Reino Antiguo (Egipto)

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Reino Antiguo
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Concepto:Período histórico del antiguo Egipto comprendido entre c. 2700 y 2200 del Tercer Milenio a.n.e.

Reino Antiguo. También llamado con menos acierto Imperio Antiguo, es el período de la historia del Antiguo Egipto comprendido entre c. 2700 y 2200 a.n.e., e integrado por las dinastías III, IV, V y VI. Es el primero de los tres grandes períodos de la historia egipcia conocidos comúnmente como “reinos” (los otros dos son el Reino Medio y el Imperio Nuevo), en el cual alcanzó su primer pico de civilización en complejidad y logros de forma continuada.

Datación y clasificación de los períodos históricos

No existe unanimidad en la clasificación de los períodos de la historia del Antiguo Egipto. Esto explica por qué algunos egiptólogos incluyen las dinastías VII y VIII como continuidad de la administración centralizada en Menfis. Mientras que el Reino Antiguo fue una época de seguridad interna y prosperidad, este fue seguido por un período de descentralización y decadencia cultural conocida como Primer Período Intermedio.

El término Reino Antiguo fue acuñado por los historiadores del siglo XX, y su distinción del llamado Período Arcaico, las primeras dos dinastías también conocidas como dinastías tinitas, no habría sido algo realmente diferenciado por los antiguos egipcios. La justificación dada a esta separación entre ambos lapsos históricos lo constituye el cambio revolucionario en la arquitectura acompañado de los cambios operados sobre la sociedad egipcia.

Desarrollo histórico

Época precedente: Dinastías tinitas

Hacia el año 3100 a.n.e. el país se unificó bajo el mando de poderosos caudillos del sur, pero la idea de un Egipto dividido en dos zonas bien diferenciadas (Alto Egipto al sur y Bajo Egipto al norte) persistió durante algún tiempo. Es la época conocida como tinita, dominada por las dinastías I y II, y en ella destaca el rey Narmer (algunos historiadores lo identifican con el rey Menes), artífice de la unificación y fundador de la primera dinastía.

Los inicios: Dinastía III

El primer faraón destacado del Reino Antiguo fue Dyeser (Zóser), de la III Dinastía, quien ordenó la construcción de la primera pirámide escalonada en la necrópolis de Menfis, la actual Saqqara. La persona más importante durante su reinado fue el visir, Imhotep, quien además era sumo sacerdote de Ptah, médico y arquitecto (fue el diseñador de la primera pirámide).

Restos del complejo funerario de Dyeser en Saqqara. Al fondo su pirámide escalonada.

Es en este momento que los antiguos estados independientes de Egipto llegan a conocerse como nomos, bajo el reinado centralizado del faraón. Los antiguos gobernantes se vieron obligados a asumir la función de nomarcas o de supervisores en la recaudación tributaria. Los egipcios adoraban al faraón como a un dios, creyendo que este aseguraba las inundaciones anuales del Nilo, necesarias para sus cosechas. La naturaleza del tiempo se consideraba cíclica, y el faraón, como dios en la tierra, debía asegurar la estabilidad de aquellos ciclos. Los egipcios también se consideraban un pueblo elegido, como “los únicos seres humanos verdaderos sobre la Tierra”.

Apogeo: Dinastía IV

El poder real alcanzó su más alta expresión bajo la Dinastía IV, iniciada por Seneferu. Este faraón construyó tres pirámides, utilizando para ello más piedras que cualquier otro en lo adelante, la ya derruida pirámide del Meidum, la pirámide acodada de Dahshur y la pirámide roja, al norte del mismo emplazamiento. Comienza así la edad dorada en la construcción de las pirámides. Sin embargo, la verdadera culminación del estilo piramidal tiene lugar en Guiza, no en Saqqara, con la posterior construcción de la “Gran Pirámide”.

