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Incendiada y destruida casi totalmente la muy pobre y modesta Villa por el pirata francés [[Jacques de Sores|Jacques de Sores]], en [[1555|1555]], al comenzar a reconstruirse la población, ya el [[Cabildo|Cabildo]] ordenó levantar planos con el trazado de calles y demarcación de solares, concediéndose por aquél las licencias a los vecinos para la fabricación de sus casas en los terrenos que previamente habían solicitado.  
 
Incendiada y destruida casi totalmente la muy pobre y modesta Villa por el pirata francés [[Jacques de Sores|Jacques de Sores]], en [[1555|1555]], al comenzar a reconstruirse la población, ya el [[Cabildo|Cabildo]] ordenó levantar planos con el trazado de calles y demarcación de solares, concediéndose por aquél las licencias a los vecinos para la fabricación de sus casas en los terrenos que previamente habían solicitado.  
  
=== Fortificaciones [[Image:Fortaleza_la_cabana.jpg|thumb|right|Fortaleza de la Cabaña]] ===
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[[Castillo de la Real Fuerza|La Fuerza]].—La primera fortaleza de la Habana fué la Fuerza, construida a consecuencia del saqueo e incendio que sufrió la Habana por los piratas en [[1538]]. [[Promovióla Fernando de Soto]], Gobernador que era entonces de la Isla, y fué constructor el Capitán-ingeniero Mateo Aceituno, su primer alcaide. Concluida, aunque no del todo, en [[1544]], expidióse Real Orden para que los buques de guerra que entrasen en el puerto, saludasen a éste como a plaza fuerte, según ya se hacía con la ciudad de Santo Domingo. El nombre de Fuerza se le dió, a causa de que en esa época se decía así a los lugares fortificados: y tanto que después que hubo otras fortalezas se le llamó la Fuerza vieja. Estaba circundado de un buen foso donde a mediados del siglo pasado se hizo una gran sala de armas, cuyo foso se ha cubierto en estos últimos tiempos. En esta fortaleza vivió el Gobernador Capitán General D. Juan de Tejada (1859); y desde 1718, en que pasó a habitarla el Gobernador don Gregorio Guaso, sirvió de palacio o morada a sus sucesores, hasta que el conde de Ricla (que vivió en la casa hoy de los Comandantes Generales de marina.) El Gobernador don Francisco Cagigal, que mandó la Isla desde 1747 a 80, lo hermoseó interiormente y formó el rastrillo y los cuarteles altos y bajos que corrían a su continuación por el lado del sur, para el alojamiento de la tropa de infantería y caballerías de la montada. Su torreón, destinado a servir para el toque de horas por medio de una campana (como en el día), servía también para repetir las señales del Morro por medio de banderas y astas.
 
[[Castillo de la Real Fuerza|La Fuerza]].—La primera fortaleza de la Habana fué la Fuerza, construida a consecuencia del saqueo e incendio que sufrió la Habana por los piratas en [[1538]]. [[Promovióla Fernando de Soto]], Gobernador que era entonces de la Isla, y fué constructor el Capitán-ingeniero Mateo Aceituno, su primer alcaide. Concluida, aunque no del todo, en [[1544]], expidióse Real Orden para que los buques de guerra que entrasen en el puerto, saludasen a éste como a plaza fuerte, según ya se hacía con la ciudad de Santo Domingo. El nombre de Fuerza se le dió, a causa de que en esa época se decía así a los lugares fortificados: y tanto que después que hubo otras fortalezas se le llamó la Fuerza vieja. Estaba circundado de un buen foso donde a mediados del siglo pasado se hizo una gran sala de armas, cuyo foso se ha cubierto en estos últimos tiempos. En esta fortaleza vivió el Gobernador Capitán General D. Juan de Tejada (1859); y desde 1718, en que pasó a habitarla el Gobernador don Gregorio Guaso, sirvió de palacio o morada a sus sucesores, hasta que el conde de Ricla (que vivió en la casa hoy de los Comandantes Generales de marina.) El Gobernador don Francisco Cagigal, que mandó la Isla desde 1747 a 80, lo hermoseó interiormente y formó el rastrillo y los cuarteles altos y bajos que corrían a su continuación por el lado del sur, para el alojamiento de la tropa de infantería y caballerías de la montada. Su torreón, destinado a servir para el toque de horas por medio de una campana (como en el día), servía también para repetir las señales del Morro por medio de banderas y astas.
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Existen acciones en viviendas enclavadas en este lugar para mejorar las condiciones de vida y la imagen urbana así como un proyecto muy estratégico que es el Colegio Universitario [[San Jerónimo de la Habana|San Jerónimo de la Habana]] ya que garantiza la preparación de nuevos licenciados en Arqueología, Museología y Museografía, Gestión cultural y Gestión urbana.  
 
Existen acciones en viviendas enclavadas en este lugar para mejorar las condiciones de vida y la imagen urbana así como un proyecto muy estratégico que es el Colegio Universitario [[San Jerónimo de la Habana|San Jerónimo de la Habana]] ya que garantiza la preparación de nuevos licenciados en Arqueología, Museología y Museografía, Gestión cultural y Gestión urbana.  
  
=== Vida Social y Cultural [[Image:Gran_teatro.jpg|thumb|right|Gran Teatro de la Habana]] ===
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Vida Social y Cultural [[Image:Gran_teatro.jpg|thumb|right|Gran Teatro de la Habana]]
  
 
En su espacio tienen lugar numerosas funciones sociales, comerciales, administrativas y culturales. Igualmente mantiene la homogeneidad ambiental y las construcciones de mayor valor cultural son restauradas armoniosa y expresivamente a través de la permanencia de la trama urbana original y de los aspectos formales básicos del conjunto.
 
En su espacio tienen lugar numerosas funciones sociales, comerciales, administrativas y culturales. Igualmente mantiene la homogeneidad ambiental y las construcciones de mayor valor cultural son restauradas armoniosa y expresivamente a través de la permanencia de la trama urbana original y de los aspectos formales básicos del conjunto.

Revisión del 20:12 22 jun 2010

Plantilla:Territorio

La Habana Vieja, Patrimonio de la Humanidad. Parte más antigua de la actual Ciudad de La Habana. Único espacio que abarcó la ciudad durante los primeros siglos coloniales donde tienen asiento las fortalezas, los grandes monumentos antiguos, que la convierten en el conjunto colonial más rico de América Latina.

Historia

Fundada la Villa de San Cristóbal de La Habana el 25 de julio de 1514 por el primer teniente gobernador que tuvo la Isla, Diego Velázquez de Cuéllar

Diego Velázquez de Cuéllar

, en la costa Sur del Cacicazgo indio de La Habana junto a la desembocadura del río Güines, Mayabeque u Onicajinal, dándole ese nombre en atención a la fecha en que tuvo lugar el acontecimiento o al nombre del Primer Almirante y a la denominación que de los siboneyes recibía aquella comarca, bien pronto fue necesario, ya por lo malsano del suelo o la existencia de plagas de hormigas y mos­quitos, ya por otras causas poderosas, que hacían imposible la vida de sus habitantes, trasladar la Villa a la desembocadura del río Caciguaguas, Chorrera o Almendares.

