato civil y las sediciones militares, unido a la inteligente política pacificadora del general del Ejercito español Arsenio Martínez Campos, contribuyeron a que prosperara la idea de abandonar la guerra sostenida durante diez años para obtener la independencia de Cuba.

No obstante, a pesar de la presencia de todos estos elementos a lo largo de los años de guerra, el intransigente patriotismo de los cubanos les había permitido mantener la lucha revolucionaria sin ningún tipo de capitulación.

Documentalmente se comprueba que a pesar de la actitud sediciosa de algunos jefes militares, motivada por diversas razones que iban desde el celo personal hasta los criterios políticos, estos, al mismo tiempo, eran intransigentes con cualquier actitud de deserción o capitulación. En no pocas ocasiones fueron ellos mismos los que enfrentaron exitosamente las más violentas ofensivas militares españolas.

Los alzamientos ocurridos alrededor del 10 de octubre de 1868 mostraron, en algunas acciones personales y de grupos, la falta de unidad entre los conspiradores cubanos, la causa principal de ese trágico desenlace de aquella larga y cruenta contienda, en el que influyeron factores de carácter económico, social, político y militar.

Desde el comienzo el germen de la desunión estuvo presente en el proceso revolucionario por un marcado carácter regional, influenciado por las características socioeconómicas del territorio donde se libró la guerra.

El derrumbe de la dirección burgués-terrateniente de la Revolución se precipitó al sumarse al desaliento, el desconcierto y la indisciplina reinantes, la ofensiva político militar del régimen colonial español. A partir de esas circunstancias se polarizaron las fuerzas revolucionarias en dos tendencias: la vacilante clase terrateniente que adoptó posiciones claudicantes y el surgimiento de una nueva vanguardia radical liderada por jefes de procedencia popular.

Escenario

Si bien eran comunes los altos objetivos de libertad para la Patria, igualdad para todos los cubanos y diversidad de credos y creencias, los antagonismos personales, la diferencia de criterios en la forma de conducir la lucha y quienes la encabezaban no se detuvo en las necesarias discusiones sino que se manifestó en conspiraciones e intrigas que minaron la guerra.

Antonio Maceo -desde el mismo inicio de la acción liberadora- conoce de la existencia en miembros del Ejército Libertador, colaboradores y partidarios, de fuertes tendencias divisionistas, propugnadoras de la indisciplina y la anarquía en las filas revolucionarias. Él, soldado por excelencia, orden y disciplina personificadas, se aparta de tales fracciones y se dedica de forma total a combatir -en todo momento y en el lugar que le corresponde- a las fuerzas armadas de la metrópoli que sembraban muerte, hambre y terror a lo largo de toda la Isla.

La situación comenzó a variar a partir de 1877. Si bien el patriotismo se mantenía en las filas revolucionarias, la agudización de los conflictos impidió prácticamente el desarrollo de un plan coherente único para lograr el triunfo. Las sediciones militares ya expresaban una total desobediencia a la autoridad del gobierno y, en algunos casos, a los jefes militares superiores. El escepticismo encontró caldo de cultivo en el aparato político de la república. Y de esa situación a la apertura de un proceso capaz de conducir a un acuerdo de paz con los españoles, sin el requisito indispensable de la indispensable de la independencia, no había más que un paso. Mientras, El general español Arsenio Martínez Campos intensificaba las gestiones de paz y trataba de comprar las conciencias en venta en el bando rebelde.

Es 11 de mayo cuando se produce el motín de Santa Rita, protagonizado por el general Vicente García González (ya se había sublevado en Lagunas de Varona el 26 de abril de 1875) y sus seguidores, al circular un manifiesto con un programa político que justificaba una sublevación militar contra los poderes de la República en Armas y también contra los mandos del Ejército Libertador.

Así se llegó hasta la insubordinación de los sublevados a los mandos del presidente Tomás Estrada Palma y el jefe del Ejército Libertador, generalísimo Máximo Gómez. Convocado por los sediciosos Maceo rechazó de plano sus propuestas para incorporarse al movimiento y amenazó a los enviados con la carta invitación del general García con pasarlos por un Consejo de Guerra.

