Ernesto Sábato

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Ernesto Sábato
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Nombre completoErnesto Sabato
Nacimiento24 de junio de 1911
ciudad de Rojas,
provincia de Buenos Aires,
República Argentina Bandera de Argentina
Defunción30 de abril de 2011 (99 años)
ciudad de Buenos Aires,
República Argentina Bandera de Argentina
Ocupaciónnovelista, científico, periodista, ensayista
Géneronovela
Obras notablesEl escritor y sus fantasmas (1963).
CónyugeMatilde Kusminsky-Richter (1916-1998) entre 1932 y 1998 (la muerte de ella),
Elvira González Fraga (1942-) entre 1992 y 2011 (la muerte de él)

Ernesto Sábato en Cubadebate

Ernesto Sábato (Rojas, 24 de junio de 1911 - Buenos Aires, 30 de abril de 2011) fue un novelista, científico, periodista y ensayista argentino.

Está considerado como uno de los grandes de la literatura latinoamericana no solo por sus tres novelas ―El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974)―, sino también por sus ensayos sobre la condición humana, como Uno y el universo, Hombres y engranajes, El escritor y sus fantasmas y Apologías y rechazos.

En 1984 se convirtió en el segundo argentino ―luego de Jorge Luis Borges (en 1979)― galardonado con el Premio Miguel de Cervantes. Con Borges compartía el antiperonismo virulento.

Síntesis biográfica

Ernesto Sábato nació en el pueblo de Rojas, a 300 km al noroeste de la ciudad de Buenos Aires (Argentina), en una familia de inmigrantes: su padre era italiano y su madre albanesa.

Se licenció en Física y Matemática en la Universidad de La Plata (a 70 km al sureste de Buenos Aires).

En esa época se afilió al Partido Comunista de Argentina (que ya en esa época había comenzado su derrotero antipopular, siempre en contra de los Gobiernos populares).[1]

En 1938, después de obtener el título de doctor, en esa misma universidad, viajó a París con una beca que le consiguió el premio nobel argentino Bernardo Houssay para estudiar las radiaciones en los laboratorios Joliot-Curie.[1]

Entró en contacto con el surrealismo, experiencia trascendente en su vida, ya que decidió adentrarse en los territorios más oscuros del arte, apoyándose en el lenguaje del inconsciente y en los métodos del psicoanálisis.

Tras una estancia de un año en el Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT), donde prosiguió sus estudios de Física, regresó a Argentina en 1940 para ejercer la labor de profesor. Comenzó a colaborar en diversas publicaciones, entre ellas la revista Sur (publicación literaria de derechas), recibiendo el apoyo y el aliento de figuras tan importantes como Pedro Henríquez Ureña y Victoria Ocampo.

En 1943, después de una grave crisis existencial, decidió renunciar a su cátedra en la Universidad, abandonar la ciencia y dedicarse por entero a las letras y la pintura.

En 1945 publicó unos artículos en el periódico de derechas La Nación atacando el Gobierno popular de Juan Domingo Perón, por lo que se vio forzado a abandonar la enseñanza.

Trayectoria política y literaria

Estuvo retirado durante un año y el resultado fue el libro Uno y el universo (1945), colección de artículos políticos y filosóficos en los que censuraba la moral neutral de la ciencia heredada del siglo XIX.

Esta desconfianza en la ciencia le llevó a investigar sobre las posibilidades que ofrecería la literatura, para analizar problemas existenciales. El fruto de esa reflexión fue la novela El túnel (1948), donde describe una historia de amor y muerte, en la que muestra la soledad del individuo contemporáneo. La obra tuvo una gran aceptación y sirvió para calificar a su autor como una inquietante y original personalidad literaria.[2]

Los ensayos Hombres y engranajes (1951) y Heterodoxia (1953) fueron sus siguientes publicaciones. En general, en su obra ensayística se ocupa de cuestiones como la civilización tecnocrática, la presión del Estado sobre el individuo, la creación literaria, la injusticia y en última instancia, su propia experiencia vital.

El 16 de septiembre de 1955, militares proestadounidenses (pagados por la embajada de Estados Unidos) derrocan al Gobierno constitucional de Juan Domingo Perón.

