Toma de La Habana por los ingleses

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Toma de La Habana por los ingleses
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Parte de Guerra de los Siete Años
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El Castillo del Morro siendo atacado desde el Puerto de La Habana por las fuerzas invasoras inglesas.
Fecha 6 de junio13 de agosto de 1762
Lugar La Habana, Capitanía General de Cuba, Bandera del Imperio Español Imperio Español
Resultado Victoria británica
Beligerantes
Bandera del Reino Unido Reino Unido Bandera del Imperio Español Imperio Español
Comandantes
Conde de Albemarle
George Pocock
George Eliott
Juan del Prado
Gutierre de Hevia
Luis Vicente Velasco
Fuerzas en combate
12.826 soldados
17.000 marineros e infantes de marina
23 navíos de línea
11 fragatas
4 corbetas
3 bombarderos
1 cortador
160 transportes
3.870 de infantería y caballería
5.000 marineros e infantes de marina
2800 milicianos
9 navíos de línea
Bajas
2.764 muertos, heridos, capturados o muertos por enfermedad
3 navíos de línea perdidos
3.800 muertos o muertos de enfermedad
2.000 heridos o enfermos
5.000 capturados
13 navíos de línea capturados
3 barcos hundidos

Toma de La Habana por los ingleses, acción militar conocida oficialmente como la Toma de La Habana. Ocurrió en agosto de 1762, durante la denominada Guerra de los Siete Años que enfrento a las fuerzas inglesas y sus aliados contra las hispánicas debido a la alianza entre el Reino de España y Francia, enemigo tradicional de Inglaterra. Este hecho dejó al descubierto las debilidades de las defensas españolas en el Mar Caribe.

En un principio los ingleses intentaron establecer una especie de colonia llamada «Cumberland» que sirviera de punto de apoyo a una invasión en la isla, por el Sur, en lo que hoy es la provincia de Guantánamo, pero las condiciones fueron muy hostiles tanto por el terreno, así como el constante hostigamiento de los villareños, por lo que desistieron.

La presencia de la escuadra inglesa frente a La Habana el 6 de junio de 1762 sorprendió a las autoridades españolas, a pesar de que en el puerto había anclados catorce buques de guerra que representaban la quinta parte de las fuerzas navales de España. Al acercarse la poderosa escuadra inglesa, el gobernador de la Isla, Prado Portocarrero, adoptó con celeridad las medidas de ocupar la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, enviar tropas a Cojímar y poner en pie de guerra a todos los pobladores. Para impedir que penetraran buques enemigos fue cerrada la entrada del puerto con cadenas y hundidas tres embarcaciones.

A pesar de las pobres medidas de las autoridades coloniales habaneras no pudieron evitar la ocupación inglesa, la cual duro unos onces meses[1]. Aunque la villa volvió a ser española, las cosas nunca serían iguales, desde el 6 de julio de 1763, amanecía una nueva Habana hispánica, con más autonomía que antes y una fuerte emigración ibérica.

Historia

Antecedentes

Francis Drake, alias El Dragón, famoso pirata inglés que azotó las playas cubanas.
Charles Knowles, almirante inglés que tras un viaje a La Habana en 1756 realizó los planos que servirían para atacar la ciudad.

La capital de la Capitanía General de Cuba siempre fue codiciada por los ingleses, su ubicación era clave para someter militarmente y políticamente a la región caribeña, además de constituir uno de los puertos más importantes de las Antillas.

En la temprana fecha de la segunda mitad del siglo XVI uno de los más terribles piratas ingleses, Francis Drake, convirtió a La Habana en una ruta obligatoria de sus fechorías en el Caribe. Durante la etapa comprendida entre los años 1565 y 1595, Drake, apodado El Dragón y convertido luego en Sir por obra y gracia de la monarquía inglesa, resultó un azote para las costas cubanas[2]. Su intento de tomar La Habana más fuerte ocurrió en la primavera de 1586, cuando el conocido corsario se presentó frente a La Habana con los primeros buques de su escuadra, integrada en su totalidad por 30 naves de diferentes calados[3].

Drake venía con el ánimo bien dispuesto para tomarla. Pero advertido con respecto a la preparación defensiva de la villa, que disponía de más de 900 arcabuceros, allegados algunos hasta de México, se arrepintió de su afán y prefirió seguir de largo en busca de una presa más fácil. Al fin los habaneros podían respirar tranquilos.

Otro de los famosos piratas que también realizó ataques en tierras cubanas e intento buscar un lugar donde desembarcar con sus hombres en las costas habaneras fue Henry Morgan, quien en los años finales de la década de 1660 reunió una flotilla de unas 12 embarcaciones y 700 hombres, casi todos ingleses y franceses, con los que merodeó frente a La Habana y desembarcó posteriormente en Santa María desde donde se dirigió por tierra hasta Puerto Príncipe, población que tomó con facilidad. Hizo un minucioso saqueo e impuso un tributo de 500 vacas y sal por no quemar la población, regresando luego a Jamaica con el botín.

Durante la Guerra de la Oreja de Jenkins, ocurrida entre los años 1739 y 1741, donde se enfrentaron los ingleses y los españoles en el Caribe, una escuadra del vicealmirante inglés Edward Vernon apareció, en 1739, frente al poblado habanero de Guanabo y al año siguiente frente al Puerto de La Habana, antes de apoderándose de la bahía de Guantánamo en 1741. Allí fundó la colonia Cumberland, como paso previo para asaltar Santiago de Cuba por tierra, pero las enfermedades tropicales y el incesante hostigamiento de las milicias criollas lo obligó a reembarcar con un crecido número de bajas.

En 1756, en el periodo de paz establecido con el fin de la guerra de la Oreja de Jenkins, La Habana fue visitada por el almirante inglés Charles Knowles, gobernador de Jamaica, como gesto de buena voluntad. El almirante fue recibido por el gobierno local, que además le permitió pasearse por la ciudad, sus alrededores y fortificaciones. Cuando Knowles llegó a Londres en 1761, hizo planos y documentos muy detallados con todos los datos de su visita y aconsejó que se atacara la plaza en caso de guerra, cosa que aprobaron y más tarde ejecutaron.

Guerra de los Siete Años

El asalto y posterior ocupación de las fuerzas inglesas contra la La Habana, entonces capital de la deseada Capitanía General de Cuba, ocurrió durante el desarrollo de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), donde se enfrentaron dos coaliciones europeas, por un lado las fuerzas hispano-francesas y países aliados, mientras que por el otro lado se encontraban contra el poderoso ejército inglés y sus aliados.

Carlos III de España, monarca hispano que firmó un pacto de paz con Francia visto por los ingleses como una declaración de guerra.

Una de las tantas causas de este conflicto, además del tradicional enfrentamiento entre los ingleses y los franceses, fue el control del comercio en las Antillas y el monopolio de la trata de esclavos, ambos en manos británicas. Debido a ello, el nuevo monarca Carlos III de España, movido por ambiciones y resentimientos personales, y por reivindicaciones nacionales, con respecto a la ocupación británica de Gibraltar y la costa de Honduras, aportó el motivo de la guerra, al firmar con Luis XV de Francia, el 26 de agosto de 1761, el Pacto de Familia, que era, de hecho, una provocación contra Inglaterra y le sirvió en bandeja de plata el casus belli para hacerle la guerra a España.