Pero, como este lugar tampoco reunía las condiciones adecua­das para la seguridad y el bienestar de sus moradores, acordó Velázquez trasladar, esta vez definitivamente, la Villa de San Cristóbal de La Habana al puerto de Carenas, que había sido descubierto por el capitán Sebastián de Ocampo en la expedición que empren­dió en 1508, por órdenes del comendador Nicolás de Ovando, con el propósito de averiguar si Cuba era o no una isla.

En 1519 se celebró el establecimiento de la Villa en este sitio, que es el mismo que hoy ocupa nuestra capital, el 16 de noviem­bre, por ser esa la nueva fecha de la festividad de San Cristóbal, patrono de La Habana.

En las dos primeras décadas era La Habana sólo un núcleo de bohíos a la orilla de la bahía, desde el lugar que en la calle de Tacón ocupaban hasta hace poco las Secretarías de Estado, Jus­ticia y Gobernación, hasta el sitio que ocupa la Lonja del Comercio, El centro de la población era ya la Plaza de Armas

Plaza de armas

, residencia de los principales vecinos, poseedores más que propietarios, de estan­cias de cultivo para el abastecimiento de los navíos de tránsito.

El Dr. Gonzalo Pérez de Ángulo, que desde, 1550 era Gober­nador de la Isla, eligió la Villa de San Cristóbal de La Habana para su residencia, y años después, en 1556, durante el mando del capitán Diego de Mazariegos, dispuso la Corona que fuese La Ha­bana la residencia oficial de los Gobernadores de la Isla, quedando desde entonces, por ello y por las condiciones topográficas especiales del lugar y principalmente de su puerto, convertida definitivamente La Habana en capital de la Isla.

Incendiada y destruida casi totalmente la muy pobre y mo­desta Villa por el pirata francés Jacques de Sores, en 1555, al comenzar a reconstruirse la población, ya el Cabildo ordenó levan­tar planos con el trazado de calles y demarcación de solares, con­cediéndose por aquél las licencias a los vecinos para la fabricación de sus casas en los terrenos que previamente habían solicitado.

Las Actas Capitulares de 1555 en adelante, nos muestran en casi todas las sesiones que celebra­ba el Cabildo, estas solicitudes de solares y de permisos para fa­bricar en ellos, así como también las primitivas disposiciones en lo que se refiere a obras públicas municipales para el trazado y ali­neación de las calles y conservación y limpieza de éstas y de la única plaza entonces existente en la Villa.

No hemos encontrado en el examen del tomo I de las Actas Capitulares que se conservan en el Archivo de nuestro Municipio, correspondiente a esta época, dato alguno que nos indique la impo­sición, por el Cabildo, de nombres a las calles primitivas de la po­blación, sino que éstas iban quedando denominadas a través de los años, por alguna circunstancia especial: ya el nombre de un vecino, ya un suceso que despertara el interés general, ya un árbol existente en aquellos lugares, ya una iglesia o establecimiento co­mercial cercanos, etc., etc.

Aunque desde 1538 había decidido la Corona fortificar La Habana, la primitiva fortaleza que ésta tuvo, a 300 pasos del sitio, que después ocupó La Fuerza, no se terminó hasta 1540, pero en 1545 el alcaide Francisco de Parada, nombrado por el nuevo go­bernador Juanes de Avila, manifestó que aún después de los bas­tiones que él había construido, aquélla, de fortaleza no tenía más que el nombre. Y, efectivamente, ello se comprobó cuando Jacques de Sores, según dijimos, asaltó La Habana el 10 de julio de 1555.

En 1556 ordenó la Corona la construcción de otra fortaleza, cuyas obras no se empezaron hasta 1º de diciembre de 1558. La Fuerza se terminó en 1574.

En 1630 se concluyó la fortaleza de El Morro y en 1593 se puso en condiciones aceptables el Castillo de la Punta.

En 1592 concedió el Rey Felipe el título de ciudad a La Habana.

En esa fecha, y ya desde 1575, sólo contaba la hasta entonces Villa con cuatro calles importantes o reales, algunas más, secundarias, y desde luego, la ya mencionada plaza pública, siendo la calle más importante la de Los Oficios, ocupada en casi su totali­dad por establecimientos.

Según una descripción de La Habana, atribuida a Hernando de la Parra, criado del gobernador Juan Maldonado, y continuada por Alonso Iñigo de Córdoba, que publica el historiador La To­rre, en 1598, "San Cristóbal —dice— va progresando no obs­tante los inconvenientes de piratas y el poco comercio. Esta po­blación se está construyendo con mucha irregularidad. La calle Real (hoy de la Muralla), la de las Redes (hoy del Inquisidor), la del Sumidero (hoy de O'Reilly) y la del Basurero (hoy del Te­niente Rey) es en donde se fabrican las habitaciones en línea, las demás están planteadas al capricho del propietario, cercadas o de­fendidas, sus frentes, fondos y costados, con una muralla doble de tunas bravas. Todas las casas de esta villa son de paja y tablas de cedro, y en su corral tienen sembrados árboles frutales, de que resulta una plaga insufrible de mosquitos, más feroces que los de Castilla".

En 1634, una Real Cédula de 24 de mayo, señalaba La Ha­bana como "Llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales", y en 1665 la Reina gobernadora doña Mariana de Austria, viuda de Felipe IV, le confirmó el uso del escudo que, se­gún parece, se le había otorgado años antes, perdiéndose los do­cumentos oficiales acreditativos de esta gracia real.

Por los años 1667 a 1674 se comenzó la obra de las murallas que debían rodear y defender la población, terminándose, con el camino cubierto y los fosos, en 1797. Como veremos en seguida las murallas no sólo llenarían una finalidad de defensa bélica —que en realidad sólo fue utilizada en su parte marítima cuando la to­ma de La Habana por los ingleses, en 1762— sino que también ser­virían de base para la división de la ciudad en dos grandes zonas: Intramuros y Extramuros.

Al componer en 1761 D. José Martín Félix de Arrate, regidor de la ciudad, su historia de la misma, nos ofrece éstas inte­resantes noticias de la población y calles de su época:

"La planta de esta ciudad no es de aquella hermosa y per­fecta delineación, que según las reglas del arte y estilo moderno contribuye tanto al mejor aspecto y orden de los lugares y desahogo de sus habitantes, porque las calles no son muy anchas, ni bien niveladas, principalmente las que corren do Norte a Sur, que es por donde tiene su longitud la población; pero como casi todas gozan de un mismo ancho, pues ninguna baja de ocho varas, y hay muy pocas cerradas, ni enteramente oblicuas o recodadas, cuando no pueda competir en belleza y regularidad a las moder­nas, hace conocido exceso a las antiguas en estas circunstancias".

Algunas de sus calles no tienen nombres, pero entre todas la más nombrada es la de Mercaderes, que sale de una de las es­quinas de la Plaza Nueva para la parte de Norte y termina en la de la Parroquial Mayor, siendo su extensión de cuatro cuadras, y por una y otra acera están repartidas las tiendas de mercade­rías en que se halla lo más precioso de los tejidos de lana, lino, seda, plata y oro y otras bujerías y cosas preciosas del común uso, las que atraen mucho concurso a este paraje en que siendo lo que se vende por número, peso y medida, es lo que se gasta de pesos sin número ni medida, porque no hay cuenta ni regla en la delicadeza y esplendor del vestuario".

