Henri Rousseau

Henrí Rousseau
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Autorretrato del pintor Henri El Aduanero Rousseau (1844-1910).jpg
Pintor francés
NombreHenri Julien Félix Rousseau
Nacimiento21 de mayo de 1844
villa de Laval,
departamento de Mayenne,
región de Países del Loira,
Francia Bandera de Francia
Fallecimiento2 de septiembre de 1910 (66 años) 
hospital Necker,
ciudad de París,
Francia Bandera de Francia
ResidenciaParís
Nacionalidadfrancesa
Ciudadaníafrancesa
OcupaciónPintor

Henrí Julien Félix Rousseau, conocido como El aduanero Rousseau (Loira, 21 de mayo de 1844 - París, 2 de septiembre de 1910) es quizás el más personal y desinhibido de todos los artistas surgidos inmediatamente después del ocaso del impresionismo. Al contrario que la mayoría de los famosos pintores de su generación, Rousseau no sintió de joven la llamada del arte, dedicándose a cumplir una condena en el ejército en Angers y México. Esta condena, además de iniciar la fama de «salvaje» de Rousseau, provocó que este no iniciara sus prácticas en pintura hasta principios de la década de 1870, copiando clásicos en los museos del Louvre y Versalles.

Síntesis biográfica

Nació en Laval, una villa en el valle del río Loira, 281 km al oeste de la ciudad de París, en el norte de Francia. Su padre era un pequeño fabricante de lámparas de aceite y hojalatero y su madre nieta de un oficial de infantería de Napoleón. La casa natal de Henrí era (es) una romántica torre medieval que formaba parte de las antiguas murallas de Laval, conocida como la Porte Beucheresse. Pero en 1855 el negocio del padre quebró y la familia se vio forzada a abandonar la casa, quedando prácticamente en la indigencia.

A raíz de esta nueva situación, Rousseau empezó a simultanear trabajo y estudios. Intentó estudiar Derecho, pero las circunstancias eran precarias y no logró graduarse. Trabajó como pasante en un bufete de la ciudad de Angers, un trabajo mal pagado del que fue despedido por hurtar estampillas. Durante esta etapa se despertó en él un gran interés por la poesía y la música. Tras la pérdida del puesto de trabajo buscó refugio en el ejército y, en 1863, se enroló en la infantería durante cuatro años.

En 1868 contrajo matrimonio con Clémence Boitard, con la que tuvo siete hijos, de los que solo una niña llegó a la edad adulta. Movilizado de nuevo en 1870 al estallar la guerra con Prusia, luego de la muerte del padre es devuelto inmediatamente a casa como hijo de viuda; no pierde, sin embargo, ocasión de inventar una nueva leyenda, según la cual «la presencia de ánimo del sargento Rousseau» ―como llegaría a escribir el poeta Guillaume Apollinaire― habría librado a la ciudad de Dreux de «los horrores de la guerra civil»:

Su voz de anciano tenía inflexiones extraordinariamente orgullosas cuando recordaba que el pueblo y los soldados le habían aclamado al grito de «¡Viva el sargento Rousseau!».
Apollinaire

Luego de regresar decide trasladarse a París, donde consiguió un puesto de funcionario (agente de aduanas de segunda clase, douanier) en la Oficina de Recaudación de Arbitrios de París. En 1871 fue promovido a recaudador.

Trayectoria como pintor

Empezó a pintar en serio con poco más de cuarenta años, y a la de edad de 49 se retiró de su puesto en la administración para dedicarse de lleno a la pintura.

En 1886 se inauguró en París una extraña exposición organizada por la Societé des Independants, en la que dos lienzos llamaron especialmente la atención: el primero de ellos, el célebre Tarde de domingo en la Isla de la Grande Jatte, de Georges Seurat. El segundo, Una noche de carnaval, de un desconocido agente de aduanas llamado Henrí Rousseau. Eso sí, los motivos por los que destacaron fueron bien distintos: la obra de Seurat fue aplaudida por audaz y novedosa. La de Rousseau, con su estilo aparentemente burdo e infantil, provocó burlas y risas, hasta el punto de que solo gracias a la intervención de Henrí de Toulouse-Lautrec pudo Rousseau evitar ser excluido.

