Napoleón Bonaparte

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Napoleón I Bonaparte
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Emperador de Francia, Copríncipe de Andorra, Rey de Italia y Protector de la Confederación del Rin
Napoleon bonaparte.jpg

Emperador de Francia
(Primer mandato)
18 de mayo de 1804 - 3 de abril de 1814
Predecesor Consulado, del que él fue Primer Cónsul
Sucesor Luis XVIII

Emperador de Francia
(Segundo mandato)
20 de marzo de 1815 - 22 de junio de 1815
Predecesor Luis XVIII
Sucesor Napoleón II
Coronación 2 de diciembre de 1804, Notre Dame de París
Nacimiento 15 de agosto de 1769
Ajaccio, Córcega, Bandera de Francia Francia
Fallecimiento 5 de mayo de 1821
Santa Helena, Bandera del Reino Unido Reino Unido
Entierro Panteón de los Inválidos
Heredero Napoleón II
Cónyuge/s Josefina de Beauharnais
María Luisa de Austria
Casa Real Casa de Bonaparte
Padre Carlo Buonaparte
Madre María Letizia Ramolino


Napoleón I Bonaparte. Militar y gobernante francés, general republicano durante la Revolución y el Directorio, artífice del golpe de Estado del 18 de Brumario (según calendario de La Revolución francesa) que le convirtió en Primer Cónsul de la República el 11 de noviembre de 1799. El 18 de mayo de 1804 fue proclamado Emperador de los franceses y coronado el 2 de diciembre; proclamado Rey de Italia el 18 de marzo de 1805 y coronado el 26 de mayo, ostentó ambos títulos hasta el 11 de abril de 1814 y, nuevamente, desde el 20 de marzo hasta el 22 de junio de 1815.

Durante un período de poco más de una década, adquirió el control de casi toda Europa Occidental y Central mediante una serie de conquistas y alianzas, y sólo tras su derrota en la Batalla de las Naciones, cerca de Leipzig, en octubre de 1813, se vio obligado a abdicar unos meses más tarde. Regresó a Francia y al poder durante el breve período llamado los Cien Días y fue decisivamente derrotado en la Batalla de Waterloo en Bélgica, el 18 de junio de 1815, siendo desterrado por los ingleses a la isla de Santa Elena, donde falleció.

Es considerado como uno de los mayores genios militares de la Historia, habiendo comandado campañas bélicas muy exitosas.

Síntesis biográfica

Infancia y juventud

Napoleone di Buonaparte[1] nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega[2][3], en una familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.

Napoleón, de carácter huraño y taciturno, se mantuvo apartado de sus compañeros. Le gustaba estar solo para meditar y sentía profunda aversión hacia los franceses, a quienes acusaba de ser los opresores de los corsos. No era muy buen estudiante y sólo le preocupaban las matemáticas, ciencia en la que progresaba asombrosamente.

Carlos María Bonaparte tenía dificultades económicas debido a fracasos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras. Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.

Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne a la edad de 10 años junto a su hermano José. Antes de entrar debía aprender francés, idioma que habló con un marcado acento italiano por el resto de su vida.

Tras su graduación en 1784, fue admitido en la École Royale Militaire de París. Aunque había buscado en un principio una formación naval, terminó estudiando artillería en la École Militaire. Después de su graduación en septiembre de 1785, fue comisionado como teniente segundo de artillería. De allí salió a los dieciséis años con destino a la guarnición de la ciudad de Valence.

Campañas iniciales

Retrato del joven Napoleón.

Napoleón sirvió en la guarnición de Valence, al saber de la muerte de padre se traslada a Córcega, resultando baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil transcurrió entre idas y venidas a Francia hasta ser enviado al regimiento francés que se encontraba en Auxonne. Durante un viaje a París conoce el estallido de la Revolución Francesa y los conflictos independentistas de Córcega. Regresa a Córcega donde apoyó a la facción jacobina y obtuvo el rango de comandante segundo de la Guardia Nacional de Voluntarios de la isla. En la isla entra en conflicto con el líder nacionalista Pasquale Paoli quien rompe con la Convención republicana. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas. La familia Napoleón llega a Francia en junio de 1793.