Jufú (Keops), el hijo de Seneferu, fue el que mandó construir la Gran Pirámide de Guiza. Por mucho tiempo la tradición posterior egipcia lo describió como un tirano, al imponer el trabajo forzado a sus súbditos para erigir su pirámide, en lo que se consideró una forma de esclavismo, sin embargo posteriores hallazgos arqueológicos demostraron todo lo contrario. Tras su muerte, es posible que surgieran disputas sucesorias entre sus hijos Dyedefra y Kefrén. Este último construyó la segunda pirámide y probablemente la esfinge de Guiza, aunque nueva evidencia parece apuntar a que su constructor fue Dyedefra, en tributo a su padre Jufú. Los últimos reyes de la Dinastía IV fueron Menkaura, quien construyó la tercera y más pequeña pirámide de Guiza, Shepseskaf y Dyedefptah.

Declive y colapso: Dinastías V-VI

La Dinastía V comenzó con Userkaf, quien inició una serie de reformas que debilitaron el poder faraónico y el gobierno centralizado que había mantenido en la cumbre a la realeza del Reino Antiguo hasta el momento. Se produce una apertura comercial que conlleva la construcción de navíos más grandes capaces de navegar por mar, que los llevará al Líbano en busca de cedro, y a la mítica tierra del Punt, en la actual Etiopía y Somalia, por ébano, marfil, mirra e incienso.

Posterior a los reinados de Userkaf y Sahura, se producen conflictos internos entre los nomarcas, los que se agudizaron a tal punto que minaron la unidad del país y el gobierno centralizado. Sin embargo estos conflictos y la autonomía regional no fueron las únicas causas del declive. Los proyectos de construcción masiva de la Dinastía IV excedieron a capacidad del tesoro y de la mano de obra popular, debilitando las propias raíces del Reino Antiguo. El golpe final lo asestó una intensa sequía en la región de las fuentes del Nilo, causada por una drástica disminución en las precipitaciones entre 2200 y 2150 a.n.e., la que diezmó los niveles habituales de inundación de las aguas del río. Esto sumado al problema resultó en el colapso total del Reino Antiguo tras décadas de hambre y disturbios.

La sociedad jerárquica

La necesidad de realizar grandes trabajos hidráulicos que regulasen las crecidas del Nilo obligó a crear una estructura organizativa cada vez más compleja que fue el germen del Estado centralizado egipcio. Durante el Reino Antiguo la sociedad egipcia estaba jerarquizada en clases, a saber:

  • El faraón, depositario del favor divino y hasta dios mismo durante el apogeo de la Dinastía V.
  • Los sacerdotes y altos funcionarios de la administración centralizada.
  • El pueblo, la gente común: artesanos, campesinos, etc.

El faraón

Durante el Reino Antiguo se fraguó lo que sería la figura del faraón: zȝ rˁ, o hijo del dios del sol Ra; Horus, representación del heredero de Osiris en la Tierra; custodio de la justicia y el orden universal, "Maat". Era el único que podía tener varias esposas legítimas y otras secundarias (concubinas), madres de los futuros reyes, visires generalmente, sumos sacerdotes en los templos de las divinidades principales, con derecho a ser enterrados junto al faraón, en pirámides menores o mastabas propias. El monarca ejercía el poder absoluto sobre el estado, al poseer el poder político, religioso, administrativo y judicial en su propia persona.

La administración: altos funcionarios

El cargo más importante era el de visir, quien presidía la administración central, y era designado por el faraón. Disponía de su propio consejo: los jefes de misión. Presidía la corte de justicia como jefe de la Gran Casa de la Justicia. También era el custodio de los archivos. Además dirigía la hacienda pública, que centralizaba los impuestos y los productos del campo, era el encargado de la agricultura y de la casa real.

En un rango inferior al de visir estaba el canciller del rey del Bajo Egipto, título que acabó siendo meramente honorífico; y el canciller del dios, encargado de las expediciones militares y comerciales. La justicia, prerrogativa real, disponía de un conjunto de leyes escritas (conocidas parcialmente por referencias), sin pena de muerte ni castigos cruentos. Era un derecho egipcio apelar en última instancia al rey.

Los escribas tenían un papel primordial en la administración del estado centralizado.