La crítica no estaba preparada para el original estilo de Rousseau, que no era en absoluto infantil o «ignorante» por el contrario, se trataba de un valiente experimento modernista y meditado de un hombre conocedor de la Historia del Arte. El propio Pablo Picasso hablaba así de Henrí Rousseau:

El caso de Rousseau no es ningún caso excepcional, sino que representa una forma perfectamente estructurada de ver las cosas.
Pablo Picasso

En 1888 falleció su esposa Clémence, y el artista, nuevamente en situación de penuria económica, fue acogido por el escritor Alfred Jarrý. En 1899 se casó con una viuda, Joséphine Noury.

Muerte

Murió el 2 de septiembre de 1910 en el hospital Necker de París y permanece come el representante de esta forma de arte.

Estilo

A pesar de las intenciones «realistas», en la obra de Rousseau destacan el tono poético, la búsqueda de lo exótico y, sobre todo, su estilo naíf, reflejo de una aparente sensibilidad infantil propia de los artistas con poca o nula formación académica; esta ingenuidad otorga con frecuencia a sus trabajos un aspecto involuntario de caricatura. En el caso de Rousseau, es efectivamente su formación autodidacta junto a una primacía de la fantasía sobre lo real lo que determina este estilo, de difícil inclusión en movimientos artísticos de la época. A pesar de desconocer las técnicas compositivas, logró dotar a sus obras de un sugerente y complejo colorido, muy elogiado entre sus seguidores.

El sueño, obra del Aduanero Rousseau

Aproximadamente desde 1890 se observa una maduración en su lenguaje pictórico. Si bien durante toda su carrera artística pintó obras de corte realista, con frecuencia también dejó que su fantasía se potenciara hasta casi el surrealismo.

A menudo se incluye a Rousseau dentro del post-impresionismo francés. En cualquier caso, se le reconoce un estilo naíf original y muy intuitivo que le otorga un lugar destacado en la pintura francesa de finales del XIX y principios del XX, junto a sus coetáneos impresionistas, fauvistas y cubistas.

Obra

En sus primeras exposiciones en el Salón des Refusés y Societé des Indépendants, Rousseau causa asombro con su estilo primitivo y colorista, pero no es hasta 1891 cuando el Aduanero consigue causar un extraordinario asombro entre la crítica al exponer en el Salón de los Independientes el perturbador lienzo con el inquietante título de ¡Sorpresa!, que mostraba una acechante fiera en medio de un fantástico paisaje selvático. Claramente influenciado por las plantas y árboles exóticos que el pintor observaba en los invernaderos y jardines botánicos, la obra supone un aviso sincopado de las pinturas selváticas que Rousseau pintaría a partir de 1904.

En 1894, poco después de jubilarse, Rousseau pinta uno de sus proyectos más ambiciosos: el terrible cuadro de La guerra (1894, París, Museo d'Orsay) que llevaba el subtítulo de Pasa rauda horrorizando a la gente y por todos los lados deja tras de si desesperación, lágrimas y destrucción. El rostro de la Guerra es salvaje y terrible. En cambio, entre los muertos apenas podemos contemplar rostro alguno, como si Rousseau quisiera hacer que su alegato contra la guerra fuese lo más universal posible.

En 1897, en el Salón de los Independientes, Rousseau dio una vuelta de tuerca más a su leitmotiv artístico presentando La gitana dormida (Museo de Arte Moderno de Nueva York), que llevaba el subtítulo de La fiera, aunque salvaje, duda si lanzarse sobre su víctima, profundamente dormida de cansancio. La obra, fantástica hasta el punto de que su audacia supera cualquier obra postimpresionista o simbolista, fue descrita así por Jean Cocteau:

¿De dónde cae semejante criatura? De la Luna. La gitana no llegó hasta ese lugar donde duerme. Está allí. No está allí. No ocupa ningún lugar humano. Vive del reflejo.
Jean Cocteau

A partir de 1904 las exóticas selvas americanas, se convertirían en el motivo fundamental de sus obras, sin haber cruzado jamás el Atlántico.

Ya en Desagradable sorpresa (1901, Barnes Foundation) Rousseau muestra a una bestia salvaje atacando a una indefensa mujer. Este cuadro -que impresionó al mismo Renoir- muestra el lado más terrible y violento de la naturaleza salvaje, como también se muestra en Lucha entre un tigre y un búfalo (1908, Cleveland Museum of Art), Lucha entre un gorila y un indio (1910, Richmond, Virginia Museum of Fine Arts), o La comida del león (1907, Nueva York, Museo Metropolitano de Arte). Contrastando con la violencia de estos lienzos, encontramos la alegre narrativa de Los alegres bromistas (1906, Museo de Arte de Filadelfia) o el lirismo de La encantadora de serpientes (1907, París, Orsay).

