Francisco de Arango y Parreño

Francisco de Arango y Parreño
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Abogado, comerciante y economista cubano, promotor de la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País
Nacimiento22 de mayo de 1765
La Habana, Bandera de Cuba Cuba
Fallecimiento21 de marzo de 1837
La Habana, Bandera de Cuba

Francisco de Arango y Parreño. Fue un destacado abogado, comerciante y economista cubano. Uno de los promotores de la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País, y con posterioridad ocupó el cargo de Director. Figura de primer orden en la vida política de Cuba en la época.

Baluarte del reformismo, quien combinó con gran acierto en su discurso político la aplicación de la ciencia a la economía, una muestra de lo cual fue su famoso discurso sobre la Agricultura de La Habana y medios de fomentarla. Árbitro de la Comisión Mixta (1819) que se ocuparía de la cuestión de la trata de esclavos.

Dejó su impronta en Artemisa, fue el gestor de su fundación y quien la pensó, la engendró y la materializó, lo cual ha sido poco divulgado.

Síntesis biográfica

Nació en La Habana, Cuba, el 22 de mayo de 1765. Cursó sus estudios de Humanidades en el Real Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio; en 1781 ingresó en la Facultad de Leyes, de la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana, donde obtuvo el título de bachiller en Derecho Civil, en 1786. Viajó a Santo Domingo, donde se destacó en la audiencia como orador y jurista.

Tras su regreso a La Habana, embarcó hacia España en 1787 e ingresó en la Real Academia de Derecho Patrio y Común, de Madrid donde continuó sus estudios, graduándose de abogado en la Universidad de Madrid, en 1789.

En 1788 fue nombrado principal apoderado del Ayuntamiento de La Habana ante el gobierno de Madrid.

Se le nombró oidor de la Audiencia de Santo Domingo (1793). En 1794 se le nombró síndico perpetuo del Real Consulado de Agricultura y Comercio, instalado en 1795 y creado a instancia suya donde desplegó una importante actividad, tanto en el terreno económico como en el social. Recorre Europa para hacer estudios de economía.

Regresa a Cuba e ingresa en la Real Sociedad Patriótica de la Habana, de la que fue director (1797–1798) y más tarde socio de honor. Formó parte de la comisión encargada de redactar y administrar el Papel Periódico de La Habana cuando comenzó a publicarse bajo el cuidado de la Real Sociedad Patriótica. Resultó una figura de primer orden en la vida política de la Isla en aquella etapa, lo cual se evidenció en las múltiples actividades que desplegó en pro del desarrollo económico y social.

Fue uno de los promotores de la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1791, y con posterioridad ocupó el cargo de Director. Se desempeñó como primer síndico del Real Consulado (1793), y como asesor del Tribunal de Alzadas. Se le nombró oidor honorario de la Audiencia de México (1810). En 1811 se le concedieron los honores de ministro del Supremo Consejo de Indias y en 1812 resultó electo Diputado a Cortes, y Ministro de la Junta Central, por la Diputación Provincial. Ejerció las funciones de consejero del Consejo de Indias y de miembro de la Junta Real para la Pacificación de las Américas, durante 1816. Fue árbitro de la Comisión Mixta (1819) que se ocuparía de la cuestión de la trata de esclavos.

En 1825 se le dio la comisión de redactar el plan de estudios que debía regir en la Isla. Recibió el título de prócer del Reino en 1834.

Labor en la fundación de Artemisa

Al estudiar la historia del actual municipio Artemisa, se debe partir de lo que escribiera el Comandante Camilo Cienfuegos:

“Artemisa, pródigo en luchadores, pródigo en héroes, pródigo en mártires”. [1]

Francisco de Arango y Parreño jugó un papel protagónico en la etapa fundacional de Artemisa. De él señaló el historiador Eduardo Torres-Cuevas:

“…el más brillante expositor del proyecto socioeconómico de la Ilustración Reformista Cubana, el de mayor agudeza política de la también llamada Generación del 1792, que constituyó la primera expresión totalizadora y original de un quehacer político, intelectual, científico, económico y militar cubano”. [2]

En la reunión celebrada por el Real Consulado de Agricultura y Comercio y la Junta de Fomento, bajo la presidencia del Capitán General de la Isla, el 28 abril de 1802, fue aprobada la fundación de la ciudad de Artemisa.