"Las cuadras aunque no tienen un propio tamaño, porque hay algunas más largas que otras, guardan con las fronterizas su debida proporción, y la diferencia de longitud y latitud que entre ellas hay, se hace menos notable, porque no es muy excesiva. Las mayores serán como de ciento y veinte varas y las menores de noventa y ciento: contiene hasta ahora 341 cuadras en que se enumeran hasta tres mil casas, todas las más de teja y cantería aunque en el extremo de la población al Poniente no faltan toda­vía muchas de paja o guano, como acá decimos; lunares que si no afean la belleza de la ciudad, asustan tal vez como más expuestas al fuego la tranquilidad de los moradores".

Señala Arrate como el mejor sitio de la ciudad en 1761, la plaza de San Francisco, donde el Ayuntamiento tenía sus casas capitulares y se encontraba también la cárcel pública, "y ocupan —dice— ambos edificios casi toda la frente de una de las cuadras o isletas que la ciñen por el Poniente, quedando las fachadas de Vino y otro descubiertas al Este, de modo que gozan con desem­barazo la vista de la bahía y campaña de la otra banda... "

Como ya indicamos, la más antigua y permanente división de La Habana ha sido la natural producida por la construcción de las murallas, o sea, en dos grandes zonas: Intramuros y Extramuros. Dentro de la primera zona, quedó encerrada lo que se ha llamado La Habana antigua o De Intramuros, o sea desde la orilla izquierda del mar hasta las calles de Ejido y Monserrate en una superficie total, según Pezuela, de 1.931,000 varas cuadradas cubanas; y dentro de la segunda zona o sea, La Habana nueva o moderna o De Extramuros, se comprendió toda la extensión y ampliación experimentada por la ciudad a medida que fue desarrollándose y creciendo, primero, hasta los límites determinados por el torreón de San Lázaro, el Cementerio General o sea de Espada, y la Esquina de Tejas, y después en sus sucesivas expansiones.

Ese crecimiento de la población fuera de su recinto amurallado, hizo de las murallas algo innecesario y que constituía estorbo, no sólo para el mejor tránsito y tráfico en la ciudad sino también para los fines mismos de resguardo y defensa, por lo que desde 1841, el Ayuntamiento habanero demandó el derribo de murallas, no accediéndose a ello por la Corona hasta 1863, por Reales Ordenes de 22 de mayo y 11 de junio de ese año, gracias a las gestiones en este sentido realizadas por el general Gutiérrez de la Concha que desempeñaba entonces el Ministerio de Ultramar. El derribo se inauguró el 8 de agosto del citado año en la parte donde se abrían las puertas llamadas De Monserrate que miraban respectivamente, a las calles de Obispo y O'Reilly.

Las obras iniciales del derribo de las murallas consistieron en la apertura de los boquetes necesarios para el empalme de las calles de La Habana de Intramuros con las de Extramuros, así como la construcción en parte de los terrenos ocupados por las murallas, de plazas, paseos y nuevas calles, realizándose más lentamente la enajenación a particulares de los terrenos sobrantes para la edificación de viviendas, comercios e industrias, todo ello mediante el inventario, avalúo y plano de todo el recinto y sus inmediaciones confeccionados por el Mayor de Plaza Comisario y el Comandante de Ingenieros de la Plaza, de acuerdo con los cuales se verificó por el ramo de Guerra la entrega a la Hacienda civil, previa indemnización de ésta a aquél, según aparece minu­ciosamente detallado en los expedientes que se conservan en nues­tro Archivo Nacional, instruidos tal y como lo disponía la Real Orden ya citada de 11 de junio de 1863, que confiaba al Ayunta­miento habanero la misión de abrir los boquetes necesarios en las murallas para las calles, trazar éstas y establecer en ellas el firme, las aceras y demás circunstancias de la vía pública, incluyendo las alcantarillas y las obras para la conducción de aguas y para el alumbrado. Según aparece de dichos expedientes los boquetes pa­ra las calles quedaron totalmente abiertos a mediados del año de 1867.

Pero no obstante esa demolición, ha seguido conservándose, si no oficial, sí tradicional y popularmente, la división de la Ciudad en Intramuros y Extramuros, o sea en La Habana antigua y moderna.

La primera división legal de La Habana la llevó a cabo el capitán general conde de Ricla en bando de 23 de septiembre de 1763, en cuatro cuarteles, división que su sucesor, Bucarely, modi­ficó, distribuyéndola sólo en dos cuarteles, subdivididos en cuatro barrios, todo ello, desde luego, para la población intramural, hasta que en 1807 se dividió ésta en 16 barrios, y la extramural en capi­tanías de partido, las que en 1841 el capitán general Gerónimo Valdés dividió en 6 barrios, considerada ya, desde 1851, la población de Extramuros como parte integrante de la capital, y am­pliada a los nuevos pueblos del Cerro, Jesús del Monte y Arroyo Apolo, así como también a las poblaciones del otro lado de la bahía: Regla y Casa Blanca.

Por ley del Congreso de 13 de junio de 1912 fue segregado, para constituirse en municipio aparte, el barrio de Regla.

En las Ordenanzas Municipales que en 1574 compuso el oidor D. Alonso de Cáceres, y fueron confirmadas por el Rey en 1640, sólo se dispone, en cuanto a las calles de La Habana y de los de­más pueblos de la Isla, por su artículo 69, que cuando se conceda algún solar con la condición, desde luego, de poblarlo dentro de seis meses so pena de darlo, pasado ese tiempo sin edificar, a otra persona que lo pida "para señalarlo esté presente un al­calde y un regidor que diputare el Cabildo, y un alarife, para que vean que no se metan en las calles públicas, que procuren que vayan derechas y que edifiquen como mejor y más hermoso pa­rezca el edificio..."

En 1603 el regidor Juan Recio presentó en la sesión de 5 de enero del Cabildo una proposición tendiente a imponer nom­bres a las calles de la ciudad, lo que no tuvo acogida oficial has­ta 1769 en que fueron sancionadas por el Monarca las Ordenan­zas que en 1763 formó el Conde de Ricla y en las que se ordena­ba que las calles fuesen señaladas por sus nombres, los que de­bían aparecer en una tarjeta en la que se expresase en letras cla­ras y grandes el nombre de cada calle. También se disponía la numeración de las casas por orden correlativo desde el uno hasta terminar la calle.

Según Manuel Pérez Beato, "el letrero más antiguo que ostenta una calle de La Habana es el que se ve en la de la Muralla es­quina a San Ignacio, puesto por el Cabildo para perpetuar la memo­ria del Conde de Ricla, restaurador de la Isla, después de la guerra llamada del inglés. En una tarjeta circular, se lee: "Calle de Ricla en memoria del Exo S.Conde de este título destinado por S. M. para la restauración de esta ciudad. Año de 1763".