Inglaterra vio esta oportunidad como la justificación perfecta para atacar la capital cubana y apoderarse de este importante enclave caribeño donde, además, las fuerzas españolas tenían importantes edificaciones militares.

Por su parte el monarca español Carlos III también se prepara para la guerra contra Inglaterra. Para ellos aumento considerablemente sus fuerzas combativas, siendo reclutados más personas para el ejército de tierra y ordenando la construcción de nuevos navíos de guerra o la remodelación de mercantes que pudiesen ser utilizados con ese fin, para tener armados cuarenta navíos en menos de seis meses. Con ellos Carlos III buscaba enfrentar militarmente a los ingleses y llevarlos a la mesa de negociaciones para obligarlos a firmar un tratado de paz acorde a los interés hispanos[4].

Fuerzas en combate

Reino Unido

George Pocock, el almirante británico que dirigió las fuerzas inglesas que tomaron La Habana.
Fuerzas navales inglesas en el Puerto de La Habana.

Uno de los objetivos que buscaban los ingleses al tomar la ciudad de La Habana era acabar pronto la guerra contra la alianza hispano-francesa, ya que una vez la región habanera estuviese en su poder, tenían bajo su manto el centro del comercio y de la navegación de las Indias españolas, parando en seco el poder español en la región, lo que le permitía interceptar todo el envío de materiales y refuerzos que fuesen enviados desde la Península Ibérica hacia las colonias caribeñas y americanas por lo que las fuerzas hispanas tendrían que sentarse en la mesa de negociaciones para firmar la paz sino estarían en peligro de perder sus posiciones en la región.

La armada británica dispuesta para la expedición estaba al mando del almirante George Pocock, saliendo del puerto inglés de Portsmouth el 5 de marzo de 1762 con rumbo a la isla de Santo Domingo, sobre cuya costa se le unió Sir James Douglas, jefe de la escuadra del mar Caribe, juntando 27 navíos de línea, 15 fragatas, nueve avisos, tres bombardas, que montaban 2.292 piezas de artillería, y 150 transportes, conduciendo 12.040 hombres de tropas veteranas. Sumados a los 8.226 que contaban las tripulaciones y a 2.000 peones negros para gastadores, formaban un total de 22.326 hombres, y aún habían de agregarse 4.000 procedentes de Nueva York y Charlestown, según órdenes comunicadas al Gobernador general de la América del Norte[5].

Las fuerzas de desembarco, divididas en cinco brigadas con el material correspondiente de artillería de campaña, tren de sitio, parque de ingenieros, tiendas y repuestos, iban a cargo del General en Jefe Lord Albemarle, teniendo bajo su mando al Teniente General Sir Jorge Elliot y a los generales Andrew Rollo, 5to Lord Rollo, Francis Grant y Sir Guillermo Howe[6][7].

Toda esta armada unida partió de la Martinica el 6 de mayo; y en vez de navegar por la derrota común y ordinaria, costeando por el sur de Cuba hasta el Cabo de San Antonio, embocó el Canal Viejo, por admirable resolución del almirante Pocock, jamás pensada antes, y cumplida con precauciones de la suficiencia bastantes para prevenir el reproche de temeridad, no injustificado si se consideraba la acción de penetrar con 200 velas entre un rosario de bajíos de 700 millas de extensión, sin más guía que una carta general en punto reducido. Lo hizo enviando por delante un buque ligero que navegaba con la sonda en la mano. Seguían algunas fragatas repitiendo el reconocimiento: los buques menores y lanchas de los otros marcaban los viriles a derecha e izquierda, sirviéndose de señales para el día y la noche, y en medio caminaban la escuadra y el convoy en siete divisiones[8].

Imperio Español

Desde el momento mismo en que la monarquía española decidió adentrarse en una guerra contra Inglaterra vio como necesaria la fortificación de La Habana ya que en conflictos anteriores había sido un sitio de enfrentamiento entre las fuerzas británicas y del Imperio Español. La sospecha de un posible ataque fue confirmada por parte del embajador español en Londres, Conde de Fuentes, quien le informó a sus superiores que los ingleses planeaban volver a enviar una fuerza naval superior a las interiores para tomar la capital de la Isla de Cuba.

Para fortalecer La Habana se envió a ella al Mariscal de Campo Juan del Prado Malleza Portocarrero y Luna, quien fue nombrado como nuevo Capitán General de la Isla de Cuba en 1760. Antes de viajar hacia la capital cubana Del Prado tuvo que visitar en San Ildefonso, por orientaciones del Ministro de Guerra y Mariana, a los ingenieros franceses Don Francisco y Don Baltasar Ricaud de Tirgale, quienes se encargarían de analizar los planos defensivos de la ciudad de La Habana y su Puerto para mejorar la fortificación de dicha villa ante la real amenaza británica. Los planos defensivos fueron revisados en presencia del Secretario de Estado Don Ricardo Wall demostrando la importancia del asunto.

La investigación que La Habana se encontraba en aquel entonces protegida por una cortinas de mucha extensión y mediana altura, que se construyeron durante el reinado de Carlos II para protegerla de los ataque de los filibusteros. Además existan nueve baluartes sin terraplén ni parapetos, y solamente tenían foso en algún trecho, a inmediación de la puerta de la Punta. Esta zona estaba ubicada hacia el Oeste del puerto habanero y en ella se ubicada el Castillo de San Salvador de La Punta, con muros bajos y de poco espesor, mientras que al otro lado de la boca, sobre una roca, se hallaba el majestuoso Castillo de los Tres Reyes del Morro en situación excelente, siendo una de las mejores obras militares construidas por la metrópoli española en América. El Morro tenía en su contra una altura inmediata por la espalda, nombrada la Cabaña, que no sólo lo dominaba, sino que es también padrastro de la ciudad, por lo que, considerada llave del puerto, de muy atrás se había pensado en fortificarla haciéndola cabeza del sistema.

Antes de ser enviado a Cuba el propio Rey español le advirtió a Juan del Prado de la importancia de proteger la Cabaña por lo que debía comenzar su fortificación desde que llegase a La Habana ya que allí disponía de los recursos necesarios para tal empresa. Carlos III, para demostrarle la importancia de la fortificación de esta zona le indico[9]:

podría obligarle tal vez la conducta de Inglaterra a un rompimiento, y así estuviese con tal precaución, como que podía, cuando menos se lo pensase, ser invadida y atacada la plaza.
Escudo del Regimiento de Infantería Fijo de La Habana, regimiento militar encargado de la defensa de La Habana en el momento durante la etapa de la Cuba colonial, siendo uno de las unidades militares que se enfrentó a los invasores ingleses.