Antecedentes

En San Marcos (hoy Artemisa), las tierras comenzaron a mercedarse en la segunda mitad del siglo XVI, cuando le fue entregado a Cristóbal Sánchez el corral de Majana, en enero de 1566, seguidos por el corral Río Grande, a Diego Roxas el 8 de noviembre de 1566; San Antón el 2 de agosto de 1567, a Bartolomé Rodríguez; Gracias de Dios, el 7 febrero de 1578, a Francisco Angola; San Marcos, el 23 de junio de 1635, a Juana García y otros; Cayajabos, Dolores y Virtudes, que aún no se ha determinado la fecha exacta de su entrega. Los corrales: Majana, Río Grande, San Antón, Gracias de Dios y San Marcos, por sucesión de familias y por compras, pasan a Manuela de Meireles, formándose el Vínculo de Meireles. [3].

Francisco de Arango y Parreño.

Manuela de Meireles fallece el 19 de diciembre de 1769, pero desde el año 1765 había dispuesto la creación de dos vínculos, el de la zona de San Marcos para su sobrina María Rita de Arango y los de Bejucal para otra sobrina, Gertrudis; en el testamento Manuela señalaba, que los bienes no podían ser vendidos, arrendados, ni que se le diera otro destino.

Don Francisco de Arango y Parreño, en virtud de la última voluntad de su padre, Don Miguel Ciriaco de Arango, heredó de este el cargo de Sexto Regidor, Alférez Real del Ayuntamiento de La Habana, por proclamación que se le hizo el 6 de abril de 1786, confirmada por Real Cédula del 11 de junio de 1788, en que fue aprobada por el Rey, asumiendo las funciones de Apoderado del Ayuntamiento de La Habana, en la Corte española.

Estos propósitos afectaban a los herederos, de ahí que Rita y todos los cabezas de familia acordaron la demolición de las fincas y que Francisco de Arango y Parreño, hiciera la gestiones oportunas para vender las tierras en condición de Síndico de la Junta y solicitar a nombre de todos la demolición de las fincas; el Rey Carlos IV, por Real Célula del 24 de agosto de 1799, permitió alterar el testamento y demoler el corral de San Marcos, una de las primeras autorizaciones de este tipo en la isla, permitiendo que los terrenos se pudieran vender al mejor postor; así fueron creadas las condiciones para poblar San Marcos, hecho que ocurre el 28 de abril de 1802.

Francisco de Arango y Parreño era nieto de Doña Antonia Dionisia Meyreles y Bravo y por lo tanto, se encontraba entre los herederos del vínculo.

El nacimiento de Artemisa tuvo un propósito económico, político y social, fue consecuencia de un incendio que conmovió a toda la isla, que tuvo lugar el 25 de abril de 1802, que devoró en pocas horas parte de los barrios de Jesús María y Guadalupe (comprendidos hoy entre las calles Águila y Chávez, Centro Habana), que poseían construcciones en inmensa mayoría de madera y guano.

Antes de presentarse el siniestro, era interés del Capitán General Marqués de Someruelos, del Real Consulado de Agricultura, Industria y Comercio y la Junta de Fomento, ir a la creación de zonas agrícolas extramuros y esta fue la oportunidad para llevar a vías de hecho este interés. Don Francisco de Arango y Parreño, interesado por vender las tierras de su propiedad y en su condición de Síndico de la Junta, presentó las diligencias a la misma y autorizó esta, para fomentar las labores del campo por medio de pequeñas poblaciones rurales.

De inmediato comenzaron las diligencias. Tres días después del incendio, el 28 de abril de 1802, se reúne el Real Consulado de Agricultura, Industria y Comercio y la Junta de Fomento con la presencia del Capitán General de la Isla Marqués de Someruelos, presidente; el de Cárdenas de Monte Hermoso, prior; Don Juan de Santa María, Don Tomás de la Cruz Muñoz, cónsules; Don Manuel González Villa Roel, Don Pedro Juan de Erice, Conde de O’Reilly, consiliarios y Don Francisco de Arango y Parreño, Síndico.