Instalado con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre, Agustín, le deparó su protección. De esta forma consiguió reincorporarse a filas del ejército con el grado de capitán.

A través de la ayuda del compañero Saliceti, se convirtió en comandante de artillería de las fuerzas francesas que sitiaban la fortaleza realista de Tolón (1793), que se había amotinado contra el terror republicano y había permitido el desembarco de una fuerza angloespañola. Napoleón definió y ejecutó una estrategia basada en el emplazamiento de baterías artilleras que crearan una superioridad total de fuego previa a los asaltos a los diferentes fuertes que protegían Tolón, que finalmente fue evacuada por la armada angloespañola. Su determinación, su capacidad de trabajo y su frialdad bajo el fuego le convirtieron en el héroe del sitio. El plan de asalto propuesto a unos inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito infalible. Tras este hecho fue nombrado general de brigada.

Ascendido a general de brigada se le destinó a la comandancia general de artillería en el ejército de Italia y viajó a Génova. Estando en Génova por órdenes superiores en una misión secreta hacia julio de 1794, cae Maximilien Robespierre, convirtiéndose Napoleón en blanco de sospechas originadas por su amistad íntima con Augustin Robespierre, hermano menor de Maximiliano. Debido a esto fue arrestado por dos semanas y encarcelado en la fortaleza de Antibes, mientras se investigaba su sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de cero.

En la capital de la nación francesa Napoleón encontró un hueco en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas, entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.

La primera esposa de Bonaparte, Josefina Beauharnais, retrato realizado por François Pascal Simon Gérard.

En París conoció a la refinada Joséphine de Beauharnais, de reputación tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental. Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos, Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba Paul Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar convenientemente para el repliegue conservador de la república y hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas, jacobinos y radicales igualitarios.

El 3 de octubre de 1795 realistas y contra-revolucionarios organizaron una protesta armada contra la Convención. A Bonaparte se le encomendó dirigir a un improvisado ejército en la defensa de la Convención en el Palacio de las Tullerías. Obtuvo algunas piezas de artillería con la ayuda de un joven oficial de caballería, Joachim Murat, que posteriormente se convertiría en su cuñado, y logró repeler a los insurgentes con una operación de cerco y aniquilamiento a cañonazos que dejó la capital anegada en sangre.

Asegurada la tranquilidad interior por el momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida, el 9 de marzo de 1796, se casó con Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.

La Campaña en Italia

A raíz de la protesta del Papa Pío VI por la ejecución del rey Luis XVI, Francia respondió anexionándose dos pequeños territorios papales aunque desoyó las órdenes del Directorio de marchar contra Roma y destronar al Papa.

En 1797, Bonaparte al mando del ejército derrotó sucesivamente a cuatro generales austríacos cuyas tropas eran superiores en número y forzó a Austria a firmar un acuerdo de paz. El resultante Tratado de Campoformio le dio a Francia el control de la mayoría del norte de Italia, así como el de los Países Bajos y el área del Rín. Una cláusula secreta prometía otorgar Venecia a Austria. Bonaparte marchó contra Venecia, ocupándola y acabando con más de 1.000 años de independencia. Posteriormente, en 1797, Bonaparte organizó los territorios ocupados en Italia en lo que se conoció como la República Cisalpina.

Las elecciones de 1797 dieron a los realistas mayor poder, lo que alarmó a Barras y sus aliados en el Directorio. Los monárquicos, por su parte, comenzaron a criticar a Bonaparte acusándole de haber saqueado Italia y de haberse excedido en su autoridad al negociar con Austria (lo cual en ambos casos era cierto). Bonaparte envió con prontitud al General Augereau a París para liderar un golpe de estado el 4 de septiembre, eliminando políticamente a los realistas. Esto devolvió nuevamente a Barras el control, pero ahora dependiendo de Bonaparte para permanecer en su cargo. Después de finalizar sus negociaciones con Austria, Napoleón regresó a París en diciembre siendo recibido como un héroe conquistador y la fuerza dominante en el gobierno, mucho más popular que sus Directores.

