San Jorge

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San Jorge
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Santo
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Religión o Mitologíacatólica
Día celebración23 de abril
Patrón(a) o Dios(a) depatrono de agricultores, soldados, arqueros, prisioneros, herreros, gentes del circo, escultistas, montañeros y protector de los animales domésticos.
Fecha de canonización23 de abril de 494, en la ciudad de Roma, por el papa Gelasio I
País o región de origenTurquía
Venerado enEn 1969, debido a la posibilidad de que san Jorge nunca haya existido, el papa Pablo VI hizo su culto «facultativo» (opcional) en el santoral de la Iglesia católica. En muchas iglesias ya no se lo venera como santo, y la devoción popular ha decaído por completo en todo el mundo, con excepción de los católicos tradicionalistas. En la Iglesia ortodoxa sigue siendo venerado como un «santo mayor».

Jorge de Capadocia fue un soldado romano de Capadocia (en la actual Turquía), mártir y más tarde convertido en santo cristiano. Se le atribuye haber vivido entre el año 275 y el 280 y el 23 de abril del 303. Es considerado pariente de santa Nina.

Fue considerado el patrón de Bulgaria, Etiopía, Georgia, Portugal y Reino Unido. En el Reino de España es el patrono de las comunidades autónomas de Aragón y Cataluña, así como de Cáceres y Alcoy, entre otras.

Leyenda de Jorge de Capadocia

De la vida de este santo no existe ningún dato histórico, solo hay menciones en varios libros, como en el palimpsesto Acta sanctórum (compuesto entre el siglo V y el siglo VI), en el Georgs lied (del siglo IX) o en la Legenda sanctórum (‘leyendas sobre santos’, más conocida como Leyenda áurea) de Santiago de la Vorágine (1230-1299), el obispo de Génova.[1]

La tradición católica lo hace hijo de Geroncio, un oficial romano de Capadocia (en la actual Turquía) destinado a la villa de Dióspolis, actual ciudad de Lod (Israel). Allí se casó con una joven local, llamada Policronía, y tuvieron un hijo, Gueorguios.

Al llegar a la mayoría de edad, Gueorguios se alistó en el ejército romano, siguiendo los pasos de su padre. Cuando tenía treinta años, lo destinaron a Nicomedia trabajó como guardia personal del emperador romano Diocleciano (244-311) y trabajó también como tribuno.

En el año 303, el emperador Diocleciano ordenó una persecución contra los cristianos pero el tribuno Gueorguios se negó a actuar. Al ser interrogado, confesó que era cristiano.

Diocleciano le ordenó que se retractara y abjurara de sus creencias y adoptara la única religión verdadera (la romana). Gueorguios se negó, y fue condenado a muerte y decapitado frente a las murallas de Nicomedia el 23 de abril de 303. La tradición comenta que al ver el ejemplo de Gueorguios, Alexandra (esposa del emperador), y Atanasio (un sacerdote de la religión romana) se convirtieron al cristianismo, pero poco después fueron martirizados.

El cuerpo del mártir Gueorguios fue trasladado a Diòspolis. Sobre la tumba, pocos años después, el emperador Justiniano (482-565) hay hizo edificar una iglesia en su honor, [2] siguiendo consejos del sacerdote cristiano Eusebio de Cesarea (263-339). En el año 494, Gueorguios fue santificado por el papa Gelasio I (Argelia, 440 - Roma, 496).

Historicidad

Con el fin de determinar la historicidad de los mártires, se considera capital la existencia de un acta martyrum válida.[2] En el caso de san Jorge estas actas tienen defectos: no son coetáneas, y además, describen hechos ya impregnados de un aire legendario.[1]

Las actas más antiguas indican que Gueorguios era hijo de Geroncio (un aristócrata persa [iraní]), y de Policronía (una dama palestina de Lydda (Diòspolis), actual Lod en Israel). Fue educado desde niño como cristiano, formó parte de la milicia romana y vivió «en pecado» con una viuda. Cuando el emperador Diocleciano proclamó el edicto que obligaba a sus súbditos a rendir culto públicamente al dios Apolo, Guiorguios renegó de la milicia, distribuyó sus riquezas y se enfrentó al emperador, por lo que fue encarcelado y martirizado.

