José Ramón Fernández

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José Ramón Fernández Álvarez
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Asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.
Actualmente en el cargo
Desde el 22 de marzo de 2012
Vicepresidente del Consejo de Ministros y del Comité Ejecutivo
1978 - 22 de marzo de 2012
Presidente del Comité Olímpico Cubano
Actualmente en el cargo
Desde el 1997
Ministro de Educación
1984 - 1990
PredecesorAsela de los Santos Tamayo
SucesorLuis Ignacio Gómez Gutiérrez
1972 - 1976
PredecesorBelarmino Castilla Mas
SucesorAsela de los Santos Tamayo
Datos Personales
NombreJosé Ramón Fernández Álvarez
Nacimiento4 de noviembre de 1923
Santiago de Cuba, Bandera de Cuba Cuba
EducaciónLicenciado en Ciencias Sociales
Conocido porGallego Fernández
Partido políticoBandera de PCC Partido Comunista de Cuba
CónyugeAsela de los Santos Tamayo
PadreAntonio Fernández y Fernández
MadrePalmira Álvarez del Río

José Ramón Fernández Álvarez. Conocido como el Gallego Fernández. Militar de carrera y combatiente revolucionario cubano, Héroe de la República de Cuba. Es Licenciado en Ciencias Sociales y fundador del Partido Comunista de Cuba.

Graduado de oficial de artillería en los Estados Unidos en 1954 al regresar a Cuba comenzó a conspirar con otros militares contra el gobierno dictatorial de Fulgencio Batista. Condenado a prisión en Isla de Pinos se relacionó con elementos revolucionarios del Movimiento 26 de Julio y el Partido Comunista de Cuba, con los cuales siguió colaborando tras ser puesto en libertad el 1 de enero de 1959.

Dirigió las fuerzas revolucionarias en la ofensiva final contra los mercenarios atrincherados en Playa Girón en abril de 1961. Desde entonces ha desempeñado importantes funciones dentro del aparato central del Estado como las de asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros,[1] Presidente del Comité Olímpico Cubano, Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, Vicepresidente del Consejo de Ministros y del Comité Ejecutivo.

Síntesis biográfica

Nació en Santiago de Cuba el 4 de noviembre de 1923. Cursó la enseñanza primaria en la Escuela Publica del poblado de Hongolosongo, municipio de El Cobre y los estudios secundarios en el Instituto de Segunda Enseñanza y en el Colegio La Salle, ambos en su ciudad natal.

Hijo de asturianos, su padre natural de Morcín y la madre de Oviedo, el padre Antonio Fernández y Fernández llegó a Cuba alrededor de 1914 tratando de evadir el servicio militar (Guerra de Melilla). Trabajó con el hermano que tenía una tienda de ropas en Ciego de Ávila y se hizo propietario de un hotel y otros negocios en Santiago de Cuba.

Alrededor de 1922 regresó a España y contrajo nupcias con Palmira Álvarez del Río. Cuando se produjo el crack bancario en España perdió todo su dinero. Regresó a Cuba donde volvió nuevamente al negocio de hoteles y más tarde arrendó una finca en las cercanías de El Cobre. Posteriormente compró una finca y fue ampliando hasta 30 caballerías que se dedicaba a la producción de leche, ganado vacuno y cerdos, etc. También invirtió en la compra de varias casas dedicadas al alquiler en Santiago de Cuba.

Antonio Fernández era un hombre de cultura media, buen lector y autodidacta. No era religioso e independientemente de la posición holgada que tenía, repudiaba la explotación y la corrupción de los políticos de la época, actuaba con honradez y espíritu de justicia ajeno a toda discriminación.

La madre ayudó con su esfuerzo a que la familia saliera adelante en sus empeños. Era católica militante. De su familia inmediata fue la única que se solidarizó con José Ramón cuando años más tarde fue juzgado y condenado como miembro del movimiento militar conocido con el nombre de “Los Puros”. El padre ya había muerto y José Ramón vio a su madre cuando ya estaba preso en el Castillo del Príncipe, pues esta no pudo estar en el juicio, aunque se quedó en la puerta del tribunal.