Expedición a Egipto

En marzo de 1798 Bonaparte propuso llevar a cabo una expedición para colonizar Egipto, en aquel entonces una provincia otomana, con el objetivo de proteger los intereses comerciales franceses y cortar la ruta de Gran Bretaña a la India. Napoleón mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.

El aspecto más inusual de dicha expedición es la inclusión de un buen número de científicos, lo cual, según algunos, reflejaba la devoción de Bonaparte a los principios e ideas del entonces periodo de Ilustración. Otros, sin embargo, lo vieron como una maniobra propagandística que sólo buscaba ocultar las intenciones imperiales de Napoleón. Bonaparte también emitió proclamas en las cuales se representaba como liberador del pueblo egipcio, oprimido por el yugo otomano y alabando los preceptos del Islam. Esta maniobra no fue exitosa dado que el pueblo egipcio siempre vio a los franceses como una fuerza de ocupación.

De camino a Egipto, la expedición de Bonaparte conquistó a traición Malta el 9 de junio, expulsando a la Orden Hospitalaria. Desembarcó en Alejandría el 1 de julio de 1798, eludiendo temporalmente a la Armada británica. Aunque los franceses ganaron la decisiva batalla de las Pirámides (con un ejército de 25.000 hombres enfrentados a 100.000 del enemigo), toda la flota francesa (a excepción de dos naves) fue destruida por el almirante Nelson en la Batalla del Nilo.

Napoleón en la campaña de Egipto (Antoine Jean Gros)

Con su ejército atrapado en Egipto, el objetivo de Bonaparte de fortalecer su presencia en el Mediterráneo se vio frustrado, si bien logró consolidar su poder en Egipto, no sin sofocar antes diversas revueltas populares. Bonaparte ordenó que en Egipto la servidumbre y el feudalismo fuesen abolidos y los derechos básicos de los ciudadanos garantizados. Bonaparte fue llamado por los egipcios Sultán Kebir, el Sultán de Fuego. La situación propició el desarrollo de importantes estudios sobre el Antiguo Egipto entre los que se destaca el descubrimiento de la Piedra de Rosetta.

A comienzos de 1799 condujo al ejército francés sobre la provincia otomana de Siria y derrotó a las fuerzas superiores despachadas por la Sublime Puerta en diferentes batallas, pero su ejército sucumbió ante las plagas (en especial la peste bubónica) y la carencia de suministros.

Con la situación en Egipto estancada y la cada vez mayor inestabilidad en Francia, Bonaparte abandonó el país en una goleta rumbo a Francia, dejando al mando al general Kléber. El revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como héroe indiscutido.

La Francia napoleónica

Cuando llegó a París en el mes de octubre, la situación militar había mejorado tras varias victorias sobre el enemigo. La República, sin embargo, estaba en bancarrota y el Directorio, corrupto e ineficiente, estaba en su nivel más bajo de popularidad.

Primer Cónsul

Napoleón, Primer Cónsul, óleo de Antoine-Jean Gros.

En pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre de 1799) con la colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Uno de los Directores, Sieyes también apoyo el golpe contra la Constitución existente. Los días 9 y 10 de noviembre, tropas dirigidas por Napoleón tomaron control y dispersaron a los consejos legislativos, quedando Bonaparte, Sieyes y Ducos como Cónsules provisionales que regirían al gobierno. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las cámaras, a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva Constitución napoleónica del año 1800.

Aprobada bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El plebiscito que validó su ascensión a primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna. Si bien Sieyes pretendía dominar el nuevo régimen, Bonaparte se le adelantó redactando la Constitución del Año VIII, asegurando su elección como Primer Cónsul. Esto le convirtió en la persona más poderosa de Francia, poder que se incrementaría en la Constitución del Año X, cuando logró nombrarse Primer Cónsul vitalicio.

Bonaparte instituyó diversas e importantes reformas, incluyendo la centralización de la administración de los Departamentos, la educación superior, un nuevo código tributario, un banco central, nuevas leyes y un sistema de carreteras y cloacas.