El Marqués de la Torre, que gobernó la Isla de 1771 a 1776, y tanto se preocupó del progreso y ornato de la población, pro­yectó la pavimentación de las calles con tarugos de quiebra-hacha, debido a la escasez de guijarros o chinas pelonas; pero ese pro­yecto no pudo realizarse por completo, según afirma el historia­dor Valdés, "a causa de varios inconvenientes, y creo que uno de ellos fue lo resbaladizo del piso en tiempo de lluvias".

Quien acometió felizmente la obra de pavimentación, rotu­lación y numeración de las calles de La Habana, fue el capitán general D. Miguel Tacón, que como todos los déspotas, si atro­pelló la libertad y la justicia, favoreció las obras públicas.

Así, en la Relación del Gobierno Superior y Capitanía Gene­ral de la Isla de Cuba, extendida por el teniente general D. Mi­guel Tacón marqués de la Unión de Cuba, al hacer la entrega de dichos mandos a su sucesor el Excmo. Sr. don Joaquín de Ezpeleta, publicada en La Habana, el 1838, afirma Tacón, que al ocupar su cargo, "el estado de las calles de la capital era lamenta­ble por donde quiera que se considerase, y procedía de la calidad de su empedrado, donde entraban piedras de todos tamaños acuñadas con tierra que era arrastrada por las primeras lluvias y conduci­da al puerto con perjuicio de su fondo... Aquel sistema de em­pedrado era también molestísimo para los transeúntes, porque de su descomposición y desencadenamiento diario resultaban cavida­des y se formaban lodazales en tiempo de aguas. A estas se agre­gaban las que salían de las casas de desagüe, sin que las calles tuviesen desahogo por falta de cloacas y de declive. Las calles en tal desorden, contenían frecuentemente un germen de infección y de insalubridad". Tacón, de 1835 a 1837, empedró 173,500 va­ras cuadradas de calle y construyó 3,270 varas de cloacas.

En lo que se refiere a la rotulación de calles y numeración de casas dice Tacón lo siguiente: "Carecían las calles de la ins­cripción de sus nombres y muchas casas de números. Hice poner en las esquinas de las primeras, tarjetas de bronce y numerar las segundas por el sencillo método de poner los números pares en una acera y los impares en otra".

El Real Decreto de 1859, para la organización y régimen de los ayuntamientos de la Isla de Cuba, señalaba en su artículo 60, entre las atribuciones privativas de los ayuntamientos, el deliberar, conformándose a las leyes y reglamentos, "sobre la for­mación, y alineación de las calles, pasadizos y plazas, lo que con­firmó la Ley Municipal española de 1877, promulgada en Cuba, con algunas modificaciones, por Real Decreto de 21 de junio de 1878, al determinar, en su artículo 69, como de la competencia de los ayuntamientos, la "apertura y alineación de calles y plazas y de todas clases de vías de comunicación".

Por Real Decreto de 18 de octubre de 1861 se proveyó al Municipio habanero de las primeras ordenanzas municipales de construcción, que fueron aprobadas por el Gobernador civil el 30 de diciembre del mismo año y 8 de enero del siguiente, publicán­dose en la Gaceta en los días del 14 al 19 de ese mes y año. Estas ordenanzas, salvo ligeras modificaciones y adaptaciones, son las que hoy rigen, y en ellas se establecen normas y disposiciones pa­ra la apertura, ensanche y reedificación, así como clasificación de las calles del término municipal.

Al implantarse, con la promulgación por Real Decreto de 21 de junio de 1878, la Ley Municipal Orgánica española, nota­blemente modificada, de 2 de octubre de 1877, el nuevo régimen municipal —que llamó al gobierno y administración de cada pue­blo a sus vecinos, con el ejercicio del derecho electoral, y constitu­yó, a pesar de todas sus limitaciones y cortapisas antidemocráticas, un indiscutible avance sobre las autocráticas ordenanzas de 1859— encontró a La Habana, floreciente en lujosos edificios y ricos comer­cios, pero asentada —como afirma el alcalde municipal Miguel Díaz en su Memoria de 30 de junio de 1897— en lugar insalubre y des­cuidado, falto de higiene y con calles sin pavimento ni aceras, donde sólo podían pisar los esclavos y los caballos que arrastraban las tradicionales volantas, carruajes apropiados para atravesar barrancos y caminos apenas diseñados entre los terrenos de cultivo".

Este nuevo régimen dió calor a múltiples iniciativas de me­joras y reformas urbanas, las que tropezaron todas con la escasez de recursos que sufría el Ayuntamiento de La Habana, víctima de constante déficit que creó una deuda flotante considerable, por lo que calles, parques y paseos continuaron en deplorable estado de abandono.

El conde de Casa Ibáñez, durante el breve plazo que ocupó la Alcaldía (1887-89), dejó sentados los cimientos de la reorgani­zación municipal, normalizó la situación económica, y mediante un empréstito de $6.500,000 con el Banco Español, enjugó las prin­cipales deudas, pagó a los empleados los dos años largos que se le adeudaban, convino la definitiva construcción del Canal de Albear, empezado veinte años antes, y se emprendió el arreglo de las calles y saneamiento de los barrios.

Miguel Díaz Álvarez, penúltimo alcalde de la época colonial (1897-98) —y según propia confesión, en su citada Memoria de 1897, "el primer Alcalde Municipal de la ciudad de La Habana, que rinde exacta cuenta de su corta gestión"— declara que encon­tró la hacienda municipal en crítica situación, por haberse consu­mido la reserva de obligaciones del segundo empréstito de $3.000,000 que hizo el conde de Casa Ibáñez, y no haberse realizado un terce­ro que se proyectó, precisamente para "sanear en gran escala la población, establecer un sistema adecuado y científico de desa­güe por cloacas y adoquinar todas las calles a las que no había "al­canzado todavía este beneficio". A estos males se sumaban: una intensa epidemia variolosa, la miseria y el desempleo producidos por la guerra, y el desastre económico traído por la depreciación con­tinua del billete plata de circulación forzosa, "llegando el caso de haberse tenido que suspender las relaciones del Ayuntamiento con sus proveedores, a pesar de que nunca como ahora se han vis­to las arcas municipales tan abundantes en moneda, si bien de pa­pel, que rechazan por su valor nominal los tenedores de la deuda, los acreedores y los contratistas de los servicios municipales", y además, la reducción de los ingresos del Municipio en un 40% de la consignación. Ello no obstante, afirma el alcalde Díaz, pudo hacer frente a las más urgentes atenciones, y en cuanto a las calles, acometer el readoquinado de las vías urbanas de mayor tránsito, el arreglo de las calzadas, la decoración de los parques, la limpieza de los edificios públicos..."; aunque reconociendo y recomendan­do la necesidad de dotar a las vías habaneras de un pavimento adecuado, de "un sistema completo y perfecto de alcantarillado y adoquinado que garantice a los habitantes de la capital las condiciones de salubridad que hoy no puede ofrecérseles por grande que sea el deseo de los concejales".

