Museo Nacional de Bellas Artes

Artículo de referencia

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Museo Nacional de Bellas Artes
Información sobre la plantilla
(MNBA)
Museo Nacional de Bellas Artes - Arte Cubano.jpg
Edificio de Arte Cubano (antiguo Palacio de Bellas Artes)
Información geográfica
PaísBandera de Cuba Cuba
CiudadLa Habana
Información general
Inauguración28 de abril de 1913
ColeccionesArte Cubano
Arte Universal
Director(a)Jorge Fernández Torres[1]
Sitio webSitio Oficial

Museo Nacional de Bellas Artes. Es la institución encargada de atesorar, restaurar, conservar, promover e investigar las obras que forman parte del patrimonio plástico de Cuba. Posee la más importante colección de Arte cubano existente, que abarca desde el siglo XVI hasta nuestros días. Se destacan los grabados coloniales del siglo XIX, las obras producidas entre 1898 y 1920 (pintura académica), las vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX y las series de los grandes maestros cubanos, como Fidelio Ponce, Víctor Manuel, Carlos Enríquez y Wifredo Lam.[2]

Los espacios de exhibición, renovados arquitectónica y museográficamente, y dotados de modernos sistemas de iluminación, climatización, control ambiental y seguridad integral, se organizan en ocho áreas temáticas principales, que incluyen 24 salas o espacios concebidos para ser visitados de forma secuencial o a partir de alternativas de libre elección.

Las colecciones englobadas bajo la denominación de Arte universal se hospedan en otro edificio, antigua sede del Centro Asturiano, aledaño al Parque Central de La Habana, e incluyen conjuntos temáticos de obras de todas las áreas o zonas importantes del arte occidental, lo que determina que el Museo Nacional supere a otras instituciones similares de América Latina. Entre estas colecciones se destacan la de arte español, con los más importantes pintores del siglo XIX (Sorolla, Lucas Velázquez, Mariano Fortuny, Raimundo de Madrazo y Zuloaga); la de retratos ingleses de los siglos XVIII y XIX; y la colección de arte clásico antiguo, con un rico conjunto de piezas escultóricas y cerámica de Egipto, Grecia y Roma.

Historia

Imágenes de un reportaje en la revista "El Fígaro" que muestran la inauguración del Museo Nacional de Bellas Artes. (1913)

Un cubano ilustre, el reputado arquitecto Emilio Heredia Mora (1872-1917), descendiente del gran poeta José María Heredia, hizo un llamado público el 1 de noviembre de 1910 en el diario "La Discusión" para recabar apoyo oficial de instituciones públicas y privadas con el fin de realizar el antiguo sueño de un museo.

En el lapso de dos años, numerosas instituciones civiles y religiosas, artistas y coleccionistas, donaron, prestaron, depositaron o transfirieron lo que sería el núcleo inicial de sus colecciones sin que en sus inicios se proyectaran líneas de colección ni se vislumbrara perfil museal alguno. La mayoría de los donativos era de carácter histórico –tenía que ver con cubanos sobresalientes y mártires de la independencia – pero también con la arqueología, la etnografía, las artes, los archivos, la historia natural y el mobiliario. Entre las donaciones importantes de ese período cabe mencionar la efectuada en 1912 por la Academia de Pintura de San Alejandro, que cediera parte de su Galería Didáctica con un núcleo importante de pintura europea.

Cuando se anuncia el Decreto #183, del 23 de febrero de 1913, ya la sociedad había contribuido con el empeño recolector y el Museo se inaugura oficialmente el 28 de abril de ese mismo año gracias a esas prestaciones públicas y a la voluntad de Heredia. Su primera sede estuvo ubicada en una sección del edificio conocido como Antiguo Frontón, en la calle Concordia esquina a Lucena, en el centro de la ciudad.

En 1915 el Ayuntamiento de La Habana reclamó el emplazamiento y la joven institución tuvo que trasladarse al nuevo lugar que se le asignó en 1917. Se trataba de la Quinta de Toca, en la Avenida de Carlos III, que representó, a pesar de todo, un local más adecuado. No obstante, la nueva sede necesitó modificaciones que fueron costosas y que mantuvieron cerrada la institución hasta finales de 1917. Durante el año 1918 se produce un nuevo cierre y no es puesta a servicio público hasta el 20 de mayo de 1919. En 1917 fallece el arquitecto fundador, Heredia, y en 1918 es nombrado como director Antonio Rodríguez Morey.

Quinta de Toca, sede del Museo desde 1917 a 1923

Morey dedicó casi cincuenta años de su vida al Museo Nacional. Aún hoy, pasados los años, hay pocas zonas del trabajo especializado de la institución que no recuerden sus desvelos, que no tengan sus huellas directas.

El primer sistema integral de registro de obras, el Diccionario biográfico de autores cubanos, su impecable documentación y sus archivos, son parte esencial de la historia del Museo. Hasta su muerte, ocurrida en 1967, Rodríguez Morey fue el director tesonero y emprendedor que libró innumerables batallas por el Museo.

En 1923 el Museo vuelve a enfrentarse a una circunstancia nefasta: el Estado vende la Quinta de Toca a la orden religiosa Hermanos La Salle y la institución sufre una nueva amenaza de desalojo. Esta vez, sin embargo, la audacia de Morey aplazó el ultimátum por varios meses. Ante la alerta de que las colecciones serían confinadas al Campamento Militar de Columbia, Morey reparte al personal del Museo y a dos estudiantes, entre los que se encontraba Julio Antonio Mella –el joven líder revolucionario- los fusiles de la Primera Guerra Mundial que tenía entre sus exponentes, protagonizando con ello un acto de valentía único en defensa del patrimonio.

A la inhóspita e inadecuada casa familiar donde habían tenido su escuela los Hermanos Lasalle, en la calle Aguiar 108 ½ de la Habana Vieja, fueron a colocarse finalmente las variadas e irregulares colecciones del Museo, en un insólito y deslucido hospedaje de treinta años.

El 6 de febrero de 1924 reabre sus precarias trece salas una entidad polivalente que incluía un inventario digno de una chambre de merveilles: objetos coloniales; reliquias de hombres célebres de Cuba; historia (incluida una sala sobre Máximo Gómez); etnografía; arte cubano colonial y contemporáneo; copias de cuadros célebres; obras de grandes maestros; piezas de la antigüedad; pintura extranjera; artes decorativas; lápidas conmemorativas, cañones del ejército español, y diversas armas de la época colonial.

Paralelamente no dejó de producirse en todos estos años una contienda arquitectónica en busca de espacios para el Museo. Desde 1925 se había elegido un lugar para la institución, que es, por cierto, el mismo en que se asientan hoy las colecciones de arte cubano: la Plaza del Polvorín o Mercado de Colón, como se le conoció posteriormente, edificado entre 1882 y 1884. Dentro de los numerosos proyectos arquitectónicos que durante años se presentaran sobresalió, en 1925, el del famoso dúo Evelio Govantes y Félix Cabarrocas.

En 1951, sin embargo, se impone el nuevo proyecto de Alfonso Rodríguez Pichardo que tenía como aspiración importante integrar las artes plásticas con la arquitectura –hecho singular en La Habana de ese momento- incorporando esculturas monumentales en el exterior, bajorrelieves, murales y otras esculturas en espacios interiores públicos y en los muros del patio central.