En 1801 negoció con la Santa Sede un Concordato, buscando la reconciliación entre el pueblo católico y su régimen, de esta manera puso fin al enfrentamiento con la Iglesia Católica originado por el inicio de la Revolución. Durante el año 1804 se dictó el Code civil des Français, también conocido como Código Napoleónico, que consiste en la redacción de un cuerpo único que unificara las leyes civiles francesas.

Batalla contra la Segunda Coalición

Cuando Napoleón regresó a Francia procedente de Egipto en octubre de 1799, pasó a ser el líder del Consulado y ofreció la paz a los aliados de la Segunda Coalición. La Coalición rechazó esta propuesta y Napoleón planeó una serie de ataques contra Austria para la primavera de 1800. Bonaparte se adentró en Italia cruzando los Alpes con un nuevo ejército formado por 40.000 hombres y venció a los austriacos en la batalla de Marengo el 14 de junio. Mientras tanto, las tropas francesas del general Jean Victor Moreau habían penetrado en el sur de Alemania atravesando el Rin y tomando Munich. Moreau también había derrotado a las fuerzas austriacas del archiduque de Austria Juan de Habsburgo en la batalla de Hohenlinden, que tuvo lugar en Baviera el 3 de diciembre, y se había aproximado a la ciudad de Linz (Austria).

Las victorias francesas obligaron a firmar a Austria el Tratado de Lunéville el 9 de febrero de 1801, por el que Austria y sus aliados alemanes cedían la orilla izquierda del río Rin a Francia y reconocían a las repúblicas Bátava, Helvética, Cisalpina y Ligur, además de realizar otras concesiones. Asimismo, este tratado marcó la disolución de la Segunda Coalición. El único aliado que continuó la lucha contra Francia fue Gran Bretaña. Las tropas británicas se habían enfrentado sin éxito contra las francesas en territorio holandés en 1799, pero habían conquistado algunas posesiones francesas de Asia y otros lugares. Gran Bretaña firmó el 27 de marzo de 1802 la Paz de Amiens con Francia, bajo el cual Malta paso a ser territorio francés.

No obstante, esta paz resultó ser una mera suspensión de las hostilidades. En 1803 se produjo una disputa entre ambos países a propósito de la cláusula del acuerdo que establecía la restitución de la isla de Malta a la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén. Gran Bretaña se negó a entregar la isla, por lo que estalló una nueva guerra contra los franceses. Por otra parte, ese mismo año el ejército de Bonaparte fue derrotado en Santo Domingo, combinándose la fiebre amarilla con la tenaz resistencia de Touissant L'Ouverture. Ante estos nuevos escenarios bélicos Napoleón se ve obligado a concentrar sus recursos en Europa y abandona su proyecto de establecer un gran imperio colonial francés en Norteamérica, de esta manera Napoleón decide la venta de Luisiana, un territorio de aproximadamente 2 millones de km² a Estados Unidos que buscaba la manera de controlar la navegación sobre el río Misisipi.

El imperio

Napoleón, tras haberse puesto a sí mismo la corona (no permitió que se la pusiera el Papa), convierte a Josefina en emperatriz. En la imagen, detalle del famoso cuadro La coronación de Napoleón, de Jacques Louis David.
Napoleón coronado emperador, cuadro de J. A. D. Ingres.

Con la esperanza de consolidar su puesto, Fouché le sugirió a Bonaparte que la mejor forma de apaciguar conspiraciones sería transformar el consulado vitalicio en un imperio hereditario, el cual, dado que tendría un heredero, quitaría toda esperanza de cambiar el régimen por asesinato. Bonaparte acoge la sugerencia y en 28 de mayo de 1804 se proclama el imperio.

La heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.

La historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses.

Nada podía resistirse a la instrumento de choque francés, conocido como la Grande Armée (el Gran Ejército), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden productivo-.

La obra napoleónica puede resumirse en una de sus frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.

A las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.

Sin otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias a la muerte de Napoleón.

Batallas contra La Tercera Coalición
Batalla de Austerlitz, donde las tropas francesas vencieron a las fuerzas austro-rusas.