La administración de la agricultura se ocupaba de dos asuntos: campos y ganados. Nace la figura del arrendatario de una propiedad real. Existía un archivo al que se llamaba Casa de la Vida en el cual se reunían todos los documentos relativos al funcionamiento de la ciudad, que eran llevados por escribas, especializados en la escritura jeroglífica. Entre los escribas se encontraba el jefe de los secretos, que se ocupaba de las cuestiones religiosas.

La administración provincial estaba basada en la figura del monarca: "el que abre los canales", que era responsable de la irrigación, del rendimiento agrícola, recaudar impuestos y fijar los límites de las propiedades después de la inundación anual. En esta época el número de nomos ascendía a 38 o 39, para un total de 42 que alcanzaría en posteriores períodos.

El pueblo

La base de la pirámide social estaba compuesta por los campesinos y artesanos, fundamentalmente. Trabajaban en tareas agrícolas y algunos poseían sus propias tierras. En las épocas en las que no se dedicaban a estas tareas participaban en las obras de riego y construcción de templos, palacios y sepulcros. Otros trabajaban en los palacios del faraón, los nobles y sacerdotes, o formaban parte del ejército.

Aunque se encuentra muy extendida la idea de que en el Reino Antiguo existía un monarca que sometía a la clase más baja, no es del todo exacta. Los faraones regalaban una serie de derechos, estaba extendida la propiedad privada y había posibilidad de ascenso y hasta que los cargos se hiciesen hereditarios. El faraón era propietario de hombres y tierras, teológicamente, pero en realidad la propiedad privada era un derecho con garantías jurídicas y legales, garantizada por el Estado si estaba registrada, existiendo censos bianuales de bienes muebles e inmuebles.

La gente del campo

Era la base de la economía. Asentada en poblaciones menores, estaba compuesta fundamentalmente por agricultores, ganaderos y trabajadores libres que recibían un salario en especie. La existencia de mercados implicaba que también entre ellos estuviera extendida la propiedad privada.

La gente de la ciudad

Se concentraba fundamentalmente en varias poblaciones del delta y el valle del Nilo. Los núcleos urbanos eran el motor ideológico de Egipto. Allí se asentaba el comercio, las clases ricas y cultas. Se constituyeron en centros culturales y religiosos. La ciudad más importante de esta época fue Menfis, la capital.

El arte antiguo

Arquitectura

Durante las primeras dinastías se construyeron importantes complejos funerarios para los faraones en Abidos y Saqqara, a imitación de los palacios y templos (la tumba era una síntesis de la noción de templo y de mansión privada). La gran cantidad de cerámica, trabajos en piedra y tallas de marfil o hueso encontrados en estas tumbas atestiguan el alto grado de desarrollo de esta época. Los jeroglíficos (escritura mediante dibujos), forma de escribir la lengua egipcia, se encontraban por entonces en su primer nivel de evolución, y ya mostraban su carácter de algo vivo, como el resto de la decoración.

En la III Dinastía la capital se trasladó a Menfis y los faraones iniciaron la construcción de pirámides, que sustituyeron a las mastabas como tumbas reales. El arquitecto, científico y pensador Imhotep construyó para el faraón Zóser (c. 2737-2717 a.n.e.) el conjunto de Saqqara; se trataba de una necrópolis integrada por una pirámide escalonada de piedra y un grupo de templos, altares y dependencias afines. La gran pirámide escalonada donde reposan los restos del faraón está compuesta de varias mastabas superpuestas, y es el ejemplo más antiguo de arquitectura monumental conservado en la actualidad; ilustra también una de las fases en el desarrollo de la pirámide como tipología arquitectónica.

La esfinge y la Gran Pirámide de Guiza.

La arquitectura del Reino Antiguo puede considerarse monumental, dado que la caliza y el granito locales se utilizaron para la construcción de edificios y tumbas de grandes dimensiones. Desarrollaron una extraordinaria técnica arquitectónica. Empleaban bloques colosales de piedra, que se ajustaban a la perfección sin utilizar argamasa, y empleaban medios de elevación que desconocemos. La bóveda era conocida pero no se empleaba en la arquitectura en piedra. De los templos construidos durante este periodo apenas se conservan unos pocos ejemplos.