Pero la indiscutible obra maestra de este periodo, cumbre del arte de Rousseau junto con La gitana dormida, es El sueño (1910, Nueva York, Metropolitan Museum of Art), una pintura sensacional que reúne en si misma toda la magia y fantasía del arte del Aduanero Rousseau, que explicaría la obra con este sugerente discurso: La mujer en el sofá sueña que ha sido trasladada a este bosque y escucha el sonido de la encantadora de serpientes.

Las fuentes de las que beben estas obras fantásticamente exóticas son tan complejas que nos obligarían a un viaje imposible dentro de la mente del Aduanero Rousseau, habitada por la admiración hacia Las flores del mal de Charles Baudelaire, las poesías de su amigo Apollinaire, y la fascinación por la naturaleza salvaje tan típica de los artistas bohemios de finales del siglo XIX.

Paisajes y retratos

Junto a sus escenas exóticas hubo una producción simultánea de imágenes topográficas más pequeñas de la ciudad de París y sus alrededores. Éstas tienen en ocasiones detalles relacionados con el progreso técnico y científico de la época: chimeneas de fábricas, aerostatos, dirigibles, postes de telégrafo, biplanos, etc. Ejemplos de estos paisajes son Paysage avec le dirigeable Patrie (1908), La passerelle de Passy (1904) y Pêcheurs a la ligne (1908). Estos cuadros, en los que la vegetación tiene un aire atemporal, representan a menudo lugares que él frecuentaba.

Rousseau afirmó, asimismo, haber inventado un nuevo género pictórico al que denominó retrato-paisaje, que consistía en comenzar el cuadro con una vista general de, por ejemplo, uno de sus lugares favoritos en París, añadiendo luego una persona en primer plano. Así ocurre, por ejemplo, en su autorretrato de 1890 titulado Moi-même (Národni Galerie, Praga) en el que Rousseau hace un acopio de todas sus ideas pictóricas: la figura del pintor se inserta, sin ningún respeto por la perspectiva, la escala o el punto de vista, en medio de un paisaje en el que se representa, de manera bastante imprecisa, el Puente del Carrousel sobre el río Sena. La presencia del autorretratado es tan potente que no solo ningunea el resto de figuras humanas de la composición, sino que su estatura supera incluso a la de la Torre Eiffel.

En sus retratos, sean o no retratos-paisajes, los personajes están rígidos, en pose, casi inexpresivos, frecuentemente con los ojos muy abiertos y «mirando» frontalmente al espectador. Si los personajes son varios, están yuxtapuestos: uno al lado del otro. El paisaje de fondo, cuando lo hay, parece estar en el mismo plano por la falta de perspectiva.

Si bien los nombres de la mayoría de los retratos realizados por Rousseau no hacen referencia a las personas que aparecen en ellos, existen excepciones a esta regla (como el Portrait de la seconde femme de Rousseau), o bien se conocen indicios que permiten identificar al personaje en cuestión (en Retrato de M. x, se sabe que la x representa a Pierre Loti).

Técnica

Rousseau frecuentemente desconoce u olvida las perspectivas y las proporciones. En su obra, los claroscuros no sirven para dar profundidad ni una impresión de contorno, con lo que sus figuras suelen parecer «planas».

Su técnica habitual era la de capas de óleo, comenzando por los cielos y el fondo y concluyendo con la figuración de los personajes y animales. En algunas pinturas repintó ciertas áreas (principalmente los follajes de primer plano), motivo por el que en la actualidad tales áreas se encuentran cuarteadas. Cuando pintó «junglas> llegó a usar unas cincuenta tonalidades de verde. Generalmente el acabado de la superficie es con un «glaseado», una especie de satinado o barnizado, sabiamente dispuesto que le aporta un brillo equilibrado a la obra.

Rousseau declaró que no tuvo otro maestro que la naturaleza, aunque admitió haber recibido algunos consejos de dos pintores academicistas: Felix-Auguste Clement y Jean-León Gerôme.

Fuentes