En toda revolución hay vencidos. En esta los vencidos son la tiranía, la corrupción, la degradación del hombre, el servilismo. Son vencidos los delincuentes, los demagogos, los torturadores. Personalmente, creo que los torturadores deberían ser sometidos a la pena de muerte.
Ernesto Sábato, entrevista publicada en el diario El Líder, de noviembre de 1955[1]

En realidad las torturas y los asesinatos comenzaron con la Revolución Libertadora (a la que el ingenio popular llamaba Revolución Fusiladora). Como reconocimiento al apoyo recibido, el presidente de facto Pedro Aramburu ―quien por sus crímenes será ajusticiado en 1973 por la organización Montoneros― designará a Sábato al frente de la revista Mundo Argentino.[1]

La correspondencia con el Che Guevara

1º de enero de 1960
Comandante Ernesto Guevara.
La Habana (Cuba)

Admirado Guevara:

En su viaje a Buenos Aires, el periodista Rodolfo Walsh nos ha explicado con minuciosidad y entusiasmo la hazaña que ustedes han llevado a cabo. Durante más de cinco horas, en mi casa de Santos Lugares, donde yo había reunido un conjunto de amigos, disipó una cantidad de malentendidos que confunden a la opinión pública del país.

Es precisamente este hecho el que induce a escribirle esta carta, para que usted, como uno de los jefes de la revolución cubana y en su condición de argentino, pueda ayudar a una mejor comprensión del problema que mutuamente nos atañe; y para que el movimiento cubano alcance en nuestra patria la repercusión popular que debía tener. Esquemáticamente, el problema tiene los siguientes aspectos que requieren un análisis (para un examen más circunstanciado, me permito remitirle El otro rostro del peronismo, que publiqué en 1957):

La revolución cubana fue saludada con alborozo por la oligarquía argentina en pleno, porque veía en ella la continuación o equivalente de la revolución de 1955 contra el peronismo. El uso abstracto y equívoco de palabras como “libertad” y “tiranía” dio este resultado paradojal. La misma causa que a tantos intelectuales argentinos nos llevó a situarnos contra el auténtico pueblo argentino.

Como consecuencia inevitable del hecho anterior, la inmensa mayoría del pueblo trabajador tomó posición contra ustedes. Pueden leerse en barrios obreros del Gran Bs. As enormes carteles que dicen: “Viva Perón, muera Fidel Castro”.

Con el desarrollo de los acontecimientos cubanos, sobre todo con la aplicación de medidas sociales y “comunistas” las señoras de nuestra oligarquía y los prohombres de nuestra democracia temen crecientemente haberse equivocado y ya pueden oírse a muchos de ellos que sostienen que Castro se perfila como un nuevo Perón. Por desgracia, las masas populares no experimentan correlativamente el movimiento inverso (tal es la confusión reinante) y Castro sigue siendo por antonomasia, un libertador del mismo género que el almirante Rojas. Vinculado a este fenómeno de definición, es clave lo que pasa con un personaje como Jules Dubois, quien ya ha cantado en Cuba o para Cuba la misma hipócrita cantilena sobre la “libertad de prensa”.

¿Cómo puede haberse llegado a una situación tan equívoca y hasta paradojal? El análisis nos llevaría muy lejos y no vale la pena que lo haga aquí, sobre todo porque, siquiera someramente, lo hice en el folleto que le envío en este mismo correo. Y aunque en ese ensayo todavía mantengo algunas posiciones que posteriormente he superado y rectificado, permanecen válidas en esencia las reflexiones que hago sobre el sentido equívoco de palabras claves como “libertad”, “izquierda”, “democracia” y “revolución”. La historia es desgraciadamente impura y a menudo nos valemos de vocablos que han sido superados y hasta invertidos por el proceso histórico; pero la fuerza de las palabras es tan grande (casi diría tan mágico) que prevalecen muchas veces sobre los propios y evidentes hechos. Cuando en la época de nuestra famosa Unión Democrática tantos intelectuales de “izquierda” marchábamos al lado de conservadores como Santamarina y señoras de la sociedad, deberíamos haber sospechado que algo estaba funcionando mal.