Leyenda desautorizada

A finales del siglo V ―casi dos siglos después de la muerte de Jorge de Capadocia― los escritores religiosos habían agregado detalles inverosímiles a la leyenda de san Jorge. Por ejemplo, entre que comenzó la persecución contra cristianos perpetrada por el emperador Diocleciano (presumiblemente a principios del año 303) y el asesinato de Jorge (23 de abril de 303) solo transcurrieron semanas. En cambio los hagiógrafos de Jorge inventaron que su martirio duró siete años. En cada nuevo libro, los autores añadían nuevos tormentos:

  • golpes de maza hasta descoyuntar todas las articulaciones,
  • golpes de martillo en el cráneo
  • parrillas candentes,
  • sandalias con clavos,
  • un balde lleno de plomo fundido derramado dentro de la garganta,
  • piedras sobre la cabeza y
  • columnas derribadas sobre su cuerpo, etc.

Finalmente, Jorge habría muerto y resucitado tres veces: primero fue envenenado, en la siguiente muerte fue cortado en dos de arriba a abajo por una rueda de espadas, y finalmente en la tercera muerte fue quemado hasta que su cadáver quedó reducido a cenizas. Según las diferentes Actas, entre martirios y tormentos, Jorge aún tenía fuerzas para hacer milagros a torcido y en derecho. En su cuarta muerte, de la que ya no resucitó, Jorge murió decapitado, aunque las Actas afirman que mientras su cabeza rodaba salpicando sangre, Jorge tuvo tiempo de ver que sus verdugos eran devorados por un fuego caído del cielo.[1]

En cada versión, la pasión de san Jorge ganaba en inverosimilitud. Finalmente el año 496, el papa Gelasio promulgó un decreto según el cual todas las Acta martyrum de san Jorge, desde la primera hasta la última pasaban a ser consideradas apócrifas, y desautorizó a todos los autores. El papa pontificó: «Jorge será uno de esos santos venerados por los hombres, cuyos actos solo conocerá Dios».[1]

Dos años antes, el 23 de abril de 494, en la ciudad de Roma, el papa Gelasio I lo había canonizado (lo había convertido en santo).

La causa de ello es que la propagación del culto al santo era un fenómeno imparable. Y la raíz de esta propagación se debe buscar en la superposición de la figura del santo a algo más antiguo, ya que Sant Jorge es un mártir con un historial débil, mal visto por buena parte de la Iglesia (se debe recordar que se describe que pasó toda su vida adulta cometiendo el pecado de vivir con su concubina).[1]

Creación del dragón

A pesar de la prohibición de seguir creando leyendas alrededor de san Jorge, tras el fracaso de la Séptima cruzada, en 1254 ―en que los europeos perdieron definitivamente la ciudad de Jerusalén―, en 1261 el obispo de Génova (Italia), Santiago de la Vorágine (32), empezó a escribir la Legenda sanctórum (‘leyendas sobre santos’, más conocida como Leyenda áurea o Leyenda dorada), que hizo publicar en 1266.[1] Allí inventó la leyenda de que san Jorge había matado a un dragón que tenía atemorizados a los habitantes de un lugar. Estos mantenían a la bestia entregándole a diario dos corderos para saciar su hambre. Pero los animales pronto escasearon y, en su lugar, tuvieron que enviar por sorteo a una persona del reino. Un día la mala fortuna le tocó a la princesa Cleodolinda, la hija de algún rey, pero san Jorge acudió a rescatarla blandiendo la espada a lomos de su caballo blanco, y mató al dragón. De la sangre del monstruo abatido brotó una rosa que el héroe regaló a la hija del rey.[3] La leyenda dorada pronto se extendió por toda Europa hasta llegar a la Corona de Aragón. Allí se contaba que san Jorge era un soldado romano que había nacido en Oriente Próximo y que había sido el protagonista de una gran gesta caballeresca que se situaba caprichosamente en la misteriosa Libia. Sin embargo, ciertas tradiciones catalanas ―mencionadas, por ejemplo en el Costumari Català (‘costumbres catalanas’, de 1952) del folclorista catalán Joan Amades (1890-1959)― atribuyen el lugar de la leyenda a la población de Montblanc (Tarragona); o bien no mencionan ningún lugar en particular ―por ejemplo, en las Tradicions religioses de Catalunya (‘tradiciones religiosas de Cataluña’) de la escritora y folclorista catalana Agna de Valldaura (1853-1930)―.[1]

Dicen que asolaba los alrededores de una villa un dragón feroz y terrible, que poseía las facultades de caminar, volar y nadar, y tenía el aliento apestoso, hasta el punto que desde muy lejos con sus bocanadas envenenaba el aire, y producía la muerte de todos los que lo respiraban. Era el terror de los rebaños y de las personas y por toda aquella región reinaba el terror más profundo. Los habitantes pensaron que si le daban cada día una persona como ofrenda, el dragón no haría estragos por todas partes y a todas horas. El sistema funcionó muy bien, pero lo complicado era de encontrar una persona que cada día se dejara comer por el monstruo. El vecindario decidió hacer cada día un sorteo entre todos los habitantes de la villa y que aquel que destinara la suerte sería entregado al monstruo.