Juan del Prado llegó a la capital de la Isla de Cuba el 7 de febrero de 1761, donde rápidamente fue informado de la situación de la plaza militar y de las fuerzas de tierra y mar con las que contaba. Informándosele que la defensa de la ciudad estaba a cargo del Regimiento de Infantería de La Habana mandado por el Coronel Alejandro Arroyo y compuesto por cuatro batallones de seis compañías con una fuerza total de 856 soldados, sin contar oficiales y los destacamentos destinados en diferentes puntos de Cuba y La Florida. A ello se le sumaba el Cuerpo de Dragones de La Habana que estaba repartido por diferentes destinos estando en La Habana una fuerza de cuatro compañías compuestas por 54 soldados a caballo y 21 a pie.

Para aumentar las fuerzas combativas Juan del Prado emitió órdenes inmediatas para que las villas y colonias de la región le enviaran refuerzos, dichas ordenes fueron respondidas eficazmente antes de mediados del año 1761 cuando se incorporaron a la guarnición trece compañías de los regimientos de Aragón y de España, el de Aragón estaba al mando del Teniente Coronel Panés Moreno, estando formado por nueve compañías con 636 soldados sin contar oficiales; el segundo batallón del Regimiento de infantería España al mando del Teniente Coronel Feliú formado por nueve compañías con 645 soldados sin contar oficiales; además de un destacamento de 200 dragones de Edimburgo, sin contar oficiales, que sólo llevaron sillas por haber en el país facilidad para montarlos. Por su parte la situación de la artillería era bastante precaria. Se consideraba que para una buena defensa de la ciudad eran necesarios 595 cañones, disponiéndose solo de 340 de los cuales únicamente 107 estaba totalmente operativos. A estos se sumaban 69 que envió el Virrey de Nueva España y 171 artilleros divididos en dos compañías.

Con el nuevo Capitán General también llegó una poderosa fuerza naval compuesta por una escuadra de seis navíos de línea al mando de Don Gutierre de Hevia, Marqués del Real Transporte[nota 1], protegido del Rey por haberle traído desde Nápoles como comandante del navío Fénix. Iba investido con el cargo de Comandante General de las escuadras de América, teniendo bajo su mando 14 navíos y seis fragatas en La Habana, tres navíos y una fragata en Santiago de Cuba, un navío y dos fragatas en Veracruz, tres navíos y una fragata en Cartagena de Indias, para un en total de 21 navíos de línea y 10 fragatas.

Las instrucciones dadas por el monarca español le indicaban a los militares que tenían que mantener unida y en pronta disposición de valerse de ella cuando la urgencia lo pidiera, a la escuadra de la Habana. También tenían que prevenir cualquier insulto y solamente responder a los que realmente valiese la pena para evitar distracciones que favorecieren al enemigo. En caso de que se produjese un hecho que condujera a una respuesta militar se debía concurrir con el Gobernador para que este, con los demás generales de mar y tierra que se hallaran en la plaza, el Teniente de Rey, el oficial más graduado de la tropa de la guarnición y el capitán de navío Don Juan Antonio de la Colina Rasines, como más antiguo, formara una Junta de Guerra en que debía tratar el asunto y analizar qué medida convendría tomar[10].

Por desgracia para las fuerzas hispánicas, la epidemia de fiebre amarilla o vómito negro que hacía estragos en Veracruz llegó a La Habana entre los presidiarios enviados desde esta ciudad como apoyo a las obras defensivas que se realizaban en las cercanías de la Cabaña. Esta enfermedad contagió a la parte de la guarnición terrestre y naval, lo que produjo bajas de más de 1.800 hombres en aquel verano. Los refuerzos de España se redujeron, por tanto, considerablemente, y los trabajos de la defensa sufrieron una paralización no calculada, ya que los constructores tuvieron que edificar hospitales militares y se destinaron hombres al cuidado de los enfermos o convalecientes.

Confrontación militar

Junio

Acciones iniciales

Plan original del asalto inglés a La Habana en 1762.

En la mañana del día 6 de junio de 1762 los navíos ingleses aparecen frente en las aguas de la Bahía de La Habana. En ese momento, sobre las 10 de la mañana, el gobernador Juan del Prado Portocarrero, las autoridades principales, los miembros de las familias más prominentes y parte del vecindario se encontraban en la Parroquial Mayor celebrando la fiesta religiosa conocida como Santísimo Corpus Christi. El evento fue interrumpido por un edecán del gobernador quien entro a toda carrera a hasta la primera fila donde se encontraba en Capitán General y le informo del asunto[11].

El gobernador Juan del Prado corrió la voz de la presencia enemiga, pero los españoles aún no estaban seguros de que se tratase de la fortísima escuadra enemiga que estaban esperando, afirmando que las velas avistadas en el mar debían pertenecer al convoy mercantil despachado anualmente desde Jamaica para las Islas Británicas. Este pensamiento quedo desestimado cuando se vieron pequeñas barcazas transportando soldados, fue entonces cuando Juan del Prado ordenó la movilización de todas las fuerza terrestres y navales disponibles, mandó a reforzar los castillos, cubrir los puestos avanzados, poner en posición de ataque a los dragones recién llegados de España, convocar a las milicias, hacer salir destacamentos hacia las playas para establecer posiciones defensivas. Mientras esto sucedía los habitantes de la ciudad eran conducidos hacía el campo en las afueras de la villa, aunque muchos vecinos acudían a las alcaldías y puestos militares pidiendo fusiles para defender la ciudad.

En el momento de la llegada de los británicos la tropa regular de todas armas que guarnecía a la plaza, contando a todos los marinos y la infantería de la escuadra naval, estaba compuesta por unos 2.800 soldados, y poco más de 5.000 hombres de las compañías de milicias y paisanos voluntarios. Sin armas se emplearon en los trabajos de fortificación 250 individuos perteneciente al mantenimiento del y los buques, además de 600 negros esclavos facilitados por sus dueños[nota 2].

El ataque inglés no se hizo esperar y en las primeras horas del día 7 de junio las fragatas británicas descargaron todo su poder contra los torreones de Cojímar y Bacuranao que estaban situados en la playa al Este de la boca del puerto habanero, los torreones no aguantaron el ataque y fueron reducidos a escombros en poco tiempo, lo que le posibilito a la escuadra inglesa desembarcar unos 8.000 hombres en dos cuerpos, avanzaron hacia el poblado de Guanabacoa sin encontrar obstáculo. Un pelotón de lanceros del campo que valientemente cargó a la vanguardia, fue deshecho sin gran esfuerzo y huyó desbandado hacia el interior.

Errores de Juan del Prado

Mientras se sostenían los primeros combate el Capital General Juan del Prado convocó a una Junta de Guerra que estaba presidida por él e integrada por los principales oficiales españoles que se encontraban en la Isla. Esta Junta no jugó su papel en la estrategia defensiva de la ciudad y sus decisiones erróneas favorecieron más al bando enemigo que los propios españoles.

