Roberto Aizenberg

Roberto Aizenberg
Información sobre la plantilla
Roberto aizenberg.jpg
Nacimiento22 de agosto de 1928.
Fallecimiento16 de febrero de 1996.
Buenos Aires, Bandera de Argentina Argentina
OcupaciónPintor y escultor

Roberto Aizenberg. Pintor y escultor considerado como el más importante surrealista de la Argentina.

Síntesis biográfica

Nació el 22 de agosto de 1928. Hijo de un inmigrante ruso judío que se estableció en las colonias judías de Entre Ríos, en la localidad de Villa Federal, ahora conocida como Federal. Cuando tenía 8 años su familia se mudó a la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de La Paternal. Allí realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Buenos Aires. Comenzó la carrera de arquitectura pero la abandonó para dedicarse a la pintura. Es representado por la galeria Ruth Benzacar.

Sus comienzos fueron como alumno de Antonio Berni y luego más tarde con Juan Batlle Planas, quien le inculca el surrealismo, en la década del '50.

En 1969 el Instituto Torcuato Di Tella realizó una importante exposición retrospectiva de su obra (dibujos, collages, pinturas y esculturas).

Poco antes comenzó a convivir con la periodista y escritora Matilde Herrera y sus tres hijos. Luego de producido el golpe militar que dio origen a la dictadura conocida como Proceso de Reorganización Nacional, en 1976 y 1977, fueron secuestrados los tres hijos de su compañera y sus respectivas parejas; una de ellas, Valeria Belaustegui, estaba embarazada. Todos permanecen desaparecidos.

En 1977, a causa de la dictadura argentina de 1976-1983 debió exilarse en París. Una vez recuperada la democracia, volvió a Buenos Aires en 1984.

Su obra

Atraviesa dos períodos diversos de la historia de la pintura: el vanguardismo de los años sesenta y su posterior crisis y agotamiento. Y, sin embargo, como bien anotó el crítico Fermín Fevre, su pintura y su temática son atemporales. Lo que lo llevó a denominarlo un pintor esencialista.

Aizenberg nunca dejó de sentirse surrealista, ambos emplearon los métodos del arte moderno no para remitirse a lo contingente y circunstancial, a lo sujeto al tiempo -como escribió Rafael Olea Franco- sino a lo esencial.

Hay, entonces, en los dos, un juego de opuestos: se inclinan por la modernidad y, al mismo tiempo, utilizan recursos premodernos. Eso los hace singulares, los convierte en creadores solitarios, no pueden ser incluidos ni en la tradición ni en la vanguardia.

El propósito de lo moderno es desechar todo aquello que no remita al presente, a los nuevos días que corren veloces, en Aizenberg, una elaboración rigurosa encaminada a la construcción de formas puras, cuya perfección lo emparientan con una pintura, que él mismo no dudó de calificar de clásica, anterior, muy anterior: la del Renacimiento.

Primera época de Aizenberg

Aizenberg en su primera época, se servía de los métodos y técnicas del automatismo psíquico puro de los surrealistas pero dotando a su obra de elementos diversos, ajenos a la estricta temporalidad de lo moderno. Es más, hay un aspecto en la labor de Aizenberg que lo emparienta con la pintura del Renacimiento: al boceto surgido gracias al automatismo le sigue un trabajo posterior muy estricto, sucesivas capas de pintura hasta lograr el acabado perfecto. Quizás el ejemplo más cercano a Aizenberg sea Giorgio De Chirico, ambos pueden ser llamados pintores metafísicos.

Definición de Pintor Metafísico

Metafísica es un término inventado por C. Andrónico para designar los escritos aristotélicos que no forman parte ni de los lógicos ni de los naturalistas físicos. Esta designación, ta meta ta physica, lo que está después de la física, no corresponde a Aristóteles quien le reservó el nombre de filosofía prima. Esta 'filosofía primera' se ocupa de lo que no es movido y está separado de la materia. Se trata de una investigación que trata de fundar el ser y el sentido tanto del mundo como de la vida. Su problemática central es la cuestión de la naturaleza del ente, de la realidad.

Ejemplo de Pintura Metafísico

La pintura metafísica, definición del genial Apollinaire ante las obras de De Chirico expuestas en París en 1911, tendría relación con la primera de las concepciones. Las plazas y las arcadas de Turín y Ferrara son paisajes inconscientes, solitarios y espaciosos, liberados del hombre, dominados por la inmovilidad. Siempre pensé que el reloj en lo alto de la arquitectura de El enigma del presente, de 1910-1911, no da las 3 menos 10, se halla detenido en esa hora. Lo que, en apariencia, podría ser visto como un arte preocupado sólo en mostrar climas, atmósferas misteriosas es mucho más que eso, esos climas enigmáticos son una exploración interior, del inconsciente, que la mano del artista traduce en plazas severas y solemnes. En De Chirico todo está helado y dominado por algo inexplicable.

Antropomorfismo

Dice De Chirico: Crear sensaciones desconocidas en el pasado, desnudar el arte de lo que tiene de común y de aceptado por la generalidad... suprimir completamente al hombre como guía y como medio para expresar los símbolos, las sensaciones, los pensamientos, liberar a la pintura de una vez para siempre del antropomorfismo.

Esta dirección esencialista y antiantropomórfica lo conduce a la elaboración de escenarios irreales donde los objetos viven de una luz propia, alejados de la cotidianeidad, de las relaciones banales, y próximos a otra realidad, ubicada en un espacio mental, en una región privilegiada de la memoria. No hay hombres sino figuras, maniquíes, estatuas o siluetas, cuya única identidad reside en la pura aparición.