Francisco de Arango y Parreño, expresó que considerando que el único fin político que pudiera apoyar la a minoración y destrucción de la población de extramuros consiste en estorbar el excesivo acrecentamiento de la capital y animar las labores del campo por medio de pequeñas poblaciones rurales, fue el dictamen del Señor Síndico que esta era la ocasión de activar las ideas que siempre ha tenido la Junta…, para su fomento en el campo cuya propuesta mereció la aprobación especial del señor presidente y quedó por tanto aprobada por unanimidad la fundación del pueblo. [4]

En cuanto al pleito de la familia Meyreles, dueña del vínculo, el Real Consulado de Comercio y Agricultura de La Habana, Arango, en su condición de Síndico Perpetuo de la Junta de Gobierno del Real Consulado de Comercio y Agricultura, expuso:

“El tribunal del consulado se compondrá de un Prior, dos Cónsules, un Asesor, un Escribano y un Juez de Alzadas. Los tres primeros empleos serán temporales, y los tres últimos perpetuos, todos con la correspondiente dotación, para que, por ningún título ni pretexto, puedan llegar cosa alguna a los litigantes por vía de derechos, propinas y gratificaciones”

Y finalizaba el referido documento diciendo:

“Que se eviten los pleitos que se puedan; y los que sean inevitables se sustancien con claridad y se sentencien con rectitud”. [5]

Fue Francisco de Arango y Parreño, quien llevó la voz prima, en todo lo relacionado con el actuar de la Junta de Gobierno del Real Consulado, en cuanto al fomento de una población rural en el corral de San Marcos.

Con motivo a la alarma que se originó en el reino por la insurrección de Haití, como Apoderado del Ayuntamiento habanero recibe una orden del Rey y de su Suprema Junta de Estado, para que “propusiese los medios de que la Isla sacase, de semejante catástrofe, todas las ventajas posibles”. Cumpliendo con este precepto, presentó Arango y Parreño un largo discurso y proyecto.

Este discurso tenía como objetivos centrales, según expone Eduardo Torres-Cuevas en su libro “Historia de Cuba”:

“El libre comercio de esclavos; aumento de la esclavitud para resolver las necesidades de fuerza de trabajo y la eliminación de todos los obstáculos que impiden su explotación intensiva; mejoramiento y perfeccionamiento en la utilización de las tierras y la aplicación de la más moderna técnica; desarrollo tecnológico de la manufactura azucarera; el desarrollo científico del país; libertad de comercio no solo con los puertos españoles sino también con los otros Países; disminución de gravámenes e impuestos a las exportaciones e importaciones cubana; disminución del peso de la usura en los préstamos necesarios para incrementar la agricultura y la manufactura”.
(…) “El proyecto sin embargo, no se reducía a un contenido oligárquico-esclavista-plantacionista. Lo más significativo es la elaboración de un amplio campo de medidas que contrarresten los efectos de la esclavitud. A ello se une el criterio del carácter transicional de esa institución en Cuba porque la aspiración es convertir a la Isla en la Albión de América. No cree Arango que los sucesos de Haití se puedan reproducir en Cuba. Espaciosas razones le permiten sostener que no existen las mismas condiciones. Uno de los puntos más importantes de su concepción es el fomento de la colonización blanca que permita la creación de poblados en todo el interior de la Isla, que situados convenientemente serían un poderoso freno para la ideas sediciosas de los esclavos campestres”.

Y termina diciendo Eduardo Torres-Cuevas:

“Esta última medida tenía otros dos objetivos: el aumento del campesinado que produce otros renglones agrícolas no plantacionistas y crear las bases de la mezcla de razas que debía borrar, llegado el momento, la memoria de la esclavitud”.[6]

Este discurso y su proyecto ante el Rey Carlos IV y la Junta Suprema del Estado, es conocido como “Discurso sobre la Agricultura en La Habana y medios de fomentarla”, así como los inevitables reparos que se le hicieron y los oficios que el Rey emitió posteriormente, son imprescindibles para poder valorar el papel jugado por el Real Consulado y su Junta de Gobierno en la historia artemiseña.