La hermana de José Ramón Fernández fue a estudiar a Estados Unidos en 1945 coincidiendo con el ingreso de este a la Escuela de Cadetes. Se casó en ese país y visitó Cuba antes y después del triunfo de la Revolución.

Su madre, Palmira, se mantuvo intransigente frente a los crímenes de Fulgencio Batista y con su apoyo activo a la Revolución. Participó en manifestaciones, suministró alimentos a combatientes del Ejército Rebelde y fue un apoyo moral importante a los miembros del III Frente Oriental Frank País. La familia y los trabajadores de la finca de su propiedad, con su autorización, establecieron estrechas relaciones y cooperación con las fuerzas del Ejército Rebelde al mando de los Comandantes Universo Sánchez y René de los Santos.

La formación en el hogar fue decisiva; en su casa nunca existió discriminación racial, desde niños les inculcaron el sentido de la igualdad, de la justicia, de la honestidad, patrones a los que ha sido fiel a lo largo de su existencia.

Fernández ostenta los Títulos de Hijo Adoptivo de Asturias, de Oviedo y de Morcín en referencia a los orígenes de sus padres; y del municipio Jagüey Grande, de la provincia de Matanzas por el largo período en que este municipio lo ha elegido Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Está casado con Asela de los Santos Tamayo, destacada combatiente revolucionaria que ha desempeñado altos cargos y con quien tiene 3 hijos y 4 nietos. Es familia unida y el desenvolvimiento de Asela desde su puesto de trabajo ha resultado de gran ayuda para Fernández. Ambos gozan de prestigio y autoridad en Cuba.

Trayectoria revolucionaria

Carrera militar

Siendo estudiante de bachillerato hace su ingreso en el Ejército Constitucional el 30 de agosto de 1940, en el Regimiento No. 1 Antonio Maceo de Santiago de Cuba, con el objetivo de asistir a la Escuela de Cadetes para cursar estudios y graduarse como oficial. Lo animaron varios propósitos en aquella época: uno de ellos era que le gustaba la profesión, le atraía la disciplina militar y el orden; y otro era de carácter político, para llegar a tener la posibilidad de influenciar y enfrentar las múltiples injusticias que conocía, veía la miseria, la discriminación, la explotación, corrupción y la injusticia toda y el no cumplimiento de las promesas que hacían los políticos.

No despreció cuanta oportunidad se le presentó para asistir a cursos militares, se graduó con el Primer Expediente en la Escuela de Cadetes en agosto de 1947 y fue nombrado segundo teniente del Ejército Constitucional.

Siempre fue inconforme con la situación que existía, con la política que se seguía en el Ejército y que seguía el país y ello condujo a que muchas veces se tomaran represalias con él: Siendo alumno de la Escuela de Artillería fue sustituido para formar parte de una Unidad de Combate que Cuba preparó, cumpliendo compromisos internacionales, para enviar a la guerra que el imperialismo norteamericano llevaba a cabo en Corea, a la cual no llegó ir por una fuerte campaña de rechazo popular; cada vez que hubo una oportunidad se le envió a los más lejanos lugares o a los trabajos más complejos, aduciendo a su excelente expediente.

En la Escuela de Cadetes practicó equitación, tiro, baloncesto, béisbol y softbol. En el año 1951 se preparó y clasificó en Pentatlón Moderno para ir a los Juegos Olímpicos de Helsinki. Esto se vio frustrado al producirse el golpe de Estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952.

Al producirse el golpe de Estado estuvo detenido en el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) hasta horas de la noche, igual que otros muchos oficiales. Al día siguiente fue destinado a la 11na Estación de Policía y el 1 de abril de 1952 trasladado a Holguín, a donde ya había sido enviado con anterioridad.

Cursó estudios y se graduó en la Escuela de Artillería de Cuba, en la Escuela de Artillería del Ejército de los Estados Unidos en Fort Sill, Oklahoma. También en Cuba, en el Curso Avanzado Asociado de Estados Mayores y en el Primer Curso de la Escuela Básica Superior que devino en la actual Academia de las FAR. Fue Profesor y Director de Escuelas de Reclutas y Clases; Profesor de la Escuela de Artillería, del Curso Avanzado Asociado de Estados Mayores y Profesor y Jefe del Departamento Escolar y luego Director de la Escuela de Cadetes de Managua.