Tal era el cuadro que ofrecían las calles, parques, plazas y paseos de la Capital de la Isla, a mediados del año 1897, año y me­dio antes de que terminara la dominación española en esta tierra. Durante cuatro siglos la Metrópoli no había podido hacer de la capital de "la perla de las Antillas", considerada como "el más rico florón de la Corona de Castilla", una ciudad dotada de ca­lles, paseos y plazas modernos y sólidamente pavimentados, con ace­ras, alumbrado y alcantarillado, todo a la altura de las poblaciones de su importancia y riqueza en Europa y América, y con parques amplios y bellamente arbolados y ornamentados, que fuesen verda­deros pulmones de una ciudad tan populosa como La Habana.

La Ley Municipal española de 1877 continuó vigente desde su promulgación en 1878 hasta el cese de la soberanía en Cuba el 1o de enero de 1899; y también quedó en vigor durante la ocupación militar norteamericana y los primeros años republicanos, con las modificaciones introducidas a la misma por las Ordenes Militares, la Constitución de la. República y leyes del Congreso, hasta que fue promulgada en 29 de mayo de 1908 la Ley Orgánica de los Municipios que redactó la Comisión Consultiva, y es la que rige en la actualidad, con las diversas modificaciones que ha experimen­tado al través de los años.

Durante el Gobierno norteamericano de ocupación militar, el Ayuntamiento de La Habana celebró un contrato, en 10 de enero de 1902, pocos meses antes de constituirse la República., con los señores Mac Givney & Rokeby para el alcantarillado y pavimenta­ción de la ciudad, el que, por los artículos IV y V de la Enmienda Platt estaba obligado a ejecutar el Gobierno de Cuba, según, ade­más, de manera expresa, hizo presente el general Wood al presi­dente Tomás Estrada Palma al entregarle el gobierno de la Isla. Nada se hizo, por no haber resuelto su ejecución el Congreso, sobre estas obras, durante la presidencia de Estrada Palma.

Al establecerse la Administración Provisional norteamericana en 1906, los contratistas reclamaron ante el gobernador Charles E. Magoon, quien, después de consultar con el Gobierno de Wash­ington, dictó por orden de éste, un decreto sancionando la celebra­ción de un contrato suplementario entre el Estado cubano y The Mac Givney and Rokeby Construction Company, causabientes de los contratistas originarios, y en virtud del cual el Estado habría de ejercer la inspección de la ejecución del contrato y asumir las obligaciones de la ciudad de La Habana, pagando el Estado los dos tercios, y el Municipio un tercio del costo de las obras, y com­prometiéndose para el pago un 10% de los ingresos de la Aduana de La Habana, y modificándose el contrato primitivo a fin de adaptarlo a las innovaciones introducidas. El Presidente de los Estados Unidos aprobó esta proposición y el Ayuntamiento de La Habana le impartió su aceptación, promulgando el Gobernador Provisional el decreto correspondiente el 22 de junio de 1908 y concertando el nuevo contrato al día siguiente, comenzándose los trabajos el 21 de septiembre.

Este contrato, a pesar de sus grandes máculas, tuvo forzosa­mente que aceptarlo el presidente José Miguel Gómez, por no en­contrarse manera legal de rescindirlo, así como un empréstito de $16.000.000 con la casa Speyer and Company, que también dejó contratado Mr. Magoon para la ejecución de ese contrato y el de abastecimiento de aguas y alcantarillado de la ciudad de Cienfuegos, continuando el presidente Gómez los trabajos de alcantari­llado y pavimentación de las calles de La Habana hasta terminar­los el año 1913.

Fundación

Fundada la Villa de San Cristóbal de La Habana el 25 de julio de 1514 por el primer teniente gobernador que tuvo la Isla, Diego Velázquez de Cuéllar.

En 1519 se celebró el establecimiento de la Villa en el Puerto de Carenas que es el mismo que hoy ocupa nuestra capital, el 16 de noviembre, por ser esa la nueva fecha de la festividad de San Cristóbal, patrono de La Habana.

En las dos primeras décadas era La Habana sólo un núcleo de bohíos a la orilla de la bahía, desde el lugar que en la calle de Tacón ocupaban hasta hace poco las Secretarías de Estado, Justicia y Gobernación, hasta el sitio que ocupa la Lonja del Comercio. El centro de la población era ya la Plaza de Armas, residencia de los principales vecinos, poseedores más que propietarios, de estancias de cultivo para el abastecimiento de los navíos de tránsito. En 1556, durante el mandato del capitán Diego de Mazariegos, dispuso la Corona que fuese La Habana la residencia oficial de los Gobernadores de la Isla, quedando desde entonces, por ello y por las condiciones topográficas especiales del lugar y principalmente de su puerto, convertida definitivamente La Habana en capital de la Isla.

Incendiada y destruida casi totalmente la muy pobre y modesta Villa por el pirata francés Jacques de Sores, en 1555, al comenzar a reconstruirse la población, ya el Cabildo ordenó levantar planos con el trazado de calles y demarcación de solares, concediéndose por aquél las licencias a los vecinos para la fabricación de sus casas en los terrenos que previamente habían solicitado.

Fortificaciones

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Fortaleza de la Cabaña

La Fuerza.—La primera fortaleza de la Habana fué la Fuerza, construida a consecuencia del saqueo e incendio que sufrió la Habana por los piratas en 1538. Promovióla Fernando de Soto, Gobernador que era entonces de la Isla, y fué constructor el Capitán-ingeniero Mateo Aceituno, su primer alcaide. Concluida, aunque no del todo, en 1544, expidióse Real Orden para que los buques de guerra que entrasen en el puerto, saludasen a éste como a plaza fuerte, según ya se hacía con la ciudad de Santo Domingo. El nombre de Fuerza se le dió, a causa de que en esa época se decía así a los lugares fortificados: y tanto que después que hubo otras fortalezas se le llamó la Fuerza vieja. Estaba circundado de un buen foso donde a mediados del siglo pasado se hizo una gran sala de armas, cuyo foso se ha cubierto en estos últimos tiempos. En esta fortaleza vivió el Gobernador Capitán General D. Juan de Tejada (1859); y desde 1718, en que pasó a habitarla el Gobernador don Gregorio Guaso, sirvió de palacio o morada a sus sucesores, hasta que el conde de Ricla (que vivió en la casa hoy de los Comandantes Generales de marina.) El Gobernador don Francisco Cagigal, que mandó la Isla desde 1747 a 80, lo hermoseó interiormente y formó el rastrillo y los cuarteles altos y bajos que corrían a su continuación por el lado del sur, para el alojamiento de la tropa de infantería y caballerías de la montada. Su torreón, destinado a servir para el toque de horas por medio de una campana (como en el día), servía también para repetir las señales del Morro por medio de banderas y astas.