Labor en favor de los agricultores

El Real Consulado de Agricultura y Comercio era un tribunal donde se resolvían los litigios de comerciantes y agricultores, evitando que estos fuesen a los tribunales ordinarios.

Arango en el Discurso plantea:

“…que los males de la Isla no se resolverían por medio de los actuales Consulados ni de las Sociedades Patrióticas”, porque los Consulados “no sirven para otra cosa, que para dar de comer a sus ministros, para traer consideración al cuerpo útil de comerciantes, y para cortar entre ellos, suave y sencillamente, algunos de los ruidosos pleitos que a menudo se originan. Eso de propagar las luces, no digo de agricultura, pero ni aun mercantiles, es asunto muy ajeno de su instituto y de sus ocupaciones”
"Las Sociedades Patrióticas en su presente organización, no pueden traer los bienes de que son susceptibles: sin autoridad, sin fondos y sin estímulos para mover al trabajo a sus miembros, influyen flojísimamente en el bien común. Y además, hablemos con lisura y verdad: si las que hay en la Península apenas sirven para reedificar, ¿cómo hemos de persuadirnos que la que se establezca en la Habana ha de ser capaz de hacer desde los cimientos tan complicado edificio?”. [7]

En el Proyecto, anexo al Discurso, Arango plantea la formación de la Real Junta Protectora de la Agricultura, que además de lo expuesto por Eduardo Torres-Cuevas, el plan contemplaba asumir los litigios de los agricultores, pero él no se planteaba intervenir en los pleitos de los comerciantes.

El historiador Ramiro Guerra realizó un amplio y profundo análisis sobre el por qué Arango no quería que su Junta se metiera en los pleitos de los comerciantes, y señaló que se debía a:

“…la imposibilidad de simultanear las actividades propias del productor con las del comerciante, no solamente el comercio interior, sino el exterior, de exportación e importación, estaba a cargo de los comerciantes peninsulares establecidos en la Isla y en algunos pocos puertos de la Península, particularmente en Cádiz y Barcelona”.
“Estos comerciantes financiaban o refaccionaban a los productores, cobrándoles un exorbitante interés, ya que las restricciones al comercio extranjero ponían en manos de las grandes casas comerciales de la Habana y de los puertos españoles mencionados, casi todo el intercambio comercial y los pocos buques existentes para el transporte de las mercaderías. Con intereses comunes en el fondo, productores y comerciantes, el carácter monopolista y expoliador del comercio, centralizado en unas pocas grandes casas de la Habana y la Península, los colocaba en posición antagónica. El comerciante en la Habana seguía fielmente la tradición de defraudar, contrabandear, sobornar a los funcionarios y expoliar a los productores y a los consumidores en general. Y como en su gran mayoría los productores eran “hijos del país”, y los comerciantes, peninsulares, la contradicción de intereses, de sistema de vida y de medios de hacer fortuna, eran fundamentalmente distintos”. [8]

Arango le señala al Fiscal del Consejo de Indias, en ocasión de responder un grupo de Reparos a su Discurso y Proyecto, hechos por el Contador de Indias, lo siguiente:

“…que esta Junta protectora de la Agricultura lo sea también del Comercio, y sea como parte del Consulado”, Arango contestó: “…lejos de oponerse a mis ideas, es muy conforme de ellas. Que la Junta proteja también al comercio. Lo mismo he dicho yo en el párrafo once de mi proyecto. Estas son mis palabras: Para lo cual manda S.M. formar una Junta particular que proteja interior y exteriormente la agricultura. Proteger exteriormente la agricultura y particularmente en un país, en donde todo el comercio consiste en la extracción de sus frutos, es en términos facultativos lo mismo que proteger el comercio”.[9]