Del Prado conoció de los planes ingleses de tomar la zona de La Cabaña por lo que ordeno fortificarla, intentando retomar las obras defensivas que por dos años había dejado al abandono a pesar de las recomendaciones enviados por el monarca español. El Capitán General deseaba fortificar la altura lo más rápido posible, destinando para este propósito a ingenieros expertos y un millar de peones, mientras que los diestros y ágiles marineros de la escuadra subieron dos batería de cañones al cerro de La Cabaña con el propósito de defender los accesos por el Morro y por Guanabacoa. A pesar de que los trabajos eran arriesgados los ibéricos descuidaron la defensa del acceso al lugar siendo aprovechado por los ingleses para enviar un destacamento de reconocimiento la noche del día 8 quienes arremetieron contra los milicianos que estaban custodiando el sitio, los que en respuesta al ataque enemigo comenzaron a dispararse sin percatarse que se eran alcanzados por su propio fuego, pensando que eran los británicos quienes disparaban contra ellos. El hecho ocasiono que los hispanos salieran huyendo propiciando que Juan del Prado ordenase la destrucción de las baterías, siendo la zona blanco del ataque inglés y posterior ocupación para instalar sus baterías días después. Constituyendo el primer gran error de la Junta de Guerra.

La segunda equivocación de la Junta fue la orden de hundir el 9 y 10 de junio tres navíos en el estrecho canal de entrada de la bahía para evitar la entrada de la flota inglesa. Estos navíos eran de los mejores de la escuadra española, el Neptuno de 70 cañones y los Asia y Europa de 60 cañones. Los escombros fueron utilizados para tender de un lado a otro del puesto una cadena de tosas de madera enlazadas. Los ingleses, sin podérselo creer, se frotan las manos tras ser inutilizada la flota enemiga sin disparar un solo tiro. La escuadra española destruida era poderosa, con sus cañones hubiese defendido valientemente la boca del puerto, siendo apoyada por los castillos, y que, pudiendo salir a la mar, podía convertirse en una esperanza para los españoles, pero Del Prado no pensó en eso y vio más fácil dar la orden de su hundimiento.

Perdida la flota se ordena desmantelar los cañones y repartir las provisiones, así como tropa y marineros entre las diferentes guarniciones. Esto reforzó considerablemente las fuerzas en tierra. Los condestables[nota 3], artilleros y oficiales fueron enviados a las baterías, mientras que con los navales de la infantería de marina fue conformado un batallón de confianza. Es aquí donde empieza a tomar protagonismo el gran héroe de esta historia, el Capitán de Navío Don Luis de Velasco y Fernández de la Isla, que es enviado a la defensa del Morro.

Estos costosos errores no serían perdonados por los mandos militares peninsulares y una vez enviados a España por las fuerzas vencedoras, Juan del Prado y varios de los altos oficiales que combatieron en La Habana fueron juzgados por un Consejo de Guerra presidido por el Conde de Aranda, donde este sentencio a los oficiales supervivientes a distintos castigos según errores cometidos y faltas en la batalla, mientras que Del Prado y Gutierre de Hevia fueron privados de sus empleos militares de por vida y enviados al destierro por diez años.

Defensa de la ciudad

A los oficiales navales que pertenecían a los navíos hundidos se les ordeno ocupar diferentes cargos para la defensa de la ciudad y zonas cercanas tratando de frenar el avance enemigo. El Capitán de Navío don Juan Ignacio Madariaga fue designado Comandante General de la Isla, con la misión de defender la ciudad e ir o mandar emisarios a todos los pueblos y villas cercanas para que enviaran a milicianos armados que sirviesen como apoyo a la defensa de la capital. Juan Ignacio también ordeno el envió de emisarios, desde los puestos de Batabanó, Jagua y Cabo Corrientes, con destino a México, Yucatán, Cartagena de Indias, Panamá y Santo Domingo, solicitando ayuda inmediata para la defensa de la villa.

Por su parte de los viejos y cansado jefes de los castillos habaneros fueron reemplazados por experimentados capitanes de navíos para ubicar mentes expertas en la arte de la guerra al frente de las edificaciones defensivas. Cumpliendo esta orden fue ubicado Don Luis Vicente de Velasco al frente del Castillo del Morro, a Don Manuel Briceño al frente del Castillo de La Punta, a Don Pedro Castejón como guardián de la Puerta de Tierra, mientras que se le ordeno a Don Juan Antonio de la Colina fortificar y sostener la loma de Soto o de Atares, en el fondo del puerto.

Los bajeles (navíos de guerra españoles) fueron despejados y sus cubiertas y costados protegidos con sacos de tierra para que sirvieran como baterías flotantes para defender la villa.

Acciones posteriores

Pepe Antonio, político cubano que fue uno de los milicianos más famosos en el enfrentamiento contra los ingleses.

Al enterarse varios oficiales hispanos y político criollos de la región que las fuerzas inglesas habían desembarcado por la playa cercana a sus comarcas comienzan a preparar partidas de milicianos para enfrentar al invasor. Muestra de ello fue la actitud del Coronel Don Luis José de Aguiar quien se niega a abandonar la posición defensiva que poseía en la Chorrera, a pesar de que sus compatriotas y oficiales decidieron retirarse ante el avance de las fuerzas enemigas, y reemplaza los cañones y se atrinchera para resiste el embate británico con 500 milicianos y 150 esclavos a su mando hasta que la superioridad del atacante les obliga a abandonar las trincheras[12].

Otro de los milicianos que se hizo famoso por su valentía frente a la ocupación británica fue José Antonio Gómez de Bullones, más conocido como Pepe Antonio, quien el 7 de junio, un día después del desembarco enemigo, organizó una partida de 70 hombres, para enfrentar a los invasores. El enfrentamiento se convirtió en la primera carga al machete realizada en tierras cubanas, un siglo antes de que esta acción se hiciese famosa en las manos de Máximo Gómez y Antonio Maceo. Desde ese día y entre el 13 de junio sostuvo varios combates contra los invasores, a quienes tomó más de medio centenar de prisioneros. El día 18, atacó un campamento enemigo y le ocasionó varios muertos; el 23, a una patrulla provocando numerosas bajas. Según algunos investigadores, en mes y medio de lucha ocasionó más de 300 bajas a los ingleses y les tomó más de 200 prisioneros, siendo destituido por el inepto y soberbio coronel español Francisco Caro.

Baterías de cañones ingleses ubicadas en La Cabaña.

El 11 de junio los ingleses son dueños del cerro de la Cabaña, así como de los fuertes de la Chorrera y del Torreón de San Lázaro. La situación de La Habana es desesperada y se empieza a evacuar a los civiles. Los ingleses disponen el 14 de junio de tres baterías de cañones en La Cabaña, a escasos 190 metros del Morro y en posiciones más elevadas, los cuales disparan sobre la ciudad y el Morro, sumándose a los que disparan desde el mar. En el castillo había un destacamento compuesto por 300 soldados de línea, 50 de marina, 50 artilleros y 300 gastadores negros, que se relevaban cada tres días[13].