El proyecto suscitó juicios tan dispares como el del Arq. Bens Arrate, deplorando el fin de las bellas arcadas coloniales del Mercado de Colón, emplazado en el lugar, y el del ilustre Alejo Carpentier, quien se felicitaba de que se levantara un moderno museo americano.[3]

Así pues, en la convulsa década del 50, luego del cuartelazo en que usurpa el poder, la tiranía de Batista “trata de rodearse de una aureola de aquiescencia popular y para ello viabiliza con fines propagandísticos algunas necesidades reales”.[4] Y una de esas necesidades era, sin dudas, la del Museo Nacional, hacinado durante treinta años en una casa de familia. Por un paradójico camino viene a solventarse pues, en los más duros años de represión batistiana, el anhelo de cultura que representó siempre el proyecto del Museo Nacional. El Decreto Ley del 26 de febrero de 1954 creó oficialmente el Patronato de Bellas Artes y Museos Nacionales.

El Palacio de Bellas Artes (1954)

Trabajos de remodelación del edificio que albergaría al Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1954. Hoy en día es sede de la colección de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.

El emplazamiento de las colecciones del Museo Nacional en el nuevo edificio del Palacio de Bellas Artes ocurre finalmente en 1955. La construcción de la flamante nueva sede sobre la base del proyecto de Pichardo, la constitución del Patronato, y la honestidad y firmeza de tantos años de Rodríguez Morey, reavivaron sin lugar a dudas las donaciones y depósitos que siempre acompañaron al Museo. Esta vez, importantes coleccionistas del país ofrecen depósitos de extraordinario valor para la institución. Sobresalen entre ellos el legado de María Ruiz Olivares, marquesa de Pinar del Río. En este valioso grupo de más de setenta obras, se destacan el nutrido conjunto de Eugenio Lucas, la magnífica Santa Catalina de Alejandría de Zurbarán, así como obras de Esteban Chartrand, Valentín Sanz Carta, y Víctor Patricio Landaluze, entre otros autores.

El depósito de carácter permanente más célebre lo realizó en 1956 el Dr. Joaquín Gumá Herrera, conde de Lagunillas[5], con su fabulosa colección de arte antiguo de Egipto, Etruria, Grecia y Roma fundamentalmente, y en la que se distinguen los nueve retratos funerarios de Fayum y la espléndida colección de cerámica griega. Otros valiosos conjuntos como los de Julio Lobo, Oscar B. Cintas y José Gómez Mena, fueron también depositados en la nueva institución.

Durante unos años el edificio alberga no sólo al Museo Nacional, sino al Instituto Nacional de Cultura, que era entonces una dependencia del Ministerio de Educación. Esta institución, dirigida por Guillermo de Zéndegui, y cuyo Director artístico era el pintor Mario Carreño, había estado llevando adelante una labor de adquisiciones orientada fundamentalmente al arte contemporáneo cubano [6]. Proveniente de las obras premiadas en los Salones Nacionales de Bellas Artes fundamentalmente, el INC conformó la Sala Permanente de Artes Plásticas de Cuba, que se exhibía en la segunda planta del Palacio de Bellas Artes. Esta sala comprendía pintura, escultura y grabado, y era mayoritariamente moderna, aunque también incluía autores académicos. No era, sin embargo, una sala histórica; no tenía pintura colonial ni abarcaba toda la evolución de la plástica cubana. Desde el punto de vista del coleccionismo, podría decirse que este conjunto, al pasar a fines de los años 50 al fondo del Museo Nacional, complementó oportunamente los tesoros de este último con un perfil contemporáneo inexistente hasta entonces.

Tras el triunfo de la Revolución

Fidel Castro durante su visita al Museo Nacional de Bellas Artes en 1959.

Con el triunfo de la Revolución cubana en 1959, triunfa también la gran tradición de pensamiento y acción emancipatorios que había nacido en los albores mismos de nuestra nacionalidad. Al llevar a vías de hecho el gran proyecto de justicia social, la Revolución consuma un suceso cultural y creador sin precedentes para la Isla.

El éxodo masivo de la burguesía nacional a inicios de los años sesenta, sacó a luz pública un cuantioso tesoro artístico poco conocido, que conformaba los bienes de la clase dominante y de los grupos de poder. El recién creado Departamento de Recuperación de Valores del Estado se encargó de dar cuenta de este acervo a través de diversas exposiciones públicas . El Museo Nacional, a la cabeza del cual se mantenía la respetada figura de Rodríguez Morey, se vió beneficiado por esta recuperación de obras de arte.

Por otra parte, los importantes depósitos de colecciones particulares que se encontraban en el Museo desde 1955, formaron parte en lo adelante del patrimonio nacional.[7] De esta manera, la institución acrecienta sus colecciones de forma significativa y tal saturación de sus perfiles museológicos permitió transferir los fondos de arqueología, historia y etnología hacia otras instituciones, de manera que el Museo se convirtió, exclusivamente, en una institución de arte.

En 1964 cristalizó uno de los proyectos decisivos del Museo: las Galerías de arte cubano. Con ellas se ofrece el primer panorama histórico-crítico de las artes plásticas cubanas desde una perspectiva museológica, condensando tesoros largamente reunidos por diversas vías, que permitieron una reflexión más completa de varios siglos de arte en la Colonia, de la pintura académica, así como de varias generaciones de maestros modernos y contemporáneos.

Conformado ya con sus Salas de la Antigüedad (Colección Lagunillas), las Salas Europeas y la Galería Cubana, el Museo se sumerge en la vida cultural del país. Un importante conjunto de exposiciones transitorias comienza a organizarse a partir de entonces. Se destacan, particularmente, las retrospectivas de Amelia Peláez, René Portocarrero, Víctor Manuel, Carlos Enríquez, Mariano Rodríguez y Marcelo Pogolotti durante los años 60 y principios de los 70, las que contribuyeron a establecer la valoración crítica sobre la obra de estos autores, colocándolos a la altura que merecían sus trayectorias, no totalmente conocidas por entonces.

Ya en los años 80, las retrospectivas de Umberto Peña, Raúl Martínez, Servando Cabrera Moreno y Alfredo Sosabravo, continuaron este camino de estudio y reflexión museológica en los maestros modernos. También es preciso mencionar varios espacios expositivos que instrumentaron, vistos hoy en retrospectiva, una verdadera tradición plástica: El artista del mes y El pequeño salón, comprometidos mayormente con el arte del día y donde exhibieron artistas como Antonia Eiriz, Raúl Martínez, Acosta León, entre otros grandes creadores.

Otro eje esencial del trabajo museológico ha sido su labor educativa. Con un amplio plan de actividades para adultos y niños, el Museo puso a disposición de todos, la cultura que detentaban sus colecciones. Entre ellas merece citarse la novedosa Sala Didáctica, creada en 1966, y que permitía a los visitantes del Museo acercarse al lenguaje particular de las artes plásticas, como paso previo para dialogar con sus salas permanentes.

Edificio de Arte Universal (antiguo Centro Asturiano) inaugurado en 2001

No hubo prácticamente suceso relevante en la plástica que no tuviera acogida en el Museo: el Salón de Mayo de 1968, el ya mítico Salón 70, los Salones de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, los Salones de Paisaje y de Premiados, y las tres primeras ediciones de la Bienal de La Habana, para citar solo algunos. La cultura universal, por su parte, tuvo una gran acogida en nuestra institución. Muestras colosales como Retrato de México, El Arte de los Tracios en la tierra búlgara, Tesoros del Perú arqueológico, Tapices franceses, entre muchas otras. Más recientemente, las muestras personales de Rauschenberg, Orozco, Miró, Picasso, Equipo Crónica y otras tantas, han prolongado una tradición que se abrió siempre a múltiples intereses culturales.