Él pedía para su Junta un Fiscal de la Real Audiencia del Distrito (Santo Domingo) y no un Síndico, como finalmente sucedió, y él argumentaba:

“…pues habiendo demostrado que en tanta variedad de asuntos es menester que haya una persona que abra a la Junta un dictamen que la ilustre en las dudas legales que ocurran, y que tanto en éstas como en los demás casos de contestación que se ofrezcan, la represente en los otros tribunales y cuerpos de la ciudad, parece tan natural que el que haya de tener este encargo se llame Fiscal, que yo no encuentro otro modo de denominarlo”, y en otra parte del documento exponía: “porque considerándose este individuo como un miembro de la Real Audiencia del distrito, la Junta tendría a este tribunal por natural protector, y el tribunal tendrá en aquel Ministro un recurso que ahora no tiene para hacer ejecutar sus providencias a tanta distancia como está la Habana de Santo Domingo, y para adquirir otras noticias muy conducentes al desempeño de su autoridad”. [10]

Además, Arango exponía:

“La causa es convincente, pues por el vemos que letrado y Fiscal significan lo mismo. Aun reducida la Junta a su verdadero instituto, no se probará que es ocioso el Fiscal. Lo más que pude decirse es que en aquel caso, no es necesario que tenga la calidad de letrado; pero que debe haber uno que ejerza las funciones de Fiscal o de Síndico”. [11]
“…sólo diré que esta Junta organizada como correspondería, en lugar de formarlas, las cortaría; y que lejos de ser mi intención multiplicar cuerpos, pensaba en ahorrar uno, pues tratándose de establecer Sociedad Patriótica y Consulado, yo quería que mi Junta desempeñase las funciones de una y otro”. Y más adelante, en ese mismo Reparo, planteaba: “…y sin embargo de estar viendo, por la experiencia, la poca vitalidad que producen en la Península las Sociedades Patrióticas y de que la que se proponían para la Habana era una copia de la de Madrid y Canarias”.[12]

No obstante a estos argumentos de Arango, por Real decreto y órdenes del 22 y 24 de noviembre de 1792, el Rey aprueba su proyecto y lo nombra Síndico del Real Consulado, que se formará en La Habana, posteriormente el 21 de diciembre de 1793, por Real cédula, se le concede a Arango los honores y el sueldo de “Oidor de la Audiencia de Santo Domingo”, y el 4 de abril de 1794, en la Real cédula, que establecía el Consulado de Agricultura y Comercio, se le concedió a Arango, por el artículo 41 la “Sindicatura Perpetua” del mismo.

Al no ser nombrado como Fiscal de la Real Audiencia del Distrito (Santo Domingo), sino Síndico de la Junta de Gobierno del Consulado, para darle un determinado nivel jerárquico, el Rey nombra a Arango, con honores y sueldo, “Oidor de la Audiencia de Santo Domingo”.

Las motivaciones que tuvo el Rey para el sueldo, fueron las siguientes:

“Los únicos gastos que hasta el presente se ofrecen, es el sueldo del nuevo Fiscal”, y continuaba más adelante: “Lo primero no puede considerarse como un gasto. Se ha propuesto para este empleo un hombre que cuando menos lo tenga merecido, y a quien S.M. haya ofrecido una plaza correspondiente a aquélla, con que nada importa pagarle aquí o allí, y más cuando este ministro puede considerarse en comisión”.

En el Discurso y su Proyecto, Arango expresaba:

“Se ocupará igualmente la Junta en proponer los medios de aumentar la población de blancos en los lugares de la Isla que juzgue más conveniente, contando en esta parte con los auxilios del Diocesano, que debe dar grata audiencia a un pensamiento tan propio de sus obligaciones”. También podríamos encontrar parte de la respuesta en el punto 21 del Proyecto, cuando expresó...“
"En el caso de un huracán, o de una inundación igual a la que acaban de sufrir, y se pintó en la “Gaceta” de noviembre de 1791, tienen un cuerpo o una persona pública encargada particularmente de su protección. El Gobernador, el Intendente, no tienen fondos para esto. Es cierto que se enternecían en los primeros momentos, y que desearían muy de veras el remedio de la miseria; pero estos sentimientos de humanidad pronto se evaporan, por estas ocupaciones de la mayor importancia, y el desdichado agricultor queda reducido a sí mismo, y a sus miserables recursos”.