Momentos previos

Sobre estos difíciles momentos previos al Zanjón, señala José Luciano Franco: El Generalísimo Máximo Gómez, desalentado por los sucesos de Loma de Sevilla -octubre de 1877- precedidos del movimiento cantonalista de HolguínSeptiembre del mismo año-, acaudillado por el doctor José Enríquez Collado, escribe en su Diario:

‘Se nota una desmoralización completa y los ánimos todos están sobrecogidos; tanto por las operaciones constantes del enemigo como por la división de los cubanos’.

Y anota después:

‘Día 31, último día de 1877. Se concluye el año, uno de los más funestos para la revolución de Cuba, pues, además de la terrible campaña que sostiene el general español Martínez Campos, con sus grandes recursos de hombres y dinero, los cubanos divididos y en desacuerdo han impreso un sello de debilidad y decadencia a la Revolución que será muy difícil encarrilarla por una vía segura a su triunfo’.

Así no es de extrañar el telegrama de Aria al Capitán General, 9 de febrero de 1878 trasladando el que había recibido del coronel Ochamelo desde Arroyo Blanco:

‘Anoche en el campamento insurrecto hubo manifestaciones en favor de la paz’.

Escribe Vicente García a Miguel Aldama:

Camagüey, 10 de febrero de 1878- Martínez Campos que estaba perfectamente enterado de lo que pasaba en nuestro campo y en el seno mismo de la Cámara por las relaciones que mantenía con Duque de Estrada, que iba y venía de los campamentos españoles a los nuestros, como lo hacían igualmente otros como Jefes de nuestras fuerzas, exigió previamente las bases de un arreglo posible por nuestra parte, sirviendo como punto de partida las proposiciones de asimilación que había hecho’.

La situación entonces no podía ser peor pues Tomás Estrada Palma, presidente de la República en Armas, es hecho prisionero por los españoles tras una delación; el presidente de la República en Armas por sustitución reglamentaria, Francisco Javier de Céspedes renuncia a su cargo; y el generalísimo Máximo Gómez dimite como Secretario de la Guerra.

Así se llega al Pacto del Zanjón.

Se gesta la capitulación

A fines de 1877 eran sostenidas las conversaciones acerca de la terminación de la guerra y eran más continuadas las operaciones militares contra las fuerzas cubanas, el regionalismo gravaba la guerra, era escaso el apoyo de la emigración, se incrementaban las pugnas entre la Cámara de Representantes y el Ejecutivo, y entre los jefes militares.

Mientras el mayor general Antonio Maceo sostenía una serie de combates victoriosos contra fuerzas muy superiores del enemigo -valga tan solo señalar Llanada de Juan Mulato y San Ulpiano- lo que mostraba a las claras que las fuerzas cubanas eran capaces de derrotar a las españolas a pesar de los diez años de guerra y la concentración de efectivos enemigos en la zona donde combatía el Titán de Bronce.

El día 19 de octubre cae prisionero el presidente de la República, Tomás Estrada Palma. Lo sucede por reglamento Francisco Javier de Céspedes, quién fue sustituido por el general Vicente García (el conspirador de Lagunas de Varona y Santa Rita) el 10 de diciembre.

Los jefes y oficiales de Camagüey se reúnen el 13 de diciembre y, con el consenso del general Gómez, piden al general Martínez Campos un cese al fuego que diera oportunidad a los cubanos para reorganizarse y continuar la lucha.

En la Cámara de Representantes se desarrollaron entonces dos tendencias: la primera que apoyaba el planteamiento anterior y otra, escéptica, que había perdido toda la fe en la posibilidad del triunfo de las armas cubanas.

Para poder establecer las conversaciones la Cámara derogó el Decreto Spotorno y el 21 de diciembre representantes de la Cámara dialogan con los mandos españoles. Se aprueba la tregua que es renovada a petición del jefe militar de la región de Camagüey, con la aprobación de Salvador Cisneros Betancourt.

El general Vicente García se entera de su designación como presidente de la República en Armas el 15 de enero de 1878 cuando ya todos estos hechos han ocurrido. El Presidente llegó a Camagüey el 5 de febrero. El 7 de febrero sostuvo una conversación secreta con el general Arsenio Martínez Campos la cual derivó en una reunión de consulta al "pueblo cubano" (no a los combatientes del Ejército Libertador) para determinar si se aceptaba la paz sin independencia.