Se encontraba en la etapa final del curso que recibía en la Escuela de Artillería cuando se produjo el ataque a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Las noticias eran las que daban la radio y la prensa obedeciendo a la tiranía, era apabullante la información negativa sobre participantes extranjeros, asesinatos y otras acciones que se imputaban a los combatientes revolucionarios, y que hacían llegar al pueblo de Cuba y sobre todo, al ejército en el que se dieron a conocer numerosas circulares, informaciones, fotos, avisos puestos en tablilla de órdenes, donde se describían como criminal, falta de toda sensibilidad y extranjerizante la acción de los revolucionarios.

La verdad de aquel heroico hecho se fue conociendo casi de inmediato, así como la personalidad de los atacantes, las motivaciones que los impulsaban y los objetivos que perseguían; las declaraciones, información de persona a persona, el juicio contra los asaltantes y después contra Fidel Castro, le permitieron conocer con algún grado de exactitud lo que pasó y razonar en calma, aunque dentro del ejército estaba muy polarizada la opinión contra la acción.

Conspiración de Los Puros

Inconforme con el Golpe de Estado del 10 de marzo fomentó y encabezó en la Escuela de Cadetes, un grupo de oficiales profesores, tenientes y capitanes, con el propósito de deponer al dictador Fulgencio Batista. Esto coincidió con grupos similares que de forma independiente se gestaban en Columbia, en La Cabaña, en la Fuerza Aérea y en la Marina de Guerra sin que tuvieran en esa primera etapa contacto entre ellos.

El programa de los comprometidos en el grupo de la Escuela de Cadetes y muy parecido a los grupos de otras Unidades Militares, era restablecer la Constitución de 1940: efectuar una reforma agraria; depurar el ejército de todos los bandidos, golpistas e incondicionales de la dictadura; reconquistar los bienes mal habidos y juzgar a Fulgencio Batista. El punto de mayor conflicto era sobre los bienes mal habidos y sobre como juzgar y enfrentar el problema del destino de Batista. Ese pensamiento similar resultaba el más lógico basado en el régimen, estudios y funciones de los comprometidos.

Lo anterior no significa que no hubiera pensamientos diferentes en cuánto a cómo enfrentar la problemática del país, las medidas sociales, las medidas a tomar contra los conspiradores del 10 de marzo que habían violado el orden constitucional, cómo proceder contra los corruptos, y otros.

El grupo no tenía relación, ni habían buscado ni esperaban el consejo, auspicio o patronazgo de los norteamericanos. Fue una acción netamente nacional y casi netamente militar, aunque para el cargo de Presidente Provisional el candidato era un civil: Clemente Inclán, Rector de la Universidad de La Habana.

Existieron comentarios y rumores por los cargos que ostentaba el entonces coronel Ramón Barquín, en Estados Unidos, de su vinculación con ellos, pero hasta donde conocían los principales dirigentes del grupo conspirador, nunca Barquín había puesto a los norteamericanos al tanto de estas cuestiones, ni tenía relación con los mismos para estos fines. Era José Ramón Fernández el que tenía dentro del grupo un programa más radical, pensaba que había que juzgar a Batista y ejecutarlo como gran culpable de miles de muertos durante su dictadura. El pueblo el bautizaría esta conspiración militar con el nombre de “Los Puros”.

El 3 de abril de 1956, al ser develada la conspiración, se radicó la Causa No. 4/956 del Tribunal Superior de la Jurisdicción de Guerra por un delito de conspiración para la rebelión y fue juzgado, junto con otros 12 compañeros, en Consejo de Guerra Superior Sumarísimo el 11 de abril de 1956. Tenía entonces 33 años de edad. Fue sancionado a 4 años, 2 meses y 21 días y enviado a cumplir prisión, primero en La Cabaña, unos cuatro o cinco días después al Castillo del Príncipe e inmediatamente después al llamado "Presidio Modelo", en Isla de Pinos.