No es hasta finales de la década de los 80 que comenzó a abrirse paso una nueva política de tesaurización que marca un viraje en su gestión patrimonial. Los frutos de esta política hicieron posible que las colecciones hayan crecido, modesta pero sostenidamente, durante los últimos años.

Durante las primeras décadas del siglo XX esta institución fue un museo polivalente: la historia, la arqueología, la etnografía, las artes decorativas y las artes plásticas formaban un conjunto azaroso y desdibujado.

El impulso de la Revolución del 59 lo llevó a alcanzar su perfil de museo de bellas artes. Y el aumento continuo de sus colecciones lo transforma a partir de la remodelación capital culminada en 2001[8], en un gran complejo museal, donde un nuevo edificio histórico de la ciudad, el antiguo Centro Asturiano, alberga en lo adelante las colecciones extranjeras. Esta expansión esencial de los inmuebles y de las colecciones ofrece actualmente al público una oportunidad realmente valiosa de experiencia e interacción artística con un patrimonio que no sólo nos habla desde el pasado, sino que participa en la construcción de la cultura presente, y con ello, en la del futuro.

Inmuebles

Edificio Palacio de Bellas Artes

La historia del edificio del Palacio de Bellas Artes (sede del Museo Nacional desde 1954) puede iniciarse en 1952 cuando se comenzaron las obras constructivas a partir del proyecto del arquitecto Alfonso Rodríguez Pichardo.[9] En el lugar que había ocupado el Mercado de Colón se alzó, en 1954, una edificación de corte racionalista. Se utilizaron materiales nacionales como la piedra Jaimanita y se añadieron diversos elementos decorativos en las fachadas, dando un realce moderno al entorno.

En los años sucesivos se continuaron las labores de readecuación de las áreas en la búsqueda constante de soluciones para preservar valiosas colecciones, y presentarlas al público.

Recibidor del edificio de arte cubano (antiguo Palacio de Bellas Artes)

En julio del 2001, y ante la escasez de espacios para la conservación y exposición de las obras, se pone en marcha un novedoso proyecto museológico y museográfico, encabezado por José Linares, que retoma la importancia del edificio y realza los elementos decorativos de las fachadas, propuestos en el primer proyecto.

Los espacios de exhibición, renovados arquitectónica y museográficamente, y dotados de modernos sistemas de iluminación, climatización y control ambiental y seguridad integral, se organizan en ocho áreas temáticas principales que incluyen 24 salas o espacios que –con clara estructura de circulación- pueden ser visitados de forma secuencial o a partir de alternativas de libre elección.

En unos 7,600 m2 se presentan mas de 1200 pinturas, esculturas, grabados y dibujos (incremento del 50% de obras en exposición) que ofrecen el mas completo panorama del arte nacional, desde las primeras visiones de viajeros en los siglos XVI y XVII hasta la obra de creadores contemporáneos, incluyendo importantes conjuntos dedicados a los mas notables períodos, movimientos y artistas, como la pintura colonial y los inicios del siglo XX, las vanguardias, la abstracción y el surgimiento de nuevas generaciones a partir de la década de 1970.

Edificio Centro Asturiano

El lucernario del edificio de arte universal (antiguo Centro Asturiano) es el mayor de su tipo existente en Cuba

El primitivo edificio del Centro Asturiano de La Habana ocupaba parte de la parcela actual; destruído por un incendio en 1918 ya en 1927 (Arquitecto asturiano Manuel del Busto) se inaugura su nueva sede, edificio que hoy recibe las colecciones de arte universal del Museo Nacional de Bellas Artes.

Este edificio resulta especialmente significativo, tanto por el volumen de edificación como por las modernas técnicas de ingeniería empleadas: armazón estructural de acero con recubrimientos de piedra, ladrillos, y losas de hormigón. Se emplearon los mas importantes y ricos materiales importados y nacionales e intervinieron también múltiples talleres y empresas cubanas vinculadas a la construcción, incluyendo ricos pavimentos de mármoles, profusas decoraciones en yeso, carpintería elaborada con cedro y caobas cubanas entre otros.

Alcanzan su culminación en este inmueble, los códigos del eclecticismo español, en el que se mezclan el barroco y el plateresco, traducidos en una decoración, a veces excesiva, a base de íconos y símbolos regionales, todo dominado por una fuerte tendencia ceremonial y escenográfica, muy manifiesta en la caja de escalera, coronada por un inmenso lucernario con escenas que describen el descubrimiento de América por Cristóbal Colón; y mas aún por las cuatro torres diferentes que, superando las del vecino Centro Gallego, constituyen verdaderos hitos de las visuales de la zona, e incluso desde la Plaza de Armas del Centro Histórico, a lo largo de la calle Obispo, acentuando un verdadero eje visual urbano.

El “palacio devenido museo” es el resultado de un importante trabajo de transformación y restauración[10] en el que, a la vez que se ponen en valor espacios representativos y significantes del edificio y su arquitectura, otros se convierten en ámbitos arquitectónica y museográficamente adecuados a la exhibición de importantes conjuntos de obras.

Una tercera parte de superficie total se dedica a la exposición (mas de 4800.0 m2) de unas 700 obras representativas de las siete escuelas tradicionales europeas (Alemania, Flandes, Holanda, Italia, España, Francia y Gran Bretaña), organizadas en conjuntos coherentes, lo que constituye una particularidad del museo cubano respecto a otras instituciones de la región. Tratamiento y despliegue excepcional recibe la colección de Arte de la Antigüedad (colección Conde de Lagunillas) integrada por 666 piezas del Asia Anterior, Egipto, Grecia, Etruria y Roma y que incluye el excepcional conjunto de cerámica griega.

Edificio socio-administrativo Rodriguez Morey

Edificio socio-administrativo Rodriguez Morey, antiguo Cuartel de Milicias

El más antiguo de los tres edificios que conforman el conjunto del Museo Nacional es el primitivo Cuartel de Milicias que, construido en 1764, mantuvo su inicial función hasta 1844. A partir de entonces se destinó a otras dependencias militares. En este mismo edificio permaneció detenido durante algunos días, entre finales de 1870 y enero de 1871, el gran poeta y revolucionario cubano José Martí.

A pesar de sucesivas transformaciones -una de las más profundas alrededor de 1946, que incluyó la construcción de un nuevo piso- el edificio conserva sus valores espaciales originales: planta trapezoidal alrededor de un patio central. El aspecto más notable de su imagen exterior –de indudable valor como componente urbano de la zona- lo constituye la espléndida portada barroca de remate mixtilíneo, único jambaje barroco que conocemos aplicado a un arco rebajado, y también la única portada ochavada, o sea, en la esquina de un edificio.

En las primeras décadas de la Revolución continuó siendo un edificio con funciones militares hasta que se destinó a sede de las oficinas socio-administrativas del Palacio de Bellas Artes y en la actualidad, con el proyecto del arquitecto Linares se le mantuvo esta última funcionalidad.

Colecciones

Creado como museo enciclopédico, el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba a lo largo del siglo XX, se especializó gradualmente en una institución dedicada a las artes visuales. Su colección, formada a través de donaciones, legados y adquisiciones, se amplió sustancialmente con las expropiaciones llevadas a cabo por el gobierno después de la Revolución cubana, dando lugar a la incorporación de colecciones privadas de gran valor artístico. En la actualidad, la colección se compone de aproximadamente 47.600 piezas. De estos, 45.000 son parte del patrimonio artístico y otras 2.000 están en los depósitos de la institución.