Así se hizo durante mucho tiempo y el monstruo se debía sentir satisfecho, ya que dejaba de hacer los estragos y maldades que había hecho antes. Pero un día la suerte quiso que la hija del rey fuera la destinada. La princesa era joven y bella. Hubo ciudadanos que se ofrecieron para reemplazarla, pero el rey fue severo e inexorable, y con el corazón lleno de dolor, dijo que tanto era su hija como la de cualquiera de sus súbditos y se avino que fuera sacrificada. La doncella salió de la ciudad y ella sola se encaminó hacia el lago donde residía la fiera, mientras todo el vecindario, desconsolado y afligido, miraba desde la muralla cómo el dragón se la comería.

Pero fue el caso de que, cuando fue un poco allá de la muralla, se le presentó un joven príncipe, cabalgando un caballo blanco, y con una armadura dorada y reluciente. La doncella, preocupada, le dijo que huyera rápidamente, ya que por allí rondaba un monstruo que en cuanto lo viera lo comería. El caballero le dijo que no temiera, que no le iba a pasar nada, ni a él ni a ella, ya que había venido expresamente para combatir al satán y así liberar del sacrificio de la princesa, así como a la villa de Montblanc. La fiera surgió de repente ante ellos, para gran horror de la doncella y para gran gozo del caballero. Comenzó una intensa lucha, hasta que el caballero le dio una buena estocada con su lanza, que dejó malherida a la terrible bestia. El caballero, que era San Jorge, ató el monstruo por el cuello y le dio la soga a la doncella para que ella misma la llevara a la ciudad, y la fiera siguió toda mansa y atemorizada. La leyenda cuenta que los habitantes de la villa habían visto toda la escena desde la muralla y recibieron con los brazos abiertos a la doncella y al caballero. En la plaza mayor de la villa, los aldeanos acabaron de rematar al malherido animal. De la sangre que brotó, surgió instantáneamente un rosal, con las rosas más rojas que la población hubiera visto nunca. De este rosal el joven caballero cortó una rosa y se la ofreció a la princesa.

El rey quiso casar a su hija con San Jorge, pero este replicó que era célibe ―ya no estaba en pecaminoso concubinato, como mencionaba verosímilmente la primera de las leyendas, del siglo IV― y que su visita en aquella ciudad era porque había tenido una revelación divina sobre la necesidad urgente de salvar la ciudad del monstruo. Recomendó al rey y a sus vasallos que fueran buenos cristianos y que honraran y veneraran al dios Yajvéj tal como este se lo merecía. El luminoso santo desapareció misteriosamente como había llegado.[1]

Precedentes paganos

La esencia del mito de san Jorge ―el caballero que mata al dragón― es, de hecho, una de las primeras epopeyas que acompañan el desarrollo de las civilizaciones humanas.

Hacia el 3000 a. n. e., los sumerios (en la actual Irak) representaban al dragón Kur, que raptaba a la diosa Ereshkigal, y cómo el dios Enki luchaba contra él para liberarla.[1]

Cada cultura mesopotámica ―los hititas, los babilonios, los cananeos, los asirios, todos en la actual Irak― revivieron la misma leyenda una y otra vez, adjudicándole otros nombres a sus protagonistas.

Hacia mediados del II milenio a. n. e. apareció en Persia la figura del dios Mitra ―que mata a un toro como acto cosmogónico―, claramente identificable con la leyenda coetánea del dragón Vritra, asesinado por el dios Indra, mencionada por primera vez en el Rig-veda (el texto más antiguo de la India, de mediados del II milenio a. n. e.).

En el Museo del Louvre se conserva un bajo relieve, fechado entre los siglos IV y III, donde aparece representado el dios egipcio Horus clavando una lanza en el cuello de un cocodrilo, imagen de su hermano, el dios Seth. En este caso Horus luce la indumentaria de un legionario romano y es representado sobre un caballo. En cambio, en el Antiguo Egipto siempre se representaba esta misma escena, pero con Horus montado sobre una barca. Esta pieza indica la asimilación del mito egipcio por parte de la Roma oriental.[1]

Esta transferencia iconográfica no es un caso aislado. Hay muchas otras, como la representación de la Virgen que da el pecho al Niño y que es idéntica a la imagen de la diosa Isis lactante. También la representación que la cristiandad hace del Juicio Final es muy similar a la del Tribunal de Osiris, que pesa las almas de los difuntos en una balanza.
Maite Mascort, vicepresidenta de la Sociedad Catalana de Egiptología[1]

Fuentes