La mayoría de los combatientes, desilusionados, decidió suspender las hostilidades. La Cámara de Representantes no hizo absolutamente nada por detener estos actos. Por el contrario se autodisolvió para no ir en contra de la Constitución de Guáimaro que prohibía al Gobierno convenios que no contemplaran la independencia.

El general García tampoco hizo nada por detener el cauce de los acontecimientos y regresó a su región de Las Tunas.

Firma del Pacto

Se nombró entonces el llamado Comité del Centro que, de acuerdo con Martínez Campos, hizo firme el 10 de febrero el documento que concluía la Guerra de los Diez Años o Guerra Grande (1868-1878).

La comisión enviada por el Comité del Centro no lograría convencer a Antonio Maceo de la necesidad del pacto pese a que el convenio estipulara como válidos para toda Cuba los postulados en él contenidos. Con celeridad, la protesta por el cese de la guerra y el repudio a lo acordado se gestaba en las tropas de extracción clasista más humilde del ya casi desaparecido Ejército Libertador.

Para dar cuenta del cese de la guerra, fueron designados Enrique Collazo, Rafael Rodríguez, Enrique Mola y Ramón Pérez Trujillo, quienes debían informar a las fuerzas libertadoras en distintas zonas del territorio insurrecto.

Así se llegó al Pacto o Convenio del Zanjón, según el cual la mayoría de los jefes del Ejército Libertador, aceptó las condiciones impuestas por España, bajo una rendición que llenó de vergüenza al pueblo cubano, por este, las fuerzas cubanas aceptaron:

  • Capitular de modo incondicional de las fuerzas cubanas ante el Ejército colonialista.
  • Aceptar el debilitamiento y desmoralización de las tropas independentistas.
  • Reconocer al Gobierno español como máxima autoridad en Cuba.
  • Formar partidos políticos que no lucharan contra el poder español.
  • Libertad solo para los esclavos que militaban en las filas mambisas.
  • Libertad de prensa y reunión mientras no sirvieran para atacar a España.
  • Salida al exterior solo para aquellos que aceptaran lo planteado en el Pacto del Zanjón.

Aunque el convenio expresaba de una manera sencilla y clara la superación del estado de guerra entre la colonia y la metrópoli, lo que no pudo prever Martínez Campos fue la imposibilidad histórica de hacer valer su artículo 2 que establecía para ambos bandos el “olvido de lo pasado”. Por otra parte asombró, incluso a sectores reformistas del país, a tenor de la urgencia española de lograr la paz y de los largos años de beligerancia del Ejército Libertador, la simplicidad con que los comisionados firmaron el acuerdo.

Factores decisivos en el acontecimiento

Tres factores pueden considerarse decisivos en el desarrollo de los acontecimientos. El primero, la falta de una sólida dirección revolucionaria capaz de unir a todas las fuerzas partidarias de la independencia. El segundo, la pérdida de confianza en el triunfo de las armas revolucionarias como resultado de la confusión general creada en las filas insurrectas. Y el tercero, la ausencia de un programa político capaz de enfrentar ideológicamente la ofensiva española.

Si bien existía la estructura política de la república y los jefes militares capaces de sostener la lucha, en los órganos de dirección se había perdido la capacidad de respuesta a las proposiciones claudicantes. Se hacían especialmente sensibles las muertes de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Francisco Vicente Aguilera y otros.

Como consecuencia de esas pérdidas emergieron a los primeros planos de la dirección política revolucionaria hombres que no fueron capaces de contrarrestar la tendencia pactista. Como contraparte, la larga guerra revolucionaria había producido una nueva oficialidad proveniente de las capas más humildes.

Actitud de Máximo Gómez

Además de no estar de acuerdo con la capitulación, el general Máximo Gómez, en su larga entrevista con Martínez Campos, el 27 de febrero, le manifiesta que si bien él había luchado con el pueblo cubano por lograr su independencia, no sería ahora obstáculo de una bochornosa capitulación que todos parecían desear.

