Shiro Ishii

Shiro Ishii
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Microbiólogo japonés al mando del Escuadrón 731 del Ejército Imperial Japonés
Teniente General
NombreShiro Ishii
ApodoEl "Mengele" japonés, Doctor muerte
LealtadEjercito Imperial Japonés
Servicio/ramaGuerra biológica
Lugar de operaciónManchuria
UnidadEscuadrón 731
MandosBandera de Japón Japón
Participó enSegunda guerra sino-japonesa en el marco de la II Guerra Mundial

AcusacionesCrímenes de guerra, experimentación de armas biológicas en seres humanos
Nacimiento15 de junio de 1892
Shibayama, Prefectura de Chiba, Japón
Fallecimiento9 de octubre de 1959
Tokio, Japón
Causa de la muerteCáncer de garganta
Otros empleosMédico, presidente del Comité Olímpico Japonés
HijosHarumi Ishii

Shirō Ishii. Este personaje fue un microbiólogo japonés al mando del Escuadrón 731 del Ejército Imperial Japonés, culpable de efectuar experimentos con humanos y de crímenes de guerra durante la Segunda guerra sino-japonesa en el marco de la Segunda Guerra Mundial. ​

Responsable de la creación y desarrollo de un programa de investigación de armas biológicas y químicas propició la creación de múltiples centros que usaban sus experimentos a gran escala a seres humanos. Provocó la muerte de miles de hombres y mujeres de todas la edades, asemejándose (y en opinión de algunos, superando) al criminal de guerra alemán Josef Mengele.

Se estima que entre 1936 y 1945, en el marco de estos programas, las muertes causadas por el Escuadrón 731 fueron alrededor de unas 200 000 personas, las que pudieron haber llegado a las 580 000 si se contabilizan las muertes por las diferentes epidemias que provocaron.

Personaje controvertido

Este médico japonés fue uno de los personajes más perversos de la Segunda Guerra Mundial. Sin importarle en lo más mínimo la dignidad humana, se valió de la creación del Escuadrón 731 para provocar terribles infecciones bacteriológicas a los prisioneros de guerra que tenían la desgracia de caer en sus manos.

El Mengele japonés

Algunos lo llamaron el Mengele japonés por la serie de atroces experimentos que cometió, que incluso llegaron a superar a los cometidos por su tristemente célebre colega nazi.

Es posible que su comparación con el ángel de la muerte del Tercer Reich pueda quedarse corta ya que aunque sus aliados alemanes llevaron a cabo incontables experimentos inhumanos, los científicos japoneses no se quedaron atrás. El horror en su bando tenía nombre propio: Shirō Ishii.

Combatir con la biología

Nacido el 25 de junio de 1892, Ishii se graduó en la Universidad de Kioto en 1920 y se enroló en el ejército siendo destinado al Hospital del Primer Ejército y Escuela Médica Militar de Tokio.

En 1924 volvió a la Universidad de Kioto donde, gracias a una beca obtenida por su servicios, empezó a cursar estudios de postgrado. Tras doctorarse, en 1927 viajó por Europa y Estados Unidos como agregado militar con la finalidad de obtener todos los conocimientos posibles sobre el uso de armas químicas y bacteriológicas que se llevó a cabo durante la Primera Guerra Mundial.

A su regreso a Japón, Ishii se dedicó a promover entre sus superiores la necesidad de la investigación y fabricación de armas biológicas. Creía firmemente que la guerra moderna sólo se podía ganar mediante la ciencia y su capacidad para producir armas de destrucción masiva.

Paradójicamente, Ishii tendría años más tarde la prueba definitiva sobre la efectividad de este tipo de armas con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

Epidemiólogo talentoso

Finalmente, un hecho fortuito fue decisivo para que sus teorías fueran escuchadas. A su regreso de Europa, se desató una epidemia de meningitis en la región de Shikoku, e Ishii diseñó un filtro especial para el agua que ayudó de un modo decisivo a frenar la expansión de la epidemia.

El éxito fue tan abrumador que su talento como epidemiólogo empezó a ser muy tenido en cuenta, sobre todo por el ejército, al cual se dirigió para que sus teorías acerca del armamento biológico fueran al fin escuchadas.

El doctor Muerte se presenta

Tras la invasión de Manchuria por parte de Japón, el 18 de septiembre de 1931, Ishii fue destinado al remoto distrito de Pingfang, al noreste de la ciudad china de Harbin, donde fue puesto al mando de la denominada Unidad Antiepidémica de Suministro de Agua 731, que en realidad era un equipo encargado de investigar sobre la viabilidad de la guerra biológica.