El museo es el único en el país especializado en la historia del arte universal. La institución mantiene una amplia colección de obras de arte cubano, y núcleos de menor tamaño de piezas de Estados Unidos y América Latina. También alberga una importante colección de pinturas y esculturas de Europa, que abarca las principales escuelas del continente a lo largo de un lapso de tiempo de seis siglos. También es importante mencionar los logros de la colección de artefactos arqueológicos del Antiguo Egipto, la Antigua Grecia y la Antigua Roma, además de la colección de arte asiático.

Arte cubano

Colecciones de Arte cubano
"Escena galante", de Víctor Patricio Landaluze
"Escena galante", de Víctor Patricio Landaluze
"La vuelta del trabajo", de Leopoldo Romañach
"La vuelta del trabajo", de Leopoldo Romañach
"Las Tres Gracias", de Rafael Blanco.
"Las Tres Gracias", de Rafael Blanco.
"Gitana tropical", de Víctor Manuel
"Gitana tropical", de Víctor Manuel
"Interior con columbas", de Amelia Peláez
"Interior con columbas", de Amelia Peláez
"Saludos al Mar Caribe", de Mario Carreño
"Saludos al Mar Caribe", de Mario Carreño
"Fénix", de Raúl Martínez
"Fénix", de Raúl Martínez
"Gallo Rojo", de Mariano Rodríguez
"Gallo Rojo", de Mariano Rodríguez
"Sin título", de Pedro Pablo Oliva
"Sin título", de Pedro Pablo Oliva

Arte en la Colonia (Siglo XVI - Siglo XIX)

Desde mediados del siglo XVI se desarrolla en la Isla una incipiente actividad plástica. En el Museo se conservan algunas piezas realizadas por pintores del siglo XVII y un número mayor de obras de artistas nacidos en el siguiente.

El siglo XVIII se caracteriza en general por el predominio de la estética barroca que llega a Cuba a través de Andalucía. Este barroco andaluz se asimila en la Isla donde adquiere su propio significado y se expresa con características peculiares. Los temas fundamentales utilizados por los artistas son el asunto religioso[11] y el retrato- limitado a las clases sociales altas- y, ocasionalmente, el asunto histórico. El retrato es una pieza de carácter oficial en la cual aparece el modelo- que puede ser el gobernador, el obispo, un alto funcionario o un miembro de la nobleza cubana- con su escudo nobiliario y la cantilla donde se recogen sus datos biográficos. Dos pintores se destacan en el siglo: José Nicolás de Escalera[12] y Juan del Río. Ambos tratan el cuadro religioso y el retrato, aunque Escalera prefiere con mayor interés el tema religioso.

Primera mitad del Siglo XIX

El género de la pintura más frecuente en los inicios del siglo es el retrato. Lejos ya del antiguo retrato oficial del XVIII, tiene como máximo representante[13][14][15] en La Habana el pintor mestizo Vicente Escobar quien desarrolla en los inicios del XIX, se diferencia en poses y actitudes con respecto al siglo anterior. Escobar representa la tradición española frente a los nuevas corrientes francesas de la Escuela San Alejandro.

El Neoclasicismo

Durante la hegemonía de la oligarquía criolla, los cánones estilísticos se orientan hacia el neoclasicismo, corriente que coexiste con la influencia española tradicional. Este neoclasicismo se introduce en los inicios del siglo, cuando ya el nuevo movimiento está vigente en Europa. Personalidades dentro del ámbito cultural de Cuba, entre los que se encuentra el Obispo Juan Díaz Espada y Landa (1756-1828), imponen el nuevo estilo de líneas clásicas, antítesis de la exuberancia del barroco. El primer director de San Alejandro, el pintor francés Juan Bautista Vermay, orienta a las jóvenes generaciones dentro del neoclasicismo, estilo ya implantado en las iglesias de la Diócesis de La Habana.

Grabado Siglos XVI-XIX

En la segunda mitad del siglo XVI, al convertirse La Habana, en el puerto más importante del Caribe, Cuba despierta el interés del Viejo Continente, y en Europa se realizan numerosos mapas calcográficos de la Isla. En este período es notable también el grabado histórico que recoge un acontecimiento importante resuelto generalmente por medio de las armas. La narración se edita en series y frecuentemente destaca al héroe.

El siglo XIX se caracteriza por un notable auge de la técnica litográfica, introducida en la Isla poco después que Luis Senefelder patentiza su invento. Desde las primeras décadas del siglo los grabadores incorporan las escenas costumbristas.[16][17][18] Primeramente, dentro del paisaje urbano, después la escena callejera y el tipo popular se convierten en el asunto principal de la pieza donde es frecuente ambientar con elementos arquitectónicos o paisajes campestres someramente indicados. Tratado superficialmente, el negro es considerado un elemento de mucha plasticidad en la composición. También es frecuente el tema campesino: el guajiro con sus fiestas y aficiones en contacto con la naturaleza se describe en un ambiente idílico.

Marquillas de tabacos y cigarros

Los fabricantes de tabacos y cigarros explotan las posibilidades de la litografía en la fabricación de las hermosas etiquetas hoy conocidas como marquillas, caracterizadas por la variedad y riqueza de asuntos y de motivos decorativos que complementan los diseños centrales. Desde las primeras litografías monocromas hasta las más lujosas se advierte una evolución en cuanto a la concepción decorativa según los adelantos técnicos y el gusto de la época.

Miniaturas

En Cuba es común la miniatura en el siglo XVIII, pero es el siglo XIX cuando tiene mayor florecimiento. Muchos pintores retratistas se anuncian además como miniaturistas.

Paisaje

Los artistas del siglo XIX enriquecen las temáticas de sus obras al abordar todos los géneros pictóricos, a diferencia de sus antecesores, circunscritos únicamente al cuadro religioso y el retrato. De tal diversidad de asuntos nace el pintor paisajista, próximo la segunda mitad de la centuria, cuando el romanticismo predomina en la estética de la época. El paisaje en la colonia transcurre desde la visión idílica de la naturaleza hasta la corriente realista, influencia directa de la pintura española.

Costumbrismo

Como tema en la pintura, el costumbrismo entra con retraso respecto a los grabadores, pero no por ello deja de ser un género que alcanza notables cualidades plásticas. Los pintores costumbristas, espléndidos dibujantes conocedores del color y la técnica, son observadores sagaces del momento histórico que les tocó vivir y su obra es referencia obligada.

Segunda mitad del siglo XIX.

En la última generación de pintores del siglo XIX, alumnos de San Alejandro, es necesario destacar la desaparición inesperada, en plena juventud, de estudiantes que prometían desde las aulas llagar a ser artistas sobresalientes en la pintura finisecular. Miguel Angel Melero, José Arburu Morell y Julián Ibarbia, al terminar sus estudios en La Habana, continúan su formación en el extranjero.

Cambio de Siglo (1894-1927)

La modernización que se opera en Cuba, durante el siglo XIX, principalmente en su capital, se incrementó notablemente en el último cuarto de la centuria convirtiéndose La Habana en una cuidad cosmopolita. La plástica, básicamente la pintura, no es ajena a este movimiento. Surge entonces una generación de jóvenes creadores que, con disímiles tendencias o influencias más actualizadas, producen obras desde fines del siglo XIX hasta pasado la tercera década del XX. Debido a su carácter heterogéneo estas creaciones, difíciles de agrupar bajo un calificativo común estilístico, son consideradas de modo general como exponentes del período de Cambio de Siglo.