El conjunto monumental de Guiza, donde fueron enterrados los faraones de la IV Dinastía, pone de manifiesto la destreza y habilidad de los arquitectos egipcios a la hora de construir monumentos que han permanecido como una de las siete maravillas del mundo, y muestran el esplendor de la civilización egipcia. Seneferu emprendió la construcción de la primera pirámide sin escalones. Keops fue su sucesor y artífice de la Gran Pirámide que, alcanzando los 146 metros de altura, está formada por cerca de 2,3 millones de bloques de piedra con un peso medio, cada uno, de 2,5 toneladas. Su hijo Kefrén levantó una pirámide menor, y Micerinos fue el artífice de la tercera gran pirámide de este conjunto monumental.

El fin que se perseguía con las pirámides era preservar y proteger los cuerpos de los faraones para la eternidad. Cada pirámide formaba parte de un conjunto en el que figuraban un templo en el valle, un embarcadero y un corredor de comunicación entre unos espacios y otros, así como también un espacio reservado para realizar los ritos religiosos previos al enterramiento. Alrededor de las tres pirámides mayores de Guiza (Keops, Kefrén y Micerinos) creció una necrópolis (ciudad de los muertos) integrada por sepulcros denominados mastabas (en árabe mastabah, ‘banco de adobe’). De cubierta plana y paredes inclinadas, recibieron ese nombre por su semejanza con las casas egipcias de adobe en forma de pirámide truncada.

Las mastabas fueron las tumbas de los miembros de la familia real, altos mandos, cortesanos y funcionarios. Exteriormente parece una pirámide truncada de planta rectangular que consta de una pequeña sala denominada serdab, donde se guardaba la estatua del difunto, considerada como un ser vivo, y la falsa puerta que comunicaba el mundo de los muertos y de los vivos. Delante de ella se depositaban las ofrendas y se realizaba el culto funerario. Bajo tierra se encontraba la cámara sepulcral, a la que se accedía por un pasaje que se sellaba una vez depositado el cadáver.

Frente a la relativa abundancia de restos monumentales de carácter funerario conservados, apenas hay ejemplos de arquitectura doméstica y construcciones civiles de las ciudades egipcias del Reino Antiguo; puede suponerse su disposición sobre calles bien trazadas y planificadas, tal y como se hizo en las necrópolis, pero la utilización del adobe (ladrillos de barro mezclado con heno o paja y cocidos al sol) para levantar los palacios y viviendas no ha permitido su conservación hasta nuestros días. De este modo, los templos y tumbas, edificados en piedra y construidos con una clara idea de eternidad, proporcionan la mayor y casi única información acerca de las costumbres y forma de vida de los antiguos egipcios.

Escultura

Desde las primeras figuras de arcilla, hueso y marfil del Periodo Predinástico, la escultura egipcia se desarrolló con gran rapidez. En la época de Zóser (2737-2717 a.n.e.) se hicieron grandes estatuas de los faraones y gobernantes sobre las que debían reposar los espíritus que perpetuaran la memoria de los difuntos. Hieratismo, rigidez, formas cúbicas y frontalidad son las características esenciales de la escultura egipcia.

Primero se tallaba un bloque de piedra de forma rectangular, y después se dibujaba en el frente y en las dos caras laterales de la piedra la figura objeto de representación. La estatua resultante era, en consecuencia, una figura destinada a ser vista principalmente de frente (ley de la frontalidad). No había necesidad, pues, de esculpir la figura por todos sus lados, ya que el objetivo era crear una imagen eterna que representara la esencia y el espíritu de la persona retratada, para lo cual bastaba una composición frontal de la misma.

Estatua sedente del faraón Kefrén y el dios halcón Horus.