Cuando en momentos en que se producía la revolución de 1955 yo vi modestas sirvientitas llorando en silencio, pensé (por fin) que los árboles nos habían impedido ver el bosque y que los afamados textos en que habíamos leído sobre revoluciones químicamente puras nos habían impedido ver con nuestros propios ojos una revolución sucia (como siempre son los movimientos históricos reales) que se desarrollan tumultuosamente ante nosotros.

No crea, Guevara, pues, que le estoy pidiendo a usted, un examen o reexamen de nuestro problema argentino: le pido algo que muchos de nosotros aquí estamos haciendo con toda humildad. Usted, como yo, fue no de los estudiantes o intelectuales de izquierda que rehuyeron la personalidad equívoca demagógica de Perón; con la diferencia de que usted luego se ha mantenido lejos de nuestra realidad y nosotros, en cambio, vivimos todo el proceso, incluso el revelador proceso de la “revolución libertadora” (en este país todo empieza con mayúsculas, pasa luego a minúsculas y finalmente termina entre comillas). Cuando los coroneles de extracción nazi se hicieron cargo del gobierno en 1945, muchos que éramos antifascistas repudiamos aquel golpe y, en cuanto a mi propia persona se refiere, debo decir que fui expulsado de mi cátedra y condenado a prisión por desacato. Este hecho inicial acaso explique mi sistemático alejamiento de un proceso que sin embargo fue haciéndose cada vez más popular, hasta convertirse en proceso social más profundo que jamás haya experimentado nuestra patria.

Puedo decir en mi descargo, no obstante, que nunca fui antiperonista del mismo género que podría serlo, digamos, Victoria Ocampo. Recuerdo haber discutido en pleno régimen peronista con ella (a quien respeto como persona y como escritora) en presencia del arqueólogo británico Lawrence sobre la esencia del peronismo, manteniendo en aquella áspera discusión las líneas fundamentales que ahora le estoy explicando a usted.

A ello se debió que nunca tomara contra el peronismo la posición de nuestra oligarquía y de la inmensa mayoría de nuestros escritores e intelectuales. Siempre sostuve que era menester distinguir entre la personalidad del líder y el movimiento que objetivamente se había suscitado en su torno. Los hechos posteriores (relajamiento del régimen, corrupción, persecuciones inicuas, torturas) que culminaron finalmente con la cobarde e innoble huida de Perón, que no fue capaz de asumir ante su pueblo el puesto de auténtico y valeroso jefe, confirmaron una idea que era esencialmente correcta.

Pero, sea como sea, lo cierto es que muchos como yo estuvimos contra el peronismo, es decir, contra el pueblo trabajador; no obstante pertenecer, por nuestro “izquierdismo”, a una posición teóricamente populista.

Ahora, clarificado por el tiempo todo aquel complejo fenómeno, muchos escritores hemos iniciado un proceso de reajuste que esquemáticamente consiste en lo siguiente: el movimiento peronista tuvo aspectos negativos y aún nefastos, desde el punto de vista de la dignidad humana (servilismo, corrupción, persecución, torturas); la personalidad del general Perón sigue siendo para nosotros una personalidad tortuosa y corruptora, pero el pueblo llamado peronista es el pueblo trabajador y con él debemos llevar hasta las últimas consecuencias el proceso que ha de darnos la definitiva liberación económica y política, así como ha de echar las bases para la unidad del continente latinoamericano, tal y como Bolívar y San Martín lo imaginaron; y tal como las grandes potencias imperiales lo han impedido hasta hoy.

En tal perspectiva, es fácil, advertir la enorme trascendencia que tendría un reexamen del movimiento cubano en relación con el movimiento popular de la Argentina. ¿Quién sería capaz de parar un proceso combinado de esta envergadura? Usted, Guevara, por su decisión, por su valentía, por la claridad de ideas que todos encomian, puede ser uno de los factores decisivos de este reencuentro.

Reciba junto a la expresión de mi admiración más profunda, mi saludo fraternal.