Napoleón se apresuró a tomar medidas contra la nueva alianza y envió al frente de batalla a sus tropas acantonadas en Boulogne (posición militar francesa a orillas del Canal de la Mancha encargada de evitar una invasión británica) al estallar la guerra en 1803. Tras la formación de la Tercera Coalición contra Francia, sus tropas abandonaron Boulogne para enfrentarse a los austriacos, que habían invadido Baviera con un ejército dirigido por Fernando III, el gran duque de la Toscana, y el general Karl Mack von Leiberich. Varios estados alemanes, entre los que se contaban Baviera, Württemberg y Baden, se aliaron con Francia. Napoleón derrotó a las fuerzas de Austria en Ulm, capturó a 23.000 prisioneros y, a continuación, marchó con sus tropas a lo largo del Danubio y conquistó Viena.

Los ejércitos rusos, liderados por el general Mijaíl Kutúzov y Alejandro I, emperador de Rusia, respaldaron a los austriacos, pero Bonaparte venció a las fuerzas austro-rusas el 2 de diciembre de 1805[4] en la batalla de Austerlitz, también denominada de los Tres Emperadores. Austria se rindió nuevamente y firmó el Tratado de Presburgo el 26 de diciembre del mismo año[4]. Una de las cláusulas del acuerdo estipulaba que Austria debía entregar a Francia la zona del norte de Italia y a Baviera parte del propio territorio austriaco; asimismo, Austria reconoció a los ducados de Württemberg y Baden como reinos.

La Confederación del Rin

Dado que las tropas del general Masséna habían derrotado al ejército austriaco mandado por Carlos de Habsburgo en Italia, Napoleón aprovechó esta situación para nombrar a su hermano, José I Bonaparte, rey de Nápoles en 1806; asimismo, nombró a otro de sus hermanos, Luis I Bonaparte, rey de Holanda (la antigua República Bátava); el 12 de julio estableció la Confederación del Rin, constituida finalmente por todos los estados alemanes a excepción de Austria, Prusia, Brunswick y Hesse.

La formación de esta entidad política puso fin al Sacro Imperio Romano Germánico y casi toda Alemania quedó bajo el control de Bonaparte. No obstante, los éxitos en el continente quedaron contrarrestados en gran medida por la derrota que el almirante británico Horatio Nelson infligió a la fuerza conjunta de la flota francesa y española frente a las costas del cabo de Trafalgar el 21 de octubre de 1805. Napoleón implantó en 1806 el denominado Sistema Continental por el que los puertos de toda Europa quedaban cerrados al comercio británico. La superioridad naval de los británicos dificultó la aplicación del Sistema Continental e hizo fracasar la política económica europea de Bonaparte.

Batallas contra La Cuarta Coalición
La Batalla de Jena según un cuadro de Horace Vernet.

La cesión de Hanover a Prusia parecía garantizar relaciones más cálidas entre Francia y Prusia. Pero las esperanzas de una paz duradera no tardaron en fracasar, así en mayo de 1806 el monarca prusiano decidió distanciarse del Imperio Francés. El 26 de agosto de 1806 los prusiano le dan un ultimátum a los franceses exigiéndole a Napoleón que retirara sus tropas más allá del Rin antes del 8 de octubre, ante tal actuación el monarca francés se ve obligado a actuar contra Prusia.

Ante la situación antes mencionada Prusia no ve otra opción que unirse a la Cuarta Coalición, compuesta por Gran Bretaña, Rusia y Suecia. A las 6 de la mañana del 14 de octubre[4] Napoleón decidió acabar con sus enemigos de la Cuarta Coalición cerca de Jena, allí se encontraban las fuerzas prusianas, compuestas por 50.000 hombres mandados por el príncipe Friedrich Ludwig de Hohenlohe. Bonaparte disponía de 54.000 soldados y aplastó completamente a las tropas enemigas, haciéndolas huir. Ese mismo día, el mariscal francés Louis Nicolas Davout, que encabezaba un ejército de 27.000 hombres, derrotó en Auerstedt (21 Km. al norte de Jena) a los 50.000 prusianos liderados por el duque de Brunswick. Éste falleció y la retirada de sus tropas se convirtió en una desbandada. La resistencia prusiana quedó aniquilada tras estas dos derrotas y el ejército francés pudo entrar en Berlín en el mes de noviembre. A continuación, derrotó a los rusos en la batalla de Friedland y obligó a firmar la paz a Alejandro I.