El artista egipcio no buscaba la representación del movimiento. Desde los primeros tiempos del periodo dinástico se tenía un perfecto conocimiento de la anatomía humana, pero se le daba una forma idealizada. La estatua sedente del faraón Kefrén (c. 2530 a.n.e. Museo Arqueológico de El Cairo), artífice de la segunda pirámide más grande del conjunto funerario de Guiza, engloba en sí misma todas las características que hicieron memorable a la escultura egipcia de carácter regio. El faraón aparece sentado sobre un trono decorado con el emblema de las tierras unificadas, con las manos sobre las rodillas, la cabeza erguida, rígida y de frente, y los ojos mirando al infinito. El halcón que representa al dios Horus aparece detrás de la cabeza de Kefrén, simbolizando que es él, el faraón, el ‘Horus viviente’. La estatua, tallada en diorita, presenta en su conjunto una gran unidad y equilibrio, creando una potente imagen de la majestad divina.

Las representaciones de individuos y personajes particulares ofrecen diversos modelos y formas. Además de las figuras individuales sedentes o en pie se hicieron otras emparejadas y también formando grupos escultóricos en los que el difunto aparece con los miembros de su familia. Los materiales utilizados fueron la piedra, la madera y, en menor proporción, el metal. Las superficies se pintaban; los ojos eran piezas incrustadas de otro tipo de material, como el cristal de roca, que realzaba la apariencia de realidad que pretendía transmitir la estatua. Tales representaciones iban destinadas exclusivamente a los personajes importantes; existió otro tipo de obras, no obstante, que representaban a los trabajadores en sus diversos oficios y a las mujeres ocupadas en sus tareas domésticas. Todas tenían un destino común: la tumba del difunto. A finales de la IV Dinastía se introdujo una tercera posición escultórica, tan asimétrica y estática como las dos anteriores (de pie y sentadas): la del escriba sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Otra invención del Imperio Antiguo es el retrato de busto.

La escultura en relieve servía a dos propósitos fundamentales: en los muros de los templos para glorificar al faraón; en las tumbas para preparar al espíritu en su camino hacia la eternidad. En las cámaras funerarias de las tumbas privadas es frecuente la decoración con escenas del muerto ocupado en las actividades cotidianas que desarrolló en vida.

Estatuas mortuorias del príncipe Rahotep y su esposa Nofret.

La forma de representación del cuerpo humano en dos dimensiones (frente y perfil), tanto en relieve como en pintura, vino determinada por el deseo de preservar la esencia de lo representado. Se buscaba, por encima de todo, la eternidad frente a lo transitorio. Como resultado de esto, se combina en las figuras la disposición de perfil para la cabeza y extremidades inferiores con la frontal de los ojos y el torso. Esta regla o canon se aplicó a los faraones y miembros de la nobleza, mientras que para los sirvientes y campesinos no se llegó a utilizar de manera tan exhaustiva. Los relieves solían pintarse para dar una mayor sensación de realidad, siendo frecuente la inclusión en ellos de diversos detalles sólo pintados, sin necesidad de haberlos tallado previamente en la roca. La pintura de carácter meramente decorativo aparece muy raras veces en las piezas del Reino Antiguo que se han descubierto hasta el momento presente.

El conocimiento que poseemos sobre la mayor parte de las costumbres y modo de vida de los egipcios se ha conseguido gracias a estos relieves de las tumbas. Las variedades de comida y sus formas de elaboración, los métodos de pastoreo, la caza de animales salvajes, la construcción de embarcaciones y muchos otros oficios están perfectamente representados en estos relieves. Dispuestos en la pared por medio de bandas o registros, podían leerse fácilmente como una narración continuada; tales representaciones no fueron concebidas tanto como acontecimientos acaecidos en un momento determinado, sino como ocupaciones y oficios en general, con un claro carácter de atemporalidad y eternidad. Para la escultura en relieve, al igual que para la exenta o de bulto redondo, los escultores trabajaron formando equipos o talleres con diferentes niveles de trabajo asignado a los distintos integrantes del grupo.