Determinados factores propician esta transformación. En primer lugar, se consolida una toma de conciencia nacional, fenómeno que viene gestándose desde mediados de siglo y posibilita una mirada diferente. En otro orden, las reformas e innovaciones introducidas por Miguel Melero desde la dirección de la escuela San Alejandro en 1878 y los viajes de perfeccionamiento artístico que muchos de los egresados de ese centro de estudios realizan al viejo continente, básicamente a España. En este momento en Cuba el realismo comienza a desplazar sutilmente al romanticismo, aunque hasta ya avanzado el siglo XX en obras de algunos autores perdura un hálito de cierta nostalgia que favorece pinturas con marcada influencia simbolista. Posteriormente irrumpen otras tendencias más actualizadas y los temas también varían: el religioso casi desaparece y las creaciones son básicamente por encargo. El retrato mantiene su posición preponderante, pero enriquecido con variantes más íntimas y personales. El paisaje toma una luminosidad acorde con el clima del trópico y se magnifica. El tema histórico, y posteriormente el mitológico, cobran importancia; la naturaleza muerta, conocida básicamente mediante fuentes bibliográficas, aparece mesuradamente a fines de la centuria, durante la cual tendrá un desarrollo impetuoso tal como la composición con figuras.

La sala Cambio de Siglo se encuentra dividida en diferentes espacios, tanto personales como colectivos. Entre los personales sobresalen los dedicados a los pintores Armando García Menocal y Leopoldo Romañach, figuras cimeras e innovadoras de este período en Cuba. Entre los colectivos, el dedicado a obras en soporte papel en el que exhiben por primera vez de forma permanente, ilustraciones, diseños y caricaturas conjuntamente con grabados del siglo XX. La muestra cierra con una representativa selección de caricaturas personales, dibujos y aguadas de marcado sabor de crítica político-social y algunas pinturas, todos debido al talento de Rafael Blanco, quien por adelantarse artísticamente a su época está considerado como un precursor del arte moderno en Cuba.

Pintura y escultura

Este espacio podría denominarse “de lo tradicional a lo moderno”, pues muestra obras realizadas en el siglo XIX, o con una marcada influencia de esa época, hasta otros posteriores vinculadas a más novedosas tendencias como la escuela de París.

Dibujos y gradados

En un entresuelo de la sala se exhibe una selección en soporte papel. Por primera vez permanentemente esta área muestra caricaturas personales y diseños entre los que sobresalen los de carácter publicitario, portadores de una concepción artística actualizada para la época y pioneros de una transición hacia el arte moderno cubano. Ese ambiente de renovación propicia la introducción de corrientes como el art noveau, que tras una paulatina geometrización daría paso al art decó de la mano de artistas como Jaime Valls y Enrique García Cabrera. La caricatura personal está representada por dos destacados creadores de la época: Conrado W. Massaguer, el más reconocido, y otra figura merecedora de un estudio profundo: Armando Maribona. El grabado es de corte más tradicional. La pequeña selección muestra piezas de variados temas, tanto cubanos como extranjeros. Son calcografías y pueden considerarse como un antecedente del desarrollo del arte gráfico producido en el país posteriormente.

Surgimiento del Arte moderno (1927 - 1938)

Artistas consagrados del arte cubano como Víctor Manuel, Antonio Gattorno, Juan José Sicre, Eduardo Abela, Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti, Amelia Peláez, Fidelio Ponce de León y Rita Longa, emergieron con una poética apegada a los cánones plásticos internacionales, pero con una interpretación marcada por la visualidad cubana que desde muchos años atrás se había instituido como tradición en las artes plásticas del país. Una obra como “Gitana tropical”, de 1929, resume el espíritu que primó en las generaciones de artistas de estos años.[19]

Consolidación del Arte Moderno (1938 - 1951)

La sala Consolidación del Arte Moderno muestra un momento de creación artística en que confluyeron autores de la década anterior con las nuevas generaciones emergentes. Se enriquece la plástica cubana con exponentes como Mario Carreño, Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Wifredo Lam, entre otros auténticos artistas que impregnaron con una fuerte impronta universal la producción plástica cubana del periodo.[19]

Otras Perspectivas del Arte Moderno

En el espacio dedicado a Otras Perspectivas del Arte Moderno se exhiben algunos de los principales representantes de la abstracción en nuestro país, producción que se mantuvo a tono con las corrientes internacionales del momento. Nombres como Luis Martínez Pedro, Sandu Darie, Dolores Soldevilla y Agustín Fernández Mederos forman parte de un número mayor de creadores que integran el tesauro del MNBA. Estos autores representan una expansión de las obras de las primeras generaciones de la vanguardia cubana, en los cuales se aprecia una especial preocupación de integrar al arte cubano en las corrientes y lenguajes más vanguardistas del circuito internacional.[19]

Arte Cubano Contemporáneo (1960-1970)

Las obras de la década del 60 muestran[19] un discurso apegado a los fenómenos sociopolíticos que acontecieron a propósito del triunfo de los principios revolucionarios y a una introspección de las preocupaciones más íntimas de la conciencia humana. Comienzan a destacarse artistas como Raúl Martínez, Ángel Acosta León, Servando Cabrera Moreno, Antonia Eiriz, Adigio Benítez, Umberto Peña, Santiago Armada y Alfredo Sosabravo, por solo citar algunos. La diversidad de propuestas estéticas revela la búsqueda constante de muchos artistas por encontrar soluciones plásticas propias, interés que dotó a la plástica cubana de una pluralidad de estilos de exquisita factura.

Arte Cubano Contemporáneo (1967-1980)

El Arte Contemporáneo entre los años de 1967 al 1980 ofrece[19] una lectura del periodo donde no deja de percibirse la multiplicidad de propuestas. Nuevas preocupaciones ganan espacio entre los artistas, a la vez que comparten lugar con intereses que se habían manifestado desde generaciones anteriores de creadores. La pintura social y de compromiso político, los cultos afrocubanos, la identidad cultural, la conducta humana y el humanismo, el tema campesino y el paisaje son algunas de las inquietudes que expresan las obras de esta etapa. Al catálogo de artistas del MNBA se suman nombres como Juan Moreira, Manuel Mendive, Rafel Zarza, Ever Fonseca, Pedro Pablo Oliva, Nelson Domínguez, Roberto Fabelo, Flavio Garciandía, Tomás Sánchez, Zaida del Río, Ruperto Jay Matamoros, entre muchos otros representantes de este importante momento de la plástica en Cuba.

Arte Cubano Contemporáneo (1979 - 1996)

El último espacio que compone[19] el despliegue museológico de las salas de Arte Cubano aborda el desarrollo desde la fecha de 1979 hasta entrada la década del 90. Artistas reconocidos como Juan Francisco Elso, José Bedia, José Manuel Fors, Leandro Soto, Humberto Castro, Consuelo Castañeda, Rubén Torres Llorca, Lázaro Saavedra, Belkis Ayón, Alexis Leyva Machado, René Francisco, Eduardo Ponjuán, Los Carpinteros y Tania Bruguera integran un número mayor de creadores de los cuales el MNBA conserva obras paradigmáticas de este momento.

Arte universal

Arte Antiguo

La colección, con más de 650 piezas de arte antiguo, constituye la más grande y representativa de América Latina por el número de exponentes y la variedad de estilos, estado de conservación y, sobre todo, por su elevado valor didáctico.