Ernesto Sábato

Santos Lugares (Argentina)[3]
12 de abril de 1960
Sr. Ernesto Sábato
Santos Lugares
Argentina

Estimado compatriota:

Hace ya quizás unos quince años, cuando conocí a un hijo suyo, que ya debe estar cerca de los veinte, y a su mujer, por aquel lugar creo que llamado “Cabalando”, en Carlos Paz, y después, cuando leí su libro Uno y el universo, que me fascinó, no pensaba que fuera Ud. -poseedor de lo que para mí era lo más sagrado del mundo, el título de escritor- quien me pidiera con el andar del tiempo una definición, una tarea de reencuentro, como Ud. llama, en base de una autoridad abonada por algunos hechos y muchos fenómenos subjetivos.

Fijaba estos relatos preliminares solamente para recordarle que pertenezco, a pesar de todo, a la tierra donde nací y que aún soy capaz de sentir profundamente todas sus alegrías, todas sus desesperanzas y también sus decepciones.

Sería difícil explicarle por qué “esto” no es Revolución Libertadora; quizás tendría que decirle que le vi las comillas a las palabras que Ud. denuncia en los mismos días de iniciarse, y yo identifiqué aquella palabra con lo mismo que había acontecido en una Guatemala que acaba de abandonar, vencido y casi decepcionado. Y, como yo, éramos todos los que tuvimos participación primera en esta aventura extraña y los que fuimos profundizando nuestro sentido revolucionario en contacto con las masas campesinas, en una honda interrelación, durante dos años de luchas crueles y de trabajos realmente grandes.

No podíamos ser “libertadora” porque no éramos parte de un ejército plutocrático sino éramos un nuevo ejército popular, levantado en armas para destruir al viejo; y no podíamos ser “libertadora” porque nuestra bandera de combate no era una vaca sino, en todo caso, un alambre de cerca latifundiaria destrozado por un tractor, como es hoy la insignia de nuestro INRA. No podíamos ser “libertadora” porque nuestras sirvienticas lloraron de alegría el día que Batista se fue y entramos en La Habana y hoy continúan dando datos de todas las manifestaciones y todas las ingenuas conspiraciones de la gente “Country Club” que es la misma gente “Country Club” que Ud. conociera allá y que fueran a veces sus compañeros de odio contra el peronismo.

Aquí la forma de sumisión de la intelectualidad tomó un aspecto mucho menos sutil que en la Argentina. Aquí la intelectualidad era esclava a secas, no disfrazada de indiferente, como allá, y mucho menos disfrazada de inteligente; era una esclavitud sencilla puesta al servicio de una causa de oprobio, sin complicaciones; vociferaban, simplemente. Pero todo esto es nada más que literatura. Remitirlo a Ud., como lo hiciera Ud. conmigo, a un libro sobre la ideología cubana, es remitirlo a un plazo de un año adelante; hoy puedo mostrar apenas, como un intento de teorización de esta Revolución, primer intento serio, quizás, pero sumamente práctico, como son todas nuestras cosas de empíricos inveterados, este libro sobre la Guerra de Guerrillas. Es casi como un exponente pueril de que sé colocar una palabra detrás de otra; no tiene la pretensión de explicar las grandes cosas que a Ud. inquietan y quizás tampoco pudiera explicarlas ese segundo libro que pienso publicar, si las circunstancias nacionales e internacionales no me obligan nuevamente a empuñar un fusil (tarea que desdeño como gobernante pero que me entusiasma como hombre gozoso de la aventura). Anticipándole aquello que puede venir o no (el libro), puedo decirle, tratando de sintetizar, que esta Revolución es la más genuina creación de la improvisación.

