Víctor Manuel (pintor cubano)

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Víctor Manuel
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Datos personales
Nombre completoVíctor Manuel García Valdez[1]
Nacimiento31 de octubre de 1897
ciudad de La Habana,
capitanía general de Cuba,
Reino de España Bandera de España
Fallecimiento2 de febrero de 1969
ciudad de La Habana,
República de Cuba Bandera de Cuba
ResidenciaLa Habana
Nacionalidadcubana
OcupaciónPintor
Datos artísticos
ÁreaPintura
EducaciónAcademia San Alejandro

Víctor Manuel García Valdez[1] (La Habana, 31 de octubre de 1897 - La Habana, 2 de febrero de 1969) fue un pintor cubano. Aunque fue discípulo de Romañach, desde el primer momento su pintura se alejó del academicismo del maestro, debido a las influencias vanguardistas que recibió durante su estancia en Francia (entre 1924 y 1927), en la llamada Escuela de París.

Sus principales obras, iniciadoras del arte cubano moderno, son La gitana tropical (1929), Paisaje (1918), Paisaje gris (1927) y Vida interior (1932).[2]

Expuso con regularidad en la Asociación de Pintores y Escultores y en la Sociedad Lyceum de La Habana, donde triunfó por su talento y originalidad. Posee premios en los salones del Ministerio de Educación en los años 1935 y 1938. Al principio firmaba sus obras como Víctor García.[3]

Síntesis biográfica

Infancia y juventud

Su vocación por la pintura se manifiesta muy tempranamente; así matrícula en 1910 en la Academia San Alejandro donde es discípulo de Leopoldo Romañach, y un año después es nombrado profesor de dibujo. Instala su primera exposición en Las Galerías, La Habana.

En 1925 las inquietudes por cambiar el sistema de la expresión artística en Cuba lo empujan a viajar por vez primera a Europa. Comienza a firmar Víctor Manuel durante su estancia en París, donde conoce las obras de los primitivos italianos y también las realizadas por impresionistas y postimpresionistas.

Trayectoria artística

Sus primeras pinturas demuestran una tendencia a mezclar la escuela europea con un estilo primitivo. En los años 40 y los años 50, él adoptó una mirada más estilizada que llegó a ser distintiva de su trabajo. Durante los años pasados de su vida, su estilo casi se convirtió extracto, y sus retratos casi estaban cubista.

Regresa a Cuba. En febrero de 1927, organiza una muestra personal en la Asociación de Pintores y Escultores, que sorprende con la relativa modernidad de su concepción. En mayo de 1927 se integra a la nómina de quienes exhiben en la Exposición de Arte Nuevo. Víctor Manuel se convierte en figura destacadísima del movimiento.

Viaja nuevamente a Europa en 1929, recorre España y Bélgica; reside en Francia. En París pinta su óleo La gitana tropical, ejemplo del nuevo lenguaje. Víctor Manuel fue de los iniciadores de la pintura moderna en Cuba. A partir de su primer viaje a París (1927) y su contacto con el postimpresionismo, transforma su estilo, que fragua ya de 1929 cuando pinta en París su La gitana tropical la cual devendría símbolo de todo su arte. Él decía que las mulatas se parecían a las gitanas. El liderazgo indiscutible de esa revuelta contra el academicismo pertenece a Víctor Manuel, y junto a él, Carlos Enríquez, Eduardo Abela y Fidelio Ponce, figuras todas representativas de lo que se le conoció como la primera vanguardia de la plástica cubana.[2]

Cuando regresa a Cuba, su estilo está definido y también sus temas: retratos casi siempre femeninos y paisajes; todo enmarcado por un cierto postimpresionismo que va pasando de la austeridad cromática a las furias (fauves) de rojos y verdes que invaden sus obras de los años 1940.

