Salvador Fernández

Salvador Fernández
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NombreSalvador Fernández
Nacimiento10 de noviembre de 1937
La Habana, Bandera de Cuba Cuba
Fallecimiento21 de diciembre de 2024
La Habana, Bandera de Cuba Cuba
Causa de la muerteRepentina

Salvador Fernández. Fue un destacado diseñador, consagrado durante años al ballet. Con su quehacer supo situarse como una figura de obligada referencia en el diseño escénico cubano en la segunda mitad del siglo XX y hasta su muerte en 2024.

Síntesis biográfica

Nacido en La Habana el 10 de noviembre de 1937, Salvador cursó tres años de arquitectura en la Universidad y luego, apasionado por el diseño escénico, se vinculó al Conjunto Dramático Nacional, la compañía Teatro Estudio y el Conjunto Folklórico Nacional. Su formación técnica fundamental la debe al curso que en 1962 recibió en La Habana, con los profesores checoslovacos L. Vychodil y L. Porkyñova y a la beca de diseño teatral que, entre 1964 y 1965, lo llevó a Praga y Bratislava.

En el propio año 1964 realizó sus primeros diseños para el Ballet Nacional, destinados a la obra Exorcismo, de la coreógrafa rusa Ana Leontieva, inspirado en el drama Las brujas de Salem del norteamericano Arthur Miller, que empleaba la música del Concierto para orquesta del húngaro Béla Bartok. Fue estrenado en el Teatro Amadeo Roldán, el 19 de junio de aquel año, con un éxito apreciable.

A partir de 1966 y hasta su fallecimiento en 2024, laboró de manera estable como diseñador del Ballet Nacional de Cuba . En ese mismo año trabaja en dos de los tres estrenos que la agrupación realiza: Espacio y movimiento, obra de Alberto Alonso sobre música de Stravinski y Mestiza, coreografía de Lorenzo Monreal, a partir de la novela Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde. Al año siguiente tiene otro encargo notable: el vestuario de Carmen de Alberto Alonso, para el estreno en Cuba de la obra, pues la escenografía era la misma de la puesta en el Ballet Bolshoi, concebida por Boris Messerer.

Muy pronto, Salvador comprendió su complejísima misión: por una parte debía colaborar con el coreógrafo en la creación de un ambiente, una atmósfera especial; por otra, su labor tenía que ser funcional, discreta, no aspirar al protagonismo, pues corría el riesgo de estorbar el libre desarrollo del movimiento de los artistas o distraer al espectador. En último caso, debía concebirse a sí mismo como un artista plástico que pone su arte al servicio de otra manifestación.

Elegancia, originalidad y a la vez funcionalidad son los rasgos que demostró en los diseños concebidos para obras como: El güije (1967), Un retablo para Romeo y Julieta (1969), Primer concierto (1971), Mascarada (1971) y Canto vital (1973).

Su colaboración a lo largo de años con el coreógrafo Alberto Méndez significó una especial compenetración con la estética de este creador donde lo moderno y transgresor deriva siempre de un guiño a la tradición clásica y de un regodeo al revisitar otras épocas artísticas. Eso ha permitido obras que han quedado en el repertorio de la compañía como Tarde en la siesta, El río y el bosque, La bella cubana, Paso a tres, Canción para la extraña flor, Muñecos, Rara avis, El poema del fuego y Poema del amor y del mar. Lo que no excluye otras memorables colaboraciones con creadores diversos como Prólogo para una tragedia, de Brian Macdonald; Rítmicas, La corona sangrienta, Hamlet y La casa de Bernarda Alba de Iván Tenorio; así como una obra injustamente olvidada: El mandarín maravilloso, con música de Béla Bartok, coreografiada por la chilena Hilda Riveros y estrenada en el Gran Teatro de La Habana el 3 de noviembre de 1982.

Fernández dedicó un tiempo importante de su labor en el Ballet Nacional a ser un colaborador habitual de Alicia Alonso, en el montaje y revisión de las coreografías del repertorio tradicional que a partir de los personalísimos puntos de vista de esta artista vuelven a escena. De este modo, llevaron su impronta los montajes de La Fille Mal Gardée, Giselle, Coppelia, La bella durmiente, a lo que podrían añadirse los de Don Quijote –en el que Fernández fue también adaptador de su libreto- y el grand pas de La Bayadera, tanto en la agrupación como los realizados en teatros de España, Francia, Italia, Polonia, México y otras naciones.

La crítico norteamericana Anna Kisselgoff, escribió en 1978, en The New York Times, sobre la puesta de Giselle:

La frescura de tono le llega a uno inmediatamente a través de los diseños otoñales y casi surrealistas de Salvador Fernández. Una floresta de altos árboles que abren hacia arriba al espacio como ningún decorado lo había hecho antes en el Metropolitan. La calidez del primer acto se complementa en el sentido sobrenatural del segundo. Esta es una altamente romántica puesta en escena de un ballet romántico.

En 1996, el escritor, periodista y académico español Santiago Castelo lo consideraba ya como un “gran maestro de la escena iberoamericana”.

El artista fue ante todo un conocedor de los estilos tradicionales, que supo respetar lo que la tradición consagró para estas piezas, pero a la vez creó un estilo propio, a partir, en ocasiones, de recursos muy modestos, para imprimir el sello de lo novedoso en aquello que pudiera estar amenazado por la rutina.

Fernández fue Profesor Titular Adjunto del Instituto Superior de Arte.

Publicó un folleto titulado Apuntes sobre la historia del diseño en el ballet, que es empleado como texto por las escuelas de ballet del país.

Vida personal

Fernández estaba casado hasta el momento de su repentino fallecimiento, con la primera bailarina y maestra María Elena Llorente.

Fue un matrimonio de artistas reconocidos en Cuba y el mundo por sus aportes al ballet, cada uno en sus especialidades.

Reconocimientos

Fallecimiento

El 21 de diciembre de 2024 falleció repentinamente en La Habana, lo cual fue anunciado en un comunicado publicado por el Ballet Nacional de Cuba. Tenía 87 años de edad.

En dicha publicación, se hizo un recuento de la destacada trayectoria de Fernández y de todos sus aportes a esta compañía.

En el comunicado, la compañía afirmó:

"Salvador Fernández fue mucho más que un diseñador: fue un narrador visual que supo captar con exquisita sensibilidad el espíritu de cada coreografía. Sus diseños de vestuario y escenografía, caracterizados por la elegancia, el simbolismo y una notable atención al detalle, enriquecieron las grandes producciones de la compañía a la que dedicó su vida y que hoy le recuerda con respeto y admiración

. Su cadáver fue cremado por decisión familiar.[1]

Referencias

Fuentes