En la Sierra Maestra, un dirigente comunista que nos visitara, admirado de tanta improvisación y de cómo se ajustaban todos los resortes que funcionaban por su cuenta a una organización central, decía que era el caos más perfectamente organizado del universo. Y esta Revolución es así porque caminó mucho más rápido que su ideología anterior. Al fin y al cabo, Fidel Castro era un aspirante a diputado por un partido burgués, tan burgués y tan respetable como podía ser el Partido Radical en la Argentina; que seguía las huellas de un líder desaparecido, Eduardo Chivás, de unas características que pudiéramos hallar parecidas a las del mismo Yrigoyen; y nosotros, que lo seguíamos, éramos un grupo de hombres con poca preparación política, solamente una carga de buena voluntad y una ingénita honradez. Así vinimos gritando: “en el año 56 seremos héroes o mártires”. Un poco antes habíamos gritado o, mejor dicho, había gritado Fidel: “vergüenza contra dinero”. Sintetizábamos en frases simples nuestra actitud simple también.

La guerra nos revolucionó. No hay experiencia más profunda para un revolucionario que el acto de la guerra; no el hecho aislado de matar, ni el de portar un fusil o el de establecer una lucha de tal o cual tipo, es el total del hecho guerrero, el saber que hombre armado vale como unidad combatiente, y vale igual que cualquier hombre armado, y puede ya no temerle a otros hombres armados. Ir explicando nosotros, los dirigentes, a los campesinos indefensos cómo podían tomar un fusil y demostrarle a esos soldados que un campesino armado valía tanto como el mejor de ellos, e ir aprendiendo cómo la fuerza de uno no vale nada si no está rodeada de la fuerza de todos; e ir aprendiendo, asimismo, cómo las consignas revolucionarias tienen que responder a palpitantes anhelos del pueblo; e ir aprendiendo a conocer del pueblo sus anhelos más hondos y convertirlos en banderas de agitación política.

Eso lo fuimos haciendo todos nosotros y comprendimos que el ansia del campesino por la tierra era el más fuerte estímulo de la lucha que se podría encontrar en Cuba. Fidel entendió muchas cosas más; se desarrolló como el extraordinario conductor de hombres que es hoy y como el gigantesco poder aglutinante de nuestro pueblo. Porque Fidel, por sobre todas las cosas, es el aglutinante por excelencia, el conductor indiscutido que suprime todas las divergencias y destruye con su desaprobación. Utilizado muchas veces, desafiado otras, por dinero o ambición, es temido siempre por sus adversarios.

Así nació esta Revolución, así se fueron creando sus consignas y así se fue, poco a poco, teorizando sobre hechos para crear una ideología que venía a la zaga de los acontecimientos. Cuando nosotros lanzamos nuestra Ley de Reforma Agraria en la Sierra Maestra, ya hacia tiempo se habían hecho repartos de tierra en el mismo lugar. Después de comprender en la práctica una serie de factores, expusimos nuestra primera tímida ley, que no se aventuraba con lo más fundamental como era la supresión de los latifundistas.

Nosotros no fuimos demasiado malos para la prensa continental por dos causas: la primera, porque Fidel Castro es un extraordinario político que no mostró sus intenciones más allá de ciertos límites y supo conquistarse la admiración de reporteros de grandes empresas que simpatizaban con él y utilizan el camino fácil en la crónica de tipo sensacional; la otra, simplemente porque los norteamericanos que son los grandes constructores de tests y de raseros para medirlo todo, aplicaron uno de sus raseros, sacaron su puntuación y lo encasillaron. Según sus hojas de testificación donde decía: “nacionalizaremos los servicios públicos”, debía leerse: “evitaremos que eso suceda si recibimos un razonable apoyo”; donde decía: “liquidaremos el latifundio” debía leerse: “utilizaremos el latifundio como una buena base para sacar dinero para nuestra campaña política, o para nuestro bolsillo personal”, y así sucesivamente. Nunca les pasó por la cabeza que lo que Fidel Castro y nuestro Movimiento dijeran tan ingenua y drásticamente fuera la verdad de lo que pensábamos hacer; constituimos para ellos la gran estafa de este medio siglo, dijimos la verdad aparentando tergiversarla. Eisenhower dice que traicionamos nuestros principios, es parte de la verdad; traicionamos la imagen que ellos se hicieron de nosotros, como en el cuento del pastorcito mentiroso, pero al revés, tampoco se nos creyó. Así estamos ahora hablando un lenguaje que es también nuevo, porque seguimos caminando mucho más rápido que lo que podemos pensar y estructurar nuestro pensamiento, estamos en un movimiento continúo y la teoría va caminando muy lentamente, tan lentamente, que después de escribir en los poquísimos este manual que aquí le envío, encontré que para Cuba no sirve casi; para nuestro país, en cambio, puede servir; solamente que hay que usarlo con inteligencia, sin apresuramiento ni embelecos. Por eso tengo miedo de tratar de describir la ideología del movimiento; cuando fuera a publicarla, todo el mundo pensaría que es una obra escrita muchos años antes.