Era muy contrario en la firma de su trabajo. Se extendió de una firma capitalizada simple de Manuel del Vencedor, a fluido y la escritura complicada, a no firmar sus pinturas en todos, y él incluso utilizaron a seudónimo en un período de su vida. Sus temas eran el punto constante de su trabajo. Era eminentemente a retratista de caras femeninas, así como pintor de paisajes, rural y urbano.

El pintor René Portocarrero cuenta una anécdota que refleja la Cuba antes de la Revolución, y en la que incluye a Víctor Manuel:

Una vez en que no pude pagar el alquiler, el dueño de la casa me desahució y aparecieron unos funcionarios del juzgado que con atril y todo me botaron a la calle. Eran años de hambre extrema, de visitar las tiendas que comercializaban objetos de arte y ofrecer, por ejemplo, tres acuarelas y recibir esta respuesta: «Bien, le damos 12 pesos, pero usted nos trae una acuarela más». Y volver yo a mi casa, pintar de prisa y regresar a la tienda con el pedido.
En una ocasión, un hombre adinerado se encaprichó con una de mis piezas y me dijo que si se la ponía en su casa, me la compraba. Sin convenir precio, mi amigo el pintor Víctor Manuel y yo la llevamos a pie hasta Miramar. Era una pieza de buenas dimensiones. El hombre me dio un peso por aquella obra. Pude no aceptárselo, pero eso hubiera equivalido a desandar el camino con la pieza a cuestas y sin un centavo en el bolsillo. Víctor quiso consolarme. Recuerdo que me dijo: «¿Y qué ibas a hacer, René, si no tienes qué comer?».
Realmente yo pienso ahora en todo aquello y me pregunto cómo pude resistir.

Organiza exposiciones personales en la Universidad de La Habana (1945); la Asociación de Reporteros (1951) y la Galería Lex (1956). Expone frecuentemente en los Salones Nacionales, y finalmente en 1959 se organiza una exposición retrospectiva de su obra.[2]

Muerte

Muere en La Habana en 1969 a sus 72 años de edad, después de haber legado una rica imagen modernista de la pintura cubana.

Victor Manuel en la literatura

El pintor Víctor Manuel García refleja en su obra, rostros y paisajes que son sumergidos en la gracia de la atemporalidad, para  fijar mejor sus cualidades arquetípicas. Ese desafío al fluir de las épocas, otorgó a sus creaciones una verdadera inocencia y una singularidad estilística que no es fácil de clasificar. Devolvió otra Cuba, que no es la de Leopoldo Romañach Guillén o Esteban Valderrama Peña: allí están las mestizas, las construcciones coloniales, la luz que lo devora todo, pero tamizadas por una sensibilidad que tiene algo de infantil, y detenidas en un instante privilegiado para que el tiempo no las deshaga.

Era esencialmente un bohemio para quien la cultura tenía más que ver con sus diálogos inacabables en el café La Lluvia de Oro (de la calle Obispo) o con sus paseos por la Plaza de la Catedral, rumbo a su casa taller, en la planta alta del antiguo Palacio de los Marqueses de Aguas Claras.

Nunca tuvo demasiado interés en la labor de los críticos, ni creía mucho en la posibilidad de los escritores de traducir en palabras sus creaciones. Quizá estaba convencido de que su obra no partía de una apoyatura literaria ni pretendía generarla, sin embargo, han sido numerosos los escritores que se han aproximado con renovado interés a su quehacer. Uno de los primeros en hacerlo fue el crítico Guy Pérez Cisneros.

En 1937 este organizó en la Universidad de La Habana una exposición colectiva de ocho pintores vinculados al «arte nuevo»; su propósito era sensibilizar a profesores y estudiantes con un arte preterido y marginado y en su presentación, poco después publicada en la revista Verbum, ofrecía un irónico retrato ―moral y estético― de cada uno de los artistas, en el que se valía de la figura retórica del sarcasmo para provocar a sus oyentes. El pasaje dedicado a Víctor Manuel no hizo exactamente la felicidad de este:

Muchacha de verde
Víctor Manuel, el único artista cubano que ha tratado de crear a la vez un estilo y una escuela, pero su estilo degeneró en una repetición de las escasas soluciones halladas y los discípulos de su escuela, desmoralizados, le dieron a esta un contenido de doctrinas incomprensibles y caóticas. Víctor Manuel realiza desde luego lo que quiere, pero lo que quiere ahora, a pesar de sus afirmaciones en parques y exposiciones, carece de trascendencia histórica.
Guy Pérez Cisneros Bonnel, artículo en la revista Verbum (La Habana)

Guy dicta en la propia universidad una conferencia llamada: Víctor Manuel y la pintura cubana contemporánea, casi un lustro después, pues en ella si bien se elogia su búsqueda absoluta de la belleza, se le acusa de una inmovilidad en cierta medida esterilizante:

Con su concepto algo finisecular de la belleza ―arte por arte, pintura pura― Víctor Manuel cree vivir por el arte, sin sospechar que no se vive verdaderamente por el arte sino cuando se vive por otra cosa. Esto lo conduce a la obra digna y sólida como un teorema; a la obra inmóvil y eterna, nunca vieja, nunca decrépita, pero tampoco nunca joven, nunca excesiva, nunca capaz de morir.
Palabras de Guy Pérez Cisneros en conferencia dada
en la Universidad de La Habana

Mucho más cómplice, José Lezama Lima, uno de los contertulios del pintor en el café de calle Obispo o en los bancos del Paseo del Prado, le dedicó desde su juventud, varios textos, siempre forjados con su peculiarísima manera de hacer exégesis de los textos plásticos.

Al redactar en 1937 el artículo «Víctor Manuel y la prisión de los arquetipos», no ve en este artista a uno de los precursores de la vanguardia pictórica en la Isla, ni la marcada influencia en él de Gauguin, no se detiene siquiera a destacar sus creaciones más meritorias, su hallazgo es la manera de relacionar al pintor con el tiempo para hallar un arquetipo, un equilibrio antes no logrado que favorece el atrapar el rostro de lo insular:

El tiempo cuartea, entra y sale en la tela como un platelminto nutrido con las cintas de escribir, de la diversidad. Por una deliciosa y severa paradoja, Víctor Manuel llegaba por razones pascalianas a su mundo aporético, donde la hoja cae sobre la tortuga, donde la lanza se astilla al subdividir la potencia naciente y el movimiento puro, estatua discursiva en el tiempo. Retrato cartografiado, limitado, recordado. Sin venir del sueño, va a su claridad del sueño con luz. Luz fija, movimiento inmemorial sin resacas.
Una pintura enemiga del fluir incluidor. Se nutre de sus márgenes, de los arquetipos expelidos por su ley central, refugiado en la grata pureza de lo espacial pictórico.
«Víctor Manuel y la prisión de los arquetipos», de José Lezama Lima

En Pequeña oda a Víctor Manuel García ―poema de juventud muy marcado por el lenguaje surrealista de la «Oda a Salvador Dalí», de Federico García Lorca―, Lezama Lima tiene una excepcional intuición al descubrir que «las líneas / van cobrando, distinción en ardid, imantados perfiles», es decir, que el contorno del texto plástico gana una irradiación, un convertirse en otra cosa.

Cerca ya del final de su vida, Lezama, al escribir el poema «Nuevo encuentro con Víctor Manuel», incluido en su libro póstumo Fragmentos a su imán, insistirá todavía en la ganancia de lo arquetípico en su obra; el pintor es visto en el texto como un sabio del período socrático y a la vez como un cristiano: «había recibido una gracia/ y devolvía una caridad», de allí emana su relación con la luz, que no está concebida solo como un problema artístico, sino en una dimensión ontológica con implicaciones éticas y místicas:

La gracia de la luz
era en él perennidad de sus instantes:
un rostro, un río, un balcón, un árbol.
Se asomaba para ver
y veía siempre una interminable fluencia,
pero no traicionó nunca las posibilidades de la mirada.
Por eso, su plástica ha podido volver a los orígenes, su pintura revela, a través de lo accidental, las esencias últimas:
Ligero y grave como la respiración,
nos enseñó en su pintura,
que la esencia de los arquetipos platónicos
está en la segregación del caracol:
chupa tierra y suelta hilo.
Nos dijo de nuevo
cómo un rostro era el rostro y los rostros,
cómo el árbol de Adonai
era el bosque de Oberón,
cómo un parque era también el origen
del mundo y el nacimiento del hombre.
Fragmentos del poema «Nuevo encuentro con Víctor Manuel», de José Lezama Lima

Resulta llamativo que esta misma atmósfera creada por los cuadros del pintor, sea intuida también por una escritora cuyo pensamiento es muy diferente del de Lezama: Graziella Pogolotti. Esta, en el artículo «Víctor Manuel en los umbrales de un mundo amigo» si bien descubre en el pintor una «sed de pureza» que lo acerca a Van Gogh y Cézanne, niega la presencia en él de toda preocupación transcendentalista o metafísica, sin embargo, encuentra detrás de su atmósfera idílica algo «inexplicablemente irreal». A propósito de su conocidísima tela Vista de una calle (1936) — colección del Museo Nacional — señala:

Florero
Reducir la obra de Víctor Manuel a una visión bucólica del mundo, equivaldría a simplificarla en extremo. A veces sus paisajes adquieren tonos sombríos. Los azules juegan con grises, se vuelven amenazantes. Una silueta se desliza por una calle siempre silenciosa A la vuelta de una esquina asoma el perfil blanco de un cuadrúpedo indeterminado. Chagall lo hubiera puesto a volar. Pero la magia de Víctor Manuel nace, precisamente de la escena banal que sobrepasa el costumbrismo, y que resulta en su silencio, en su contención, inexplicablemente irreal.
Graziella Pogolotti en su artículo «Víctor Manuel en los umbrales de un mundo amigo»

El díscolo creador deja también huellas visibles en los versos de Fina García Marruz. Él estaba unido estrechamente a sus recuerdos de juventud y especialmente al entorno de la calle Neptuno donde ella residía y se reunían los amigos que harían Clavileño antes de entrar en la obra mayor de Orígenes:

Verás el regresar dichoso y el
oscuro de aquel tiempo: el tranvía,
la acera, el rostro de Víctor Manuel.

Tan familiar le resulta la poética de este, que puede hallar en una pintura suya la identidad con una época.

En «Casa de Lezama», texto escrito en 1984, después de visitar la residencia, ya vacía, tras la muerte del poeta, la autora Fina García Marruz, de Habana del Centro, se pregunta por tantos objetos familiares que ahora están dispersos, entre ellos un cuadro:

Paisaje al atardecer
Las muchachas aquellas de la sombrilla malva
en un parque como de Víctor, que yo pensaba siempre
que podíamos ser mi hermana y yo cuando
el balcón de Neptuno ¿de veras, arrumbadas,
en otro sitio están?

No se trata aquí del hecho de que el artista pudiera inspirarse en las hermanas para crear su lienzo, sino en la familiaridad de la mirada que acerca al pintor y a la poetisa en su manera de fijar un ambiente, una época. Si Lezama parece insistir en los méritos de Víctor Manuel como fijador de arquetipos, de rostros de lo cubano, Fina prefiere asociarlo con el color ―tal vez sería preferible decir el sabor― de lo familiar.

A su vez, Cintio Vitier coloca un innominado cuadro del artista dentro del entorno de Versos de la nueva casa: «El cuadro que pintó Víctor, sobre el piano lo pusimos». Su mirada repasa, amorosa, esa superficie, la contempla con una fruición casi infantil y va desgranando los dísticos:

Cara de mujer
Un cuadro con cielo tinto
y faroles amarillos.
Un cuadro con edificios
tan tiernos y desvaídos.
Un cuadro con arbolillos
por aceras de cariño.
Un cuadro con pobrecitos
muchachos, habanerísimos.