Origen de las primeras colecciones

La primera adquisición de piezas arqueológicas correspondientes a la antigüedad clásica se remonta a la década de los años treinta, cuando el ex-presidente José Miguel Gómez donó a la institución un busto femenino y dos cabezas de mármol, las tres de la época imperial romana. En aquel momento el Museo se encontraba en su sede de la calle Aguiar, en cuyas estancias se mantenían las obras en condiciones muy precarias, y los tres nuevos elementos vinieron a engrosar los muy heterogéneos fondos de la institución.

El Dr. Gumá de visita en el Partenón, Atenas, Grecia, hacia 1946.

En 1955 el Museo se trasladó al su nuevo emplazamiento en el Palacio de Bellas Artes y un año más tarde recibió, entre otros beneficios, el depósito de un vastísimo surtido de antigüedades: la colección de los Condes de Lagunillas, fruto de los intereses y la paciente labor del Dr. Joaquín Gumá Herrera, Conde de Lagunillas, durante más de veinte años.

La Colección Condes de Lagunillas

Su origen se remonta a la década del cuarenta del siglo pasado, cuando el Dr. Gumá comenzó a interesarse por las antigüedades y se convirtió en coleccionista alrededor de 1945. Desde un inicio estuvo en estrecha relación con personalidades del campo de la Arqueología que lo asesoraron y representaron en sus numerosas compras.

Las primeras adquisiciones se hicieron en New York, pero rápidamente amplió su área de pesquizaje a Londres, París, Roma y Florencia, además de Atenas y Basilea. Hacia 1946 ya el Dr. Gumá era miembro de los museos Metropolitano y de Bellas Artes de Boston lo que le permitió acceder a opiniones confidenciales especializadas sobre la materia. De esta manera cada una de las piezas adquiridas era estudiada, reconocida y certificada, lo que indudablemente radundaba en prestigio para su colección.[20][21][22][23][24]

Primer despliegue museográfico
Colecciones de Arte Antiguo MNBA
Vaso con decoración geométrica. Sala de Asia Anterior.
Vaso con decoración geométrica. Sala de Asia Anterior.
Cabeza del dios Amón. Sala de Arte Egipcio
Cabeza del dios Amón. Sala de Arte Egipcio
Ánfora Panatenaica. Sala de Arte Griego.
Ánfora Panatenaica. Sala de Arte Griego.
Acrotera en forma de cabeza de mujer. Sala de Arte Etrusco.
Acrotera en forma de cabeza de mujer. Sala de Arte Etrusco.
Retrato de un general romano. Sala de Arte Romano.
Retrato de un general romano. Sala de Arte Romano.

Con el depósito de Lagunillas el Museo estuvo listo para abrir por primera vez un espacio destinado exclusivamente al Arte Antiguo. La sala quedó inaugurada el 30 de mayo de 1956 con la participación de Dietrich von Bothmer, del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Dos años más tarde el espacio fue modificado y se incluyeron fotos ampliadas de algunos vasos de cerámica.

Segundo despliegue museográfico

El inmenso movimiento social generado al triunfo de la Revolución Cubana propició una definición de las funciones del Museo, hasta entonces de carácter polivalente, y la institución quedó destinada exclusivamente a las Bellas Artes, concibiéndose entre ellas esta colección de arqueología clásica. El área de las Salas de Arte de la Antigüedad se amplió a todo lo largo de una se las alas de la segunda planta del edificio. El nuevo despliegue museográfico partía de una separación inicial, por culturas, de las más de 500 piezas en existencia con que para entonces se contaba: Egipto, Grecia y Roma, y dentro de estas, por salas. Las obras comenzaron en 1959 y las salas se abrieron al público en 1961 con el nombre de Salas de Arte de la Antigüedad Condes de Lagunillas, como justo reconocimiento al principal precursor de la colección.

En la muestra, el arte egipcio ocupaba la primera sala, introducido por la réplica de una mastaba. A continuación de esta primera sala se destinaron otras dos al arte griego. La primera de ellas tenía un breve núcleo introductorio del arte del Egeo. En la otra sala se exhibían otras piezas helenísticas. Una tercera sala de Grecia, como punto culminante del recorrido, se ocupó exclusivamente con la colección de vasos griegos de los Condes de Lagunillas. Concluía la  exposición de arte antiguo con una amplia área rectangular dividida en cuatro salas, una a continuación de la otra, en las cuales se expusieron las piezas de arte romano.

Esta museografía y montaje de 1959 se conservaría hasta 1996, cuando el Museo cerró sus puertas al público para enfrentar un largo proceso de remodelación que contemplaba la inclusión de un nuevo edificio para las colecciones de arte universal.

Actual despliegue museográfico

Con la apertura en julio de 2001 del nuevo Edificio de Arte Universal se presentaron cinco áreas de exhibición de las Salas de Arte de la Antigüedad. El diseño actual es sensiblemente distinto del anterior, no sólo por la creación de dos nuevos núcleos (uno de arte levantino y otro etrusco) sino porque ha debido utilizarse un nuevo concepto del espacio. Ahora se dispone de un gran salón oval, ubicado en la cuarta planta del edificio, y que proporciona una visión de conjunto inicial desde donde se puede acceder por separado a cada una de las áreas.

  • Sala de Asia Anterior

Esta pequeña sala incluye 44 piezas de diversos períodos de Mesopotamia, Fenicia y de la región de los Partos. Entre ellos hay vasos de cerámica del período geométrico, conos y tablillas votivas de barro con escritura cuneiforme, estatuillas de portadores de ofrendas, lámparas, una escultura de león, una cabeza femenina, un hacha, un anillo y un proyectil de honda. Las piezas son de muy pequeño formato, salvo dos magníficas vasijas de cerámicas de gran tamaño provenientes de la Colección Condes de Lagunillas.

  • Sala de Egipto

La colección de arte egipcio ha sido desplegado según un nuevo concepto, ahora en dos grupos temáticos: una sala dedicada al país y la vida en Egipto, y la otra al culto funerario. La colección cuenta con poco más de 112 piezas, las que se han incrementado producto de donaciones de algunas colecciones privadas e institucionales. Entre las piezas exhibidas se incluye buena variedad de manifestaciones y materiales, con esculturas en piedra, bronce y madera. Son representativas muestras de estelas funerarias y falsas puertas de piedra, con abundantes ejemplos de la fórmula de ofrenda, vasos canopos y vasijas de alabastro. Entre los más relevantes exponentes de la colección se encuentran: un papiro de gran longitud, muy peculiar en su contenido y estado de conservación, y un sarcófago de madera pintada, donado por el gobierno egipcio a Cuba en gratitud por su participación y financiamiento en el rescate de los monumentos nubios auspiciado por la UNESCO entre 1960 y 1980.

  • Sala de Grecia

La propuesta museológica de arte griego no alteró en esencia su concepción primitiva: un primer núcleo se concentra en las esculturas cicládica, minoica, geométrica y arcaica de pequeño formato; un segundo núcleo de exponentes escultóricos, con producciones que abarcan los períodos arcaico, clásico y helenístico; una tercera sala helenística y, finalmente, la sala de cerámica que conserva su estilo privilegiado dentro del área, donde se conserva la importante colección de vasos griegos de la Colección Condes de Lagunillas.

  • Sala de Etruria

El núcleo de arte etrusco (antes disperso por las salas helenística, romanas y de cerámica griega) cuenta con ocho ejemplares del arte de esta civilización tan poco conocida aún para los especialistas.