Durante los siguientes días las decisiones de la Junta de Defensa, más que ayudar es un estorbo para los intereses españoles, y don Luis de Velasco no cesará de pedir que se organicen salidas para atacar las posiciones enemigas y aliviar la presión a la que se ve sometido el Morro.

El almirante Pocock tras el desembarco del material bélico y las fuerzas en Cojímar, puso a disposición del General en Jefe la infantería de marina de la escuadra, ordeno que las fuerzas marítimas bloquearan cualquier intento de comunicación con el exterior, mientras que las bombardas comenzaron a lanzar proyectiles sobre el Castillo de San Salvador de La Punta. Por su parte otros navíos fueron situados en la torreta de la Chorrera, destruyéndola y desembarcando por allí unos 2.000 hombres para ocupar la loma de Aróstegui, donde actualmente se encuentra construido el Castillo del Príncipe, donde las escaramuzas de los milicianos llegados del campo le hicieron grandes estragos.

Era tanto el poder terrestre de las fuerzas británicas que si el Conde de Albemarle, Comandante en Jefe de las fuerzas inglesas, hubiera avanzado desde Guanabacoa rodeando el puerto de la bahía con La Cabaña bajo su poder, hubiese tomado fácilmente la villa habanera sin muchos contratiempos, pudiendo cortar el suministro del Castillo del Morro el cual no tendría que más remedio que rendirse. Sin embargo Lord Albemarle decidió a toda costa tomar por las armas el Morro lo que le costó más vidas humanas y extendió por más de dos meses el conflicto.

El día 29 de junio se lleva a cabo un ataque español a las baterías inglesas que fracasa pero permite que 300 soldados al mando del coronel Arroyo entre en el Morro para reforzar a la guarnición.

Julio

Bombardeo del Castillo del Morro por parte de la flota británica el 1 de julio. En la imagen se ven a los navíos HMS Cambridge, HMS Dragon y HMS Marlborough mientras disparan contras las murallas del castillo.

Durante el mes de julio los invasores ingleses dedicaron la mayoría de sus esfuerzos a tomar el majestuoso o protegido Castillo de los Tres Reyes del Morro. El día 1 se lleva a cabo un ataque general por tierra y mar contra el castillo. Por mar un navío inglés, el HMS Namur, debió ser remolcado por lanchas al haber perdido todos sus palos, otros dos, el HMS Cambridge y el HMS Marlborough sufrieron daños. El comandante de un cuarto, el Stirling Castle, fue relevado de su cargo y juzgado por cobardía. Por tierra las baterías del general Keppel van desmontando una a una las piezas que defienden al castillo. Los baluartes y las cortinas se resquebrajaban, los soldados mueren despedazados por los proyectiles de los cañones o enterrados al derrumbarse los muros que protegen el Morro. Con todo el castillo resiste. Al día siguiente han desaparecido las obras exteriores del castillo. Los cañones dentro del Morro son cada vez más escasos y por la tarde solo dos de ellos están en situación de hacer fuego.

Por la noche, tras estos interminables días, se hacen prodigiosos esfuerzos para llevar al castillo, desde la Habana, tropas de refresco y cañones para sustituir aquellos que han sido destrozados. Pero los ingleses también van aumentando el número de bocas de fuego que disparan desde tierra por lo que siempre estarán los españoles en inferioridad. Para el 12 de julio veinte cañones ingleses disparan contra cinco o seis españoles que responden.

El 15 de julio don Luis de Velasco, con un esfuerzo sobrehumano, ya que se hallaba enfermo, acude a las murallas en ruinas y con su presencia anima a los soldados a mantener la defensa. En ese momento será cuando es gravemente herido en la espalda por la metralla. Contra su voluntad debe ceder el mando de la guarnición al Capitán de Navío Francisco de Medina y es trasladado a la Habana para que le curen las heridas.

El combate continúa, el 17 de julio solo quedan dos cañones activos, los ingleses inician una mina para volar los muros. El día 19 y 20 se consiguen instalar tres nuevos cañones que pronto quedaran inservibles. Los merlones que dan a tierra están todos destruidos. El trabajo de las minas prosigue amenazadoramente.

El día 23 de julio las tropas españolas atacan a las inglesas con idea de destruir sus baterías. Este ataque desde la Habana ha sido ideado, como no, por don Luis de Velasco quien, a pesar de la gravedad de su herida, no cesa en la idea de una defensa activa frente al enemigo al contrario que el gobernador y la Junta que postulan una defensa pasiva a la espera que la enfermedad destruya al ejército enemigo como sucedió en Cartagena de Indias en la inolvidable defensa de don Blas de Lezo. Fracasó el ataque debido a un fallo en la coordinación. Sin esperanzas de parar las obras de las minas que cada vez se aproximaban más a los muros del castillo, don Luis de Velasco, a pesar de su herida, volvió a asumir su puesto en la defensa del castillo que se sabía sentenciado.

El día 24 de julio Velasco retomo el mando del Castillo, ubicando como segundo jefe de la guarnición a su compañero y amigo, Capitán de Navío Vicente González-Valor de Bassecourt, Marqués de González. Con estos comandantes también llegaron los ingenieros encargados del mantenimiento de las fortificaciones los que practicaron una cortadura entre las rampas y cortinas que unían interiormente al Baluarte de Tejeda con el recinto, ya que no tenían ni tiempo ni herramientas para construir contraminas. Por su parte el Jefe de Ingenieros, Don Baltasar Ricaud de Tirgale, opino que la roca que sustentaba al baluarte de Tejeda era imperforable, la explosión de los hornillos de los enemigos solo dañarían el revestimiento exterior por lo que no podrían crear por allí ninguna rampa que facilitara el traslado de tropas hacia el interior del recinto.

El día 27 de julio los ingleses cortaron la única posibilidad que tenían los españoles del Morro de comunicarse con la ciudad que era con pequeñas embarcaciones por el centro de la bahía. Los cañones ingleses habían cortado esta mínima vía de escape. Desde ese instante la guarnición del Morro se encontraba aislada y sin ninguna posibilidad de recibir suministros o refuerzos.

El día 29 de julio desembarcaron en la Chorrera tropas de refuerzos enviadas desde Nueva York al mando del General Burton, quien traía tres bajeles de guerra y crecido número de transportes. Durante su traslado a tierras cubanas las fuerzas británicas había sido sorprendidas por el Capitán de Navío francés M. Fabre, quien con su navío y dos fragatas las enfrento en las inmediaciones del canal de Bahama, dando caza a la fragata inglesa Chesterfield y a seis transportes que se refugiaron en los cayos huyendo del navío francés, quien tomó unos 400 prisioneros y una parte del material que condujo al Guarico. Al enterarse de esto el Almirante Pocock envió navíos y transportes para trasladar los soldados refugiados en los cayos. Con esta nueva ayuda de 3.500 hombres los ingleses fortalecían su poder en tierras cubanas y demostraban estar preparados para permanecer en el conflicto hasta que cayese la fortificación. Uno de los soldados que llegó a tierras habaneras en la expedición era un joven con grado de capitán que respondía al nombre de George Washington[14], quien más tarde sería del movimiento independentista de las Trece Colonias. Estos refuerzos causan tan buen efecto moral entre los ingleses que se decide lanzar un asalto final.