El escritor, al detallar el «adentro» de la pintura, acaba fundiéndola con el «exterior» en que reside, de modo que, a través de una especie de torbellino, se confunden la realidad artística y la inmediata y ya el cuadro no está en la pared de la casa, sino que son sus habitantes los que residen dentro de él: «La ciudad que pintó Víctor. El cuadro en que ya vivimos».

Cierra esta muestra, Nicolás Guillén. En uno de los libros de madurez del poeta: La rueda dentada (1972), en su segunda sección ―«Salón Independiente»― dedica textos a cinco figuras paradigmáticas de la plástica cubana: Eduardo Abela, Fidelio Ponce, Amelia Peláez, Carlos Enríquez y el propio Víctor Manuel. Angel Augier ha dicho de estos poemas:

Vista de una calle
Nadie mejor que Nicolás Guillén para expresar líricamente la personalidad plástica de estos cinco maestros de la cultura cubana, en primer lugar por el acento nacional de su poesía, y además, porque tuvo el privilegio de ser testigo cercano de la peripecia vital y la hazaña creadora de los cinco grandes pintores.
Reflexiones de Angel Augier sobre el poema La rueda dentada de Nicolás Guillén

El autor principeño redacta nada menos que un adiós al artista, a partir de dos elementos: «Un sinsonte de papel y un angelón amarillo» conjugados bajo la forma de un ritornelo. Es un modo de procurar asumir la capacidad del creador plástico para forjar todo un orbe a partir de un mínimo de motivos y a la vez de homenajear su modestia y simplicidad. A lo largo de cinco estrofas, la música va llenándose de un tono elegíaco suave y persistente, como una especie de canto trovadoresco en memoria de uno de los hombres que dio luz y sabor singulares a La Habana y a Cuba toda:

Con un ángel amarillo
y un sinsonte de papel,
pasa envuelto en suave brillo
Víctor Manuel.
Entre un ángel amarillo
y un sinsonte de papel
yace envuelto en suave brillo
Víctor Manuel.
Fragmentos del poema «La rueda dentada» de Nicolás Guillén

Obra

Se produce un enfrentamiento entre lo moderno y lo considerado moderno, a principios del siglo XX, los artistas no tenían claro, en ese entonces, donde dirigir su rumbo y muchos lo perdieron sin duda. En Cuba el problema se agranda con la pelea entre los modernistas y los nacionalistas.

Alejo Carpentier resume el conflicto diciendo que lo importante es ser ambas cosas al mismo tiempo, nacionalista y vanguardista. Algo difícil si se entiende por nacionalista el culto a la tradición y su contraparte vanguardista como un enfrentamiento justamente a esa tradición.

Los jóvenes artistas cubanos de hace un siglo, entendieron que la tradición estilística estaba hecha solo para validar un racismo hacia las minorías étnicas, entiéndase los indios.

El Modernismo creativo, en tiempos del dictador Gerardo Machado, sirvió para refrescar el ambiente cultural, fue una herramienta para romper con el Clasicismo como fue, a su vez, la mejor forma de integrar diferentes etnias bajo un mismo techo.

El techo de la creatividad y el talento. Pintores como Eduardo Abela, Carlos Enríquez o Marcelo Pogolotti fueron algunos de estos «rebeldes» precursores junto al mejor de todos: Víctor Manuel García.

Las obras de Víctor Manuel García presentan un pintor consumado, un hombre que saca ventaja de diferentes técnicas y pintores para lograr un estilo propio.

Su obra se asocia mucho con la de Paul Gauguin, pero su mayor influencia es Marc Chagall, de ahí saca toda la estructura y temática de su pintura. Su obra más aplaudida es La gitana tropical. En Dos mujeres y Paisaje se ve la unión de lo indio con lo europeo. En los ojos mestizos la fuerza de una Raza y la elegancia y aplomo en su pose. Se observa lo bello de unos seres viviendo en su tierra.