Martínez Campos le hizo tentadoras ofertas de dinero y posiciones de importancia en Cuba. Gómez las rechazó y solicitó únicamente que un barco lo trasladara a Jamaica, a lo cual accedió el oficial español, quien puso un cañonero a su disposición en el estero del Junco y le pidió, además, que contribuyera a darle forma a la capitulación con la cual, al parecer, estaban de acuerdo todos los cubanos.

Gómez le manifestó que si bien combatió al lado de los cubanos en la guerra, no los ayudaría ahora a alcanzar una paz deshonrosa, aunque no se opondría a ella.

Intransigencia revolucionaria

Por su parte, el general Antonio Maceo, enterado de este acuerdo, se reúne en Mangos de Baraguá, en Santiago de Cuba, con Martínez Campos, acompañado por un grupo de sus principales oficiales el 15 de marzo de 1878. En el encuentro, conocido como la Protesta de Baraguá, comunicó al general español su desacuerdo con el Pacto del Zanjón, que no contemplaba ni la independencia ni la abolición total de la esclavitud, y su decisión de reiniciar la guerra. De esta manera, el general Antonio salvó el honor de los revolucionarios cubanos, quedando sentado el precedente de luchar hasta alcanzar la victoria final.

Pero la falta de acuerdo entre los cubanos y la actitud de los que aceptaron el Pacto del Zanjón, hizo imposible continuar la lucha y Maceo, poco tiempo después, debió abandonar el país.

En total coincidencia con el general Antonio, en el centro de la isla, Ramón Leocadio Bonachea Hernández también continuó combatiendo por la independencia de Cuba junto con los hombres que lo acompañaban, fuerzas de caballería que operaban en la zona de la trocha militar, cerca de Morón. Este villareño protagonizó la Protesta de Hornos de Cal, en Jarao, Sancti Spíritus, luego de reunirse con el general Martínez Campos y comunicarle su oposición al Pacto del Zanjón, para convertirse de hecho, en el último combatiente y oficial de importancia de la guerra de 1868 que siguió combatiendo tras los acuerdos del Zanjón, incluso después de la salida al extranjero de Maceo en misión de la Revolución, razón por lo cual Calixto García Iñiguez lo ascendió a general.

Continuidad de la lucha

Luego de muchos intentos fallidos por reiniciar la lucha, Bonachea pudo burlar el espionaje español y el 30 de noviembre de 1884, salió en una embarcación desde Montego Bay, Jamaica, acompañado de 16 expedicionarios, entre los cuales venían cuatro internacionalistas griegos. Arrastrados por los vientos arribaron equivocadamente a las Coloradas, Belice, Niquero, el 2 de diciembre. Delatados, fueron apresados en el mar, al día siguiente, y conducidos a Santiago de Cuba, en donde se les juzgó. Bonachea y cuatro de sus compañeros fueron ejecutados.

En el caso de Antonio Maceo, tras llegar a Kingston, en Mayo de 1878, procedente de Cuba y en misión del Gobierno Provisional en Armas, fue también largo y heroico su peregrinaje por las tierras de América, el Caribe y Estados Unidos. Residió en Honduras (1881-1884), y en Costa Rica (1891-1895). De esta última nación, cumpliendo orientaciones de José Martí y Máximo Gómez, salió en una expedición hacia Cuba bajo el mando del general Flor Crombet. Los 23 patriotas que la integraban pudieron desembarcar por Duaba, Baracoa, Guantánamo, el 1 de abril de 1895.

A partir de ese momento las hazañas de Maceo recorrerían Cuba hasta su caída en combate en La Habana, el 7 de diciembre de 1896, cuando ostentaba el grado de mayor general y segundo jefe del Ejército Libertador de Cuba.

José martí, que acarició el ansiado sueño de escribir la historia de esta contienda, que sería la base fundamental y la fuente de enseñanzas para continuar la lucha revolucionaria, sintetizó en breves palabras –cuya esencia coincide con la visión de Maceo- el sentido y la causa de los acontecimientos que llevaron al Zanjón: «Nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos».

Bibliografía pasiva

  • Ibarra, Jorge: Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales (1868-1898). La Habana: Editora Política, 1996.

Fuentes