Historia de la Navegación

Historia de la Navegación Marítima
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Historia de la Navegación. Marítima hunde sus raíces en la más remota noche de los tiempos, aquélla en que la humanidad admiraba y temía las masas de agua que se alzaban majestuosas y desafiantes hasta el horizonte, ignorantes de la verdadera dimensión que se ocultaba más allá, y que tan evidente nos parece en nuestros días.

Historia

Hunde sus raíces en la más remota noche de los tiempos, aquélla en que la humanidad admiraba y temía las masas de agua que se alzaban majestuosas y desafiantes hasta el horizonte, ignorantes de la verdadera dimensión que se ocultaba más allá, y que tan evidente nos parece en nuestros días.

Desconocimiento del medio

Dificultades iniciales para explorar sin perderse en las tinieblas impulsó todo tipo de temores y creencias sobre el mar, algunas míticas, que fueron llevadas al terreno del arte y la literatura. Leyendas, divinidades, ninfas abisales, o simplemente profetas, filósofos e interpretadores de la misión y destino de nuestra especie sobre la Tierra, alimentaban en aquellos tiempos las necesidades humanas ante lo desconocido, de la misma forma que hoy determinados misterios relativos a la vida y la muerte no han sido resueltos, o no obtienen respuesta satisfactoria, dando lugar a variadas manifestaciones religiosas que intentan paliar esas ausencias, y mitigar el tormento que para los humanos significa ignorar el sentido real de su propia existencia.

Para muchos antiguos navegantes el mar acogía unas ninfas, como las sirenas en la mitología griega, que tentaban a los marinos con sus sugerentes cantos.

Arte de navegar

No se puede precisar con exactitud donde comenzó con regularidad el arte de navegar. Muy probablemente, los primeros intentos de navegación no fueron marítimos, sino lacustres y fluviales, aprovechando los cursos de agua dulce y entre orillas de los lagos con extensiones conocidas. Tal vez el primer esquife fue un simple tronco que se dejaba deslizar con las corrientes, o una balsa atada con filásticas rudimentarias e impulsada por medio de una pértiga. Los pueblos ligados a mares abiertos han tenido que contribuir en gran medida al progreso de la navegación marítima, más que otros próximos a lagos o mares interiores. En cualquier caso, las características de los mares, tierras litorales y climas debieron influir decisivamente en su evolución. De todos los testimonios conocidos la antigüedad clásica desborda referencias precisas, siendo los pueblos mediterráneos los que nos aportan mayor número de documentos sobre la ciencia náutica. Alrededor del año 2000 a.C. los fenicios ya construían magníficos barcos de carga a vela, desarrollando también las galeras birreme y trirreme. Dominaban la navegación por los astros, además de la costera que era el método más seguro y habitual, y desde la costa libanesa se desplazaban incluso hasta el Atlántico Norte para comerciar en lugares tan distantes como Inglaterra. Los fenicios, considerados los mejores navegantes del Mediterráneo, ya construían hace varios milenios excelentes embarcaciones de carga a vela. Estos aventurados marinos pueden ser considerados como los mejores navegantes del Mediterráneo en aquella época. Sea por valentía o temeridad, con el conocimiento actual sobre la extensión real de los océanos y las dificultades regionales para la navegación que aún persisten en muchos de ellos, resulta admirable la osadía de estos hombres para adentrarse en el mar sin referencias ópticas estables, pues la inexistencia de brújula dejaba al navegante desguarnecido ante la orientación correcta y al libre albedrío de los elementos. La norma habitual en aquellos tiempos era navegar de día divisando la línea de costa, hacerlo en la oscuridad implicaba conocer con detalle el comportamiento de los vientos y las corrientes para cada lugar y día del año ante el eventual ocultamiento de las estrellas. Estos valores serían llevados a la práctica muchos siglos después mediante la rosa de los vientos, que agrupaba a los ocho vientos principales, y mediante la cual los antiguos marinos se orientaban y expresaban las direcciones; este sistema perduró hasta la instauración de la aguja magnética.