Mientras se van agudizando las situaciones externas y la tensión internacional aumenta, nuestra Revolución, por necesidad de subsistencia, debe agudizarse y, cada vez que se agudiza la Revolución, aumenta la tensión y debe agudizarse una vez más ésta, es un círculo vicioso que parece indicado a ir estrechándose y estrechándose cada vez más hasta romperse; veremos entonces cómo salimos del atolladero. Lo que sí puedo asegurarle es que este pueblo es fuerte, porque ha luchado y ha vencido y sabe el valor de la victoria; conoce el sabor de las balas y de las bombas y también el sabor de la opresión. Sabrá luchar con una entereza ejemplar. Al mismo tiempo le aseguro que en aquel momento, a pesar de que ahora hago algún tímido intento en tal sentido, habremos teorizado muy poco y los acontecimientos deberemos resolverlos con la agilidad que la vida guerrillera nos ha dado. Sé que ese día su arma de intelectual honrado disparará hacia donde está el enemigo, nuestro enemigo, y que podemos tenerlo allá, presente y luchando con nosotros. Esta carta ha sido un poco larga y no está exenta de esa pequeña cantidad de pose que a la gente tan sencilla como nosotros le impone, sin embargo, el tratar de demostrar ante un pensador que somos también eso que no somos: pensadores. De todas maneras, estoy a su disposición.

Cordialmente,

Ernesto Che Guevara[4]

En 1961 publicó Sobre héroes y tumbas ―su segunda novela (de tres)―, y afirmó haberse consagrado como «un escritor universal». En ella quiso indagar las verdades últimas y muchas veces atroces que hay en el subsuelo del hombre; vertió sus obsesiones personales en una clara introspección autobiográfica, en medio de las reflexiones sobre la historia argentina. Todo a lo largo de la obra se va haciendo negativo, pesimista, sin salida. Sobre héroes y tumbas es una obra difícil, densa, con una estructura compleja, en la que se entremezclan la reflexión filosófica y las vivencias autobiográficas, con la fabulación literaria y la indagación histórica.[5]

Toda su reflexión sobre la literatura y especialmente sobre la novela la ha plasmado en ensayos tan significativos como: El escritor y sus fantasmas (1963) y Aproximación a la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre (1968).

En junio de 1966, el general católico y anticomunista Juan Carlos Onganía ―enemigo de Cuba y con un ligero retraso mental― derrocó al presidente constitucional Arturo Illia. Sábato perpetró una égloga antidemocrática y apologista de los golpes de Estado:

Creo que es el fin de una era. Llegó el momento de barrer con prejuicios y valores apócrifos que no responden más a la realidad. Debemos tener el coraje para comprender (y decir) que han acabado, que habían acabado instituciones en las que nadie creía seriamente. ¿Vos creés en la Cámara de Diputados? ¿Conocés mucha gente que crea en esa clase de farsas? Por eso la gente común de la calle ha sentido un profundo sentimiento de liberación. Hay en el pueblo (como en los chicos) una necesidad de verdad hondísima. [...]
Se trata de que estamos hartos de mistificaciones, hartos de politiquerías, de comités, de combinaciones astutas para ganar tal o cual elección. Estamos avergonzados de lo que hemos llegado a ser, no ya en el mundo, sino en América Latina, al lado de potencias como Brasil y México. Qué, queremos seguir siendo una especie de burocracia cansada y decadente, en nombre de no sé qué palabras que no son nada más que eso: palabras. No se hace una gran nación con palabras, y mucho menos con palabras apócrifas y altisonantes. [...]
Falta ver, ahora, si los hombres que han tomado el Gobierno están a la altura de la desesperación histórica del pueblo argentino. Si no responden como es debido, estaríamos ante la más grande catástrofe, quizá ya irremediable. Sé que hay personas que están en puestos claves y que piensan lúcidamente. [...]
Ojalá la serenidad, la discreción, la fuerza sin alarde, la firmeza sin prepotencia que ha manifestado Onganía en sus primeros actos sea lo que prevalezca, y que podamos, al fin, levantar una gran nación.
Ernesto Sábato, entrevistado por José Eliaschev
en la revista Gente (cómplice de la dictadura):
«Sábato: El fin de una era», 28 de julio de 1966.