El Morro

El Morro o los Tres Reyes.—Comenzóse en 1589, por el ingeniero Juan Bautista Antonelli, bajo la dirección del Gobernador Capitán General D. Juan de Tejada, y concluyóse hacia 1597. (1) Antes estaba fortificada provisionalmente dicha altura. Muchos creen que antes de la invasión inglesa de 1762, esta fortaleza era de madera, y que después fué que se construyó de piedra, pero es una equivocación manifiesta, porque después de dicho suceso solo se le hicieron las convenientes reparaciones, aumentos y mejoras. He aquí la descripción que un año antes de la indicada invasión hace Arrate de dicha fortaleza y de las baterías de los Doce Apóstoles y la Pastora:


San Salvador de la Punta

San Salvador de la Punta.—En el mismo año que el Morro, es decir, en 1589, se comenzó a construir el castillo de la Punta. Consta de una lápida que se vé en una de sus cortinas, que la fábrica que en ella hizo el Gobernador Tejada, aumenta alguna en su tiempo don Lorenzo de Cabrera, su sucesor. En un ángulo de la sala de recibo existe un perno de los arrojados por los ingleses en 1762.

En 1646 se construyeron los torreones de la boca de la Chorrera y de Cojímar, asegurándose que su costo fué de 20,000 ducados, exhibidos por el vecindario.

Murallas.—El Gobernador Gelder, que mandó en 1650 a 1654 propuso a la corte abrir un foso o canal por el itsmo de la ciudad, o sea desde el arsenal a la calzada de San Lázaro, para que uniéndose las aguas del fondo del puerto con las de la mar, quedase aislada y defendida la población, pero no fué aprobado el proyecto, prevaleciendo el de su sucesor don Juan Montaño Blasquet, que propuso amurallarla por el recinto de tierra.

En 1633 se comenzó a amurallar la ciudad, para cuya obra había ofrecido el vecindario concurrir con 9,000 peones y arbitrado el cabildo el impuesto de medio real de sisa sobre cada cuartillo de vino que se vendiese, ordenando, además, la Corte, que se remitiesen, que asistiesen las cajas de Méjico por espacio de cuatro años con 20,000 pesos en cada uno para dichas obras.

En el gobierno de don Diego de Córdova de Lazo de la Vega estaba rematado no solo el recinto desde la Punta, sino también hasta el hospital de Paula.

En un tiempo la muralla del recinto solo tenía dos puertas: la de la Punta, concluida en 1759, y que daba salida al castillo de la Punta y a la Caleta y Canteras, y la de la Muralla (llamada después propiamente Puerta de Tierra), concluida en 1721. (3) Hacia 1760 se abrió una contigua a la de la Muralla, con el fin de que se saliese por ésta y se entrase por la primera, según todavía se practica. Tenían estas puertas, por la parte interior, un rastrillo que fué destruido en 1844.

A poco se abrió otra puerta que salía al arsenal, para facilitar la introducción de todo lo necesario a la construcción y carena de los bajeles. Llamóse de la Tenaza, por la clase de su construcción (4), y fué cerrada en 1771, a consecuencia de disensiones habidas entre el Capitán General y el General de Marina, abriéndose en su lugar la Puerta del Arsenal (1773), que por mucho tiempo se dijo Puerta Nueva. (5)

Desde 1740 quedaron concluidas las murallas del recinto, pero sin el camino cubierto ni los fosos que se terminaron en 1797.

En 1708 se construyó un baluarte de San Telmo, mediando la distancia que hay desde el castillo de la Punta al de la Fuerza vieja, y hacia 1730 fué derribado (aunque dejando el nombre al sitio), para seguir el recinto de la muralla que desde la puerta de la Punta empezó a fabricar sobre la bahía y quitándole mucha parte de su margen antiguo, el Gobernador don Dionisio Martínez de la Vega, obra que prosiguió su inmediato sucesor don Juan Francisco Güemes. Este mismo hizo derribar por débiles las cortinas que desde la puerta de la Tenaza corrían hasta Paula, y las construyó de mejor calidad.

La Cabaña.—En 1763 (día 4 de Noviembre), se dió principio al castillo de San Carlos de la Cabaña, según consta de una lápida que existe en su capilla y se concluyó en 1774, habiendo tenido de costo, según se dice, catorce millones de pesos. El nombre de la Cabaña con que se conoce generalmente, es debido a la loma sobre que está asentado y que se decía Cerro de la cabaña, por haber habido allí unos bohíos o cabañas. El terreno perteneció a don Agustín de Sotolongo, que lo cedió gratuitamente. Proyectóse fortificar este punto desde el año anterior, habiendo ya en el mismo algunos preparativos para el efecto. Cuéntase que el célebre ingeniero Artonely, constructor del Morro, subido sobre dicho cerro, dijo que el que lo dominase sería dueño de la ciudad, profecía que se realizó en la invasión inglesa de 1762. En una losa que se halla en la capilla de esta notable fortaleza, se halla gravada la siguiente inscripción: “Reinando en las Españas la Católica Majestad del señor don Carlos III, y gobernando esta isla el conde Ricla, grande de España y teniente general de los Reales ejércitos, se dió principio en el año de 1763 a este castillo de San Carlos, al de Atarés, en la loma de Soto, y a la reedificación y aumento del Morro.—Se continuaron las obras de este castillo y se concluyeron las del Morro y Atarés durante el gobierno de don Antonio Bucarely y Ursua, teniente general de los Reales ejércitos.—Se acabó este castillo y se trazó el del Príncipe en la loma de Aróstegui, en el gobierno del marqués de la Torre, mariscal de campo de los Reales ejércitos, año de 1774, proyectado y dirigido todo por el mariscal de campo e ingeniero director de los Reales ejércitos don Silvestre Abarca".

Atarés.—Edificado por el ingeniero belga brigadier don Agustín Crámer, de 1763 a 67, sobre una loma que pertenecía y cedió gratuitamente don Agustín de Sotolongo, y 138 cordeles cuadrados más, pertenecientes al presbítero don Nicolás Fernández Trebejo. El nombre de Atarés lo debe al conde de Ricla, bajo cuyo nombre y disposición se comenzó. La loma se conoce por de González, por don Manuel González, del terreno comprendido hasta la esquina de Tejas, y por de Solo por el indicado don Agustín de Sotolongo.

Príncipe.—Construido por el director de ingenieros don Silvestre Abarca sobre la loma conocida por de Aróstegui, por haber pertenecido el terreno a don Martín Aróstegui y Loinaz, que lo compró en 1737 a don Juan Sigler de Espinosa. Principióse en 1774 y concluyóse en 1794: aunque en 1771 se había forticado provisionalmente el punto, mientras se concluían las demás obras del momento, según la da a entender una inscripción que se halla en un escudo de armas reales colgado en el cuarto del oficial de guardias a la entrada del castillo.

Cuartel de Milicias.—En 1787 se concluyó el nuevo cuartel de Milicias.

Santa Clara.—Batería concluida en 1797, durante el mando del conde de Santa Clara, que dejó, además, terminadas en el mismo año las obras de los fosos, esplanadas, camino cubierto, etc., del recinto.

Número 4.—En 1870 se concluyó el hornabeque San Diego, o sea el fuerte Número 4, sobre 48 solares, comprados en cantidad de 4,581 pesos al capitán don Antonio Barba.

El recinto que correspondía a la bahía tres puertas: una para la machina, otra para dar salida al antiguo muelle de Carpinete y otro para el muelle de Luz.

En 1687 se construyó, costeado por el vecindario, el polvorín o almacén de pólvora de la calle de este nombre.