Al albor de los fenicios se desarrollaron otros pueblos marineros, dentro de una actividad mercantil de introducción de las propias manufacturas, y de obtención de las materias primas necesarias para sostener estadios de civilización cada vez más elevados. Así, se desarrolló rápidamente la navegación comercial griega y etrusca, o las exploraciones en busca de mercados, como el periplo africano de los egipcios. Los romanos, aunque su flota dominó ampliamente el mediterráneo convirtiéndolo en el mar del imperio, no eran propiamente un pueblo de marinos, esa actividad la desarrollaron militarmente por motivos de expansión territorial, siendo la comercial sólo para cubrir sus necesidades. Los cartagineses, al igual que sucedió con los romanos, siguieron en su historia náutica un proceso de marcado carácter militar.

Habilidad como navegantes

Algunos pueblos destacaron por su especial habilidad como navegantes, es el caso de los vikingos, que alrededor del año 700 d.C. iniciaron el alejamiento de sus aguas en las costas escandinavas, a bordo de unas excelentes embarcaciones con vela cuadrada y remos llamadas drakkars, para realizar exploraciones e incursiones regulares por las islas del Atlántico y toda Europa occidental, la mayoría de ellas depredatorias, de conquista y colonización.

Tampoco se pueden ignorar las grandes posibilidades naturales de otras regiones y pueblos vueltos hacia el mar, donde las características climáticas y fisiográficas eran totalmente favorables para un desarrollo ventajoso de la navegación marítima. Así, se pueden estimar los monzones asiáticos de otoño e invierno como un meteoro de peso, un valioso aliado que facilitaría las travesías a vela del Índico en ambos sentidos de manera estable. Los monzones se manifiestan de forma regular, contrastando y aventajando en lo que se refiere a la operatividad de los buques que se desplazaban por el Mediterráneo, al ser éste un mar de vientos caprichosos que retardaría el desarrollo de la vela en toda la región. Los juncos chinos, que eran navíos de carga sólidos y bastante grandes para su época, aprovechaban con eficacia los monzones que recibían por la popa. Existen numerosas narraciones de viajes de estos navíos, como el que realizó el chino Fahien en el año 414 d.C. entre Java y Cantón, acompañado por otros doscientos pasajeros.

Debieron transcurrir varios milenos antes de que todas las tierras continentales, y más recientemente las insulares, quedaran totalmente identificadas, la mayoría de ellas a través de rutas marítimas. Con certeza, sucedió a lo largo de espacios de tiempo íntimamente ligados y con la cadencia de los progresos tecnológicos, especialmente a partir del siglo XV, una época de oro en la que se inauguran las grandes exploraciones y descubrimientos. Desde entonces, los viajes tanto comerciales como de exploración mantendrían un régimen frenético, al principio de la mano de españoles y portugueses, a los que seguirían británicos, franceses y otras variadas naciones occidentales, que llevarían al descubrimiento de todas las tierras habitadas o no, y a la formación de los grandes imperios coloniales, con los consecuentes movimientos de población en busca de nuevas oportunidades.

El siglo XV inaugura una época de oro en las exploraciones y descubrimientos, que daría lugar a la apertura de nuevas rutas comerciales y movimientos de población.

La historia de la navegación marítima no se puede desligar de la historia de la embarcaciones, de hecho el navío se encuentra entre los medios de transporte más antiguos. En su concepción básica el navío apenas sufrió variaciones, pues se trata fundamentalmente de una máquina concebida para desplazarse sobre el agua, capaz de llevar una carga y moverse en una dirección escogida. Fue la evolución tecnológica la que permitió que estos principios básicos mejoraran en funcionalidad.

La dirección de las embarcaciones se sostuvo durante largo tiempo mediante un remo-timón, o una o más espadillas mantenidas fuera de la borda por la popa; según el ángulo que se le daba con respecto a la línea de crujía se conseguía así mantener el rumbo deseado. Este sistema desapareció totalmente a finales de la Edad Media al ser adoptado el timón de codaste, que permitía se manejado incluso desde una posición distinta de la popa mediante cables o una caña de timón.