En Abaddón el exterminador (1974), novela de corte autobiográfico más acusado, Sábato continuó reflexionando sobre las posibilidades, con una estructura narrativa aparentemente fragmentaria, y de argumento apocalíptico; en el cual las potencias maléficas rigen el universo y es inútil la resistencia.

Su antiperonismo en defensa de las dictaduras se muestra en los ensayos El otro rostro del peronismo, El caso Sábato, Torturas y libertad de prensa, Carta abierta al general Aramburu (1956),[6] La cultura en la encrucijada nacional (1976), en defensa de la recién instalada dictadura cívico-militar (de la cual Sábato formaba la pata civil).

En 1976, Sábato apoyó abiertamente la dictadura de Jorge Rafael Videla, la más sangrienta y destructiva de la historia de Argentina.[7]

En 1979, cuando habían sido desaparecidos cientos de intelectuales y artistas argentinos, el escritor de izquierdas Julio Cortázar (1914-1984) escribió su famoso artículo América Latina: exilio y literatura, donde instaba a todos los intelectuales a asumir «la respuesta más activa y eficaz posible contra el genocidio cultural que crece día a día en tantos países latinoamericanos».[1]

En cambio, Sábato salió a defender a la dictadura:

La inmensa mayoría de sus escritores, de sus pintores, de sus músicos, de sus hombres de ciencia, de sus pensadores, están en el país y trabajan. [...] Los que están fuera del país cometen una grave injusticia pensando [sic, por “si piensan”) que aquí no pasa nada y que todo es un tremendo cementerio.
Ernesto Sábato[1]

En 1982 apoyó al dictador militar Leopoldo Fortunato Galtieri en la absurda recuperación militar de las islas Malvinas (que echó en tierra décadas de trabajo diplomático durante los Gobiernos democráticos argentinos).[1]

Este es un país que no pasó grandes sufrimientos. No tuvo terremotos, no padeció hambre... acá las cosas nunca estuvieron demasiado mal. [...] Y a partir de 1870, no tuvimos ni siquiera una buena guerra. Las guerras unifican a una nación. Y, en cierto sentido, producen vitalidad. Sobre todo, las guerras de defensa nacional unifican y hacen que la agresividad que todos tenemos no se ejerza para la autodestrucción sino por una causa noble y positiva. [...] Es decir, yo no soy pacifista: yo creo en las guerras. Hay guerras que defienden cosas sagradas, muy importantes, y creo que hay que hacerlas.
Ernesto Sábato[1]

Una semana después de la toma de las Malvinas

"Mucha gente ha muerto detrás de dos metros cuadrados de tela. Pero es un error creer que dos metros cuadrados de tela son nada más que eso. Transformados en banderas, son un símbolo de una ideología, de una nación, de una causa sagrada. De manera que yo estoy convencido de que en este caso sí vale la pena. Hubiera sido un acto indigno de la Argentina, que es una pequeña potencia frente a las amenazas, a la soberbia, al desprecio de Inglaterra, agachar la cabeza una vez más. Eso no lo hemos hecho, y si los chicos de 19 y 20 años están muriendo allí, están muriendo por ese motivo.|Ernesto Sábato, citado en Bayer, Osvaldo (1993): Rebeldía y esperanza[1]}}

El mismo Sábato, ya mutado en mariposa democrática, cambiaría de forma bien oportunista su opinión sobre Malvinas tiempo después, cuando la dictadura estaba en plena decadencia y se habían detenido los secuestros y las desapariciones:

Hay un solo responsable de esta derrota y es el gobierno de la Reorganización Nacional que improvisó este hecho que nos sorprendió a todos al leer los diarios del día siguiente incluyendo, creo, a la mayor parte del generalato argentino. Un acto de improvisación suicida. ¿Qué posibilidades había de triunfar? No había. [...] Eran chicos poco preparados, conscriptos, enfrentados con un ejército profesional que contaba con un armamento de primerísimo rango, con una logística de primera magnitud y con el apoyo de la mayor potencia mundial. ¿Qué iban a hacer esos reclutas? En ninguna parte del mundo, salvo en momentos inevitables, se manda a la guerra a chicos recién reclutados.
Ernesto Sábato, entrevistado por Sergio Ciancaglini en la revista Gente (cómplice de la dictadura) en 1982[1]

En 1985, Sábato ―trasvestido en defensor de los Derechos Humanos― presidió la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), que publicó el informe Nunca más sobre la represión llevada a cabo en Argentina por la dictadura cívico-militar (1976-1983), que Ernesto Sábato, como escritor de derechas, había defendido con sus artículos en el diario de derechas La Nación.[8]

Sábato introdujo la «teoría de los dos demonios», en la que justificaba los delitos de lesa humanidad ―el asesinato y la desaparición de más de 30 000 luchadores populares argentinos, y el robo de sus bebés― y el secuestro y tortura de más de 100 000, a los que consideraba igualmente culpables de terrorismo de Estado por haber combatido a la dictadura.[8]

El informe fue entregado en un acto memorable para todos los argentinos ante el presidente Raúl Alfonsín (el primer presidente democrático de la transición desde la dictadura) y sirvió de base para condenar a los principales jefes de las juntas militares.

Sin embargo, el 24 de diciembre de 1986, el presidente Alfonsín promulgó la Ley de Punto Final (que liberó a todos los oficiales que habían cometido delitos de lesa humanidad), y el 4 de junio de 1987 promulgó la Ley de Obediencia Debida.

En 1991, el siguiente presidente ―el neoliberal Carlos Ménem― amnistió a los jefes encarcelados.

En 2003, el presidente peronista Néstor Kirchner derogó las amnistías de Alfonsín y Ménem y volvió a encarcelar a los responsables de los 30 000 desaparecidos. Se volvió a publicar el informe Nunca más, pero esta vez sin el prólogo de Ernesto Sábato, al que se le quitó la relevancia en el escrito y casi ni se lo menciona.

Últimos años

La pérdida progresiva de la vista le alejó de la escritura, aunque redescubrió la pintura, y a ella dedicó gran parte de sus últimos años. En 1999 publicó Antes del fin, relato de carácter biográfico en el que despliega con crudeza los pensamientos y vivencias que han jalonado su vida.

En 2004 publicó España en los diarios de mi vejez.

Ernesto Sábato sufrió durante años una fuerte depresión y pasó sus últimos días recluido en su domicilio, sin escribir prácticamente pero pintando, su segunda vocación artística, que siempre supo compaginar con la literatura. Casi al final de su vida expresó:

La razón no sirve para la existencia (...) Tengo con la literatura la misma relación que puede tener un guerrillero con el ejército regular (...) La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, hay que morirse.
Ernesto Sábato

Su esposa Matilde Richter (1916-1998) ―con quien Sábato estuvo casado entre 1932 y 1998 (la muerte de ella), y quien fue su correctora y musa inspiradora― también era escritora y novelista, pero Sábato le prohibió que publicara alguna obra propia.

Tras la muerte de su esposa convivió con la novelista Elvira González Fraga (1942-) entre 1992 y 2011 (la muerte de él). González también era escritora y novelista, pero Sábato le prohibió que publicara alguna obra propia.[9]

Sábato falleció solo y olvidado, víctima de una bronquitis, en su mansión en Santos Lugares, en las afueras de Buenos Aires, el 30 de abril de 2011, a los 99 años.[10]

Reconocimientos

Sábato recibió numerosas distinciones de toda clase de organismos de derechas, entre ellas:

Fuentes