En De Chirico, como pocos, encuentra encarnación perfecta la idea vanguardista de la creación del propio mundo, de un mundo paralelo que extrapola cosas y seres del mundo pero otorgándoles nuevos sentidos.

Creo que el propósito de la pintura metafísica es la revelación de los lados más escondidos, más ocultos de las cosas, como si las cosas fuesen, como afirma De Chirico, un fantasma que se detiene de improviso ante nosotros.

Exposición de Aizenberg en la galería de Jorge Mara

La muestra de Aizenberg en la galería de Jorge Mara, las pinturas, como las esculturas del museo que, nos dice De Chirico, alguien recorre en un momento de total ausencia de visitantes, se me aparecieron como bajo un nuevo aspecto. El de Aizenberg es un arte que debe frecuentarse cuando la sala que lo alberga está vacía, para que el espectador pueda sentir el complejo juego de relaciones entre los elementos de cada pintura, entre cuadro y cuadro, entre los cuadros y las paredes, el suelo, el aire, el silencio, la luz y la sombra.

Arquitectura

Sin título, escultura de Roberto Aizenberg. Parque de la Memoria, Buenos Aires.

Hay en De Chirico y Aizenberg una admiración por la arquitectura, por la idea de construcción. Los dos conocieron en profundidad la arquitectura del Renacimiento. Así, De Chirico despliega paisajes urbanos, calles, plazas y ciudades, Aizenberg pinta espacios desiertos, torres misteriosas. Hay relaciones entre los maniquíes o siluetas del italiano con las figuras de Aizenberg, construidas con formas geométricas.

En ambos, el deseo de entablar diálogos con lo maravilloso, bajo un lenguaje que parece frío y no lo es, porque acaba emocionándonos ya que nos alcanza en lo más profundo. El lenguaje, tanto en uno como en otro, es el silencio, un silencio grave que puede angustiar, sobrecoger, sin dejar nunca de comunicar.

Otra relación: la exigencia de perfección del oficio pictórico. De Chirico fabricaba sus propios aceites y emulsiones para conseguir mayor transparencia y densidad, Aizenberg trabajaba con óleos de lentísimo secado que le proporcionaban cuadros de acabados perfectos y densidad y brillo extraordinarios.

Primeros cuadros

Aizenberg inició su obra en medio del apogeo del informalismo. Sus primeros cuadros, pequeños, estaban pintados, a contracorriente del arte hegemónico, con una técnica depurada, próxima a la renacentista italiana. Esto lo convirtió, de entrada, en un creador solitario, excéntrico tal como lo definió Romero Brest.

Pero no sólo la obra, su personalidad era la de un solitario, la de un excéntrico. Había una estrecha relación entre persona y creación en él, relación de la que era consciente. Su actitud nos hace ver una relación con Artaud cuando dice: No amo la creación separada... Cada una de mis obras, cada uno de los planes de mí mismo, cada una de las floraciones heladas de mi vida interior echa su baba sobre mí. No existía ajenidad en el arte de Aizenberg con relación a la persona que lo hacía, entre sus cuadros únicos, misteriosos, de técnica rigurosa, obsesivamente acabada y el artista de vida y forma de ser distantes, casi inabordable.

Desde el comienzo, Aizenberg tomó un camino que consideró el único posible y lo recorrió con total fidelidad. No hay en ningún momento de su trayectoria como artista un desvío, un acercamiento a tal o cual moda, todo es una absoluta concentración en un estilo y modo de expresión que el propio Aizenberg no dudaba en llamar clásicos. Es decir, una pintura sin desbordes, severa, uno de cuyos ejemplos sería, en nuestro siglo, la de Leger, en contraposición con la plástica romántica, más desbordada, menos rigurosa, como la de Picasso y Pollock.

Cada cuadro de Aizenberg, sin excepción, está ejecutado en dos momentos o fases: uno, donde predomina el azar y otro, donde el azar es excluido. La primera fase es la del automatismo, recurso típicamente surrealista, en la que el artista deja que su mano se mueva con total libertad sobre el papel. El resultado del automatismo es una enorme cantidad de imágenes, un sinnúmero de bocetos, a los que es necesario elegir algunos y desechar el resto.

En sus investigaciones acerca del automatismo, Aizenberg llegó a una conclusión:

...sentí que las imágenes que aparecen en los surrealistas, las producidas por el automatismo, no es que sólo estén dentro del individuo sino que forman parte de una trama muy compleja de circulación de la información.

A partir de esta conclusión, cada boceto nacido del automatismo sería fruto de una recepción, donde el artista oficiaría de antena, de información casi sin interferencias, sin ruidos. El artista captaría lo que posee interiormente y cuanto sucede fuera de él, en el universo, de modo múltiple y sincrónico. Así, existiría entre micro y macrocosmos una relación de vasos comunicantes que el artista captaría gracias al automatismo.

Los bocetos seleccionados pasaban, entonces, a una nueva etapa. Cada boceto era trasladado a la tela, en los últimos años gracias a un proyector, copiado y, por último, pintado. Esto que, en apariencia, parece tan fácil, no lo es tal, todo lo contrario. Aizenberg recurría a óleos al aceite, de lentísimo secado. Pintaba capas, unas sobre otras, como un Van Eyck moderno, y debía aguardar a que cada capa se secase para poder superponer una nueva. A veces trabajaba en varias pinturas a la vez y otras veces todas era una prolongada espera con la consiguiente carga de angustia. Por este motivo, cada año Aizenberg terminaba apenas unas pocas obras.

Muerte

Murió en Buenos Aires el 16 de febrero de 1996 cuando preparaba una gran exposición retrospectiva de su obra en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Fuente