Presidio

En la prisión, después del año 1956, cuando cesó su aislamiento y pusieron a todos los miembros del Movimiento de Los Puros juntos, en la circular 4, fue cuando se percató de las profundas divergencias de criterios que existían entre todos los que habían sido protagonistas de aquella conspiración.

Pasó en la cárcel casi 3 años. En el Presidio Modelo se encontraban más de 500 presos políticos, en su inmensa mayoría del Movimiento 26 de Julio: expedicionarios del Granma, algunos miembros de la Dirección y otros muchos luchadores de la clandestinidad, del Directorio Revolucionario y de la Triple A.

En presidio pudo conocer con bastante claridad los objetivos reales de la lucha del Movimiento 26 de Julio, con lo que tuvo conciencia más clara de la justeza de la causa, de la voluntad, el tesón, la habilidad, la capacidad de lucha y el espíritu de victoria de aquel improvisado ejército que dio lecciones de todo tipo al ejército de la tiranía y a los supuestamente más capaces jefes que lo dirigían.

También entró en contacto con algunos miembros del Partido Comunista que se encontraban presos por sus actividades contra la tiranía. Con el que tuvo más estrechas relaciones fue con Lionel Soto, de quien aprendió mucho. Sostenía con él conversaciones que duraban alrededor de tres o cuatro horas. Le preguntaba de todo. El le fue aclarando conceptos y explicando la teoría marxista. Ello provocó la crítica de algunos de sus compañeros militares, quienes llegaron a decir que le estaban “lavando el cerebro”.

En el presidio modelo de Isla de Pinos, el Director del Penal designaba al Mayor de cada circular. Como regla era un matón, abusador y criminal. En el caso de los presos políticos, al quedar vacante por motivos internos la plaza de Mayor de la circular 4 que era donde se encontraban, el Director del Penal lo citó a su oficina y lo designó para tal cargo, a lo que respondió que necesitaba consultar con todos los líderes y la masa de presos antes de aceptar, lo que hizo obteniendo el beneplácito en primer lugar de Armando Hart, que encabezaba el grupo del 26 de Julio, el más numeroso.

Los miembros del Movimiento 26 de Julio se organizaron militarmente en la prisión, formaron un batallón y le pidieron que fuera instructor militar de esa fuerza a la que le impartió clases más de un año en las condiciones posibles en aquel lugar. Hubiera podido por sus convicciones participar como miembro del 26 de Julio, pero siendo miembro de un grupo de militares, que juntos habían intentado derrotar a la tiranía no consideró ético dar ese paso.

El conocía muy bien al ejército, su organización, estructura, equipamiento, preparación técnica y táctica, y la moral de la mayoría de los dirigentes principales y de otros que estaban en posiciones de cierta importancia, que tenían una actitud condicionada por la corrupción, el robo desaforado, la inmoralidad, la falta de ética y sobre todo, después del 10 de marzo, por la cruel represión que no en pocos casos, llegaba a la tortura más bárbara y el asesinato.

Pero en el orden material, representaba una fuerza enorme de decenas de miles de hombres frente a una incipiente lucha guerrillera con escasos recursos. Al igual que muchas personas, y así era creído en el ejército, opinaba que “podía derribarse el Gobierno, con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército”. No le veía mayores posibilidades a la lucha en la Sierra Maestra, no sólo porque eran pocos y estaba dirigida por hombres de la ciudad sino por la razón anterior.

Luego de lo publicado sobre Alegría de Pío, los rumores y la noticia sobre la muerte de Fidel Castro, el resultado del alzamiento de Santiago de Cuba, los primeros meses de muy poca información o de casi ninguna y de las posiciones triunfalistas del ejército, creía que el Movimiento en las montañas había fracasado. Estaba convencido de que lo que sí no tenía aquel ejército era moral de combate, espíritu de lucha y voluntad de vencer, pues no había una causa justa, patriótica, que defender; lo que sí poseía el Ejército Rebelde. Tampoco tenían las fuerzas armadas de la dictadura la simpatía y mucho menos el apoyo del pueblo.