En 1741 se construyó el polvorín de Jigüey (cerca de la boca del río Luyanó).

Torreón de San Lázaro.—Hacia el año de 1556 se construyó el torreón de San Lázaro o sea de la Caleta, destinado a servir para los vigilantes que allí se situaban de noche (así como otro en el Morro), para avisar la llegada de vela o buques sospechosos. Antes se había construido un bastión en la playa, sobre la cual existe un acta de cabildo que dice:— “ En el cabildo de 8 de Marzo de 1553 fué acordado por los señores justicia e regidores, que por cuanto es notorio la guerra que hay con Francia, e el peligro que esta villa tiene, e para efecto de la defensa de ella se hizo un butron en la playa, en el cual hay cuatro piezas de artillería de S. M. que le compraron para mismo efecto, el dicho baluarte no está acabado, ni como conviene, porque es menester alzalle el pretil de adelante para que la artillería que en él está pueda aprovechar, e para el efecto es menester hayga gente de negros con que se haga, e eche repartimiento entre los vecinos de esta villa con parecer del procurador e se hizo en la forma siguiente:—El señor teniente del gobernador Juan de Roxas, dos negros con sus bateas e erramientas hasta que acabe.—El señor Ledo. Almendariz, otro negro con su azadón e batea.—El señor Juan Gutiérrez, porque no tiene los negros en el pueblo, que dará dos reales por cada día que durare la obra.—Pedro Velásquez un negro con su herramienta, e hasta que la obra se acabe.—El señor Pedro Velázquez, un negro.—El señor Antonio de la Torre, un negro hasta que se acabe la obra.—Diego de Soto, un negro mientras durare la obra, con su herramienta.—Constantin Martel, un negro con su herramienta hasta que se acabe.—Juan Inestrosa, otro negro, con su herramienta, hasta que se acabe.— Isabel Neta, otro negro con su herramienta, e batea e machete. —Nicolao, otro negro con herramienta, e batea e machete.—Leonor Costilla, un negro con herramientas e batea e azadón.—Los herederos de Francisco Gutiérrez e su madre, e Ambrosio Hernández, dos negros con sus herramientas.—Lugones, un negro con su batea e azadón e machete.—Los herederos de Castaños, un negro con su batea e azadón.—La de Juan Sánchez, otro negro con su herramienta.—La de Pedro Sánchez, otro negro con su herramienta e batea.—La de Carmona, otro negro con su herramienta e batea.—Francisco de Yevenes, un negro con su azadón e batea e machete.—Francisco López e Diego López, otro negro con azadón e batea e machete.—Zamora, otro negro con su batea e herramienta.—Diego de Córdoba, un negro con su batea e azadón.—Oliver, otro negro con su batea e azadón.—La viuda de Florencio, otro negro con su batea e herramienta.—Freile el lombardero, un negro, o sinó que dé dinero para ayudar a la obra.— Juan Núñez, por él o por su suegro, un negro con su herramienta mientras dure la obra.— Rodrigo Martín, un negro con su herramienta e batea.—Elvira de Bandadas, otro negro con su batea e herramienta.—Gonzalo Rodríguez Hobero e Martín de Ordaz, anden con la gente.—Martín el vizcaíno, un negro mientras dure la obra, con su herramienta.—El zapatero viejo, un negro con su herramienta.—Francisco Martín, sastre, un negro con su herramienta.—Baltasar de Vila, otro negro con herramienta.— Bernardo Nieto, un negro.—Inés, la horra, un negro con su herramienta o un real mientras dure la obra.—Catalina la horra, un real mientras dure la obra.—Francisco de Roxas, un real mientras dure la obra.—Carlos Florentin, un real mientras dure la obra.—Vasco Rodríguez, que ande con los negros, mandándolos.—Juan de Baena, un negro con su herramienta.—Manuel Ruiz, que dé un real mientras dure la obra.—La de Juan Guillen, un negro mientras durare la obra.—Baltasar de Vila, un real mientras durare la obra, e su yerno otro.—Reina, un negro con su herramienta.—Juan Díaz, que dé la forma como se ha de hacer la dicha obra e ande sobre la dicha obra.—E fecho el dicho repartimiento, los señores mandaron que todas las personas de suso declaradas den lo que ansi les está repartido para el lunes primero que viene, so la pena que por mí (el teniente de gobernador Juan de Rojas) les fuera puesta".

Desde 1538 la Corona había decidido fortificar La Habana, la Fuerza, no se terminó hasta 1540, pero en 1545 se demostró que no tenía más que el nombre y ello se comprobó cuando el pirata francés Jacques de Sores, asaltó La Habana el 10 de julio de 1555.

En 1556 ordenó la Corona la construcción de otra fortaleza, cuyas obras no se empezaron hasta el 1 de diciembre de 1558. La Fuerza se terminó en 1574.

En 1630 se concluyó la fortaleza de El Morro y en 1593 se puso en condiciones aceptables el Castillo de la Punta.

En 1592 concedió el Rey Felipe el título de ciudad a La Habana.

En esa fecha, y ya desde 1575, sólo contaba la hasta entonces Villa con cuatro calles importantes o reales, algunas más, secundarias, y desde luego, la ya mencionada plaza pública, siendo la calle más importante la de Los Oficios, ocupada en casi su totalidad por establecimientos.

En 1634, una Real Cédula de 24 de mayo, señalaba La Habana como "Llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales”.

La Muralla

Por los años 1667 a 1674 se comenzó la obra de la muralla que debía rodear y defender la población, terminándose, con el camino cubierto y los fosos, en 1797. Las murallas no sólo llenarían una finalidad de defensa bélica —que en realidad sólo fue utilizada en su parte marítima cuando la toma de La Habana por los ingleses, en 1762— sino que también servirían de base para la división de la ciudad en dos grandes zonas: Intramuros y Extramuros.

Intramuros y Extramuros

Dentro de la primera zona, quedó encerrada lo que se ha llamado La Habana antigua o De Intramuros, o sea desde la orilla izquierda del mar hasta las calles de Ejido y Monserrate y dentro de la segunda zona o sea, La Habana nueva o moderna o De Extramuros, se comprendió toda la extensión y ampliación experimentada por la ciudad a medida que fue desarrollándose y creciendo, primero, hasta los límites determinados por el torreón de San Lázaro, el Cementerio General o sea de Espada, y la esquina de Tejas, y después en sus sucesivas expansiones.

El crecimiento de la población fuera de su recinto amurallado, hizo de las murallas algo innecesario y que constituía estorbo, no sólo para el mejor tránsito y tráfico en la ciudad sino también para los fines mismos de resguardo y defensa, por lo que desde 1841, el Ayuntamiento habanero demandó el derribo de murallas, no accediéndose a ello por la Corona hasta 1863, por Reales Ordenes de 22 de mayo y 11 de junio de ese año, gracias a las gestiones en este sentido realizadas por el general Gutiérrez de la Concha que desempeñaba entonces el Ministerio de Ultramar. El derribo se inauguró el 8 de agosto del citado año en la parte donde se abrían las puertas llamadas De Monserrate que miraban respectivamente, a las calles de Obispo y O'Reilly.