Durante varios años, Ishii y su equipo trabajaron en ensayos que combinaban los microbios causantes de algunas de las enfermedades más terribles que habían asolado a la humanidad: la peste bubónica, el cólera, la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la sífilis, la gonorrea, la disentería y la viruela.

Para sus experimentos utilizaron como conejillos de indias a hombres, mujeres, niños, bebés, ancianos y prisioneros rusos y chinos a los que despectivamente apodaron maruta (troncos). Las víctimas eran engañadas diciéndoles que se les estaba inyectando una vacuna cuando en realidad lo que les inyectaban eran unos patógenos mortales.

Se desata la locura

Al finalizar aquellos experimentos, y habiéndose quedado cortos los ensayos con la microbiología, Ishii decidió ir un paso más allá. Para ello se propuso explorar los límites de la resistencia humana y sometió a sus pacientes a la amputación de brazos y piernas sin anestesia.

También se dedicó a congelar y descongelar miembros para arrancarlos posteriormente. Asimismo, él y su equipo sometieron a los sujetos de estudio a dosis letales de rayos X, los quemaron con lanzallamas, fueron expuestos a gases, los deshidrataban hasta la muerte y les inyectaban sangre de animales, entre otras torturas indescriptibles.

Aparte de experimentar con seres humanos, Ishii también lo hizo con animales, sobre todo con gatos. Para este experimento hizo pasar hambre a cien ratas que luego soltó en una habitación donde había encerrado a un gato bien alimentado. La conclusión de aquel ensayo era demostrar que un animal inferior es capaz de acabar con uno superior cuando se trabaja en equipo.

Subestimado por los americanos

En un principio, los estadounidenses no se tomaron demasiado en serio el programa de armamento biológico japonés. La supuesta superioridad norteamericana respecto a los científicos del País del Sol Naciente se revela en unos informes de la época en los que se afirma que:

Los japoneses serían incapaces de desarrollar armas biológicas sin la ayuda de científicos blancos.

Pero una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial, muchos soldados estadounidenses, británicos y australianos serían víctimas de los métodos empleados por la Unidad 731.

Durante la campaña del Pacífico, fueron capturados algunos médicos nipones que habían pasado por la terrible Unidad 731. En ese momento, los norteamericanos no solamente descubrieron que el programa de armamento biológico japonés se encontraba mucho más avanzado de lo que habían sospechado, sino que al ser interrogados dieron a conocer el nombre de Shiro Ishii.

Pero las atrocidades y los crímenes cometidos en los campos de la Unidad 731 no fueron castigados de la misma manera que lo serían posteriormente los cometidos por los nazis. El general Douglas MacArthur creyó que los Estados Unidos podían aprovecharse de los descubrimientos realizados por Ishii.

Japón se rinde

Tras la rendición de Japón en 1945, las autoridades, que habían alabado y premiado el trabajo llevado a cabo por Ishii, derribaron el campo de exterminio y procuraron borrar cualquier huella de las atrocidades cometidas tras sus muros.

Pero, como si de una venganza final se tratara, antes de marchar, los responsables del campo ejecutaron a los últimos prisioneros que quedaban y soltaron ratas y pulgas infectadas. Aquella terrible acción provocó que durante los siguientes años, miles de personas murieran a causa de la peste y otras enfermedades infecciosas.

Inmunidad criminal

Convencido de que sería juzgado por los norteamericanos por crímenes de guerra, Ishii fingió su propia muerte y huyó, siendo finalmente detenido en 1946. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos ofrecieron inmunidad al criminal y a su equipo de investigación, siempre y cuando les desvelaran los detalles de sus experimentos.

De esta manera, Ishii, que murió en 1960 a causa de un cáncer de garganta a la edad de 67 años, nunca pagó por las atrocidades cometidas, incluso en los juicios de Tokio se alegó que no había pruebas suficientes para acusarlo, y la opinión pública mundial nunca conoció los hechos cometidos en los campos hasta que la década de 1980, cuando la historia apareció en los medios de comunicación.

Sheldon Harris, historiador de la Universidad del Estado de California, ha calculado que las víctimas de Ishii pudieron rondar las 200.000. Pero, ¿cuánta gente murió a causa de las epidemias que posteriormente provocó? Algunas fuentes elevan la cifra hasta 580.000, y las víctimas de las torturas pudieran llegar a 12.000.

Fuentes