De acuerdo con las principales condiciones del Tratado de Tilsit, Rusia tuvo que entregar sus posesiones polacas y aliarse con Francia, mientras que Prusia perdió casi la mitad de su territorio, tuvo que hacer frente a cuantiosas indemnizaciones y se le impusieron severas restricciones al tamaño de su ejército permanente. Rusia y Dinamarca emprendieron una acción militar contra Suecia que obligó a su monarca, Gustavo IV Adolfo, a abdicar en favor de su tío, Carlos XIII, a condición de que éste nombrara como su heredero al general Jean Baptiste Jules Bernadotte, uno de los mariscales de Napoleón. Bernadotte fue coronado en 1818 con el nombre de Carlos XIV Jean-Baptiste Bernadotte y fue el fundador de la dinastía actual sueca.

Ocaso y caída de Napoleón

El año de su matrimonio con María Luisa de Austria, 1810, pareció señalar el cenit napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países neutrales.

El bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble guerra de Independencia (1808-1814) que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña. Los españoles recibieron el apoyo de las fuerzas británicas comandadas por Arthur Colley Wellesley, duque de Wellington.

La otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En 1812 Napoleón invadió Rusia sólo con 500.000 hombres, derrotó a los rusos en Borodino y conquistó Moscú el 14 de septiembre de 1812. Los rusos invadieron la ciudad, impidiendo así a las tropas francesas establecer allí cuarteles de invierno. En la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.

Batallas contra La Quinta Coalición

Austria y Gran Bretaña se unieron en 1809 para formar la Quinta Coalición. El emperador francés derrotó a los austriacos en Wagram (julio de 1809) y les obligó a firmar el Tratado de Viena, por el cual Austria perdió Salzburgo, parte de Galitzia y grandes áreas de sus territorios del sur de Europa. Asimismo, se divorció de su primera mujer y contrajo matrimonio con la hija de Francisco II de Austria, con la vana esperanza de que este país no participara en nuevas coaliciones contra él.

A esta coalición también se unieron Prusia y Suecia, y un tiempo más tarde el Imperio Ruso. Prusia, en un estallido de fervor nacionalista provocado por las reformas políticas y económicas que se habían implantado desde la derrota de Jena, inició la guerra de Liberación contra Napoleón en 1813. Éste consiguió su última victoria importante en la batalla de Dresde, donde el ejército francés derrotó a las fuerzas conjuntas de Austria, Prusia y Rusia el 27 de agosto de 1813. Sin embargo, durante el mes de octubre, Napoleón se vio forzado a replegarse sobre el Rin tras la batalla de Leipzig, quedando liberados los estados alemanes, esta batalla sería conocida como la «batalla de las Naciones», convirtiéndose en una de las grandes y raras derrotas de Napoleón.

Los ejércitos rusos, austriacos y prusianos invadieron Francia desde el norte al año siguiente y tomaron París en marzo de 1814; Napoleón abdicó en Fontainebleau hacia el mes de abril, forzada por sus mismos generales y hubo de exiliarse en la isla de Elba, situada en el mar Mediterráneo. Los miembros de la Quinta Coalición se reunieron en el Congreso de Viena para restaurar a las monarquías que Napoleón había derrocado en Europa. En Francia se restableció a los Borbones, arrojados por la Revolución, proclamándose rey Luis XVIII.

Primer exilio y regreso a Francia

Su estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.

Pero fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815).

Exilio en Santa Elena y muerte

Tumba de Napoleón Bonaparte en el Hôtel des Invalides en París (Francia)

Tras su derrota Napoleón fue encarcelado y desterrado por los británicos a la Isla Santa Elena en el océano Atlántico, en las aguas del continente africano, el 15 de julio de 1815 bajo la vista del carcelero Hudson Lowe. Allí, con un pequeño grupo de seguidores, dictó sus memorias y criticó a sus aprehensores. Antes de morir escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad.