Artes decorativas

En la cerámica, la rica decoración del Periodo Predinástico se reemplazó por bellas piezas no decoradas, de superficies pulimentadas y dentro de una gran variedad de formas y modelos destinados a servir de objetos para uso cotidiano. En la antigüedad, la cerámica servía para los mismos propósitos para los que hoy utilizamos el cristal, la loza, el metal, la porcelana o el plástico; en consecuencia, el abanico de posibilidades abarca desde vasijas y recipientes para comer y beber hasta grandes envases y contenedores de almacenaje o incluso depósitos o cubos para la fermentación de bebidas.

Las joyas se hicieron en oro y piedras semipreciosas, incorporando formas y diseños animales y vegetales. En toda la historia de las artes decorativas de Egipto hubo una gran predilección por tales asuntos o motivos artísticos. Se han conservado pocos ejemplos por lo que se refiere al mobiliario, pero la abundante presencia de los mismos en las imágenes de las tumbas nos proporciona abundante información sobre el diseño de sillas, camas, escabeles, sillones y mesas.

Muebles de la reina Hetéferes.

Generalmente los diseños fueron simples, sencillos, incorporando formas vegetales y garras de animales para rematar los acabados inferiores de los muebles (patas de sillas y mesas, por ejemplo). No se utilizaban clavos, sino que las piezas se unían mediante espigas y mortajas o se pegaban. Destacan los cabezales rodeados de genios para proteger el sueño. El más bello conjunto de muebles del Reino Antiguo es el de la tumba de la reina Heteferes, madre de Keops, que destaca por su grandiosidad y sobriedad.

Al finalizar la VI Dinastía el poder centralista de Egipto había disminuido; los gobernantes locales decidieron emplazar sus sepulcros en sus propias provincias en lugar de enterrarse cerca de las necrópolis de los faraones a quienes servían. De esta dinastía data la estatua en metal más antigua que se conoce en Egipto: una imagen en cobre (c. 2300 a.n.e. Museo Arqueológico de El Cairo) de Pepi I (reinó c. 2395-2360 a.n.e.). El Primer Período Intermedio (VII a X dinastías) fue una época de anarquía y agitación. Hubo un débil intento por mantener las tradiciones artísticas de la edad de oro del Reino Antiguo, pero hasta la reunificación del país con los faraones de Tebas, en el sur, no se pudo reanudar la actividad artística para igualarla a su anterior época de esplendor.

Literatura

La literatura legada por este período puede clasificarse mayormente en dos grupos: religiosa y profana. La literatura religiosa está representada casi exclusivamente por los Textos de las Pirámides, mientras que la profana por gran variedad de textos de tipo sapiencial e histórico, fundamentalmente.

Los Textos de las Pirámides, compilados por el clero menfita y grabados en el interior de las pirámides de la dinastía III –aunque algunas de sus formulaciones parecen tener procedencia predinástica– darían lugar posteriormente a los Textos de los Sarcófagos durante el Reino Medio y el Libro de los Muertos en el Imperio Nuevo. Su objetivo primordial era asegurar la ascensión del faraón difunto hasta las estrellas y convertirlo en un ser luminoso imperecedero de la comitiva del dios solar Ra.

Dentro de la literatura profana sobresalen las lecciones sapienciales, de entre las que se destacan las enseñanzas de Ptahotep, Kagemny y Hordyedef. Estos textos pedagógicos, muy utilizados en el aprendizaje de los escribas en la “Casa de la Vida”, contenían enseñanzas y consejos cívicos y morales que constituían buenos ejemplos de retórica.

Otros textos narran acontecimientos e hitos de gran valor histórico, como la biografía de Neferseshemra, o los fragmentos de la Piedra de Palermo, con anales que incluyen nombres de algunos reyes predinásticos. Se ha conservado además una gran variedad de textos administrativos de carácter técnico, encontrados en los templos fundamentalmente.

Ciencias

Fragmento del papiro médico quirúrgico Edwin Smith.