En los últimos tiempos el ejército combatía por la supervivencia del Gobierno y del ejército mismo y Fulgencio Batista lo sabía; reclutó miles de hombres, aumentó su equipamiento, compró aviones y tanques y se empleó a fondo en la lucha en todas las regiones. Al propio tiempo el pueblo, los vecinos y en muchos casos la propia familia, desempeñaron un papel importante en hacer ver lo injusto de su causa y la repulsa que despertaban.

Estaba en prisión. Sabía que de ese triunfo dependían muchas cosas, incluso su libertad, pero tratando de examinar la situación con objetividad, pensaba que la guerrilla estaba embotellada en la Sierra Maestra. No fue hasta después de las acciones ofensivas del Ejército Rebelde y sobre todo, la derrota de la ofensiva de la tiranía en 1958, que se convenció de la posibilidad real de la victoria de los insurgentes.

Revolución en el poder

Se enteró de la caída del régimen, porque desde horas de la madrugada del 1 de enero, se fue haciendo evidente que algo extraordinario estaba sucediendo en la capital. A través de un pequeño radio de transistores, que clandestinamente tenían en la prisión, manipulado, operado y escondido de modo muy meticuloso, se comenzaron a escuchar noticias extrañas y en las primeras horas de la mañana se anunció, por esos medios, que el general Eulogio Cantillo daría una conferencia de prensa en la Ciudad Militar de Columbia.

Conocía que Cantillo tenía su mando en Oriente, donde era jefe de Operaciones; no era Jefe de Estado Mayor Conjunto, ni del Estado Mayor General del Ejército y era racional pensar que si iba a dar una conferencia de prensa era porque algo extraordinario había acontecido: un golpe de Estado, o habían sido sustituidos los principales jefes militares y quedaba Cantillo, o Batista se había ido. Realmente era una combinación de estos hechos.

Los presos militares y principalmente Enrique Borbonet y él mandaron a avisar al comandante Carlos Viera de la Rosa, supervisor del penal, que viniera a verlos, lo que hizo breves minutos después y los escuchó desde fuera de la doble reja de la circular. Le pidieron con vehemencia, y en medio de un tumulto generalizado dentro de la circular, que los soltara, que sabían que Batista se había ido. No fue capaz de comprender lo que se le explicaba y les dijo que se iba a trasladar a La Habana.

Unas dos horas y media o tres horas después, regresó. Llegó a la circular acompañado de ocho o diez soldados; habían reforzado la vigilancia de la circular emplazando una ametralladora de trípode apuntando a la puerta de la misma, a 50 metros de distancia y les comunicó que decía Cantillo “que tuvieran calma, que en breve tiempo serían indultados”.

El barullo, y sobre todo la arenga a Viera de la Rosa, no surtía efecto en él, pero sí en algunos de los soldados que lo acompañaban, en los que se le veía claramente que estaban a favor de que les abrieran la circular. Viera de la Rosa se los llevó y recriminó severamente. Como a las cuatro de la tarde se personaron en la puerta del penal, Viera de la Rosa acompañando al comandante Carlos Carrillo Ugartemendía y al excomandante Montero Duque vestido de civil, entraron a la circular y fueron a hablar con Ramón Barquín en su celda.

Pasado un rato, Barquín les informó que un grupo de oficiales presos, con él a la cabeza, debían salir hacia La Habana en el avión que había llegado, pues Cantillo había accedido a una petición de los militares de Columbia, quienes consideraban a los oficiales presos como única vía para detener el triunfo del Ejército Rebelde.

De inmediato surgió la inconformidad en varios de los presos especialmente de Borbonet y Fernández. Lo conoció casi de modo simultáneo Armando Hart, que también puso objeciones y se creó un clima de gran tensión. Hart fue a discutir con Barquín, y le exigió, más que propuso, que salieran todos los presos como pensaban Borbonet, Fernández y otros oficiales, que no podían marcharse y dejar a los demás encerrados y mucho menos después del mensaje que había llegado de Columbia.