Enfermo del estómago durante mucho tiempo, aquejado de una continua pesadez y un dolor en el costado derecho, los médicos creían que era una afección hepática, pero él sospechó inmediatamente que estaba atacado de la misma dolencia de su padre, un cirro en el píloro o cáncer de estómago,[5] pero no se lo dijo a nadie hasta que estuvo lo suficientemente seguro de que así estaba sucediendo.

Sin embargo, recientes investigaciones realizadas a muestras de cabello del general (cortado poco tiempo después de morir) que habían estado guardadas en un sobre vacío, revelan que estaban impregnadas con arsénico hasta tal punto, que se necesitaban dosis altamente peligrosas para lograr aquella concentración. Esto último sugiere que es altamente probable que pudo morir a causa del veneno (lo que también concordaría con sus síntomas), ya sea de forma intencionada o no.

Napoleón Bonaparte murió el 5 de mayo de 1821. Sus últimas palabras fueron: «France, l'armée, Joséphine» («Francia, el ejército, Josefina») o, según la versión de las memorias de Santa Elena «...tête...armée...Mon Dieu!». Tenía entonces cincuenta y un años.

Napoleón había estipulado en su testamento el deseo de ser enterrado a las orillas del Sena, pero se le dio sepultura en Santa Elena. En 1840, a instancias del gobierno de Luis Felipe I, sus restos fueron repatriados. Trasladados en la fragata Belle-Poule, se depositaron en Les Invalides (París), la llegada de los restos de Napoleón fue muy esperada en Francia. Durante su funeral sonó el Réquiem de Mozart.

La humanidad aun no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.

Napoleón en América

En 1796 Napoleón restaura nuevamente la esclavitud en las colonias francesas, abolida ésta desde 1794.[6]

Napoleón envía a Saint–Domingue, a su cuñado Leclerc al frente de un ejército poderosísimo para aplastar a los que habían sido negros esclavos y eran en esos momentos, quienes mejor encarnaban las consignas de libertad, igualdad y fraternidad que habían nacido con la revolución Francesa.

El 27 de abril de 1802, Napoleón emite el decreto que restablece la esclavitud y la trata de negros en las colonias francesas del Caribe. El 6 de mayo de ese año 1802, Toussaint Louverture, engañado, acepta las propuestas de Leclerc –en cierta forma se rinde ante él– y es enviado el 7 de junio a Francia, donde es encarcelado en el Fuerte de Joux. En 1803, en cumplimiento del decreto napoleónico, la esclavitud es restablecida en las colonias francesas, lo que hace que muchos dirigentes político–militares de Saint–Domingue que habían vacilado pensando que Leclerc llevaba proyectos de independencia a Saint–Domingue, comprenden que ello era completamente falso, que lo que llevaba eran proyectos para restablecer la esclavitud.

Leclerc murió de una enfermedad tropical, y de ahí se ha pretendido decir que fueron las enfermedades tropicales las que vencieron a las tropas francesas, pero la realidad es que fueron los ex esclavos los que las derrotaron en 1803. A consecuencia de la derrota de las tropas francesas, el 1 de enero de 1804 se proclama la independencia de lo que ya no se iba a llamar más Saint–Domingue, sino que volvió a llamarse Haití, como se llamaba originalmente el país por los aborígenes.

Después de su derrota en Haití, Napoleón vio imposibilitado su proyecto de imperio colonial francés en América, y procedió a vender la Luisiana a los Estados Unidos a cambio de que el Gobierno de los EE. UU. Se sumara al Gobierno francés en el bloqueo a Haití, cosa que este aceptó: todas las potencias coloniales del momento –lo que significa, sumadas las colonias, prácticamente el mundo entero– bloquearon a la destruida economía haitiana, con un suelo devastado por el monocultivo de la caña de azúcar y arrasado por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población muerta en los combates. La recién nacida república no era reconocida por país alguno y estaba excluida del comercio internacional.