  • Sala de Roma

La colección de Arte Romano posee 174 piezas, destacándose la escultura como manifestación artística y el uso del mármol en la confección de obras. Es, en este sentido, representativa: casi cuarenta ejemplares de mármol y dos núcleos temáticos dedicados a la estatuaria dentro del despliegue museográfico. Además reúne una extensa variedad de artículos de cerámica y bronce en excelente estado de conservación y un amplio surtido de vasos de vidrio. La pintura está representada a través de los retratos de Fayum, reflejando la tradición funeraria de una provincia romana, ejemplo muy localizado de pintura sobre madera en el contexto del arte romano. Otras manifestaciones como los textiles tienen también una breve referencia.

Iconos ortodoxos

La reapertura en el año 2001 del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, con la añadidura de un nuevo edificio donde exponer sus colecciones de Arte Universal, propició un novedoso despliegue expositivo concebido a partir del enriquecimiento del acervo de sus salas con colecciones u obras puntuales antes no expuestas de manera permanente.

Pese a la realidad de este aserto, existe aún un amplio fondo de tesauro almacenado que por diversas razones, fundamentalmente espaciales, será posible exponer solo de manera transitoria y tal es el caso de la colección de iconos del museo. La colección de iconos del Museo Nacional de Bellas Artes resulta ampliamente representativa de esta manifestación, pese a su escasa cuantía al compararla con otras colecciones de Arte Universal. Con solo 36 piezas transita por procedencias geográficas diversas como Grecia, Rusia y Constantinopla e incluye escuelas tan significativas como la cretense o la moscovita, aunque su mayor valor testimonial radica en resultar abarcadora de todas las variantes temáticas principales de la iconografía como son, iconos del Salvador, de la Virgen, de los Santos y de las Festividades Litúrgicas. Este fondo se crea, mayoritariamente, por la transferencia estatal a partir de 1960 y por algunas compras realizadas por el Museo en décadas posteriores. La técnica que predomina es el temple sobre madera, y en varios de ellos, se incorpora una cubierta de metal precioso, que sirve tanto de protección como para ornamentación y enriquecimiento de la imagen. Cronológicamente la colección abarca los siglos XVIII, XIX y XX y numéricamente predomina la pintura de iconos rusa.

Arte latinoamericano

La Colección de Pintura Latinoamericana del Museo Nacional de Bellas Artes está compuesta aproximadamente por 150 obras correspondientes a países de las regiones de Mesoamérica, Suramérica y el Caribe. Cronológicamente, el conjunto abarca el período que comprende desde los siglos XVII al XIX, y se conformó como núcleo especializado a fines de la década del setenta. La técnica más utilizada es el óleo sobre diversos soportes tales como la tela, tabla, cartón y metal. El género más abordado es el religioso, seguido por el retrato, el paisaje, las escenas costumbristas y la alegoría. La temática mariana tiene la primacía dentro del género religioso; luego, la vida de Cristo y por último, la hagiográfica o vida de los santos.

Las piezas de este núcleo ingresaron al Museo Nacional mediante compras, donaciones, transferencias, y procedían en su gran mayoría de coleccionistas privados y en menor cuantía, de iglesias y conventos. La primera obra que ingresó a la colección fue donada por el Arzobispado de La Habana en el año 1913 cuando se crea la institución. La época de mayor incremento de los fondos fue en los años 60 y 70. Junto a un gran número de pinturas anónimas, característica del arte colonial americano, poseemos obras de importantes autores. Entre los mexicanos del siglo XVIII se encuentran Fray Miguel Herrera; José Alcíbar, considerado en su país el pintor más famoso a fines de ese siglo; Miguel Cabrera, pintor guadalupano por excelencia, fundador de la primera academia de pintura en la Ciudad de México. También sobresalen las creaciones del puertorriqueño José Campeche y del venezolano Fernando Álvarez Carneiro, uno de los pintores dieciochescos más conocidos; así como Luis Montero Cáceres, significativo artista peruano del siglo XIX.

Colecciones de Arte universal
"Muchacha con paloma", de Charles Joshua Chaplin
"Muchacha con paloma", de Charles Joshua Chaplin
"Miss Fraces Kemble", de Joshua Reynolds
"Miss Fraces Kemble", de Joshua Reynolds
"Paisaje", Tomás Creswick
"Paisaje", Tomás Creswick
"Atardecer", William Adolphe Bouguereau
"Atardecer", William Adolphe Bouguereau

Arte español

El arte español constituye uno de los segmentos más homogéneos en las colecciones del Museo de Bellas Artes de La Habana. A través de los ejemplos que posee es posible apreciar el desarrollo histórico del arte peninsular desde las últimas manifestaciones del gótico internacional y el estilo hispano-flamenco, en los siglos XV y XVI, hasta las corrientes que precedieron al vanguardismo del siglo XX.

Corresponde a la pintura el papel protagónico, pero el conjunto también incluye esculturas, dibujos y estampas, entre las cuales merecen destacarse las calcografías de Gaya y Fortuny. El origen de la colección se debe a donaciones hechas por instituciones y coleccionistas privados, a las que siguieron algunas compras efectuadas por el museo, así como legados de notable importancia.

Su formación se ha producido de manera paulatina desde la fundación misma del museo en 1913, hasta la actualidad; sin embargo, su crecimiento experimentó una notable aceleración en las décadas de 1960 y 1970 al incorporar grandes lotes de obras transferidas por el Estado.

La procedencia misma de estas y el modo en que han ingresado a la institución, hacen que la colección no responda a una configuración preconcebida, sino más bien a la conjunción de preferencias individuales de variada orientación. Así, resultan notablemente favorecidas las secciones correspondientes a los siglos XVII y XIX que, por otra parte, fueron momentos de una elevada producción artística en España; mientras que a los siglos XV, XVI y XVIII corresponde un número menor de obras en comparación con los ya mencionados.

Arte alemán

La formación de la colección de pintura alemana del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana no escapa al carácter azaroso que caracteriza a toda la colección de arte europeo, basado en una recolección abierta y no metódica. En el caso de la pintura alemana, más del 60 por ciento de las piezas coleccionadas ha sido el resultado de donaciones y transferencias, estas últimas realizadas por el Estado, fundamentalmente durante los años 60 y 70 del siglo XX.

La muestra se despliega en una sala donde se establece una distinción museográfica de orden cronológico para cada siglo, comprendida entre el XV y el XIX, y obras del cambio hacia el XX. Dentro de cada centuria las piezas quedan ubicadas por el criterio del género, tratando de representar lo más característico de cada período.

Un espacio importante dentro del núcleo dedicado a los siglos XV y XVI lo constituye la pintura sobre vidrio. Relacionadas con el tema se exhiben seis vidrieras de excelente factura. Cuatro de ellas destinadas a la decoración de iglesias o capillas y dos restantes de tema laico, para adornar ventanales de recintos particulares.

Los fondos alemanes del Museo carecen de obras datadas en el siglo XVII, y del siguiente se conserva un solo exponente: la obra de Johann Heinrich Tischbein (el viejo), Retrato del Landgrave Federico II de Hesse- Kassel, cuya gran calidad y representatividad dentro del neoclasicismo dieciochesco, hace impostergable su exhibición.