Algunos grandes adelantos en seguridad marítima ya existían en Asia en el siglo IX d.C., y no fueron adoptados en occidente, inconcebiblemente, hasta una época tan reciente como el siglo XIX. Es el caso de los juncos chinos, que poseían unos mamparos o divisiones internas huecas y herméticas, que permitían mantener la estanqueidad de la embarcación en caso de una vía de agua, evitando así su hundimiento. Esta característica ya fue observada y alabada por Marco Polo en el año 1298, y que dejó reflejada en su libro de viajes.

Los juncos chinos ya poseían en el siglo IX d.C. un sistema de mamparos estancos como prevención de seguridad ante las posibles vías de agua

En lo que se refiere a los sistemas de propulsión, la vela cuadrada, que podría ser conocida ya alrededor de los 4.000 años a.C., comenzó apoyando a los remos para aprovechar los vientos largos, pero su perfeccionamiento con la implantación de la vela latina, más difícil de maniobrar pero que conseguía barloventear con ángulos de ceñida muy cerrados, fue desplazando los remos a simples elementos auxiliares y a su total desaparición durante la Edad Media en los barcos de cierto porte, quedando reservados sólo para pequeñas embarcaciones costeras, iniciándose una era gloriosa para la vela en numerosos tipos de navíos y con variadas formas y unidades a bordo.

Apogeo de la marina de velas

El siglo XVII sería testigo del apogeo de la marina de velas, con todo tipo de naves proliferando a lo largo y ancho del globo; flotas militares integradas por fragatas, corbetas, balandras, cutters, jabeques... permitían sostener la supremacía de un país en los océanos y muy lejos de sus puertos de origen. En el terreno comercial, copias casi idénticas de los navíos de guerra, pero de menores dimensiones, e incluso armados para hacer frente a las incursiones de piratas, surcaban los mares a las órdenes de poderosas sociedades, como las célebres compañías de Indias.

Con el apogeo de la marina de velas en el siglo XVII, los océanos fueron conquistados por todo tipo de flotas que sostenían la supremacía militar de un país muy lejos de sus costas.

Las últimas embarcaciones de vela que operaron regularmente fueron los clippers y los largos correos. Los clippers eran los más bellos y elegantes navíos que se hayan construido nunca, verdaderos fórmula I en el mar, que se ganarían merecida fama en las carreras del té desde los puertos de China a Gran Bretaña y Estados Unidos, hasta 1870, en que fueron sustituidos por navíos de propulsión a vapor.

Hasta esas fechas el vapor no había sido capaz de superar las velocidades y rendimientos de los clippers, pero finalmente le arrebataría a éstos su posición de liderazgo dando por concluido el apogeo de la vela, pero dejando un imborrable recuerdo de esa magnífica etapa.

Los clippers fueron de las últimas embarcaciones en operar a vela, sus cualidades marineras y bello diseño permanecen como una digna representación de la marina de velas.

Cuando los buques propulsados por vapor comenzaron a ser rentables se inició la más profunda revolución tecnológica y comercial, y no sólo en lo relativo al transporte de mercancías por mar, sino también en el plano de la marina militar, siendo éste, sin duda, con todas las sombras que igualmente conlleva, el terreno de investigación indirecto más potenciado y eficaz para alcanzar avances en poco tiempo, los cuales trascendieron finalmente al ámbito civil en variados campos, como el de comunicaciones, teledetección, seguridad marítima, etc. El radar a mediados del siglo pasado, y los sistemas de posicionamiento global por satélite GPS en las últimas décadas, ilustran y sirven como ejemplo de esas tecnologías aplicadas a la navegación mercantil.

La Hélice

A partir de 1845, con la implantación de la hélice, por primera vez en milenios la velocidad primó sobre cualquier otro concepto, pasando a ser tema prioritario de la ingeniería naval. A partir de aquí seguiría un proceso imparable, se especializarían rápidamente todas las funciones de los buques según su misión, dando lugar a la más grande variedad de embarcaciones de todos los tiempos: cargueros de granel, combustibles, líquidos variados, refrigeradores, pasajeros, pesca, científicos... surcan desde entonces los océanos, mares interiores, lagos extensos y ríos navegables, apoyados por tecnologías de situación de gran precisión, en un despliegue de innovadores medios procedimentales y técnicos, cuyo corto periodo de evolución y progreso es desconocido en cualquier otro tiempo o etapa de la historia de la navegación.

Fuentes