En América Latina toda la acción negativa de Napoleón en la región, fue fundamental para acelerar y promover los movimientos de emancipación. Los habitantes de la región vieron con desagrado la intervención en España, las forzadas abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII, la entrega del trono español a su hermano José, la promulgación de la Constitución de Bayona en 1808 que reconocía la autonomía de las provincias americanas del dominio español y sus pretensiones de reinar sobre aquellos inmensos territorios, cuyos habitantes nunca quisieron aceptar los planes y designios del emperador.

En el resto del continente, la negociación de Luisiana y el manejo que dio Francia al proceso de independencia de Haití tuvieron una enorme influencia en el posterior desarrollo del continente.

Valoración

Napoleón Bonaparte fue un estratega brillante. Logró absorber los conocimientos militares esenciales de su época y aplicarlos exitosamente. Como planificador en el campo de batalla fue bien conocido por su creatividad en las tácticas de movilización de la artillería. Sin embargo su éxito no se debía únicamente a su carácter innovador, sino a su profundo conocimiento e inteligente aplicación de las tácticas militares convencionales. Como oficial de artillería, desarrolló nuevas tácticas y empleó la artillería como una fuerza móvil para respaldar los ataques de la infantería, beneficiándose de la ventaja tecnológica de Francia en materia de armamento. Fue conocido como un comandante agresivo, que contaba con la lealtad de soldados altamente motivados.

Sin embargo es imposible ocultar los crímenes cometidos por Napoleón. Martí en uno de sus poemas lo nombró: El corso vil, el Bonaparte infame...[7]

Thomas Jefferson habló de Napoleón en estos términos[8]:

[un] miserable que (...) provocó más dolor y sufrimiento en el mundo que cualquier otro ser que hubiera vivido anteriormente. Después de destruir las libertades de su patria, ha agotado todos sus recursos, físicos y morales, para regodearse en su maniática ambición, su espíritu tiránico y arrollador (...) ¿Qué sufrimientos pueden expiar (...) las desdichas que ya ha afligido a su propia generación, y a las venideras, a las cuales ya ha agobiado con las cadenas del despotismo (...) El Atila de este tiempo (...) ha causado la muerte de cinco o diez millones de seres humanos, la devastación de otros países, la despoblación del mío, el agobiamiento de todos sus recursos, la destrucción de sus libertades (...) Ha hecho todo esto para hacer más ilustres las atrocidades perpetradas, para engalanarse a sí mismo y a su familia con diademas y cetros robados.

Ver artículos relacionados

  • Batalla de Eylua. Tuvo lugar entre el 7 y el 8 de febrero de 1807, y fue un sangriento choque entre las fuerzas del Emperador Napoleón I de Francia y la mayor parte del ejército ruso bajo el mando del general Bennigsen.

Referencias

Bibliografía

  • Aubry, Octave (1994). Vida privada de Napoleón. Ed. Anaya & Mario Muchnik. ISBN 84-7979-154-3.
  • Browlee, Walter (2001). La armada que venció a Napoleón. Akhal. ISBN 84-460-1607-9.
  • Chardingi, Louis (1989). Napoleón el hombre: una radioscopia de su vida. Madrid: Edaf. ISBN 84-7640-354-2.
  • Cosmelli Ibáñez, José (noviembre de 1983). Historia Moderna y Contemporánea [35º]. Buenos Aires: Editorial Troquel S.A.. ISBN 950-16-6348-5.
  • Cronin, Vincent (2007). Napoleón Bonaparte: una biografía íntima. Santiago: Zeta. ISBN 9568144715.
  • Horne, Alistair. El tiempo de Napoleón. Editorial Debate. 2005. ISBN 84-8306-632-7.
  • Ellis, Geoffrey. Napoleón. Ed. B. Nueva. 2002. ISBN 84-7030-747-9.
  • Cases, Conde de las. Memorial de Napoleón en Santa Elena. Ed. Fondo de Cultura Económica de España. 2003. ISBN 84-375-0566-6 (edición incompleta).
  • Manfred, Albert. Napoleón Bonaparte. Globus, Madrid, 1995. ISBN 84-8223-076-X.
  • Monografía de Napoleón Bonaparte publicada en el Portal Biografías y Vidas.
  • Artículo sobre las batalla donde participó Napoleón Bonaparte publicada en el Portal Biografías y Vidas.