El grueso de la colección, y asimismo de la muestra, corresponde al siglo XIX. Las obras exhibidas logran presentar un panorama medio de la pintura alemana en su evolución decimonónica, que supo combinar el patrón clasicista con sucesivos toques románticos y realistas. Están presentes ejemplos de escuelas regionales, como Berlín y Düsseldorf. Destaca en esta área la pintura del sur germano y dentro de ella, con prioridad numérica, la escuela muniquesa de la segunda mitad de la centuria. Las obras dejan traslucir las influencias del estilo Biedermeier, y la transición hacia el “Gründerzeit” en su vertiente más popularizada de la pintura de género de corte anecdótico- humorista. Pintores como Peter Baumgartner, Adolf Eberle y Robert Beyschlag, discípulos los primeros de Piloty y el último de Philipp Foltz; trabajaron en esta línea. Münich, como ciudad de arte, constituyó un fenómeno determinante en la historia del arte europeo y alemán del XIX, atrayendo a muchos pintores de otras regiones a su Academia, y convirtiéndose en una gran urbe internacional, que debió someterse a los requerimientos niveladores de una nueva era.

Arte francés

El conjunto de obras francesas es una de las colecciones más atractivas y equilibradas dentro de las escuelas europeas. Conformado por 330 pinturas y cerca de 500 dibujos y estampas, con predominio de paisajes, retratos y escenas de género, abarca un período dilatado del arte galo: desde la formación en 1600 de una Escuela Nacional Fontainebleau, de acentos renacentistas, hasta sólidos exponentes de los movimientos antiacadémicos de fines del siglo XIX.

Procedentes por lo general de colecciones privadas conformadas con perfiles más o menos definidos y altos estándares de selección, las piezas evidencian el surgimiento y evolución de los cánones académicos, sus sucesivas modificaciones por las estéticas al uso y su entrelazamiento e influencias mutuas incluso con los "ismos" destinados a provocar rupturas en sus mecanismos de creación hacia fines del siglo XIX. A través de núcleos históricamente delineados (siglos XVII, XVIII, XIX y Escuela de Barbizon) la sala no pretende articular una narrativa del arte francés a través de la exhibición de artistas descollantes o de obras excepcionales, propone más bien una visión dinámica e íntima del proceso mediante la interrelación de ejemplos bien escogidos de las diversas poéticas en boga, y de creadores que supieron encarnarlas con excelencia creativa.

Arte del Siglo XX

El arte internacional del siglo xx no había sido suficientemente considerado por la política de coleccionismo del Museo Nacional de Bellas Artes, pues el perfil de la institución fijaba su límite histórico en el arte prevanguardista, de bisagra entre los siglos XIX y xx. Con la única excepción de la remodelación hecha a fines de la década del 60 para las salas europeas, tampoco fue considerado como perfil expositivo.

La colección está integrada por cerca de un centenar de obras, procedentes de Asia, América y Europa, según las nacionalidades de sus autores. La integran, en su mayoría, grabados y pinturas sobre papel e incluye lienzos, esculturas, instalaciones y fotografías manipuladas. En representación de la primera mitad del siglo, cuenta con artistas representantes de la pintura que surge paralela a las primeras vanguardias e influida por ellas, como Gustav Schutt, Souto, Grau Salas, Quinquela Martin y Charles Cadwell, entre otros. Propiamente del arte vanguardista más vinculado a la Escuela de París están presentes algunos autores como Picasso, Miró, Matisse, Modigliani, Pechstein, Maillol, Man Ray, Archipenko. Destacan en este núcleo, como muestra de la particular recreación latinoamericana de los ismos europeos, piezas del dominicano Jaime Colson que incursionó en la pintura llamada metafísica, asociada en la mainstream europea con artistas como el italiano, Giorgio di Chirico. También de América Latina el chileno Roberto Matta, propio de la segunda oleada del movimiento surrealista y que, junto al cubano Wifredo Lam y las enseñanzas técnicas del mexicano David Alfaro Siqueiros, influyera fuertemente sobre los pintores norteamericanos del expresionismo abstracto en la segunda mitad de los años cuarenta.

Arte estadounidense

El Museo Nacional de Bellas Artes es la única institución del país que conserva una cantidad significativa y coherente de piezas de las artes plásticas norteamericanas. La Colección de Pintura Estadounidense del Museo Nacional consta de unas 60 piezas, pero contiene ejemplares válidos para crear un itinerario por la historia artística de ese país, y aborda algunos puntos significativos de su desarrollo por los siglos XVIII y XIX. Llama la atención, a pesar de lo reducido de ella, el hecho de que refleja -de manera algo dispersa, pero que a veces parece reagruparse- visiones interesantes que tienen una conexión palpable con la realidad del arte de este país. En sentido geográfico, abarca temáticamente desde el Ártico, con un cuadro de Warren Bradford con dicho tema, hasta el Caribe, pasando además por las cataratas del Niágara, quizá alguna ciudad sureña y la propia Habana. En cuanto a los géneros existen en la colección ejemplos de retratos, de paisajes, de cuadros de género, de marinas, de naturalezas muertas, pintura de animales y hasta de la muy apreciada pintura primitiva norteamericana.

Arte británico

La Colección de Pintura Británica del Museo Nacional de Bellas Artes abarca desde el siglo XVIII hasta el siglo XIX, y comprende algo más de un centenar de piezas, de las cuales se exhiben alrededor de la mitad. Fundamentalmente está bien representado el siglo XVIII con una valiosa agrupación de retratos de esa época, cuando la vertiente británica de este género alcanza su máxima expresión. Tradicionalmente ha sido esta colección uno de los polos más interesantes del arte europeo. Al siglo XVIII le sirve de complemento un buen conjunto de pinturas de los siglos XVII y XIX. La procedencia de las obras es variada, a través de donaciones, adquisiciones y transferencias realizadas al Museo Nacional por el Estado.

Arte italiano

La colección de arte italiano del Museo Nacional comprende cerca de 300 obras, en su mayoría pinturas, que cubren el período desde el siglo XIV hasta el XIX y cuyo nivel de calidad y representatividad por siglos es variado. Del total de piezas se exhibe permanentemente alrededor de una sexta parte incluyendo temas sacros y profanos. En estas salas hallan cabida los exponentes más importantes y una selección de lo mejor que atesora el Museo.

Arte flamenco

La Colección de Pintura Flamenca del Museo Nacional posee una buena muestra de los siglos XVI y XVII, dos de los momentos más importantes de la historia de esta manifestación en Flandes, así tomo un pequeño núcleo de los siglos XVIII y XIX. El conjunto, más abundante en piezas del siglo XVII, etapa conocida también como la Edad de Oro de Amberes, ofrece un panorama satisfactorio del arte flamenco durante ese período.

Las obras del siglo XVI recrean, a través del tema religioso y los retratos, la evolución que en ese momento experimentó la producción pictórica en esta región. El primitivismo de comienzos de siglo, heredero de la tradición anterior, aparece representado por piezas como el Ecce Hamo, de la Escuela de Amberes; mientras otras obras muestran el paso hacia el manierismo que, maestros como Jerónimo Bosch y Brueghel, el Viejo, elevaron a la mayor celebridad.

Arte holandés

La colección está conformada por un buen número de pinturas del siglo XVII, y en menor proporción, de los siglos XVIII y XIX. La diversidad de géneros que caracterizó al barroco en esta región queda reflejada satisfactoriamente, así como algunos de sus más importantes cultivadores.

En consecuencia, la producción de algunas de las principales escuelas regionales -Amsterdam, Haarlem, La Haya, Utrecht- que derivaron de la alta especialización de algunos temas, también pueden ser apreciadas en las colecciones habaneras.

Referencias

Fuentes