El interés del Síndico de la Junta de Gobierno (como finalmente se le denominó) del Real Consulado de Agricultura y Comercio en resolver la situación creada con los damnificados, se expresa en el cuerpo de su Discurso:

“La dureza de la vida campestre en aquellas regiones; el descuido con que hasta ahora se ha vivido y la larga extensión de los curatos, han hecho que la población de blancos no esté en pie ventajoso que debía, y lo que es más doloroso que la mayor parte de ella se halle entregada al ocio o a ocupaciones poco útiles, dentro de las ciudades y villas. Las aldeas situadas convenientemente serían un poderoso freno para las ideas sediciosas de los esclavos campestres, son raras y las pocas que hay, en sitios nada a propósito. Este es otro objeto vastísimo para la ocupación de la Junta de Agricultura. El arreglo de la policía de los campos y el establecimiento de medios que, al paso que hagan agradable esta vida inocente, faciliten la propagación de la especie. Nada se ha hecho hasta ahora sobre estos particulares. Los cortos aumentos que ha tenido la población se debe a la casualidad”.

Como se aprecia, hay un interés marcado en Arango en el fomento de nuevas poblaciones agrícolas y la ayuda a los agricultores. En tal sentido expresó en la sesión de la Junta el 21 de mayo de 1802:

“… arraigar en el campo cuantas familias urbanas fuera posible, haciendo fluir en pequeñas poblaciones, las que sin este impulso quedarían establecidas en esta capital” y téngase en cuenta también, que aquel incendio causó 8,731 damnificados y que solamente vinieron a trabajar a estas tierras un número reducido de familias, entre 13 y 15, esto originó que 2 meses después del siniestro Someruelo estaba yendo de casa en casa pidiendo dinero, o sea la acción de la Junta no cubría a todo el universo de los incendiados, sino a los que estuviesen dispuestos a venir a estas tierras para hacerlas producir.

Y es así, que teniendo estas ideas, expresadas 10 años antes del incendio, nos podemos explicar la interrogante ¿del por qué involucró las instituciones que operaban bajo su dirección, aquel 28 de abril? Y por qué no, también pudiéramos pensar que ya en 1792, él tenía la idea de concebir una Artemisa y que aquel siniestro le dio la oportunidad para materializarla.

Muerte

Falleció en La Habana, el 21 de marzo de 1837.

Principales obras

Se le reconocen entre sus principales obras las siguientes:

  • Informe al Rey sobre la condición de los esclavos en Cuba y urgente necesidad de la supresión del tráfico (1828).
  • Máximas económico-políticas sobre el Comercio colonial (1816).
  • Observaciones sobre el ensayo político de la Isla de Cuba por el Barón de Humboldt.
  • Noticias útiles a nuestra Agricultura y comercio.

Referencias

Fuentes

  • Carta de Camilo Cienfuegos a los trabajadores de la Ruta 35 de Artemisa.
  • Eduardo Torres Cuevas: Historia de Cuba.
  • Guerra, R. (1971). Manual de Historia de Cuba. Desde su descubrimiento hasta 1868. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana.
  • José Antonio Fernández Riesgo: Francisco María de la Luz de Arango y Parreño ¿Padre de Artemisa? (Artículo inédito)
  • Méndez, I. (1973). Historia de Artemisa. Unidad de Artes Gráficas. Artemisa.
  • Obras de Don Francisco de Arango y Parreño, Tomos I y II.
  • Rodríguez Díaz, O y Colectivo de autores (Caridad Massón Sena, Jean Robaina Sánchez, Daniel Suárez Rodríguez, Rebeca Figueredo Valdés, Mabel Martínez Deulofeu, Marta S. Troncoso Hernández) (2016): Artemisa. Apuntes para la historia de una provincia. Editorial Unicornio. Artemisa, Cuba.