Pero no obstante esa demolición, ha seguido conservándose, si no oficial, sí tradicional y popularmente, la división de la Ciudad en Intramuros y Extramuros, o sea en La Habana antigua y moderna.

Pavimentación de sus calles

El Marqués de la Torre, que gobernó Cuba de 1771 a 1776, y tanto se preocupó del progreso y ornato de la población, proyectó la pavimentación de las calles con tarugos de quiebra-hacha, debido a la escasez de guijarros o chinas pelonas; pero ese proyecto no pudo realizarse por completo, según afirma el historiador Valdés, "a causa de varios inconvenientes, y creo que uno de ellos fue lo resbaladizo del piso en tiempo de lluvias".

Quien acometió felizmente la obra de pavimentación, rotulación y numeración de las calles de La Habana, fue el capitán general Miguel Tacón, que como todos los déspotas, si atropelló la libertad y la justicia, favoreció las obras públicas.

En lo que se refiere a la rotulación de calles y numeración de casas dice Tacón lo siguiente: "Carecían las calles de la inscripción de sus nombres y muchas casas de números. Hice poner en las esquinas de las primeras, tarjetas de bronce y numerar las segundas por el sencillo método de poner los números pares en una acera y los impares en otra".

Miguel Díaz Álvarez, penúltimo alcalde de la época colonial (1897-1898) declara que encontró la hacienda municipal en crítica situación, por haberse consumido la reserva de obligaciones del segundo empréstito de $3.000,000 que hizo el conde de Casa Ibáñez.

A mediados del año 1897, año y medio antes de que terminara la dominación española. durante cuatro siglos la Metrópoli no había podido hacer de la capital de "la perla de las Antillas", considerada como "el más rico florón de la Corona de Castilla", una ciudad dotada de calles, paseos y plazas modernos y sólidamente pavimentados, con aceras, alumbrado y alcantarillado, todo a la altura de las poblaciones de su importancia y riqueza en Europa y América, y con parques amplios y bellamente arbolados y ornamentados, que fuesen verdaderos pulmones de una ciudad tan populosa como La Habana.

La pavimentación de las calles de La Habana es terminada en el año 1913, después de que el presidente José Miguel Gómez aceptara un empréstito de $16.000.000 con la casa Speyer and Company, que también dejó contratado Mr. Magoon durante el Gobierno norteamericano de ocupación militar.

Actual municipio de la Habana Vieja

El actual municipio de La Habana Vieja surgió en 1976 con la nueva división política Administrativa .Su historia apenas rebasa los veinticinco años pero la del territorio que abarca, que llega a incluir los antiguos barrios se remonta a varios siglos de quehacer histórico. La influencia ejercida por sucesivas generaciones da continuidad al proceso histórico que enlaza su pasado con el presente.

Extensión Territorial

El municipio de La Habana Vieja en sus 4,5 km. cuadrados tiene una población de 94.966 habitantes, según censo del año 2002, siendo varones 44.852 y hembras 50.114, siendo su densidad demográfica de 21.103,5 habitantes por kilómetro cuadrado. Su territorio consta de 7 Consejos Populares y 83 Circunscripciones.

Esta localidad es una de las más pequeñas entre los quince municipios que comprende la provincia de la Ciudad de La Habana.

La topografía de este territorio es básicamente llana, ocupada fundamentalmente por edificaciones de viviendas, servicios y centros productivos, las únicas elevaciones de consideración son las lomas del Ángel y de Soto, la primera al norte del municipio y la última hacia el sur.

Su economía

De gran importancia económica y social el puerto de La Habana, calificado como el más importante del país por ser centro de la actividad portuaria del mismo, la intensa actividad de carga y descarga que presenta y por constituir una de las puertas principales que relacionan a la nación con el resto del mundo. No obstante es de señalar que la urbanización creciente y dificultades en los servicios de saneamiento han dado lugar a la contaminación de sus aguas debido a los desechos de las industrias y otros residuos aunque está en desarrollo un plan para eliminarla.

Es de destacar también como otras actividades económicas importantes, la industria pesquera y las ramas alimenticias, el turismo, la construcción y la de tabaquería. También tienen gran significación, por el servicio que prestan la Terminal Central de Ferrocarriles y el Túnel de La Habana, así como la Termoeléctrica “Otto Parellada”, de Tallapiedra. Caracteriza también al municipio una amplia red comercial y de almacenes.

La Oficina del Historiador de la Ciudad

Creada en 1938 por Emilio Roig de Leuchsenring y que después de su muerte dirige Eusebio Leal Spengler,el cual realiza un trabajo encomiable y que ha recibido gran prestigio ya que desde 1981 ha acometido un apreciable proyecto de restauración y rescate de la identidad histórica y cultural del lugar más longevo de la capital cubana.

Existen acciones en viviendas enclavadas en este lugar para mejorar las condiciones de vida y la imagen urbana así como un proyecto muy estratégico que es el Colegio Universitario San Jerónimo de la Habana ya que garantiza la preparación de nuevos licenciados en Arqueología, Museología y Museografía, Gestión cultural y Gestión urbana.

Vida Social y Cultural

Gran Teatro de la Habana

En su espacio tienen lugar numerosas funciones sociales, comerciales, administrativas y culturales. Igualmente mantiene la homogeneidad ambiental y las construcciones de mayor valor cultural son restauradas armoniosa y expresivamente a través de la permanencia de la trama urbana original y de los aspectos formales básicos del conjunto.

Plaza Vieja

Dentro de lo que fuera el antiguo recinto amurallado existen edificaciones de destacado valor arquitectónico en los alrededores de la Plaza de la Catedral, la Plaza de Armas, la Plaza de San Francisco y la Plaza Vieja fundamentalmente.

Además, al carácter excepcional de esta urbe se une la posición de la bahía como ruta obligada del Nuevo Mundo, de ahí la necesidad de su protección militar, por lo que la ciudad en época colonial contó con tres sistemas defensivos que, desde el punto de vista arquitectónico, alcanzan un gran nivel estético y funcional.


Proyecto Arte y Salud

El Proyecto Arte y Salud en La Habana Vieja, auspiciado por el Centro de Estudios de Salud y Bienestar Humano (CESBH), de la Universidad de La Habana, tiene como objetivo principal preservar el estado de vida normal de las personas.
Con la combinación de diferentes manifestaciones artísticas este programa se propuso desde su comienzo concientizar a los seres humanos sobre la salud y relajamiento físico-mental.
La salud es primero nuestra responsabilidad y luego de los médicos, hemos encontrado una forma de ayudar tanto a las personas sanas como a las que no lo están; los sanos aprenden a cuidar su salud; el resto no se siente rechazado ni excluido de la sociedad, afirmó la doctora Ruth Daisy Enríquez Rodríguez, directora de esta institución integrada por voluntarios de varias esferas y sectores.
Aunque por el momento el proyecto radica en la Habana Vieja ya se extiende por municipio de 10 de Octubre. Aún no se conoce la cifra exacta de los participantes de Arte y Salud, pues la asistencia varía según el día (con mayor afluencia los fines de semana) y las actividades que realicen, destacándose las culturales.

Fuente