El desarrollo de las ciencias tuvo notables aportes durante el Reino Antiguo, destacándose entre las matemáticas la aritmética y la geometría, motivadas por la necesidad de calcular la superficie de los campos irrigados spȝt (spat), los que variaban anualmente luego de la gran inundación del Nilo. La construcción de proyectos monumentales motivó el desarrollo de estas ciencias, así como la volumetría, siendo capaces de calcular el volumen y el tronco de la pirámide. También se procedía hábilmente con problemas de imposible resolución sin una demostración racional previa. La astronomía tuvo su aporte en los dos sistemas calendáricos, el lunar y el solar; asimismo fueron capaces de orientar sus monumentos mortuorios con gran precisión cardinal.

Sin lugar a dudas la medicina y la farmacopea brindaron los mayores aportes en este período, teniendo su centro en una importante institución encontrada en los templos conocida como “Casa de la Vida”. Una prueba del gran nivel alcanzado en estas ciencias es que la mayor parte de los textos médicos posteriores están redactados en egipcio antiguo, lo que indiscutiblemente representa posibles copias de otros escritos de este período. El más famoso papiro médico de la época es el conocido como Edwin Smith (el nombre se debe a su descubridor), un impresionante manual quirúrgico que introduce procedimientos complejos como la apertura del cráneo, así como diagnósticos y prácticas recomendadas. Por primera vez en la historia aparece la especialización médica, encontrándose inscripciones que mencionan a dentistas, ginecólogos, traumatólogos, cardiólogos, etc.

Religión

Ptah de Menfis, dios reinante durante las dinastías III y IV.

El período estuvo dominado por dos doctrinas teológicas fundamentales: el panteísmo menfita y la mística solar heliopolitana. Los primitivos cultos de las diosas madres en el paleolítico superior habían cedido en parte a las divinidades y tríadas tribales de los nomos en el Período Predinástico y dinástico temprano. La importancia y ascensión de cada dios dentro del panteón local estaba directamente relacionado a la política predominante del momento; de este modo cada ciudad tenía su tríada, ogdóada o enéada particular, algunas de las cuales llegarían a ocupar la primacía del culto estatal en el desarrollo posterior de la historia egipcia.

La primacía temprana de Heliópolis durante las dos primeras dinastías faraónicas como centro religioso del Egipto unificado, aún cuando su capital administrativa era This, cedió su papel predominante durante las dinastías III y IV, cuando la capital se trasladó a Menfis. El clero menfita desarrolló quizás la doctrina teológica más avanzada a la que pudo acceder la civilización egipcia en todo su desarrollo, ya desde el Reino Antiguo, con la elevación del dios Ptah de Menfis como demiurgo, principio creador, corazón y lengua de todos los dioses.

Con la llegada de la dinastía V, la capital se traslada a Heliópolis, tomando un papel primordial en ese momento la Gran Enéada heliopolitana, y el culto al dios Ra adquiere primacía nacional. Los dioses locales no pudieron sobrevivir de otra forma que mediante la asimilación con Ra: Amón-Ra en Tebas, Montu-Ra en Hermontis, Sobek-Ra en el Fayum o Jnum-Ra en Elefantina, etc. La decadencia de la monarquía, a partir de la VI dinastía, provocó que tomaran fuerza nuevamente los dioses locales, fundamentalmente Osiris, asociado con la resurrección.

Cronología

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Período precedente Período Período siguiente
Período Arcaico Reino Antiguo
Dinastías: III - IV - V - VI
Primer Período Intermedio

Enlaces externos

Fuentes

  • Alfred, Cyril. Arte Egipcio. Barcelona: Ediciones Destino, 1993.
  • Blanco Freijeiro, Antonio. El Arte Egipcio. En "Historia del Arte". Tomos I y II. Madrid: Historia 16, 1989.
  • Eggebrecht, Arne y otros. El Antiguo Egipto. 3000 años de historia y cultura del imperio faraónico. Barcelona: Plaza & Janés Editores, 1984.
  • Pirenne, J. Historia del Antiguo Egipto. Tomo I. Editorial Océano, Barcelona, 2002.