En 1925, en el barrio Montparnasse (de París), aconsejado por algunos amigos franceses decide quitar su apellido en la firma de su obra dejando solo Víctor Manuel. Hoy este hecho lo tiende a confundir con el cantante español del mismo nombre. Víctor Manuel jugó toda su vida con su nombre, incluso en ocasiones utilizó un seudónimo.

Exposiciones

Victor Manuel (Mobile).jpg
  • 1924: Primera exposición personal en la Galería de San Rafael, La Habana.
  • 1924 (5 de febrero): "Exposición de Arte Nuevo", en La Habana
  • 1924 (7 al 31 de mayo): que marca el inicio de la pintura moderna en Cuba. Desde este momento se destaca como uno de los principales renovadores del arte cubano, no solo por su obra sino por su incansable magisterio entre los jóvenes.
  • 1929: Segundo viaje a Europa. Recorre España y Bélgica, reside en Francia. En París pinta "Gitana Tropical", que devendría símbolo de toda su pintura. Regresa a Cuba. Posee ya su propio estilo e inconfundible expresado a través de dos temas que no abandonará: las cabezas femeninas y los paisajes cubanos.
  • 1931 (18 al 31 de diciembre): "Exposición Víctor Manuel", Lyceum, La Habana.
  • 1934 (junio): "XVII Salón de Bellas Artes", La Habana.
  • 1935 (16 de febrero): "Exposición Nacional de Pintura y Escultura", Secretaría de Educación, Dirección de Cultura, La Habana (premio por Figuras y Paisaje).
  • 1937 (23 de marzo al 8 de abril): Se crea por iniciativa de Víctor Manuel, Eduardo Abela y José María Chacon y Calvo, el Ensayo Experimental del Estudio Libres para Pintores y Escultores, La Habana, bajo el patrocinio de la Dirección de Cultura de la Secretaría de Educación. "Primera Exposición de Arte Moderno, Pintura y Escultura", Salones del centro de Dependientes, La Habana
  • 1938 (junio): "II exposición Nacional de Pintura y Escultura" Castillo de la Fuerza, La Habana (premio por Gitana tropical).
  • 1939 (1 de junio): "Exposición Panamericana en la Feria Mundial de Nueva York", Riverside Museum, Nueva York.
  • 1940 (abril): "El Arte en Cuba", exposición organizada por El Instituto Nacional de Artes Plásticas, Universidad de la Habana, febrero. "300 Años de Arte en Cuba" ", exposición organizada por El Instituto Nacional de Artes Plásticas, Universidad de La Habana.
  • 1944 (30 de enero): "Primer Salón Vicente Escobar", salones del Frente Nacional Antifascista, La Habana.
  • 1945 (6 de octubre): "Exposición de Pintura Moderna", auspiciada por el Ministerio de Salud Pública, Academia Nacional de Bellas Artes, Guatemala
  • 1952 (1 de octubre): "Víctor Manuel expone" Asociación de Repórters, auspiciada por la Dirección general de Cultura del Ministerio de Educación (expone paisajes nocturnos).
  • 1954 (28 de enero): "Homenaje a José Martí, Plástica Cubana Contemporánea", Lyceum, La Habana.
  • 1959: En el Salón Anual de 1959, La Habana, el primero tras el triunfo de la Revolución, se incluye, como homenaje, una exposición de su obra. La Dirección General de Cultura le dedica la primera serie de monografías, escrita por el pintor Marcelo Pogolotti.
  • 1964: Comienza a practicar la litografía en el Taller Experimental de la Gráfica, Plaza de la Catedral, La Habana.
  • 1965: "Feria del Grabado, Exposición Grabados Cubanos Contemporáneos", Biblioteca Nacional José Martí.
  • 1966 (3 de agosto): "IV Exposición de Litografías del Taller Experimental de la Gráfica". Casa de cultura Checoslovaca. La Habana.
  • 1969 (24 de octubre): El Museo Nacional abre una exposición retrospectiva de su obra.

Fuentes