Velasco sabe que el castillo está sentenciado por lo que comunica a la Junta la situación y solicita órdenes. La Junta de Defensa, en su línea e incapaz de tomar ninguna decisión, le contesta que actué como crea oportuno. Para un hombre como Velasco, con un sentido del deber y pundonor tan marcado es prácticamente una incitación a que lleve a cabo una lucha hasta la última gota de sangre.

Asalto final al Morro

Retrato de Vicente González-Valor de Bassecourt, oficial español quien en gesto heroico abrazo la enseña nacional española hasta su muerte para que no cayese en manos enemigas.

El día 30 de julio de 1762 el general William Keppel da la orden de atacar el Morro con todas las fuerzas posibles. El orden de ataque será los destacamentos de zapadores delante tras ellos cuatro compañías de soldados, el general Keppel al mando de una brigada detrás y al final el resto de las brigadas.

A las dos de la tarde, la hora de más calor, explotan las minas y las tropas parten al asalto. Velasco, quien se había retirado a descansar por unos minutos, sintió como el suelo temblaba tras las explosiones. Rápidamente se le ordena a la guarnición presente en el Castillo que se preparen para enfrentar el ataque enemigo. Los soldados tomaron las armas y se ubicaron en las murallas de la fortaleza militar para, a fuego limpio, impedir el avance de los granaderos ingleses. Por su parte los granaderos ingleses estaban protegidos por los blindajes que se movían delante de ellos, lo que les posibilito refugiarse de las balas españolas y abrir una brecha en un punto de la muralla donde no había foso y se formaba una unión con la tierra las peñas, lo que les posibilito a los ingleses escalar a la sombra de una cortina de humo y de polvo, sin ser vistos por los centinelas, y volaron con un parapeto ese punto de la muralla.

Se inicia un combate cuerpo a cuerpo por el castillo de una ferocidad inaudita. Don Luis Vicente de Velasco reúne entorno a sí una fuerza de cien hombres en los parapetos que están alrededor de la bandera y anima la defensa hasta que una bala le atraviesa el pecho. El mando de la fortaleza pasa al otro gran héroe de la jornada, don Vicente González-Valor de Bassecourt, quien no permitió que se le fuera robado su estandarte y murió con el cuerpo atravesado por las bayonetas enemigas mientras abrazaba la enseña nacional española. Ante la falta de líderes y tras tantos días de sufrimiento, combate y penurias, los supervivientes deciden rendir la fortaleza.

Los defensores del castillo resistieron 44 días de continuos ataques antes de caer en manos del enemigo. Los ingleses lanzaron durante estos días más de 20.000 proyectiles gruesos, bombas, granadas y balas de cañón. Mientras que el costo de vidas humanas fue de más de 1.000 por los ibéricos y más de 3.000 por los británicos[15].

En un gesto de respeto hacia el valiente Capitán de Navío Luis Vicente de Velasco, los ingleses le permiten a los españoles retirar el cuerpo moribundo del bravo soldado hacía el campamento español para intentar salvarle la vida. Todo fue en vano, la herida había sido mortal y falleció el día 31. Ingleses y españoles pactan un alto el fuego de 24 horas para enterrar al héroe.

Agosto

El mes de agosto comenzó para la moral de los ibéricos decaída completamente. El Castillo del Morro, la edificación insignia del poderío militar español en la Capitanía General de Cuba, había caído en manos del enemigo, era cuestión de tiempo la rendición total de la villa. A pesar de ello seguían llegando pobladores de tierra adentro para combatir a los ingleses pero la Junta de Guerra ya estaba muy debilitada como para pensar en defender lo que parecía indefendible.

En un intento por vender bien cara su derrota, los ibéricos intentaron atacar con todo lo que tenían a su disposición el castillo tomado, así fue como el fuego de las fortificaciones de la Punta, la Fuerza, la batería de San Telmo y las del navío Aquilón, arrimado al muelle, trataron de destruir las trincheras que los ingleses construían y obras defensivas en el Morro. Pero todo fue en vano, los cañonazos españoles no evitaron que continuaran las labores de fortificación en la cumbre de la Cabaña y en la loma de Aróstegui, hacia cuyo lado pasó en embarcaciones una parte de la tropa vencedora del Morro. A pesar del fuego los ingleses se fortalecían cada vez más.

Dibujo a tinta de uno de los últimos ataques ingleses a las edificaciones habaneras antes de capitular la ciudad.

El 10 de agosto la zona de la Cabaña estaba fortificada y se habían instalado en ella unos 45 cañones, 30 morteros y dos obuses. El Conde de Albemarle, evitando que corriera más sangre, le envió una carta al Capitán General Juan del Prado informándole que se rindiese ya que estaba todo listo para que sus tropas comenzaran la toma de la ciudad, Del Prado le respondió diciéndole:

que las obligaciones heredadas y juradas en que se hallaba no le permitían condescender con la proposición, por el distinto concepto en que estaba de la constitución de la misma plaza y de sus proporciones para llevar adelante la defensa con esperanza de feliz éxito.

El día 11 comenzó el ataque final inglés contra la ciudad. Los proyectiles comenzaron a caer sobre la ciudad destruyendo las edificaciones que se encontraban a su paso aunque no pudieron crear una brecha. A las nueve de la mañana, al ver que todo estaba perdido, el Capital General Del Prado y sus oficiales, rindieron las armas e izaron bandera blanca, saliendo de la ciudad el Sargento Mayor con las condiciones para la capitulación de la villa.

Capitulación

El día 12 de agosto las dos partes firman la capitulación de la ciudad[16]. Por la parte inglesa se encontraban el Almirante Pocock y el Conde de Albemarle, mientras que los derrotados españoles están representados por el Marqués del Real Transporte y el Mariscal de Campo Juan de Prado. Las principales cláusulas de la capitulación fueron[17]:

  • La guarnición, compuesta de tropas regulares y dragones, éstos desmontados, dejando sus caballos para el servicio de S. M. B.[nota 4], saldrían por la puerta de la Punta con dos piezas de campaña y honores militares «en consideración de la vigorosa y brava defensa del castillo del Morro y de la Habana». Se permitiría a los oficiales llevar consigo todos sus efectos y dinero.
  • El Marqués del Real Transporte, con sus oficiales, marineros y soldados de marina, como parte de la guarnición, serían tratados en la misma forma. Los navíos anclados en el puerto de la Habana, y toda la plata y efectos de cualquiera especie pertenecientes a Su Majestad Católica, serían entregados, así como la artillería y toda especie de municiones de boca y guerra.
  • El Conde de Superunda, teniente general, y Don Diego Tabares, Mariscal de Campo, serían conducidos a España según dignidad y carácter de sus empleos y personas, con todos sus efectos, plata y criados.
  • La religión católica sería mantenida y conservada.
  • A la ciudad se guardarían sus fueros y privilegios, así como también las propiedades.
  • Los oficiales y soldados enfermos en los hospitales serían tratados como individuos de la guarnición; asistidos a costa de S. M. C.[nota 5] y, convalecidos, se les facilitaría embarcación igualmente que a los demás.