Barquín propuso nombrar un oficial de su confianza de los allí presos, que se quedara al frente de la guarnición de la Isla. Hart no estuvo de acuerdo con esa proposición. Fue a ver a Fernández a su celda y le preguntó si estaba dispuesto a quedarse al frente de la Isla a nombre del 26 de Julio y de la Revolución, a lo que este contestó afirmativamente, lo que se informó por Hart y por otros dirigentes del 26 a los presos políticos.

Cuando Fernández aceptó quedarse en la Isla, era sobre la base de abrirle la cárcel a todos los presos políticos y en definitiva, hacer que la Revolución gobernara en la Isla de Pinos, tanto político- administrativa como militarmente.


Al salir el grupo de oficiales presos, también lo hicieron Hart y otros dirigentes del 26 de Julio. En esas condiciones salieron del presidio Fernández, Viera de la Rosa, Carrillo el otro comandante y unos 23 ó 24 oficiales en tres automóviles. Al salir de la “circular” en lugar de dirigirse directamente al aeropuerto lo hicieron al Cuartel de la Guarnición del Ejército en la Isla sin que Viera se percatara de ello hasta el final.

En el Cuartel se dio la voz de atención y se ordenó a todo el mundo a formar en el patio, lo que hicieron con sus armas largas reglamentarias; el comandante Carrillo les dijo que Fernández había sido designado para quedarse al frente de la Unidad y de que Viera de la Rosa y su segundo se marchaban con él para La Habana.

Fernández le habló a los soldados de modo enérgico y claro, les dijo que no habría persecuciones de nadie que no tuviera delito y les ordenó poner las armas en los armeros. Designó 4 ó 5 soldados que habían tenido y tenían un comportamiento amistoso con los presos, como escolta suya. El Armando Hart se quedó como representante del movimiento en la Isla y jefe civil de la misma. Fernández como jefe militar. Se armó de una carabina, granada y una camisa con los grados de primer teniente.

Inmediatamente, con esa escolta de unos pocos soldados, partió hacia la Circular 4 donde estaban los presos políticos. Ordenó abrir las rejas de la Circular y encontró resistencia por parte de un cabo del ejército que era el jefe permanente de la custodia de las rejas. Tuvo que ordenar con energía, conminar a los custodios y basado en el respaldo de los soldados que lo acompañaban y de la autoridad propia, superó la resistencia para que ambas rejas que cerraban la Circular fueran abiertas completamente sin emplear la fuerza bruta.

Rápidamente el batallón formado por los presos políticos, de los que Fernández había sido el instructor dentro de la circular, salió en perfecta formación dirigiéndose al cuartel en el que le entregaron las armas de los almacenes y las que estaban en los armeros.

El tener el batallón del 26 de Julio adecuadamente organizado y con un sentido suficiente del orden y la disciplina, permitió que inmediatamente que llegaron al cuartel y se armaron, fueran capaces de sustituir a los centinelas del propio cuartel, a los custodios de la Circular 3 (la de los presos comunes), al cordón de protección perimetral del presidio y constituir patrullas con la misión de detener a los presos comunes escapados y a los esbirros como los comandantes Juan Capote Fiallo y [[Pedro Rodríguez Coto]+ (Perico) y otros.

A media noche de ese día 1 de enero se produjo un plante de presos en las circulares, pidiendo que los liberaran. Hart y Fernández fueron circular por circular, no hubo necesidad de hacer uso de la fuerza y el plante culminó. La primera arenga revolucionaria que recibió el pueblo de Isla de Pinos mediante la radio local, fue la de Fernández, cuando aquella noche le pidieron que fuera a la estación y hablara al pueblo.

Tanto Hart como él no permanecieron más de 48 horas en la Isla, pues tuvieron que viajar a la capital a la que habían sido mandados a buscar al Estado Mayor en Columbia donde se encontraba el coronel Barquín. Desde allí Hart partió hacia Bayamo citado por Fidel.

Barquín fue incapaz de comprender que se desarrollaba bajo la dirección de Fidel un proceso revolucionario con el apoyo masivo del pueblo, al determinar los días 1 y 2 de enero de 1959, ocupar los mandos militares con oficiales de su confianza, sobrevaloró las posibilidades de un ejército que carecía ya de la más mínima capacidad de reacción y pensó ponerse al frente de él como factor de fuerza. Al tratar Barquín, con las acciones que tomaba, de obstaculizar la victoria plena del Ejército Rebelde, Fernández decidió abandonar las Fuerzas Armadas.