El 30 de agosto salió del puerto habanero el convoy militar de 28 navíos británicos que trasladaba a los prisioneros españoles hacia puerto español[nota 6]. El convoy llevaba bandera parlamentaria para no ser atacado, anclando en el puerto de Cádiz a finales de octubre y principios de noviembre.

Consecuencias

La Toma de La Habana fue una jugosa victoria para las fuerzas británicas. En ella le destruyeron una escuadra entera. Significó la pérdida de un puerto que dominaba el camino hacia el Golfo de México y un extenso territorio. Además los ingleses conquistaron una inmensa cantidad de artillería, armas portátiles, municiones, pertrechos, más de unos tres millones de libras esterlinas en plata, tabaco y otras mercancías contenidas en los almacenes de la Habana.

Retrato del valiente Capitán de Navío Don Luis Vicente Velasco, vestido con el uniforme de la Real Armada Española.

Hay que sumarles a todas estas pérdidas políticas y materiales, la gran pérdida de vidas humanas que significo la toma de la plaza habanera. Miles de vidas se perdieron, incluida la de valientes hombres como el Capitán de Navío Luis Vicente Velasco, uno de los más destacados Comandante de la Armada Real Española, quien batalló valientemente hasta su muerte contra los ingleses en la defensa del Castillo del Morro. Tan fue la valentía de este hombre que los propios ingleses lo trasladaron mortalmente herido hacia el campamento español para que sus médicos intentaran salvarle, el traslado estuvo dirigido por un oficial de alto rango de las fuerzas del Conde de Albermale para demostrarle el apreció que los jefes británicos le tenían a tan bravo soldado.

Pero no acabó aquí la admiración inglesa por Luis Vicente Velasco, y en un gesto que les honra le levantaron un monumento en la abadía de Westminster, el cual todavía se puede visitar. Además el estandarte español que capturaron en el Morro lo guardaron con gran respeto en la Torre de Londres. Por último y hasta entrado el siglo XX, cada vez que un barco de guerra británico pasaba por Noja, en Cantabria, disparaba salvas de honor en nombre de don Luis de Velasco, por ser natural de esta localidad marinera.

En España, el rey Carlos III, junto al honor otorgado a la Infantería de Marina, concedió títulos a los familiares de don Luis de Velasco y del no menos heroico don Vicente González. También construyó un monumento a Velasco cerca de Noja y declaró que un navío de guerra español siempre llevaría su nombre.

El Conde de Albemarle, en muestra de agradecimiento por su actitud y su valentía, repartió unas 736.019 libras esterlinas, a unos 28.442 individuos de ejército y marina que sobrevivieron a la acción. En las Memorias de la Sociedad Patriótica de la Habana, Tomo IV, año 1837, se publicó la relación de las ganancias de los militares británicos. Los caudillos de mar y tierra recibieron cada uno 122.697 libras, 10 chelines y 6 peniques (612.488 pesos); el teniente general Elliot 24.539; los Mariscales de Campo 6.816; los brigadieres 1.946; los coroneles y capitanes de navio 1.600; los demás jefes y oficiales, en disminución proporcional de clase en clase, hasta llegar al marinero, que tuvo cuota de 3 libras, 14 chelines y 9 peniques[18].

Habana inglesa

Patriotismo criollo

Más allá de la derrota militar, el asalto demostró el amor patrio de las criollos habaneros, este fue reflejado en una conferencia del Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de La Habana, durante la conmemoración del 250 aniversario del hecho[19]:

Es decir, que cuando conmemoramos el sitio, estamos conmemorando dos meses de resistencia a la ciudad, de resistencia con la escasez de agua, de resistencia con fuego sobre la ciudad, de resistencia con organización popular (…) Ahí en esa defensa se dan una serie de circunstancias que enraízan el concepto patrio sobre un suelo donde ya la criollez florecía y donde todavía el concepto de Patria abarca no solamente nuestra Isla y nuestro archipiélago, sino la patria española que era también en ese momento, a esa distancia y en el tiempo, la nuestra. Es por eso que la defensa es tan importante en esta conmemoración.

Está claro que la toma de la ciudad por los adversarios no fue de ningún agrado para la población, y así lo demuestra la valiente defensa que de ella hicieron. Se calcula que sobre la urbe y sus defensas cayeron hasta 3.070 bombas y granadas.

Una vez instaurado el gobierno inglés en La Habana el descontento popular se demostró de muchas maneras. Con la presencia inglesa la vida del habanero de a pie no mejoró. Los testimonios documentados demuestran todo lo contrario, pues hasta les obligaron a pagar impuestos, o donativos como los llamó el conde Albemarle, de 500 mil pesos. Por su parte los ocupantes de instalaron en las casas abandonadas por las familias criollas que huían del conflicto, mientras que otros soldados obligaron a las familias que se quedaron en la ciudad a abandonar sus casas o compartirla con las tropas, lo que provocó las quejas del cabildo a Albemarle, pues su comportamiento molestaba a las damas habaneras.

También tomaron los hospitales e iglesias y según los cronistas, los religiosos temían más a los ingleses no por su nacionalidad sino por su condición de herejes, como se les llamaba, antes que enemigos de España. En este sentido sobre las acciones de los ingleses los historiadores nos dicen:

Hubo vandalismo y profanación de templos, (...) hubo hasta cortesía entre los soldados y la población, llenos de un sentimiento patriótico se apreciaba un desconcertado abuso de los licores vendiéndoselos a las tropas y dándoles plátanos y piñón de botija en el licor para causarles enfermedades y aún la muerte.

Si bien las familias más católicas mantuvieron su celo hacia los invasores, lo cierto es que las cosas luego se relajaron y hasta hubo mujeres jóvenes que, para escándalo de los más fieles, contrajeron matrimonio con los ingleses por el rito protestante.

Sobre las reacciones de burla hacia el invasor y el humor cubano, el ilustre Jorge Mañach tendría mucho que decir sobre el choteo criollo de entonces. A los militares o casacas rojas se les decía los mameyes, por el color rojizo de su uniforme parecido al popular fruto. Así, cuando se daba el toque de queda al caer la tarde, o cuando los ingleses irrumpían en cualquier lugar, se decía que llegó la hora de los mameyes, una expresión que ha perdurado hasta la actualidad sin que muchos cubanos conozcan su procedencia.

También por la heroica defensa que hizo el regidor de la villa de Guanabacoa, Pepe Antonio, desde tan remota fecha quedó en el habla popular esa frase de hacer las cosas de a Pepe, o lo que es lo mismo, por la fuerza. De igual modo, desde esa época cuando se le cuestionaba a alguien su fidelidad, bien hacia España o bien hacia los ingleses, y había alguna duda, se decía: ¿Tú no estarás trabajando para el inglés?.