Transitaba por los pasillos del Estado Mayor cuando se topó con el primer teniente Castaño Quevedo, el mismo que lo detuvo en la Escuela de Cadetes el 4 de abril de 1956 y le dijo:

"Castaño, cambiaron las circunstancias. Estás detenido"

Y lo condujo a prisión. El 3 de enero en horas de la mañana saliendo del Estado Mayor ya decidido a abandonar su relación con el ejército, se encontró con Aldo Vera Serafín que había sido compañero suyo en el Presidio y estaba a cargo en esos momentos de la Policía de La Habana. Le dijo que se marchaba para su casa y Aldo le contestó que de seguro, se formaría allí una guerra, que detendría al general Eulogio Cantillo y que su escolta opondría resistencia. Vera iba al mando de 8-10 hombres y puntualizó que buscaría refuerzos. Fernández le dijo que él iría solo a detener al general y se dirigió a su casa.

No sabía que Cantillo estaba suelto. Había oído a Fidel y la denuncia de la traición de Cantillo; y además consideró que éste en libertad, representaba algún grado de peligro por lo que fue para su casa a detenerlo. Al llegar preguntó por él y dos de los ayudantes que estaban allí, el teniente coronel José Martínez Suárez y el comandante Roberto Collado Álvarez (ambos vinieron luego en la invasión de Girón), le preguntaron en forma airada que si iban a entregar el ejército. A lo que les respondió:

"El ejército lo entregaron ustedes. La guerra la sostuvieron y perdieron ustedes. No yo. Yo estaba preso. Quise hacer algo, no tuve oportunidad. Al apoyar a Batista, ustedes traicionaron el honor, a la Patria y también al ejército."

Pasaron varios minutos y Cantillo no salía. Se dirigió entonces a la habitación donde estaba. Al verlo entrar, Cantillo se aproximó a saludarlo y expresó: “cuánto tiempo sin verte, Fernández” a lo que este contestó: “porque usted no quería General” y seguidamente le dijo: “vístase que nos vamos”.

Lo llevó directamente de la residencia a los calabozos de Columbia donde había más de un centenar de coroneles, tenientes coroneles, comandantes y otros oficiales presos. En el acto del juicio oral, ante el consejo de guerra que los juzgó, Cantillo expresó, que inconsultamente lo habían detenido, pero que Barquín le había ofrecido un avión para que se fuera de Cuba y él no había querido irse. Esa decisión la tomó Barquín violando los acuerdos que había adoptado el movimiento en abril de 1956 y ratificado, varias veces, en reuniones en la prisión.

Una vez que efectuó aquellas detenciones, salió de Columbia con la conciencia muy tranquila y decidido a no volver nunca más al Ejército. Enseguida consiguió empleo. El 4 de enero, un conocido suyo, Alberto Fowler, hijo y apoderado del propietario de una empresa azucarera a la que pertenecían los centrales Constancia, Dos Hermanas, Parque Alto y Narcisa, todos en la antigua provincia de Las Villas, le ofreció la administración de ese último ingenio ubicado en Yaguajay con un salario de mil pesos mensuales. Inmediatamente comenzó a recibir clases, mañana y tarde, sobre cultivo de cañas, fabricación de azúcar y ganadería.

El 12 de enero de 1959 Fidel convocó para el antiguo Estado Mayor de Columbia a un grupo de los 18 a 20 de los militares más connotados que habían estado presos. Les explicó los proyectos de la Revolución en un largo intercambio y les pidió incorporarse al Ejército Rebelde. A Fernández como única excepción lo nombró Director de la Escuela de Cadetes de Managua, lugar del que procedía.

Desde 1959 ha ocupado múltiples cargos y responsabilidades, entre los que se destacan:

En reconocimiento a su labor le han sido conferidas numerosas condecoraciones, entre ellas, el Título de Héroe de la República de Cuba.

Referencias

  1. «Nota Oficial» Consultado el 22 de marzo de 2012

Fuentes