Algunos años más tarde, los cubanos se referían de forma hostil a Inglaterra llamándola la Pérfida Albión, siguiendo la expresión usada por el escritor y diplomático francés de origen hispano Agustin Louis Marie de Ximénèz (1726-1817). Éste, en su poema L´ere des Français (publicado en [[1793]), animaba a atacar al Reino Unido en sus propias aguas, al que tituló la Pérfida Albión.

Esclavitud

Con motivo de la toma de La Habana la situación de los esclavos empeoró, pues los ingleses exigieron en la capitulación que les fueran entregados todos los esclavos del rey. Por otra, algunos habaneros hicieron negocio apresando negros libres y vendiéndolos después a particulares.

En una investigación del historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, este recuerda la situación de la esclavitud en Cuba durante el dominio británico:

se recrudece la barbarie esclavista en una colonia donde, al decir de los propios ingleses, los amos de esclavos eran los más humanos de todas las colonias europeas. Los documentos de la época revelan cómo decenas de negros y mulatos huyeron aterrorizados de la ciudad conquistada, a donde el invasor traía un régimen de trabajo perfeccionado para extraer al esclavo hasta la última gota de productividad.

Durante el corto gobierno inglés, la trata de esclavos aumentó y 10.700 esclavos africanos fueron importados por John Kennion, un mercader de origen irlandés a quien Albemarle autorizó en exclusividad la trata de esclavos, que eran vendidos a precios inferiores a los habidos con anterioridad.

Cuando se marcharon los ingleses, Carlos III ordenó al conde de Ricla que se concediese la libertad a los esclavos que se hubiesen destacado por su valor. Se dice que pagaron a los habaneros ricos 14.600 pesos por 156 esclavos que serían liberados por órdenes reales.

Algunos años más tarde, en 1774, se realizó el primer censo en la Isla, reflejando que contaba con una población total de 171.620 habitantes, de los cuales 44.333 eran esclavos de origen africano.

Comercio

El gobierno británico impuesto tras la ocupación también favoreció el comercio de La Habana, dejando de ser exclusivamente con la ciudad de Sevilla o con cualquier otro puerto habilitado por el gobierno español. A partir de ese instante, los géneros y productos vinieron de las colonias españolas del norte y hubo un intercambio de mercancías durante ese tiempo, fructífero para las dos culturas.

En las primeras semanas de ocupación hubo hambruna en la ciudad, los españoles establecieron la capital de la isla en Santiago de Cuba mientras que La Habana se mantuviese ocupada por los británicos y le ordenaron a su flota bloquear el puerto habanero y hostigar a los buques que salieran o entrasen a él, ante esta situación a los ocupantes ingleses no le quedó otra opción que permitirles salir de la ciudad y abastecerse de animales en el campo. Las autoridades españolas sabían que sus compatriotas podían salir de la capital para buscar alimentos fuera de la villa, algo que fue aprovechado por los oportunistas menos escrupulosos, formándose bandas de asaltantes y saqueadores en los alrededores de La Habana y Matanzas.

Pasadas las primeras dificultades, los ingleses establecieron amplias relaciones comerciales con Jamaica y el resto de las colonias británicas en Norteamérica. De las colonias británicas se llevaron harinas, pues en Cuba no se producía trigo sino que se traía de la península ibérica y de Veracruz. Aun así no fue suficiente, pues las tropas británicas tomaban la mayor parte de los abastecimientos y el Cabildo se quejó, dado que la población pasaba hambre.

En La Habana se abarataron las mercancías extranjeras y los productos autóctonos se vendían a mejores precios.En esos once meses que duró la ocupación, en el puerto habanero llegaron a entrar cerca de 900 barcos, por lo que no es de extrañar que los vegueros, azucareros y ganaderos cubanos vieran los cielos abiertos: pudieron exportar sus productos, mejorar los precios e importar otras materias a precios muy favorables en condiciones comerciales más libres.

Tras el fin de la ocupación inglesa nada volvió a ser lo mismo. La ciudad vivió un cambio relevante y extraordinario. Comenzó la edificación de nuevas obras sociales y un nuevo mercado, una nueva relación y necesariamente en el tiempo una nueva dependencia que en definitiva sería consagrada posteriormente en los primeros años del siglo XIX con la determinación de Fernando VII de abrir el puerto de La Habana al comercio mundial.

Masonería

Otra novedad llevada por los ingleses a Cuba fue el inicio de la masonería, fraternidad que fueron introduciendo los soldados británicos en el ejército desde 1730. El primer documento oficial que así lo acredita es el certificado del grado de Maestro extendido a nombre de Alexander Cockburn, el día 3 de mayo de 1763. En el mismo se reconoce que el primer organismo masónico con funciones en Cuba fue la Logia Militar Inglesa Nº 218 del Registro de Irlanda, adscrita al Regimiento 48 del ejército inglés de ocupación.

Cuando los ingleses se marcharon en 1763 de la capital cubana lo hicieron también los masones, pero después de la revolución de Haití de 1791 muchos colonos franceses se mudaron a La Habana, donde el 17 de diciembre de 1804 se fundó la primera logia cubana, que fue el Templo de las Virtudes Teologales Nº 103, que en dicho año recibió la patente de reconocimiento de la Gran Logia de Pensilvania.

En la zona oriental de Cuba el francés Joseph Cerneau fundó las logias Perseverance, Concorde, L’Amitié y Benefique. Las logias santiagueras se trasladaron a la Lousiana y en La Habana algunas de sus calles más famosas tomaron el nombre de las logias en español: Amistad, Concordia, Virtudes, Perseverancia, etc.

A pesar de los firmes intentos de la metrópoli hispana por erradicarla, estas ideas tomaron fuerza entre los criollos cubanos y al iniciase las guerras por la independencia de Cuba en la segunda mitad del siglo XIX mucho de los insurgentes eran masones.

Véase también

Notas

  1. El título se le concedió por Gracia Real con motivo de haber transportado en 1759 a Carlos III desde Nápoles a España con motivo de asumir la corona de este último país. Al título de marqués del Real Transporte se le sumo el de Conde del Buen Viaje.
  2. Consta la fuerza efectiva en los estados de revista incluidos en el proceso. Los historiadores ingleses, que disminuían la suya, singularmente Beatson, en las Memoirs of the Late War, según Pezuela, acrecentaron ésta, diciendo constaba de 13.600 infantes, 9.000 marineros y 14.000 milicianos de ambas armas, con todo lo cual compaginan suma de 27.600 soldados.
  3. Nombre dado en la Real Armada Española al encargado de tener la artillería y armas de abordo siempre listas para el combate, equiparándole con la categoría de Sargento que existía en los Tercios del Rey.
  4. S. M. B.: siglas utilizadas para referirse a Su Majestad Británica.
  5. S. M. C.: siglas utilizadas para referirse a Su Majestad Católica.
  6. Según los estados oficiales, eran cuatro generales, siete jefes de ejército, 15 de marina, 17 capitanes, 60 oficiales y 845 individuos de tropa y marinería. El Conde de Superunda y Tabares iban solos en una fragata con sus familias, criados y equipaje.

Referencias